CINE: “La pequeña” | El mandato afectivo de la genética

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El duelo por la pérdida, la controversia por el vientre de alquiler y la madre subrogada con compensación económica, la homosexualidad y el amor como mandato genético imperativo son los cuatro desafiantes núcleos temáticos de “La pequeña”, la nueva comedia dramática del realizador francés Guillaume Nicloux, que indaga en algunos problemas lacerantes de los cuales casi nadie está realmente exento.

Esta es una película sin dudas sensible, que explora temas profundamente emocionales, como el duelo por la pérdida, que tan bien analizó, entre muchos otros, el conocido psicoanalista y escritor argentino Gabriel Rolón, en su formidable ensayo intitulado precisamente “El duelo”. Naturalmente en el caso de la muerte de un familiar, la pérdida es realmente inexorable, en la medida que ya el ser querido no estará presente en lo físico, aunque permanecerá en la memoria de sus afectos.

De algún modo, todos hemos pasando por esa experiencia, por el fallecimiento de padres, de hermanos o de algún amigo muy cercano y conocemos de cerca el dolor, que sólo se mitiga con más afecto y tal vez con una terapia psicológica de contención. Lo afirmó por experiencia propia.

Empero, este film aborda también otro tipo de duelo y rupturas, que lastiman los afectos y provocan un profundo sentimiento de conmoción en quien lo padecen, como lo es, sin dudas, la viudez, que en este caso también representa una pérdida.

Aunque la filmografía francesa en torno a las pérdidas es realmente abundante, en el momento me acuden a la memoria filmes de la talla de “Blue”, “La muerte de un ciclista”, “París, te amo”, “La pianista”, “Amour” y “Sin familias”, entre otras. Estos largometrajes abordan la pérdida mediante diversas miradas que atraviesan el horizonte emocional, partiendo de la base que dos de las emociones básicas son la tristeza y el miedo.

La pérdida tiene casi siempre efectos residuales, la mayoría de ellos negativos, porque en el caso de una muerte la pérdida no es transitoria sino definitiva. En efecto, quienes quedan padecen una suerte de tsunami emocional y un desconsuelo, hasta que con el tiempo procesan el duelo y se acomodan a la realidad de la ausencia, teniendo muy claro que ya no habrá reencuentro.

Este tema lacerante es uno de los tópicos vertebrales de “La pequeña”, la comedia dramática, que es más drama que comedia, del realizador galo Guillaume Nicloux, que construye un paisaje argumental realmente complejo pese a que resulta de sencilla decodificación.

El protagonista de esta historia de ficción es Joseph (Fabrice Luchini), un solitario ebanista y restaurador que, pese a tener dos hijos, vive solo porque es viudo y, por ende, pesa sobre él el abrumador estigma de la pérdida. Sin embargo, parece desarrollar una vida absolutamente normal, aunque sea rutinaria y nada estimulante. Las primeras escenas, que muestran al hombre trabajando en su oficio, que tiene mucho de arte, no avizoran ni por asomo que, de la noche a la mañana, cambiará radicalmente el curso de su existencia cotidiana.

En efecto, mientras labora pacientemente y sin sobresaltos, recibe una llamada telefónica que inicialmente no advierte, porque ha dejado tu teléfono celular muy lejos. Incluso, se manifiesta molesto por tanta insistencia. Empero, finalmente se decide a tomar entre sus manos su teléfono móvil y atender la llamada.

Inmediatamente, como si le hubiera caído un rayo, el semblante de su rostro mutra abruptamente a una mueca de angustia. Obviamente, los espectadores no advertidos que no leyeron previamente ninguna reseña sobre esta película, ignoran lo que está sucediendo. Incluso, el hombre sin emitir palabra, aborda rápidamente su automóvil que lo conduce aeropuerto. Allí se encuentra con una verdadera multitud de personas nerviosas y con rostros angustiados, hasta que se confirma el acaecimiento de un accidente aéreo con graves consecuencias. El problema para el protagonista es que a bordo del avión siniestrado viajaba su hijo 

Emmanuel, en compañía de su novio Tony.

Aquí aflora un segundo tema de análisis que aquí no es demasiado relevante: la homosexualidad del joven, que aparentemente siempre fue consentida y tolerada por su padre. En ningún momento se plantea si se trata de un hombre conservador a quien le costó digerir la opción sexual de su hijo. Lo concreto es que lo ama entrañablemente y naturalmente está muy preocupado por saber si ha sobrevivido o no al accidente, como cualquier padre que se precie de tal. Poco después, lo que inicialmente parecía una mera comedia familiar muta en drama, cuando el protagonista se entera que su vástago y su pareja perecieron.

Aunque la angustia de Joseph es compartida por los padres del novio de su hijo, estos exhiben una actitud de absoluto rechazo a compartir el duelo. Evidentemente, no aprobaban la relación homosexual entre los dos jóvenes. De todos modos, en el breve intercambio entre el conturbado ebanista y la pareja de padres dolientes, se entera que su hijo contrató a una mujer belga como vientre subrogante, para que la desaparecida pareja pudieran concretar su aspiración de paternidad.

 La situación deviene en un conflicto, ya que Joseph es afín a seguir con el proceso y buscar a la mujer embarazada y, en cambio, del otro lado parece haber únicamente indiferencia, intolerancia e incomprensión, máxime que existe una promesa de compensación económica a la potencial madre que, a raíz del fatal siniestro, obviamente no se cumplirá.

Incluso, el protagonista se da de bruces contra la incomprensión de su hija Aude (Maud Wyler), con la cual no mantiene una tensa relación, seguramente originada en celos y preferencias.

Así está planteado el cuadro dramático para el devastado ebanista, quien afronta la radical incomprensión y hasta la hostilidad de sus consuegros y hasta de su hija, quien no entiende que su padre tiene vocación de abuelo. Por supuesto, más allá de esa vocación, es evidente que el hombre desea recuperar por lo menos un fragmento genético de su hijo muerto, que estará encarnada en esa niña que aguarda ser dada a luz en la vecina Bélgica.

Aquí lo que claramente prevalece es el amor, que en este caso trasciende a la muerte. Este es, sin dudas, uno de los costados más conmovedores de una película sensible y removedora, más allá que esté cruzada por la tragedia y por el conflicto.

En ese contexto, el hombre, pese a una persistente afección cervical que lo tiene en jaque, viaja igualmente a Bélgica con el propósito de encontrar a Rita (Mara Taquín), la madre subrogante contratada por su hijo, quien se encuentra en pleno período de gestación. En un hogar monoparental, La mujer, que  ya tiene una hija, asume sus responsabilidades y, por ende, necesita imperiosamente el dinero prometido. 

A pesar de las dificultades lingüísticas para comunicarse ya que no domina el flamenco, el anciano igualmente se las ingenia para vencer la inicial resistencia y desconfianza de la mujer, quien, para que el futuro abuelo pueda conocer y acceder a la nieta que viene el camino, pone como condición que se cumpla con la promesa de la compensación. El problema es que el futuro abuelo carece de los recursos indispensables para cumplir con lo acordado en vida por su hijo y sus consuegros se niegan tajantemente a colaborar económicamente.

Empero, el protagonista no se rinde y decide vender incluso su auto, con tal de obtener el dinero que le permita compensar a la madre de su futura nieta. Para ello, debe vencer la resistencia de su hija, que no comparte la actitud de su padre, ni puede esperar demasiada ayuda de sus consuegros.

El relato, que va bajando paulatinamente los decibeles de la angustia por la pérdida padecida por alguien que parece estar condenado a sufrir y a despedir a sus afectos antes de tiempo, transcurre por momentos por los carriles de la comedia, aunque jamás está totalmente exento de conflictos.

Empero, con el tiempo, el hielo entre ambos se rompe y, de ese modo, Joseph logra que la joven embarazada acepte que él la acompañe hasta el momento que se registre el parto e incluso luego pueda desarrollar un vínculo duradero.

 En tal sentido, resulta realmente conmovedor observar como el protagonista cuida a la mujer y la lleva a la clínica, observa el feto de su nieta en la pantalla del ecógrafo y hasta escucha los latidos del corazón de la niña que viene en camino.

Aunque el relato luego transcurre por andariveles bastante menos dramáticos y sin mayores tensiones, el nuevo desafío es quién se encargará en el futuro de la pequeña a la que alude el título, ya que el hombre, que desea adoptarla, se da de bruces con la legislación francesa que prohíbe la prácticas de madres subrogantes, cuando hay intereses económicos de por medio.

Este largometraje, que mixtura el drama con la comedia logrando dosificar sabiamente las emociones para no caer en el mero ejercicio lacrimógeno tan habitual en las horrendas telenovelas que observamos en los canales privados de televisión, plantea por lo menos tres temas cruciales: el duelo, la homosexualidad y, naturalmente, el fenómeno de los vientres de alquiler, que es bastante más común de lo que se supone en otros lares. En estos tres tópicos el director imprime a su película un abordaje de suma sobriedad, sin caer en el dramatismo extremo ni en el cliché fácil.

En efecto, aquí el drama de la pérdida es analizado con singular ponderación e incluso el relato no incluye escenas del accidente en el cual perece el hijo del protagonista, lo cual evita que el planteo pueda resultar emocionalmente más desolador.

Por su parte, el tema de la homosexualidad apenas sobrevuela el relato. En cambio, el discurso cinematográfico reivindica el derecho de una pareja cuyos miembros son del mismo sexo de poder ser padres. Incluso, en Uruguay, desde 2009, las parejas homosexuales pueden adoptar un niño o niña, cumpliendo los mismos trámites y requisitos que una pareja heterosexual. 

Como se recordará, durante el gobierno del ex presidente José Mujica, que fue pródigo en derechos y en el amparo de las minorías, nuestro país se transformó en la primera nación latinoamericana en consentir la denominada adopción igualitaria, lo cual supuso un salto cualitativo que lo transformó en referente mundial.

En lo que atañe a la madre subrogante, el cineasta critica la legislación de su propio país, que prohíbe terminantemente la denominada procreación subrogada, por considerarla “una violación del principio de la dignidad humana y la inalienabilidad del cuerpo”. Al respecto, en el país galo se considera que cualquier contrato que afecte la procreación o la gestación por cuenta de un tercero es nulo, y la práctica puede acarrear sanciones penales. Por supuesto, esta rígida norma amputa, en forma radical, el derecho a ser padres a los matrimonios que no pueden procrear por sí mismos.

La película analiza este tema con suma madurez despojada de toda tentación panfletaria, ligándolo con el derecho de un abuelo a ver y aun a vivir en régimen de adopción con su nieta, aunque para ello tengo que hacer ingentes sacrificios.

“La pequeña”, que no es una gran película digna de recordar o de volver a visionar, pero sí deja un mensaje realmente gratificante, es bastante más que una comedia dramática. Es una historia sencilla, pero que plantea temas sumamente trascendentes que exceden a lo cotidiano y convocan a reflexionar sobre la vida, la muerte, la tolerancia, la ternura y el inalienable derecho a la felicidad. Incluso, la última escena, que exhibe una foto panorámica de la pareja de jóvenes muertos en el siniestro sonrientes en la playa, constituye un epílogo pleno de ternura y hasta de esperanza, sugiriendo que, cuando se deja descendencia, el amor puede transcender incluso a las inescrutables fronteras de la muerte, por el mandato afectivo de la genética.

La formidable actuación protagónica de Fabrice Luchini, una suerte de ícono actoral del cine francés, a quien secunda un electo de intérpretes sumamente sólidos, contribuye a realzar esta propuesta cinematográfica.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA
La pequeña. (La petite). Francis-Bélgica 2023. Dirección: Guillaume Nicloux. Guión: Guillaume Nicloux y Fanny Chesnel. 

Fotografía. Ives Cape. Música. Ludovico Einaudi. Montaje: Guy Lecorne. Reparto: Fabrice Luchini, Mara Taquin, Maud Wkiler y Veerñe Baetans 

 

 

 

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