“Armand”: Desiderátum de culpas y prejuicios

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La presunción de abuso sexual entre niños, la mentira, la sospecha, el escándalo en ciernes, la culpa, el prejuicio, el ocultamiento y la muerte, que en este caso puede ser accidental o incidental, son los ocho removedores pilares temáticos de “Armand”, el controvertido drama del joven realizador noruego  Halfdan Ullmann Tøndel, nieto del icónico cineasta sueco Ingmar Bergman y de la actriz, directora de cine y escritora noruega Liv Hullman.

Más allá de la mera herencia genética, que es insoslayable, en este 

largometraje, que es su ópera prima, el joven cineasta emula mucha de la impronta de su abuelo Ingmar Bergman, quien fue un emblemático maestro del cine de vuelo metafísico, que apeló al lenguaje cinematográfico para plasmar temas que realmente lo obsesionaban, como la muerte, la soledad, la fe, la religión, el silencio de Dios, el sexo y las relaciones humanas.

Esa suerte  de cine existencial y existencialista que retrató la realidad a través del espejo de su propia experiencia de vida y particularmente de su tumultuosa infancia, está poblado de personajes casi siempre complejos, tortuosos y atormentados.

Esas son las señas de identidad del antepasado de este joven y ciertamente muy promisorio creador, que debuta en la pantalla grande con un título realmente removedor, que homenajea la mejor tradición de la cinematografía nórdica.

En ese contexto, Halfdan Ullmann Tønde, quien ganó el año pasado la Cámara de Oro en el Festival de Cannes, selecciona un tópico ciertamente controvertido: la sexualidad de los niños, que sigue siendo un tema singularmente polémico, pese a que los avances de la ciencia han permitido determinar que se trata de un proceso normal del desarrollo y la maduración de la persona.

Al respecto, uno de los precursores en el estudio de este tema fue el célebre médico neurólogo austríaco Sigmund Freud, quien afirmó que la sexualidad infantil no es una versión en miniatura de la sexualidad adulta, sino un proceso de desarrollo que se inicia con las primeras experiencias de placer y se extiende a lo largo tres varias etapas, como la oral, la anal y la fálica, donde diferentes zonas del cuerpo se convierten en fuentes de placer. 

Mientras en el período oral, que se extendería hasta el año de vida,  la fuente de placer es la boca a partir de amamantamiento, la anal refiere al control de esfínteres y, finalmente, la fálica alude al conocimiento de los genitales propios y a su diferenciación, en el caso del varón, con los de la niña.

Esta sexualidad precoz se caracteriza por ser autoerótica. Es decir,  centrada en el propio cuerpo, y se distingue de la genitalidad adulta. Antes, siempre según la teoría freudiana, aflora el denominado Complejo de Edipo, que transforma al hijo varón en una suerte de rival de su padre, con el cual pugna por el amor de la madre. Naturalmente, este teoría se inspira, además de en sus propios estudios científicos, en la mitología griega y concretamente en “Edipo Rey”, la tragedia de Sófocles que ha sido recurrentemente representada en el teatro moderno e incluso adaptada al cine por el controvertido realizador italiano Piel Paolo Pasolini, en una película homónima que data de 1967, que, por entonces, escandalizó a la audiencia más conservadora y, por supuesto, a la dogmática Iglesia Católica Apostólica Romana.

Aunque el joven realizador es oriundo de una sociedad abierta como la noruega que suele abordar con singular naturalidad este y otros espinosos temas, este film no deja de removedor prejuicios largamente arraigados en el imaginario social.

Empero, en el decurso de su trabajo de preparación de esta película, el autor desarrolló una intensa investigación, que incluyó entrevistas con directores de colegios primarios, a los efectos que estos le transmitieran, de primera mano, sus conclusiones sobre el fenómeno de la sexualidad de niños y entre niños.

De su pesquisa surgió nítidamente que el juego del doctor es habitual entre infantes de sexos opuestos o aun del mismo sexo, incluso en el nivel de la educación preescolar, porque es una mera imitación de la propia experiencia de los menores con sus médicos de cabecera.

 “Algunos directores y maestros me dijeron que tenían un determinado procedimiento para estos casos, muchos otros no. Los directores de los colegios más pudientes decían que si pasa lo derivan a servicios sociales o a la policía. Sin embargo,  los jerarcas de las escuelas más pequeñas sólo deseaban que no pasara, porque no tenían las herramientas para sobrellevar la situación. Pero al final, como sucede en la película, si no tienes un manual para esto, lo cual de hecho sucede, no sabes qué hacer con en este tipo de situaciones. Por eso, elijo satirizar alrededor de un tema tan serio”.

Esa es realmente la estrategia de este nuevo talento, que en esta película, que sin dudas destaca por su superlativa originalidad, mixtura el drama con la comedia satírica, a los efectos de bajar los decibeles de la tensión cuando esta adquiere ribetes más intensos.

Incluso, la narración se inicia con una mujer que conduce velozmente un automóvil de alta gama a través de una carretera rodeada por un espléndido paisaje, como si quisiera llegar cuanto antes a su destino. Evidentemente, se trata de una situación de urgencia, que, en principio, induce al espectador a pensar que algo realmente dramático ha sucedido.

En ese contexto, “Armand” es una suerte de puesta teatral, que transcurre, casi íntegramente, en ambientes cerrados: la habitación donde se dirime el conflicto y los salones de clase vacíos, aunque siempre el espacio dominante es un amplio y oscuro corredor o pasadizo, cuyas paredes lucen fotos de alumnos y docentes de las generaciones anteriores.  De algún modo, esa suerte de vasta exposición es la memoria de la institución, que en función de las sonrisas, siempre transmite la idea de afecto y comunidad, aunque esta no esté siempre exenta de conflictos.

En efecto, en esos ambientes se desarrolla la peripecia dramática, que en todo momento tiene una impronta teatral, porque además de las palabras, también abundan los gestos, las risas y hasta los llantos, todas reacciones típicas de las seis emociones básicas definidas científicamente por la psicología. Por supuesto, no falta la violencia verbal, que es retratada por los reproches, las acusaciones y los pases de facturas, inevitables en una situación conflictiva entre personas que comparten similares experiencias de vida y, en algunos casos, están unidas por lazos familiares.

Todo se inicia cuando la maestra Sunna (Thea Lambrechts Vaulen) es convocada al despacho de la dirección, por el  director de la escuela, Jarle (Øystein Røger) y por su colega directora Ajsa (Vera Veijovic), con el propósito de plantearle un tema sin dudas sumamente escabroso. En efecto, le encomienda citar a los padres de dos alumnos que podrían estar involucrados en un presunto abuso sexual, aunque sólo tengan seis años de edad. En ese marco, son citados de urgencia la joven actriz viuda Elisabeth (Renate Reinsve), madre de presunto agresor que se llama precisamente Armand, y Anders (Endre Hellestveit) y Sarah (Ellen Dorrit Petersen), padres del niño presuntamente abusado.

Paradójicamente, los únicos que no participan en el coloquio, que se parece mucho a un contencioso judicial o bien a un tribual de la Inquisición, son los dos menores de edad, que permanecen al margen. Incluso, sólo uno de ellos, en este caso Armand, aparece fugazmente tocando el violonchelo.

Es decir, ninguno de los niños tendrá la oportunidad de hablar y defenderse, ya que sus testimonios sólo se expresan por boca de los adultos, en una extensa reunión que, a medida que transcurre la narración, va subiendo de temperatura. Incluso, es tal el grado de tensión, que tanto el director como la directora, somatizan sus emociones, el primero de ellos sudando copiosamente y la mujer padeciendo una casi permanente hemorragia nasal.

A priori,  los responsables del centro educativo se proponen minimizar el episodio, a los efectos que no trascienda, ya que se trata de un instituto muy prestigioso destinado a estudiantes que pertenecen a familias de extracción burguesa, que debe proteger su reputación. Sin embargo, los progenitores del presunto abusado les reprochan y los responsabilizan por haber fallado en los controles y los cuidados que deben ejercerse sobre los niños.

La hipótesis, bastante poco probable, es que Armand habría manoseado a su compañero e incluso lo habría penetrado. Si bien esta posibilidad parece inverosímil, la ciencia médica establece que un niño de seis años puede tener erecciones en forma espontánea, por la estimulación genital que se ejerce a esa edad, que es un período de conocimiento del cuerpo.

Empero, aunque el lenguaje empleado en el diálogo entre los ocasionales interlocutores no omite referencias a los genitales masculinos, el planteo es sobrio y en ningún momento juega con el morbo que una situación de esa naturaleza puede originar.

En lo sucesivo, la película abunda en reproches, porque mientras la madre del presunto abusador niega tajantemente que su hijo puede haber cometido tan desaguisado, la pareja de la contraparte afirma que el niño fue denunciado por su vástago, Incluso, lo que complejiza aun más la trama es que la madre del presunto agresor es cuñada de la progenitora del presunto agredido, cuyo hermano falleció aparentemente en un accidente, aunque se presume que puedo tratarse de un suicidio. Es decir, Armand es huérfano de padre, situación que torna aún más traumática la situación.

La reunión entre las seis personas se interrumpe varias veces, motivando encuentros por separado que tienen ciertamente muy poco de esclarecedores y sólo inducen a la confusión.

El pasaje de la carcajada al llanto es una de las tantas expresiones de catarsis que experimenta la madre del infante presuntamente violador, al igual que los pasos de baile que ensaya en el amplio pasillo de la escuela, conjuntamente con un limpiador.

Esa corografía, sumada a la imagen de esta mujer cuando es rodeada y tocada suavemente por una multitud de madres de otros alumnos como si se tratara del juego de la mancha habitual en las escuelas, constituye un elocuente y metafórico testimonio de la culpa, de la hipocresía y, por supuesto, hasta de la discriminación. Esta secuencia también posee una estética intransferiblemente teatral, como casi todo el desarrollo del relato, que destaca por su intrínseca densidad, y hasta es una suerte de juego de espejos en el cual los protagonistas reflejan sus propias culpas.

Otro elemento que también adquiere un superlativo significado simbólico es el climático, con esa lluvia torrencial que cae incesantemente sobre todos los protagonistas y agonistas. Esa voluntaria exposición a la intemperie es muy clara: la compulsión por lavar culpas y que el agua desprenda la costra de esas conductas ambivalentes, contradictorias y hasta incomprensibles.

En nuestra opinión, contrariamente a lo que el espectador pueda lucubrar, el tema central de este relato no es el presunto abuso sexual entre memores, sino los comportamientos ambiguos de los adultos, que, en todos los casos, son de complicidad y tal vez hasta de encubrimiento. En efecto, todos tienen algo que ocultar, desde la actriz y madre del presunto abusador que siempre asume actitudes histriónicas, pasando por el lacónico mutismo de los padres del supuesto abusando y hasta por el nerviosismo de los directores de la escuela, que somatizan sus emociones como si se sintieran inseguros y culpables. La única persona que parece tener la suficiente madurez para afrontar la coyuntura es la maestra del curso, que es sometida a presiones indebidas por sus superiores.

Más allá que el joven cineasta tiene su propia impronta artística, se nota claramente la influencia del cine de su abuelo Ingmar Bergman, ya que los personajes de este película singular son seres humanos que padecen sus propios traumas y viven en función de sus arraigadas creencias y prejuicios, a quienes claramente les cuesta ser sinceros y conectar con el otro sin exacerbarse.

“Armand” es, sin lugar a dudas, un drama pero también es una comedia, porque el director sabe utilizar sabiamente el humor como una suerte de válvula de escape de tanta tensión, entre personas singularmente complejas y que realmente jamás expresan  realmente lo que sienten en sus fueros íntimos.

Al frente de un reparto actoral de plausible solvencia interpretativa en cada uno de sus componentes, brilla con luz propia la formidable actriz noruega Renate Reinsve, quien encarna a una mujer atormentada y madre sola, que debe lidiar con su fama artística pero también con su soledad, con sus actitudes compulsivas y frecuentemente agresivas, con un hijo aparentemente complejo y también con sus agobiantes traumas y sus culpas subyacentes.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 FICHA TÉCNICA

 

Armand. 2024.  Noruega, Países Bajos, Alemania y Suecia.

Producción: Andrea Berentsen Ottmar. Dirección y guión: Halfdan Ullmann Tøndel. Música: Ella van der Woude. Fotografía: Pal Ulvik Rokseth. Edición: Robert Krantz. Reparto: Renate Reinsve, Ellen Dorrit Petersen, Øystein Røger, Endre Hellestveit, Thea Lambrechts Vaulen y Vera Veljovic-Jovanovic.

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