El FMI quiere un papel político para los economistas

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Reconocer los errores, escuchar bien, defender los datos y evitar la jerga ayudará a la profesión a involucrarse, se aconseja desde la publicación del FMI Finanzas y Desarrollo.

Los economistas han contribuido desde hace mucho tiempo a la formulación de políticas, ofreciendo análisis que orientan las decisiones sobre comercio, impuestos, regulación y estabilidad económica. En ocasiones, la experiencia económica dominante ha liderado importantes debates políticos, influyendo en gobiernos de todo el mundo.

Hoy en día, sin embargo, los economistas se ven cada vez más marginados. Si bien aún predominan en el personal de los bancos centrales y las instituciones multilaterales, los líderes políticos tienden a priorizar la ideología y la conveniencia sobre el análisis económico. Mientras tanto, la confianza pública en los economistas se ha visto erosionada por fallos políticos de alto perfil, la creciente polarización política y los crecientes desafíos a la autoridad experta provenientes de fuentes de información nuevas y, a menudo, poco fiables.

Sin embargo, la experiencia económica sigue siendo crucial para mejorar los resultados de las políticas. Las crisis del siglo XXI han demostrado cómo la mala gestión macroeconómica puede generar dificultades generalizadas y disfunción social, con profundas consecuencias políticas. Al mismo tiempo, los economistas han acumulado una abundante evidencia sobre lo que funciona en áreas como la reducción de la pobreza, la educación y los mercados laborales; perspectivas que, si se integran mejor en la formulación de políticas, podrían generar mejores resultados.

Para recuperar su influencia, los economistas deben interactuar más eficazmente con los responsables políticos y el público. Si no se adaptan, corren el riesgo de quedar aún más marginados en importantes debates políticos en un momento en que la experiencia económica es más necesaria que nunca.

Verdades duras, públicos difíciles
Los economistas aportan herramientas esenciales al debate político: su familiaridad con la investigación relevante y herramientas que ayudan a anticipar el desarrollo de las diferentes opciones políticas. Pero hay una razón fundamental por la que los economistas a veces pueden ser impopulares: su pensamiento se basa en disyuntivas y limitaciones. Los economistas explican que se debe elegir entre A y B, mientras que los políticos (y el público) a menudo prefieren ambas. La formulación de políticas sería mucho más sencilla si pudiéramos reducir los impuestos y gastar más sin aumentar la deuda pública, contener la inflación sin subir los tipos de interés y expandir el comercio mundial sin perder empleos. Pero estas disyuntivas son inevitables, aunque reconocerlas a menudo resulte políticamente inconveniente.

Los economistas deben adoptar esta mentalidad. Necesitan estar presentes en las conversaciones sobre políticas, ya que esto conduce a mejores decisiones. Y quienes toman las decisiones deberían querer escuchar estas realidades; después de todo, nadie realiza una compra o inversión personal importante sin sopesar los costos. Incluso si consideraciones no económicas determinan la decisión final, los líderes informados sobre las compensaciones económicas estarán mejor preparados para enfrentar las críticas.

La reticencia de los responsables políticos a aceptar las duras verdades no es la única razón por la que se ha marginado la experiencia económica. Algunos problemas son obra de los propios economistas. Abordarlos puede ayudar a preservar y aumentar la influencia de la experiencia económica en la formulación de políticas. Hay cuatro maneras de hacerlo: reconocer los errores y aprender de ellos, escuchar las preocupaciones de la gente , defender los estándares de integridad de los datos y colaborar de forma más eficaz con los políticos y el público.

Aprendiendo de los errores
El escepticismo público sobre la economía convencional no es infundado. En ocasiones, la profesión se ha asociado con dificultades evitables. Antes de la crisis financiera de 2008, la mayoría de los economistas tardaron en reconocer la burbuja inmobiliaria estadounidense. Incluso después de que se hiciera evidente, muchos subestimaron el grado en que su colapso desestabilizaría el sistema financiero en general.

El aumento repentino de la inflación pospandemia constituye un ejemplo más reciente. Muchos economistas dieron demasiada importancia a los factores transitorios y subestimaron la persistencia de la inflación. Sin duda, las causas fueron complejas y variadas, y shocks como la guerra de Rusia en Ucrania fueron imprevistos. Sin embargo, en países donde la demanda excesiva fue un factor contribuyente, diferentes decisiones de política económica podrían haber mitigado el aumento repentino de la inflación.

Es discutible cuánta culpa merecen los economistas, pero la pérdida de confianza pública es real. La respuesta correcta no es descartar los marcos económicos, sino aclarar cómo se aplicaron incorrectamente. En el caso de la crisis financiera, ese trabajo ya se ha realizado mediante una amplia investigación sobre las fallas del mercado, la regulación mal diseñada y los comportamientos que impulsaron la toma de riesgos. Comprender la inflación pospandémica es un proceso continuo y debe seguir siendo una prioridad.

En términos más generales, los economistas no deben permitir que el miedo a la rendición de cuentas —ni los sesgos políticos— los obstaculicen. El debate sobre la inflación, por ejemplo, se ha visto empañado por la ideología, lo que dificulta la obtención de conclusiones objetivas. La transparencia, la apertura a la revisión y el análisis honesto de la evidencia son las mejores maneras de demostrar que la economía sigue siendo una disciplina vital.

Escuchando preocupaciones
Los economistas también deben tomar en serio lo que dicen las personas. La reacción negativa contra la rápida integración de China al comercio global es una advertencia. La teoría económica sugiere que los trabajadores desplazados encontrarían nuevas oportunidades. Pero muchos no pudieron o no quisieron mudarse debido al costo de la vivienda, los lazos sociales u otras barreras. Estas fricciones contribuyeron a una disrupción más persistente —y a una reacción negativa mayor— de lo previsto.

De manera similar, la reacción pública al aumento repentino de la inflación a principios de la década de 2020 sugiere que los costos de este episodio superaron lo que el pensamiento económico convencional predeciría. Las investigaciones han demostrado que la inflación impone grandes costos cognitivos debido a la atención requerida para evaluar si los precios y los salarios son justos y la necesidad de ajustar los planes financieros. Afirmaciones como « los salarios tienden a mantenerse al ritmo de la inflación» pueden ser ciertas en promedio, pero ocultan variaciones importantes. En Estados Unidos, por ejemplo, los salarios aumentaron más rápido para muchos trabajadores de bajos ingresos a principios de la década de 2020, pero las ganancias distaron mucho de ser universales.

Reconocer estas preocupaciones no implica abandonar los principios económicos. Significa incorporar una comprensión más matizada de cómo las personas experimentan el cambio económico. Ignorar estas preocupaciones debilita la credibilidad de los economistas y reduce la probabilidad de que las buenas ideas políticas se afiancen.

Integridad de los datos
Un sello distintivo de la investigación económica es el uso riguroso de los datos, y los economistas deben mantener esos mismos estándares de integridad al participar en el debate público. El auge de las redes sociales, junto con un mejor acceso a datos y herramientas de visualización, ha facilitado que todos, incluidos los economistas, abusen de las estadísticas para reforzar argumentos débiles. Sin embargo, ceder a la tentación de ganar argumentos de esta manera en el momento corre el riesgo de socavar la confianza en el análisis económico a largo plazo.

El uso superficial de los datos también puede debilitar la confianza en las estadísticas oficiales. Señalar una discrepancia entre una serie gubernamental y otra fuente sin reconocer las diferencias en metodología, cobertura o definiciones puede dar la falsa impresión de que los indicadores oficiales son defectuosos o están manipulados. En una época en la que los organismos estadísticos se enfrentan a crecientes presiones políticas y presupuestarias, este tipo de comparación descuidada pone en riesgo la disponibilidad continua de datos gubernamentales imparciales y de alta calidad.

Involucrarse de manera efectiva
Los economistas deben reconocer que las políticas que consideran óptimas pueden no serlo, considerando las consideraciones más amplias del proceso político. En esos casos, deben ofrecer alternativas que respeten dichas consideraciones. La flexibilidad no implica abandonar los principios, sino reconocer las realidades del gobierno.

Los economistas también necesitan comunicarse con claridad. La jerga técnica puede proyectar un aura de experticia o excluir del debate a quienes no son expertos, pero no es una estrategia sostenible para influir. Los economistas deben usar un lenguaje sencillo y evitar gráficos innecesariamente complejos. La simplicidad es accesibilidad, no condescendencia.

Finalmente, los economistas deben hablar con el público en general, no solo con los responsables políticos. Los políticos responden a sus electores. La profesión debe ganarse la confianza del público para que su asesoramiento pueda influir en las políticas, y eso implica utilizar los canales y herramientas que llegan a todos.

Los economistas nunca serán universalmente populares, ni deberían aspirar a serlo. Su función es proporcionar análisis rigurosos que mejoren las decisiones, no decirles a las personas lo que quieren oír. Pero para seguir siendo influyentes, deben admitir sus errores, escuchar mejor, defender los datos y comunicarse eficazmente. Los responsables políticos necesitan conocimientos económicos, incluso cuando se resistan a escucharlos. El reto no es popularizar la economía, sino hacerla relevante, accesible y respetada en el debate político.

* Profesora de práctica de política económica en la Universidad de Harvard e investigadora principal no residente del Instituto Peterson de Economía Internacional. Fue subsecretaria de política económica y economista jefe del Departamento del Tesoro de Estados Unidos entre 2014 y 2017. 

 

 

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