Llegó con custodia, se la proporcionó la misma editorial que lo trajo, satélite del diario de mayor circulación nacional. Entró con una identificación que no se correspondía con la suya, bajo la cubierta de un documento original y legalmente emitido, pero cuya verdad se encargó el propio protagonista de develar. Se presentó como quien en verdad es, echando por tierra lo que aquel documento expresaba. Era una perla, tan solo, de lo que desataría su presencia en Uruguay. Uno de los mayores agujeros negros de la historia reciente uruguaya tendría su oportunidad de sellarse definitivamente. Así como una vez volvió Wilson de su exilio, volvió Amodio, desatando amores y odios…
La vergüenza es mía Gabriel*
Pasé mi infancia y adolescencia en dictadura, allí empecé a escuchar su nombre como sinónimo de quien había delatado a sus compañeros y originado la debacle de una guerrilla que seguramente había perdido la lucha mucho antes. Pero el relato se construyó a partir de esa imagen, confirmada por compañeros y por gente del proceso que se encargaron de demostrar con ello, la debilidad de un movimiento que los tuvo en vilo en los años 60.
Pero un buen día lo trajiste de nuevo, y lo entrevistaste, le creíste su versión y te encargaste de difundirla para mostrar la otra campana. Hasta ahí nada que reprocharte, es el trabajo de un periodista, mostrar las dos versiones sin comprar ninguna, pero con la firme intención de llegar lo más posible a la verdad.
Pero luego vino él traído por otra gente, con mucho poder adquisitivo, que le prometieron protección, estadía en un lujoso hotel (al menos un fin de semana), y unos minutos de fama junto a quien sabe cuánto efectivo por un libro que contara su historia. De paso, instalarían una cuña en un proceso de refundación nacional iniciado hace diez años y del cual ya no toleran más continuidades. El objetivo es que sea el último período y… cualquier monedita sirve.
Entonces vino la noche para el invitado de piedra, primero la situación irregular de su documentación de viaje, la cual le fue devuelta tras su comparecencia en el Juzgado de Ciudad de la Costa, para después volver a quitársela en una muestra de coherencia institucional que faltó al principio. ¿Qué hubiera pasado si eso no ocurría? Uruguay hubiera perdido la confianza internacional en el control y emisión de sus documentos de viaje, al permitir que alguien, comprobadamente identificado como una determinada persona, egresara del país con el nombre de otra. La confianza internacional como país emisor de documentos de viaje se perdía inexorablemente.
Luego, siguieron -siguen- las comparecencias judiciales en causas de delitos de lesa humanidad, donde se investiga la participación que le cupo (si le cupo) en cada una de ellas. Y el desfile parece no tener fin. Entonces ya nadie habla del libro, ni de su versión, sino que comienzan a desgranarse testimonios fulminantes contra su persona y tuviste que salir a defender tu posición. No te sirve que se compruebe la versión histórica – ahora menos con la presencia física del principal responsable – se desmorona la historia inventada.
Además te condiciona el ego. No podés perder protagonismo. El primero que lo “trajo” de nuevo fuiste vos pero pocos te lo reconocen. Hubiera sido mejor que otro lo hiciera notar, pero la falsa modestia no va contigo. Allí te aplaudo. Lo trajiste vos primero… ya está. Lo demás sobró y me defraudó. Pero cada uno cree lo que quiere creer. Yo no le creo, vos sí.
Con tus mismos argumentos escribo que así como creíste en su historia, yo creo a las decenas de testimonios que avalan la contraria. Cuando el mundo está contra de uno, no es el mundo sino uno el que está mal. Encima hay militares -el enemigo- que también lo ubican en el lugar que lo hacen sus ex-compañeros. ¿Ahí también hay confabulación?
No se si volverá a España, antes tiene una deuda con la historia dormida durante décadas que está empezando a desperezarse en los juzgados. Esperemos cómo termina, por ahora sigo sintiendo vergüenza por haberte leído.
*Amodio y yo, verguenza y frustración
– por Gabriel Pereyra El Observador
el hombre apaga la computadora,
el perro simplemente espera…
Por El Perro Gil
Columnista uruguayo
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