La crónica real de una mujer emancipada enfrentada a una sociedad crudamente machista y represora con el dramático trasfondo de las guerras napoleónicas, es tal vez el único y no menos revulsivo disparador temático de “La viuda de Clicquot”, el friso histórico, biográfico y dramático del realizador británico Thomas Napper, que recrea la figura de una corajuda mujer francesa que trascendió el tiempo, por ser, a fines del siglo XVIII y particularmente en la primera mitad del siglo XIX, una de las más descollantes empresarias de todos los tiempos.
El film, que tiene un sesgo si se quiere bastante feminista, acorde con la era contemporánea, recupera para la memoria universal a un personaje femenino de fuste, que se puso al frente de un emprendimiento comercial e industrial en tiempos en que la mujer era una suerte de florero o un mero objeto decorativo. Incluso, en algunos casos, era una moneda de cambio y se casaba, contra su voluntad, con un hombre poderoso y adinerado, aun sin amarlo. Es decir, se trataba de un mero negocio, que no contemplaba, en modo alguno, los deseos de la futura esposa.
Felizmente, hoy esa realidad es bastante diferente aunque no lo suficientemente diferente. En efecto, salvo en los países árabes en los cuales las mujeres están encerradas en sus casas, visten túnicas largas que no permiten observar las líneas de su cuerpo y hasta deben cubrir su rostro, en occidente hemos avanzado bastante.
En Uruguay, gracias al ciclo progresista de quince años, el posicionamiento de la mujer en la sociedad es otro, merced a las leyes que permiten la interrupción del embarazo por voluntad de la eventual madre, la que otorga el derecho a la reproducción asistida, la que penaliza la violencia basada en género, la que consagra la extensión del período de licencia por maternidad, la que otorga el derecho a la mujer a computar un año más de trabajo por hijo, la que ampara la unión libre de parejas con los mismos derechos de los casados incluso entre lesbianas y homosexuales y la que convalida la cuota para la integración de listas al parlamento nacional y, por ende, le otorga una mayor participación a la mujer en la actividad política. Obviamente, la propuesta que fracasó a nivel del Poder Legislativo fue la de paridad, pese a lo cual el Frente Amplio por su cuenta integra listas paritarias.
Esta es la historia real barnizada con una pátina de ficción, de Barbe-Nicole Ponsardin, más conocida como Barbe-Nicole Clicquot o Madame Clicquot, que en esta película es encarnada por la soberbia actriz Hayley Bennett, una mujer tan hermosa como talentosa, que da la talla de un personaje tan célebre.
Esta fémina fue una de las precursoras del champán y también una de las primeras empresarias de una época radicalmente machista. Se impuso por su coraje y por un temperamento sin dudas indomeñable, cualidad que comenzó a descubrir cuando se transformó en viuda.
En ese contexto, contrajo matrimonio con François Clicquot
(Tom Sturridge), un empedernido soñador procedente de una familia de la alta sociedad, que ama intensamente su inmenso viñedo y procura cultivar las vides, con científico espero pero también con amor, para obtener un vino que no tenía parangón para la época. Es tal su cariño por esas plantas que hasta les canta, lo cual parece irracional. Sin embargo, este joven, que ama intensamente a su esposa, es emocionalmente inestable y hasta adicto al láudano. La consecuencia fue que, que en uno de tantos trances de alienación, se quitó la vida y dejó viuda a su esposa.
Por supuesto, la mujer quedó totalmente desolada y sin saber qué hacer ante un trance tal dramático y amargo En efecto, se había hecho dependiente en casi todo de su marido y, además, estaba profundamente impactada emocionalmente.
Su esposo muerto le había dejado en herencia una vasta extensión de campo tapizado de viñedos, un negocio que requería no sólo conocimientos sino también voluntad. Por supuesto, al lado de su amado la viuda había aprendido algunos fundamentos del cultivo de la vid y de la fabricación del vino que, por lo menos en la teoría, la tornaban idónea para proseguir con el emprendimiento.
Sin embargo, su suegro Philippe (Ben Miles) le recomienda que venda la propiedad e incluso le comunica que hay interesados en concretar la compra de ese auténtico tesoro natural.
Obviamente, para su mentalidad retrógrada una mujer jamás sería capaz de reemplazar a un hombre, en una actividad empresarial que, por entonces, estaba únicamente reservada al sexo masculino.
Este es el primer indicio de la mentalidad radicalmente machista que imperaba en una época sin dudas oscura en lo que tiene relación con la igualdad de género. En una sociedad gobernada exclusivamente por hombres, la mujer ocupaba un lugar meramente marginal, como ama de casa o bien como adorno o mero decorado. Sin embargo, aunque pueda resultar inverosímil para las nuevas generaciones, que hoy observan que la mujer ocupa un lugar cada vez más protagónico, la situación era así, por un statu quo que se mantuvo inalterable durante varios siglos.
La actitud de la protagonista, que naturalmente fue un personaje real, es de un abierto desafío a esa anquilosada mentalidad. En efecto, se sintió urgida de honrar la memoria de su marido y se negó a vender, anunciando que se haría cargo del negocio, con todas las complejidades que ello suponía.
Así nació la casa de champán Veuve Clicquot –que significa viuda en francés, que trascendió al tiempo y logró imponer una marca de prestigio internacional. En ese contexto, uno de los mayores secretos que posibilitaron la vigencia de esta bebida fue la invención de un proceso conocido como remuage, que consiste en girar las botellas de champán en ángulo para mover los sedimentos hacia el cuello. La consecuencia es que la bebida se tornó más clara y, naturalmente, de superior calidad. El método aun se utiliza en la producción de un vino ya emblemático, que es un champán de lujo y muy codiciado para fiestas y celebraciones varias.
Empero, corroborando que nada se logra sin esfuerzo, sin trabajo y sin una superlativa dosis de amor, la mujer se entregó en cuerpo y alma a esa actividad que transformó en motivo de su vida.
Me detendré particularmente el vocablo amor, que es, sin dudas, el auténtico motor que moviliza a toda la humanidad, ya sea el amor por una persona, por el arte, por la literatura, por la ciencia, por una idea o bien por un sueño. Incluso, existe el amor por el dinero –que naturalmente siempre es indispensable- ese que tanto aman los egoístas y los avaros que acumulan sin cesar, sin apenas sensibilizarse ante el dolor ajeno y el escándalo de la pobreza. Ese es un amor insano y ciertamente patológico.
En esta película, que destaca entre otros tantos valores por su soberbia reconstrucción de época, esta mujer con mayúscula no teme embarrarse los pies y las manos, ya que trabaja a la par de sus empleados, quienes, por su inveterada adhesión y cariño, no la abandonan ni siquiera cuando no reciben la paga correspondiente, por problemas financieros.
En efecto, la vid, como otros tantos cultivos requiere de condiciones climáticas muy particulares, tanto del frío invernal como de las lluvias primaverales y de un sol moderado durante el período de crecimiento de la plata, condición sine qua non para la maduración de los frutos en el verano. Por supuesto, esas condiciones no siempre fueron favorables a los propósitos de la protagonista, una fémina sin dudas indomeñable, que debió padecer reiteradas pérdidas de cosechas e ingresó en una situación de virtual quiebra financiera.
Naturalmente, esta coyuntura aparejó una nueva ofensiva por parte de su conservador suegro y de acreedores, que comenzaron nuevamente a presionarla para que venda su propiedad.
Esa contrariedad no logró arredrar a esta viuda perseverante, que nunca jamás sucumbió ante la adversidad y luego de caer varias veces, logró levantarse, con la ayuda de un amante, y seguir adelante con su emprendimiento, que, para ella, era un proyecto de vida. Así nació paulatinamente la prestigiosa cosecha cometa, que hizo historia en un tiempo particularmente turbulento y se transformó en un legado permanente por su sabor y textura, pero también por la pasión que subyace en la historia real.
No en vano, el film está ambientado durante la era de auge y caída del emperador de origen corso Napoleón Bonaparte, quien luego de sucesivos éxitos militares que lo transformaron virtualmente en amo del continente europeo, cometió el craso error de atacar Rusia, donde padeció una lastimosa derrota.
¿Qué decir de Napoleón que no se haya dicho? Este personaje real, que tuvo una aureola mítico y si se quiere hasta mística a nuestro juicio desmesurada e injustificada, quien fue recreado nuevamente en el cine por la fallida adaptación del desparejo cineasta Ridley Scott, que para los cinéfilos galos fue una suerte de agravio, es considerado por numerosos historiadores como un genio militar, un avezado político, un mero oportunista, un autoritario con delirios de grandeza, un dictador y hasta un enfermizo megalómano. En efecto, su nacionalismo exacerbado no exento inicialmente de nihilismo, lo transformó en objeto de culto, desde el aciago tiempo del Gran Terror que siguió al triunfo de la Revolución Francesa con la Toma de la Bastilla, hasta su ascenso al trono de un país que, paradójicamente, siempre hizo un culto de la república. Empero, este hombre fue adorado y endiosado pero también denostado y su enajenada soberbia lo empujó a perpetrar la alocada aventura de invadir a Rusia, un inmenso y casi inabarcable territorio, totalmente inhóspito, que en invierno se suele transformar en un auténtico infierno glaciar. La consecuencia fue una dolorosa derrota. Los pormenores de la batalla final fueron minuciosamente narrados por el célebre escritor ruso León Tolstoi, en su clásico “La guerra y la paz”.
Aunque se supone que nunca lo conoció personalmente, esta mujer vivió en la misma época que Napoleón Bonaparte y padeció colateralmente las graves consecuencias de las absurdas aventuras militares del emperador, que sumieron a Francia en la ruina y la desolación.
No en vano, Napoleón era también un machista empedernido. “Las mujeres son nada más que máquinas de producir hijos”.
Esta es una de las tantas citas que demuestran la poca consideración que sentía Napoleón Bonaparte por el género femenino. El emperador francés era un misógino y no se molestaba en ocultarlo, ya que el statu quo de la época lo amparaba en su menosprecio hacia el sexo femenino. No en vano, manifestó un profundo desprecio por su esposa Josefina, a quien maltrató y humilló, aunque la mujer le pagó con la misma moneda y le fue infiel en reiteradas oportunidades. Fue un romance fallido, que corroboró, más allá que Josefina era una mujer emancipada, la dictadura del patriarcado.
Con ese modelo social y cultural debió vivir y resistir la célebre viuda y empresaria que pasó a la historia por fabricar y comercializar un champán que sigue siendo referente. En tal sentido, esta película, que tiene un abordaje intransferiblemente feminista, confirma el intrínseco valor de una auténtica referente de la emancipación de género. Eso fue precisamente Barbe-Nicole y así la retrata esta película que posee valores reales, en tanto mixtura la historia con la poesía visual de la campiña francesa y con la insobornable pasión de alguien que luchó no sólo con la dolorosa orfandad de su prematura viudez, a sus jóvenes 27 años de edad, sino también con la represión y la intolerancia de un sistema anquilosado, que, sin embargo, no logró doblegarla.
Tanto la ajustada reconstrucción de época como la fotografía y la música, así como también la gran actuación protagónica de la estupenda Haley Bennett coadyuvan a transformar a este film en una propuesto cinematográfica sumamente atendible desde el punto de vista artístico y de indudable valor simbólico, por la reivindicación de los inalienables derechos a la igualdad de género.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
La viuda de Clicquot (Widow Clicquot). Estados Unidos- Inglaterra 2023. Dirección: Thomas Napper, Guión: Erin Dignam, sobre una historia de Erin Dignam y Christopher Monger, basado en el libro de Tilar J. Mazzeo. Fotografía: Caroline Champetier. Edición: Richard Marizy. Música: Bryce Dessner. Reparto: Haley Bennett, Tom Sturridge, Natasha O’Keeffe, Cecily Cleeve y Ben Miles.
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