/ Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo una de los clivajes centrales del escenario político argentino. No solo por su figura polarizante, sino porque funciona como espejo de la profunda crisis de legitimidad que atraviesa al sistema judicial, al peronismo y al gobierno nacional.
Así lo confirma la encuesta sobre 1.200 opiniones de la encuesta mensual que hace Zuban Córdoba y asociados ( zubancordoba.com ) sobre el hecho relevante del mes, que en este caso es el fallo confirmatorio de la Suprema Corte argentina condenándola a 6 años de prisión e inhabilitación política de por vida.
Como era de esperarse, los encuestados se dividen por mitades en torno a si CFK debe o no ir presa. Una ligera mayoría (56,6%) está en desacuerdo con la idea de que “en Argentina somos iguales ante la ley”. Aún más contundente, más del 75% está en desacuerdo con la designación de jueces de la corte por decreto presidencial. «La paradoja es contundente: el electorado quiere justicia, pero no le cree a los jueces; quiere condenas, pero duda de los condenadores».
El informe desnuda una matriz emocional y política cada vez más compleja: la opinión pública está enfrentada, mientras, los tribunales actúan con lógica política.
El resultado es un equilibrio inestable: Cristina es un símbolo que activa pasiones, pero también rechazos; la justicia es un actor desacreditado, aunque todavía decisivo; y el sistema político, atrapado entre ambos polos, se ve obligado a convivir con una grieta que no se resuelve ni en las urnas ni en los estratos.
«Se trata de un auténtico sismo cuyas réplicas seguramente se extiendan en el tiempo y generen consecuencias impredecibles», afirma el trabajo. «Hoy la política argentina debe readecuar sus posiciones frente a este nuevo escenario de polarización total. La condena a CFK parece haber terminado de desmoronar los pocos carriles que seguían en pie de esa ancha avenida del medio.
Ante esto, el trabajo deduce que «el resultado es un equilibrio inestable: Cristina es un símbolo que activa pasiones, pero también rechazos; la justicia es un actor desacreditado, aunque todavía decisivo; y el sistema político, atrapado entre ambos polos, se ve obligado a convivir con una grieta que no se resuelve ni en las urnas ni en los estrados».
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