El 20 de enero un juramento particularmente significativo

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El 20 de enero de 2017, Donald Trump jurará como 45.º presidente de los Estados Unidos. Escribo “jurará” en vez de “asumirá” porque según la sección I del artículo II de la Constitución de los Estados Unidos, Trump no puede ser presidente sin antes prestar un juramento en el que se comprometerá públicamente a defender la Constitución y desempeñar su función con el mayor esmero.

Por supuesto, esto vale para todos los presidentes. Pero dada la conducta de Trump durante la campaña, el juramento es particularmente significativo en su caso.

2-pagina-huangHasta ahora, Trump no hizo ningún esfuerzo para comportarse en forma honesta o confiable, y técnicamente no estaba obligado. Estados Unidos no obliga a jurar veracidad a hombres y mujeres que compiten por la presidencia, ni tiene códigos de conducta exigibles o límites al tipo de retórica que pueden usar. Los candidatos pueden comportarse como les parezca oportuno.

Esto se basa en el supuesto de que podemos confiar en el juicio de los candidatos. Alguien que busca ocupar el cargo más alto del país debería saber cómo equilibrar el imperativo político de conseguir votos con un sentido de responsabilidad respecto de la factibilidad y racionalidad de sus promesas de campaña.

En general, la experiencia confirmó el supuesto. Estados Unidos ha tenido la buena fortuna de que sus aspirantes a la presidencia adhirieran a las normas generalmente aceptadas. Pero parece que con Trump, la fortuna se transformó en bancarrota.

Es necesario un juramento de sinceridad para los candidatos presidenciales

Durante las campañas de la primaria y la elección general, Trump dijo una mentira tras otra: sobre sí mismo, sus empresas, sus oponentes, las conductas y motivaciones de otros países, el sistema electoral estadounidense, el volumen del déficit comercial, las acciones de la Reserva Federal y las estadísticas de empleo y delincuencia (por poner algunos ejemplos).

Además, muchas de las promesas de campaña de Trump (levantar un muro en la frontera sur de Estados Unidos a costa del erario mexicano, recuperar empleos fabriles perdidos, deportar a millones de inmigrantes ilegales) son claramente inviables. Mitt Romney, candidato presidencial del Partido Republicano en 2012, no se equivocó cuando llamó a Trump “un impostor, un fraude”, un candidato cuyas promesas “no valen nada”.

Pero es evidente que estas conductas claramente problemáticas no han perjudicado la carrera política de Trump, quien logró que buena parte del electorado le perdonara su ignorancia y sus desmentidas flagrantes. Hasta Romney terminó inclinándose ante él; un par de semanas después de la elección tuvo una reunión con el presidente electo (presuntamente, para pedir un puesto en el gabinete).

Es una de las mayores enseñanzas del año que pasó: que hasta la elección más trascendental se puede ganar con mentiras escandalosas y promesas vacías. O perder, siguiendo normas de decencia elementales (que los hechos se pueden manipular pero no inventar, y que las promesas, aunque sean vagas, tienen que ser creíbles). La oponente de Trump en la campaña, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, lo aprendió de la peor manera.

Durante la campaña, Clinton citó a menudo una frase de la primera dama Michelle Obama, quien [ante los insultos de la “derecha alternativa” a la familia Obama,] declaró que su lema era “no caer tan bajo como ellos”. Pero con alguien que cae tan bajo como Trump, esto es lo mismo que en el típico dilema del prisionero cuando se elige no traicionar al compinche que está en el cuarto de al lado delatándonos a la policía. En estas circunstancias, “no caer tan bajo” lleva a obtener lo que en teoría de juegos se llama “la recompensa del bobo”.

Ningún candidato debería verse en esa situación. En cambio, hay que garantizar que todos adhieran a un código básico de conducta. Un modo sencillo de hacerlo sería exigir que a partir de 2020, todos los candidatos presidenciales presten juramento de ser sinceros, responsables y transparentes en su retórica y su conducta durante la campaña.

En la sociedad y la cultura política de Estados Unidos, el juramento es algo especial. Al testificar en un tribunal o ante una comisión del Congreso estadounidense, los testigos juran “solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. Los médicos hacen el “juramento hipocrático” por el que se comprometen ante todo a no hacer daño. En muchas universidades los estudiantes juran respetar un código de honor. Y el mes que viene, más o menos al mismo tiempo que Trump, los nuevos integrantes del Congreso de los Estados Unidos y el gabinete formularán un compromiso similar al suyo.

Dado este valor conferido a los juramentos, es razonable suponer que jurar sinceridad antes de iniciar una campaña para un cargo público tendrá algún efecto sobre los candidatos.

No es una propuesta partidista; muchos republicanos fueron víctimas del estilo de campaña desenfrenado de Trump, antes de que lo aplicara a Clinton. La opinión pública y los medios podrían usar el juramento como herramienta para evaluar a los aspirantes al gobierno (y pedirles cuentas). Y daría una ventaja competitiva a los candidatos cuyos oponentes se nieguen a dar el juramento.

La implementación no sería difícil y no demandaría una reforma constitucional. Bastaría la presión política y de los mercados: que la prensa, la televisión y las redes sociales no publiquen anuncios de campaña de los candidatos que no hayan jurado.

No está bien que el candidato más mentiroso tenga ventaja política. Por el bien de la democracia, debemos tomar medidas para fijar normas básicas de decencia y transparencia en las campañas electorales trascendentales. Podemos comenzar con el modesto paso de exigir un juramento de sinceridad a todos los futuros candidatos presidenciales.

 

Por Yasheng Huang
Profesor de Economía y Gestión Global en la escuela de negocios del Instituto de Tecnología de Massachusetts, EE. UU.

Fuente: project-syndicate.org

Traducción: Esteban Flamini

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