“Cuando cae el otoño”: La tóxica mutación de los afectos

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La violencia, el amor, la vejez, los celos, el odio subyacente y la perversidad son los seis núcleos temáticos de “Cuando cae el otoño”, el nuevo y ciertamente revulsivo largometraje del ya célebre realizador francés François Ozon, quien, en el decurso de su carrera artística, ha incursionado en diversos territorios temáticos que exponen, con descarnado rigor, algunos de los conflictos más frecuentes del ser humano.

Se trata de un cineasta sin dudas diferente y en cierta medida inclasificable, que recoge el legado de maestros de culto de la talle del estadounidense John Waters, del rupturista creador español Luis Buñuel y hasta del genial realizador alemán  Rainer Werner Fassbinder.

En ese contexto, su perfil artístico siempre ha estado vinculado a la controversia por las temáticas que aborda en sus producciones, que priorizan, entre otros tópicos, diferentes miradas sobre la realidad, con particular énfasis en la fugacidad, la muerte, la identidad sexual y la amistad.

No en vano, su obra, que consta de un total de veintitrés películas, ha cobrado singular relevancia en festivales internacionales absolutamente ajenos a la industria, con la obtención de un centenar de nominaciones y treinta y seis galardones.
Dueño de una estética potente y removedora y de una escritura narrativa de alto vuelo conceptual, este notable autor ha entregado una filmografía que se destaca por su singularidad, que incluye, entre otros títulos no menos relevantes,  “Ocho mujeres” (2002), “La piscina” (2003), “En la casa 2012”, “Joven y bella” (2013), “Franz” (2016), “Por gracia de Dios” (2018) y “Verano del 85” (2020).

En ese contexto, “Cuando cae el otoño” propone una suerte de drama de claros tintes policiales, que perfectamente se podría emparentar con el cine del maestro del suspenso Alfred Hitchcock y con el del no menos célebre realizador francés Claude Chabrol, quien solía afirmar que sus películas presentaban tramas comunes en las cuales interactuaban personajes complejos. Eso es en parte lo que sucede en esta película sin dudas enrevesada, que en su superficie presenta una estructura argumental inicialmente lineal, pero la complejidad de los personajes la tornan claustrofóbica. Incluso, algunos de ellos parecen inocentes e incapaces de hacer daño, aunque, en realidad, esa percepción es errónea.

A diferencia de otros films precedentes del prolífico director, este relato está ambientado en la campiña francesa, concretamente en la región de Borgoña, en un bucólico paisaje de superlativa belleza natural que contrasta claramente con el vértigo de las  grandes ciudades como París, que en este caso funge como una escenografía cinematográfica meramente marginal.

Empero, ese paisaje natural escasamente poblado es una suerte de metáfora de algunos de los temas que aborda esta propuesta, como el desgaste de los lazos familiares y la vejez. En efecto, el propio título de esta película tiene su correlato en la trama cinematográfica, caracterizada por la mutación, como sucede en el caso de la naturaleza. En ese marco, la caída de las hojas de los árboles simboliza la decadencia, pero también la transición hacia el invierno, que es la estación del año de clima más riguroso y ciertamente inclemente.

No en vano, la protagonista de esta historia es  Michelle, interpretada por Hélène Vincent, una solitaria anciana que vive en un caserón emplazado en un espacio casi rural y rodeado por un inmenso jardín, que está claramente desatendido, ya que la mujer no tiene fuerzas para hacerse cargo del mantenimiento.

Empero, aunque reside sola, cerca de su casa vive su entrañable amiga Marie-Claude (Josiane Balasko), una mujer obesa y de semblante muy triste, con quien comparte un pasado que ambas se esfuerzan en ocultar, porque las avergüenza. Incluso, esta mujer arrastra el karma de tener a su hijo Vincent (Pierre Lottin) preso. En ese marco, la protagonista, que es una persona muy solidaria, la lleva en su auto a la cárcel los días de  visita, lo cual refuerza la amistad entre ambas.

Empero, Michelle vive su propio drama, ya que mantiene una relación muy tensa con su hija Valérie (Ludivine Sagnier), quien parece odiarla. Sin embargo, igualmente aguarda su llegada con ansiedad, ya que desea ver a su pequeño nieto Lucas (Garlan Erlos), un niño que, aunque es enigmático, parece amar más a su abuela que a su propia madre.

Aunque la tensión entre madre e hija se respira en el aire, los  tres igualmente comparten un almuerzo cuyo menú incluye un pastel relleno con hongos silvestres. Lo extraño y que el espectador a simple vista no percibe, es que la anfitriona y el niño no comen y la hija de la anciana sí, lo cual desemboca en un cuadro de intoxicación no letal.

 Empero, este episodio complejiza aun más el vínculo entre madre e hija, quien le reprocha a la anciana  y la acusa de haberla querido envenenar adrede. La consecuencia es que la joven castiga a la protagonista separándola de su nieto, lo cual provoca una sensación de profunda conmoción y dolor. Este es el primer cuadro de un drama, que, aunque contiene algunos momentos de humor bastante liviano, no es ni por asomo una comedia como la han calificado algunos críticos.

La otra punta del iceberg argumental es Marie-Claude, cuyo hijo sale de la cárcel y es contratado por Michelle para hacerse cargo del desatendido jardín. Entre ellos surge una corriente de afecto, muy similar a la de una madre con un hijo, lo cual avizora, a priori, que el relato se va a complejizar.

Hasta el primer tercio de su desarrollo, la película transcurre como una suerte de pieza teatral con cinco personajes visibles pero no menos complejos, incluyendo también al niño, que tiene en su rostro un gesto siempre distante e indefinido. La explicación es simple: vive en un hogar monoparental con su atribulada madre en París y lejos de su padre, a quien sólo ve esporádicamente, ya que este reside en otro país. Es decir, no es feliz ni se siente cómodo con su progenitora pero si ama a su abuela y hasta desea vivir con ella, lo cual genera celos de la parte de la madre, quien tiene un vínculo sumamente problemático con su progenitora.

Esa fractura afectiva entre ambas se origina por el pasado de la anciana, quien, cuando era joven, ejercía la prostitución junto a su amiga y vecina, lo cual la expone a una suerte de condena social de en pequeño pueblo cercano, que es muy conservador. Aunque el relato no abunde en detalles, el haber sido meretriz no debería ser razón para ser rechazada por su hija.

Este es el debate cultural que plantea la película, en tanto el ejerció del oficio más antiguo del mundo no debería generar una actitud de segregación, porque todas las sociedades ocultan miserias humanas y la prostitución, que es un trabajo como cualquier otro, debería ser aceptado y asumido como tal.

En efecto, a menudo, las mujeres se prostituyen por necesidad para sostener sus hogares monoparentales. En otros casos, por opción en el usufructo de su libertad, que nadie tiene derecho a conculcar ni a juzgar. Otro caso sucede con las mujeres trans, quienes son aun más escarnecidas por gente que se erige en juez o en fiscal, por no respetar la diversidad.

En este caso, François Ozon plantea un tema sin dudas controvertido, que hace a la tolerancia y la intolerancia. En realidad, ¿se puede realmente concebir que una hija odie a su madre por haber sido prostituta sin conocer plenamente el contexto y las motivaciones que la indujeron a vender su cuerpo a cambio de dinero? Por supuesto, como en otros casos, el ejercicio del meretricio es un tema de mercado, porque si hay oferta es porque también existe demanda de servicios sexuales, en una sociedad en la cual los vínculos han cambiado radicalmente.

El segundo tema que plantea esta historia es el de los celos, en este caso también entre una madre y una hija por el amor de un niño, que queda atrapado en el medio de la disputa entre dos mujeres a quienes ama. Este es el otro territorio de conflicto, que separa radicalmente a dos personas unidas por lazos de sangre, pero que albergan agudos resentimientos mutuos.

Otro de los núcleos temáticos es la enfermedad, que, en el caso de la amiga de la protagonista, es mortal. En este cuadro dramático también subyace la piedad y la solidaridad, dos cualidades que adornan la personalidad de la anciana, quien pese a ser una mujer contradictoria, es igualmente un ser humano muy querible.

Sin embargo, un trágico acontecimiento cambia el curso de un relato cargado de tensiones, que se torna singularmente enigmático y hasta tiene una impronta propia del cine del maestro Alfred Hitchcock o bien del referente cineasta Claude Chabrol.

Ese evento, que es por cierto muy dramático, sacude de pies a cabeza a todos los personajes y hasta cambia los parámetros de relacionamiento, más allá que el enigma se mantiene vigente incluso hasta el final de relato.

En efecto, esa muerte, que puede ser accidental o producto de un asesinato, dispara una investigación policial con escasas posibilidades de éxito, ya que de la pesquisa no surgen pistas concluyentes que puedan aclarar lo que realmente sucedió.

Esa suerte de punto de inflexión muta el enrevesado conflicto en intriga policial, ya que a este deceso misterioso se suma el pasado episodio del envenenamiento, que es casual o causal. En ese contexto, la verdad, que se puede intuir pero no esclarecer, queda en una suerte de limbo o nebulosa, acorde con las reglas del buen cine de suspenso, que siempre otorga al propio espectador un rol protagónico en la dilucidación de casos que deberían ser dilucidados por la Policía.

En esas circunstancias, el propio cinéfilo que visiona esta película se transforma en una suerte de detective y hasta en cómplice de algunos de los protagonistas, en tanto lo que sucedió puede disparar algunas especulaciones y hasta se puede intuir pero, en ninguna de las posibles hipótesis, hay una conclusión que permita desentrañar la trama.

“Cuando cae el otoño” abunda en golpes bajos y hasta en vueltas de tuerca, desde un comienzo sumamente descontracturado ambientado en un bucólico paisaje cuasi rural, hasta un tenso desarrollo que va agregando diversas capas sobre un drama que crece incesantemente en intensidad.

En realidad, acorde a lo que marcan las reglas del popular género de suspenso, nada es lo que parece ser y hasta los personajes aparentemente más inofensivos ocultan aviesos sentimientos y, por acción u omisión, pueden resultar tóxicos, como los hongos venenosos que abundan en el esplendoroso paisaje de la campiña. En cierta medida, aunque no se explicite ni se explique, se intuye una suerte de paralelismo entre los hongos y las personas, porque esos heterótrofos, que pertenecen al reino de los eucariotas, pueden ser aparentemente inofensivos aunque no lo sean. Lo mismo sucede con las personas, cuya apariencia, en muchos casos, no guarda ninguna relación con sus sentimientos.

El epilogo de este film propone un desenlace abierto que convoca a la reflexión, ya que dispara más de una sospecha y , por cierto, una agobiante e incómoda sensación de que hay un crimen impune que nunca se sabe realmente si fue un crimen, aunque luego, el propio devenir de la biología, haga justicia.

Incluso, el título de la película tiene un costando intransferiblemente metafórico, en tanto el otoño, que precede al invierno, es sinónimo de caducidad, porque las hojas de los árboles cambian de color por el déficit de sol y finalmente caen. Lo mismo sucede con los seres humanos, a medida que envejecen y se acercan a la muerte. La radical diferencia es que en el caso de los humanos ese proceso es irreversible y, en cambio, los árboles o la mayoría de ellos, recuperan todo su vigor y esplendor con el advenimiento de la primavera, que es la estación del año que marca una suerte de apoteótica resurrección de la naturaleza.

En este caso, el parangón es entre el otoño y la protagonista, que es una anciana, quien, en sus últimos años de peripecia existencial, se aferra obsesivamente tanto a la vida como a sus afectos. Este personaje, que genera realmente simpatía, no tiene nada de inocente, ya que puede ser tan tóxico como los propios hongos venenosos, que cumplen un rol muy importante en la naturaleza pero también en esta historia que abunda en enigmas nunca saldados.

“Cuando cae el otoño” mixtura el drama con la intriga policial, en una suerte de caprichoso y complejo rompecabezas que juega permanentemente con la imaginación del espectador y reflexiona acerca de las peores miserias humanas. En ese contexto, la intrínseca calidad de la fotografía de exteriores y la actuación protagónica de la talentosa, longeva y aun vigente actriz francesa Hélène Vincent transforman a esta película francesa en una propuesta cinematográfica realmente atrapante y removedora.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

Cuando cae el otoño (Quand vient l’automne).  Francia 2024. Dirección: François Ozon. Guión: François Ozon y Philippe Piazzo. Fotografía: Jérôme Alméras. Edición: Anita Roth. Reparto: Hélène Vincent, Josiane Balasko, Ludivine Sagnier, Pierre Lottin, Garlan Erlos, Sophie Guillemin y Malik Zidi.

 

 

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