La privación de libertad adolescente se ofrece hoy como un verdadero campo de prueba para atender la problemática de la inseguridad. La llegada de una gestión “evangelizadora” como la que está imponiendo su presidente – Lic. Jaime Saavedra- abre un tiempo de esperanza donde otra forma de gestión basada en el diálogo y la comprensión (antes que la represión y el encierro), se ofrece como alternativa válida y posible.
Las oportunidades empiezan a ocupar espacios donde antes había cerrojo y castigo. El laboratorio de Saavedra está en marcha…
Desde el principio de su designación sorprendió a todos cuando dijo que no iba a pedir más plata, que con los recursos humanos y financieros con que cuenta estaba seguro que podría salir airoso en su administración. Y la voz se hizo grito en un contexto de restricción fiscal como el que vive el país y que se refleja en un presupuesto austero, limitado por un déficit fiscal encubierto que dejó ver su paupérrima realidad una vez asumido el gobierno y con los números reales a la vista.
Con cierta dosis de audacia, pero seguro de lo que decía encaró cuanta entrevista se le presentó y en todos lados asumió que si fracasaba él sería el único y absoluto responsable. Clarito, para no dejar lugar a la más mínima duda.
No la tuvo fácil desde el principio, y su designación tuvo que pasar por la desagradable situación de incompatibilidad con su segundo, Eugenio Acosta, con quien las diferencias empezaron a dejarse ver a poco de iniciar la novel administración. Su renuncia no estaba en discusión y ningún cargo lo llevó nunca a estar donde no pudiera ser él mismo y llevar adelante sus decisiones con la convicción y firmeza que lo caracterizó siempre. Y así se lo hizo saber al mismísimo presidente Yamandú Orsi, quien no estaba dispuesto a permitirse el lujo de perderlo en su equipo.
Zanjado aquel incidente con la confianza renovada por el primer mandatario, la mano del “cura sin sotana” dejó ver su mejor versión. Una gestión donde el amor está presente en cada acción que lleva adelante, convencido de que la palabra y el compromiso tienen una fuerza inquebrantable que sabrá transmitir a gurises bajo su custodia.
Un Polo de garantía
Los antecedentes lo avalan y muchos lo reconocen sin discusión. Su gestión arrancó con el cura Uberfil Monzón en el Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados allá por el año 2010, para luego ser parte del equipo que dirigió el Instituto Nacional de Rehabilitación desde donde supo fomentar los emprendimientos laborales que tuvieron su punto de mayor esplendor en el Polo Industrial de Santiago Vázquez; un espacio deprimido por la mala gestión de la pasada administración y que hoy se pretende reflotar para llevarlo al ritmo fabril que supo tener durante la gestión Saavedra. Finalmente, en el año 2018 asume la Dirección Nacional del Liberado – DINALI- con énfasis en el día después de la cárcel, creando un hogar de corta estadía desde el cual transitar la liberación minimizando riesgos de reincidencia. Su trayectoria conforma un acervo imborrable que es base y fundamento de su elección para asumir los destinos de la gurisada infractora.
Aquella impronta suya asoma hoy sin pudor, en la gestión de la privación de libertad adolescente que lo tiene como principal responsable. A las palabras le suma acciones que empiezan a construir espacios donde la reja se cambia por oportunidades; por aprendizajes, por oficios, y, principalmente, por diálogos que sustituyen al castigo y al encierro. Espacios donde puedan construirse esos caminos de salida para que la sociedad los incluya nuevamente. Una sociedad que los necesita porque forman parte del acervo generacional que la sostiene.
Banco de pruebas
Gestionar la seguridad no es tarea fácil, mucho menos en el contexto actual donde la violencia ha escalado a niveles escandalosos. Un tiempo en el que los jóvenes constituyen el escalafón principal de reclutamiento del crimen organizado y ante quienes es imperioso evitar que esa sea su única alternativa. Para impedirlo, se impone una forma de gestionar la privación de libertad adolescente que tenga una mirada humanista y que supere la visión meramente represiva para sumarle elementos que contribuyan a que el tiempo de internación sea un período donde las oportunidades (educativas, laborales y/o recreativas) ocupen la mayor y principal parte del proceso.
La “gestión Saavedra” al frente del INISA es una especie de laboratorio que servirá para constituir una alternativa a la actual gestión de la privación de libertad. Esa que tiene a la seguridad como principal elemento en desmedro de la rehabilitación propiamente dicha. Es necesario empezar a transitar un recorrido donde se invierta esa proporción -sin descuidar las medidas de seguridad- pero que los recursos tomen un giro hacia una visión civil del problema, en clave de rehabilitación antes que de represión o encierro.
Esta visión que impone Jaime Saavedra en su gestión es la que puede resultar un verdadero y genuino campo de prueba que permita demostrar que ese camino no solo es posible, sino que puede dar mejores y permanentes resultados a futuro. Por lo pronto las ganas no le faltan y la hilacha empieza a mostrar que el camino de las oportunidades es una realidad con firmas de convenios con organismos que traen consigo trabajo y estudio para que no sea el delito la única salida que tengan los gurises.
Por primera vez, un Presidente de la República visitó la Colonia Berro hace pocos días, siempre hay una primera vez. Ojalá sea este el primer paso de muchos en un tema que bien puede escalar y servir de ejemplo para que el Uruguay deje de tener a las cárceles como un problema de difícil solución.
Hoy, el INISA tiene a un hombre bueno al frente, un padre de familia que ve a los internos como si fueran sus hijos. Alguien que les habla como si lo fueran, con la sencillez de los humildes y el cariño de los imprescindibles padres que muchos de ellos no tuvieron. Un tipo que emplea la palabra justa para definir los tiempos generacionales con una exquisita simpleza, como cuando definió a la adolescencia como aquella etapa de la vida donde una persona debe experimentar “la delicia de perder el tiempo” en lugar de transitar el camino del delito.
Su gestión servirá de caso testigo, no tengo dudas; y por las ganas que le pone descuento que dejará un surco imposible de eludir…
el hombre lo escuchaba atento,
el perro ladraba confiado…
Julio Fernando Gil Díaz
«El Perro Gil»
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