La muerte como despiadada e inminente condena y potencial motivadora de afectos, es la conmovedora materia temática que propone “Truman”, el film hispano-argentino del realizador catalán Cesc Gay, que reflexiona sobre rupturas y entrañables amistades en situaciones límite.
La película, que tiene un formato de comedia dramática, corrobora hasta qué punto las tragedias generan fuertes sentimientos de empatía y solidaridad.
Por supuesto, esta es una historia de coraje, resistencia y lucha para enfrentar lo realmente inexorable, partiendo de la irrefutable tesis que el tiempo es siempre irrecuperable.
Esa contingencia, marcada a fuego por la temporalidad, sugiere una reflexión sobre el intrínseco valor de la vida, en una sociedad habitualmente frívola y egoísta que se suele aferrar a los apócrifos iconos del mercado desestimando lo realmente sustantivo: el amor.
El protagonista de este relato es Julián (Ricardo Darín), un artista teatral sesentón de nacionalidad argentino residente en Madrid, cuyo matrimonio se hizo añicos. Esa situación causal lo separó también de su hijo, lo cual naturalmente lo condena a la soledad.
Sin embargo, el peor trauma de su desgraciada existencia es, por supuesto, la grave enfermedad terminal que padece, la cual anticipa un amargo desenlace que bien conoce.
Este es un hombre que vegeta cotidianamente sin esperanzas ni futuro, cuya única alternativa es sobrevivir con valentía hasta las últimas consecuencias.
En buena medida Julián es una suerte de exiliado, porque ya no podrá regresar a su país. Su destino está marcado y nadie ni nada podrá evitar lo inevitable.
Su único compañero es precisamente Truman, un perro devenido en amigo fiel, que acompaña los días y las horas que separen a su dueño del inexorable final.
No en vano Julián afirma que el can es su “segundo hijo”, lo cual denota un vacío existencial que tiene un desgarrador viso de dramatismo. Incluso, su mayor preocupación es quién se hará cargo de cuidar y alimentar al animal cuando el ya no esté en este mundo.
Como si no fuera suficiente, el enfermo decide abandonar todo tratamiento destinado a prolongar su ciclo vital y hasta resolver cómo y cuándo dejará de existir.
En ese contexto, el arribo de Tomás (Javier Cámara), un profesor universitario y amigo de toda la vida que está radicado en Canadá, se transformará en un acontecimiento realmente estimulante.
El visitante planea permanecer cuatro días en Madrid, con el propósito de acompañar al anfitrión en su momento más difícil, apoyarlo emocionalmente y obviamente persuadirlo que no abandone la terapia.
¿Cuánto vale realmente tener con quien compartir un momento tan complejo?, es la elocuente interrogante que se plantea esta película morosa y minimalista.
En ese caso concreto, la amistad opera como un bálsamo ante el dolor físico y psicológico derivado de un mal que terminará con la existencia del protagonista.
El reencuentro deviene en una contingencia realmente gratificante destinada a aprovechar al máximo los momentos, porque todo se conjuga en tiempo presente.
En esos días ganados, ambos ríen, lloran y disfrutan al máximo de la mutua compañía y de la a menudo hilarante evocación de experiencias que no se repetirán.
Incluso, se trasladan fugazmente a Ámsterdam con el propósito que el condenado artista se reencuentre con su joven hijo y pueda verlo antes de su definitiva partida.
Si no fuera por la grave patología que aqueja y agobia física y psicológicamente al personaje central del relato, “Truman” sería una mera comedia familiar, liviana y sin mayores pretensiones.
Empero, esa circunstancia transforma a esta película en un drama, que para nada soslaya la crudeza cuando alude explícitamente a la muerte, con indisimulable y descarnada naturalidad y humor negro.
No obstante, parecen algo excesivas las abundantes efusiones lacrimógenas de los dos protagonistas y de una amiga, quienes comparten el dolor por el advenimiento de la tragedia en un clima de amarga despedida.
En este caso, el pecado es trivializar un tema sin dudas escasamente abordado en casi todas las sociedades del planeta, por prejuicios o por mero temor a debatir con las madurez requerida.
Más allá de las sólidas actuaciones de Ricardo Darín y Javier Cámara-que se sobran en sus respectivos papeles- la película está lejos de impactar y de colmar las expectativas de un espectador medianamente exigente.
“Truman” es una mera comedia melodramática que se limita a exaltar la amistad como valor humano supremo en situaciones límite, sin explotar otras líneas narrativas que pudieron mejorar el producto final.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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