Yo quiero ser como Marset

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Megaoperativo policial en Bolivia para detener a un presunto capo del narcotráfico, dice la pantalla, y muestra a Sebastián Marset cómodo y deportivo ante las cámaras junto a su esposa elegante, y luego imágenes de muchas armas poderosas, otra de gente con mascarillas inspeccionando abultadas cantidades de drogas, «…gente con muchísimo, pero muchísimo poder», dice el locutor. La pantalla pregunta quién es Sebastián Marset. «El narco más buscado…», dice una voz en off.

La conductora pregunta si es posible que hoy, en Uruguay, haya niños que sueñen con ser narcos. «La respuesta es que sí; es incómoda, pero es real», se contesta. El politólogo Juan Pablo Luna aparece afirmando que hoy, en un asentamiento uruguayo, el principal marcador de status es qué arma tiene.

El sociólogo Gabriel Tenenbaum aparece, rotundo: «estamos haciendo cosas mal», dice, y recalca la última palabra. Lo sigue una señora, de la que luego sabemos que hace 38 años que vive en el barrio Las Acacias, «o la Cuenca de Casavalle, como lo quiera llamar». Porque el nombre depende desde dónde se lo vea. De este lado, explica, los pibes entran a las bandas y al crimen organizado. Del otro lado, los pibles ingresas a la universidad.

Las imágenes se suceden cortas, duras en su mostrar y decir, en sus énfasis, tal como la realidad de la que dan cuenta. Esto viene pasando ya hace un tiempo, y sin embargo es noticia porque no se dice. «Para mí esto es una bomba a punto de explotar», dice en off la voz de Luna. «Los que llevan y traen, los que van presos, son pobres. En la cárcel están los pobres», dice el vecino. El señor menciona en vano de los derechos no respetados de esos pobres ciudadanos pobres.

La figura de Marset se ha convertido en una referencia de alguien que salió de la nada y llegó al poder. «Dicen, agrega Luna, prefiero tener una vida corta. Sé que me van a matar, que eventualmente voy a ir preso. Pero mientras tanto, voy a tener acceso a cosas que de otra manera no podría tener».

Esa frase, de ‘yo quiero ser como Marset’ tiene que ver básicamente con que uno escucha eso, y la escucha cada vez más. De educadores…» Y agrega: «Los grandes jugadores, los grandes narcotraficantes, no viven ahí, no van nunca a la cárcel, están siempre muy cerca de la política. Están siempre muy cerca de los empresarios, de la economía legal, porque es allí donde se lavan los recursos que se generan con los mercados ilegales. Y eso no lo vemos, no lo discutimos; es muy difícil de percibir, pues buena parte de este fenómeno es elusiva. Lo que hace es tratar de pasar desapercibida, y los que tienen mayor ventaja son los que tienen mucha plata, muy buenas conexiones, que está involucrada en redes internacionales y que están muy lejos de la cárcel en Uruguay, que es adonde van los pobres».

Los pobres no tienen sólo un interés económico, sino que quieren marcadores de status, como el arma que alcanzan a tener, que es ‘cuánto tu valés’ en el barrio. Eso les da identidad, te da un grupo de pertenencia, te da una red de contención.

La paulatina entrada del crimen organizado en los barrios pobres, hará tres décadas, introdujo una violencia distinta, creciente, letal, y hoy los trabajadores sociales dicen lo que nunca antes dijeron: que sus vidas están en peligro. Y ése paerece ser un índice de lo corta que va quedando la mecha, hacia la bomba que, dice Luna, está a punto de explotar.

 

 

 

 

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