Condenas de la Historia de Robespierre al genocidio en Palestina

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 / El 26 de agosto de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente reunida en París aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, un legado fundamental de la Revolución Francesa que adquirió valor universal y fue la base de la Declaración de las Naciones Unidas en 1948.

El 23 de diciembre de 1789 Robespierre intervino en la Asamblea Constituyente para oponerse al abate Maury quien había denunciado las costumbres de los actores y propuesto privarles de derechos y de la ciudadanía. Los actores habían sido excomulgados por la Iglesia bajo el Antiguo Régimen .

El 24 de diciembre se concedió el derecho a ejercer cargos públicos a los protestantes pero no a los judíos, quienes no obtuvieron los mismos derechos que los demás ciudadanos hasta el 27 de setiembre de 1791 .

Estas fueron las palabras de Maximilien Robespierre en la Asamblea

“Todo ciudadano que cumpla las condiciones de elegibilidad que habéis prescrito  tiene derecho a ejercer oficios públicos. Cuando debatisteis estas condiciones, tratabais de la gran causa de la humanidad. El orador anterior ha tratado de distinguir tres causas diferentes a partir de determinadas circunstancias específicas; las tres están contenidas en el principio general, pero, en nombre de la razón y la verdad las examinaré brevemente.

Nunca se podrá defender con éxito en esta Asamblea que una función necesaria de la ley pueda ser estigmatizada por la propia ley. Habría que modificar ésta para que desaparezcan los prejuicios carentes de alguna base. 

No creo que se necesite una ley sobre la cuestión de los actores: todos los que no están excluidos son elegibles. Pero, quizás fue conveniente que un miembro de esa Asamblea llamara la atención sobre una clase oprimida durante demasiado tiempo. Los actores merecerán mayor estima pública cuando cuando un absurdo prejuicio no se oponga a que la obtengan; entonces las virtudes de los individuos contribuirán a depurar los espectáculos y los teatros se convertirán en escuelas de principios, buenas costumbres y patriotismo.

Se os han dicho cosas sobre los judíos infinitamente exageradas y a menudo contrarias a la historia. ¿Cómo se los puede culpar de las persecuciones que han sufrido entre diferentes pueblos? Se trata, por el contrario, de crímenes nacionales que deberíamos expiar, devolviéndoles derechos humanos imprescriptibles de los que ningún poder humano podía despojarles. Todavía se les atribuyen vicios y prejuicios, exagerados por el espíritu sectario y determinados intereses. Pero ¿a qué podemos imputarlos realmente sino a nuestras propias injusticias? 

Tras haberlos excluido de todos los honores, y hasta del derecho a la estima pública, no les hemos dejado más que los objetos de la especulación lucrativa. Traigámoslos a la felicidad, a la patria, a la virtud, ofreciéndoles la dignidad de personas y de ciudadanos; esperemos que nunca pueda considerarse políticamente apropiado, se diga lo que se diga, condenar al envilecimiento y a la opresión a una multitud de hombres que viven entre nosotros. ¿Cómo podrían basarse los intereses sociales en la violación de los principios eternos de la justicia y la razón que son los fundamentos de cualquier sociedad humana?”.   

Hasta aquí, Robespierre. ¿Qué sucede si donde el vocero de la Revolución Francesa dijo “judíos”, hace 235 años, ponemos ahora “palestinos”? Seguramente ni el actual gobierno racista, terrorista y criminal de Israel ni sus engendros terroristas y criminales de Hamás podrán controvertir los valores universales de la justicia y la razón. Tampoco lo podrán hacer quienes por aquí defienden a los criminales. 

1 La Iglesia Católica había condenado al teatro como escuela del escándalo, excomulgó a todos los actores y prohibió que fueran enterrados en cualquiera de los cementerios de París. Declaró que los actores y actrices eran instrumentos de Satán, una maldición para la Iglkesia y una perturbación para las mentes inestables. Además la Iglesia sostenía que el teatro inducía a la gente a diversiones que interferían con el trabajo honesto en la vida cotidiana, al apelar a los bajos instintos y los apetitos sensuales.

2  La Declaración de los Derechos del Hombre, votada entre el 20 y el 26 de agosto de 1789, estableció que todos los hombres nacían y permanecían libres e iguales en derechos, comprendido el de la “opinión religiosa”. El abate Grégoire pedía que todos los hombres fuesen considerados como “hermanos”, incluyendo a ese “pueblo proscrito e infeliz”, o sea, los hebreos. Los judíos de París, los más revolucionarios, no tardaron en alistarse en la Guardia Nacional, hacían donaciones “patrióticas” y crearon su propio comité. Fueron ellos quienes respondieron con más entusiasmo a la Declaración de Derechos. Dijeron que “al restituirle al hombre su primera dignidad, no se podía hacer distinción entre un hombre y otro”. “Para que el pueblo pierda la costumbre de mirarnos como extranjeros e indignos de merecer otra existencia, venimos a suplicarles que en vuestros decretos hagan una mención particular a la nación judía y que nos consagren así como pueblo y en nuestros derechos de ciudadanos franceses”.

3 “Sur le droit de vote des comediens et des juifs” Oeuvres completes de Maximilien de Robespierrre, Tome 6 : Discours. Première partie (1789-1790), pp.158-174. Societé des Etudes Robespierristes. París (imprimé sur demande).

 

 

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