-La violencia, la muerte, el sexo, la droga, la pobreza y la corrupción policial son los seis revulsivos pilares temáticos que desarrolla “Atrapado robando”, el flamante y no menos impactante largometraje del controvertido realizador estadounidense Darren Aronofsky, quien siempre ha desafiado al statu quo de la industria, mediante un cine “sucio” que visibiliza las múltiples patologías de la sociedad contemporánea en sus más dramáticas facetas.
El director neoyorkino, que es un artista polémico por la extrema crudeza y realismo de su brillante y explosiva carrera fílmica, es reconocido por recordadas producciones dramáticas como “Réquiem para un sueño”, “Pi”, “El cisne negro”, “El luchador”, “¡Madre!” y “La ballena”, que, en todos los casos, se nutren de personajes complejos y decadentes.
En efecto, la obra de Aronofsky, que es particularmente cine de actores más allá de su esmerado guionado y su ácido discurso argumental, remueve por la explicitud y despiadada frontalidad de sus relatos, que se apoyan siempre en personajes desencantados, a menudo marginados y en otros casos radicalmente alienados.
Es, por ejemplo, el caso de los protagonistas de “Réquiem para un sueño”, quienes padecen una adicción a los narcóticos más pesados que es dramáticamente autodestructiva, aunque también alude a la adicción a los alimentos y al compulsivo consumo de subproductos televisivos basura, en el caso de una mujer obesa.
Otro hito en la carrera del realizador, es sin dudas, “Cisne negro”, un drama inspirado en el célebre ballet “El lago de los cisnes”, del compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski, magistralmente protagonizado por la brillante y laureada actriz Natalie Portman, quien encarna a una bailarina obsesiva y psicótica. El papel le valió al Oscar a la Mejor Actriz que otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.
Asimismo, también merece singular destaque “El luchador”, un drama no menos ácido y removedor que narra la historia de ficción de un luchador profesional de catch-as-catch-can, quien, aquejado de múltiples adicciones y patologías, está en franca decadencia. La actuación protagónica de Mickey Rourke es realmente descollante.
Empero, tal vez su película más notoria y exitosa sea “La ballena”, que transforma a la obesidad en un verdadero tormento para su protagonista, que es Charlie (Brendan Fraser), un profesor de literatura que pesa bastante más de doscientos kilos, lo cual lo obliga a permanecer todo el día sentado, con oxígeno y casi sin moverse, porque le falta el aire. Incluso, padece una hipertensión crónica. Por supuesto, para movilizarse lo mínimo dentro de su casa requiere de un andador y en ocasiones de una silla de ruedas.
Este obeso mórbido, cuya salud se deteriora gravemente día a día, imparte clases por Zoom, aunque no se deja ver en la pantalla por sus alumnos. Evidentemente, tiene vergüenza que sus discípulos descubran su grotesca anatomía. A ello su suma un agrio conflicto con su hija, quien le reprocha haberla abandonado, lo cual completa un cuadro singularmente duro y horadado por la decadencia.
Por este film, sin dudas demoledor, tanto por su temática como por su impronta discusiva y reflexiva, Brendan Fraser, que antes se había destacado por sus papeles livianos en comedias o películas de aventuras, se adjudicó el Oscar al Mejor Actor, por su impactante, visceral y no menos sorprendente actuación protagónica.
En efecto, todo el cine de Darren Aronofsky es “sucio”, revulsivo y, si se quiere, hasta chocante, por su crudo y dramático realismo absolutamente ajeno a lo meramente complaciente.
Empero, esta nueva película, cuyo sugestivo título es “Atrapado robando”, sorprende a las audiencias y a los habituales cinéfilos incondicionales del iconoclasta creador, con una propuesta radicalmente diferente, más emparentada con el cine de Martin Scorsese y Quentin Tarantino, por su sobredosis de violencia no exenta de truculencia, salpicada con un ácido humor negro.
Se trata de una película bastante inclasificable, que mixtura la comedia dramática con el cine policial y con el género dramático, todo adosado, eso sí, con la pátina de desencanto que siempre ha caracterizado la producción creativa de Darren Aronofsky.
En efecto, es, como sus filmes precedentes, un cine de perdedores y de antihéroes y, naturalmente, también un cine de marginados que viven en la periferia de la sociedad, en este caso concreto en 1998, en tiempos del exfiscal federal neoyorquino Rudolph
Giuliani, quien encabezó una histórica campaña política y penal contra el crimen organizado con óptimos resultados. Sin embargo, fue cuestionado por encabezar una trama a favor de Donald Trump destinada a desligitimar el triunfo electoral del demócrata Joe Biden en 2020, en una suerte de acto de sedición cuasi golpista propio de una republiqueta bananera.
No en vano, la historia está ambientada en Lower East Side, un extenso barrio o bien un vecindario situado en la región sureste de Manhattan, Nueva York, un lugar cosmopolita habitado por numerosos inmigrantes, punks y personas extrañas.
Este es el decadente paisaje urbano donde se desarrolla la acción de este largometraje, que, casi desde el comienzo, propone un ritmo trepidante y una descomunal escalada de violencia como si se tratara de una montaña rusa de emociones.
Empero, aunque las escenas iniciales transcurren sin mayor tensión, las siguientes secuencias rompen con esa inercia y deparan los primeros estallidos de brutalidad extrema, como si se tratara de una película de Quentin Tarantino.
En ese contexto, el protagonista de este relato, caótico y con abundante adrenalina, se sitúa inicialmente en el escenario de un colmado bar, donde trabaja Hank Thompson (Austin Butler), un joven ex jugador de beisbol que debió abandonar una brillante carrera deportiva a raíz de una lesión en una de sus rodillas que lo dejó profundamente traumado, ya que su copiloto murió en el acto. Se trata de un ser humano solitario y alcohólico, en cuyo caótico departamento de soltero hay una verdadera bodega atiborrada de bebidas alcohólicas que consume cotidianamente en cantidades industriales, como si fuera mera agua mineral.
Por supuesto, aunque ya no está en actividad, igualmente mantiene su pasión por el deporte y sigue la azarosa peripecia de su equipo favorito. Es un fanático que vive borracho y la única persona que tiene en el mundo es su madre, con quien se comunica todos los días por vía telefónica, manteniendo conversaciones baladíes. Empero, su único acompañante real es el gato de su vecino punk Russ (Matt Smith), que cuida cuando este no está. Empero, sí tiene una novia con la cual no convive pero si le aporta la cuota de sexo frenético y cuasi salvaje que este joven necesita para seguir transitando, en estado de absoluto aburrimiento, por sus rutinas de vida grises y sin ningún estímulo.
Se trata de una persona inofensiva, pero que debe interactuar en un medio deprimido por la pobreza y la indigencia y asolado por las mafias del narcotráfico. Obviamente, esta circunstancia modifica radicalmente el curso de su vida, cuando es sometido a una demoledora golpiza por parte de una banda que se comunica mediante una lengua que le resulta extraña, pero que él, en medio de una andanada de golpes y patadas, identifica como ruso. Lo novedoso es que los intercambios verbales entre estos pendencieros son registrados mediante subtítulos en rojo.
¿Cuál es el motivo del conflicto entre estos copadores y el protagonista? Aparentemente, estos violentos intrusos que incluso desafían y amenazan a un vecino, buscan obsesivamente una llave que los conducirá a un depósito que guarda millones de dólares.
Se trata de violentos narcotraficantes de nacionalidad rusa, que han invadido literalmente el barrio, lo cual nos induce a recordar, aunque pueda resultar antojadizo, el terror pánico que otrora tenían los yanquis a ser invadidos por los rusos de la comunista Unión Soviética, en los extintos tiempo de la Guerra Fría. Por supuesto, estos rusos no son aquellos rusos, porque estos son capitalistas y amantes del dinero y el mercado. Empero, sí son violentos, al igual que una pareja de judíos rabinos prepotentes, que le disparan a todos lo que se mueve y que disputan el control del vecindario, encarnados por Liev Schreiber y Vincent D’Onofrio, con sus rostros camuflados detrás de tupidas barbas, a quienes se suma un matón portorriqueño interpretado por la estrella pop Bad Bunny, que es un personaje ridículo y estereotipado.
Sin embargo, estos judíos, que son muy disciplinados y siguen a rajatabla la tradición de la religión hebrea, respetan el descanso semanal conocido popularmente como Shabat, que se corresponde con el cuarto de los diez mandamientos registrados en las tablas que le habría entregado Dios a Moisés en el Monte Sinaí, según lo consigna el Antiguo Testamento. Esa circunstancia los exime los días sábados incluso de conducir un vehículo aunque no de articular una intensa verborragia, cuyos subtítulos son registrados en color azul.
Empero, al igual que los delincuentes rusos, estos judíos aman obsesivamente el dinero, acorde a su condición de dueños de la economía estadounidense. No en vano, la Casa Blanca sigue apoyando los atropellos y el genocidio perpetrado por Israel en la Franja de Gaza y en los territorios palestinos ocupados hace 58 años, desde la Guerra de los Seis Días de 1967.
A esta compleja ensalada de étnicas se suma la detective protagonizada por la excelente actriz negra Regina King, que recuerda que hay policías tan corruptos como los delincuentes, como quedó corroborado en el cine, por ejemplo, hace más de medio siglo, con el oscarizado clásico “El padrino”, de Francis Ford Coppola, inspirado en la formidable novela homónima de Mario Puzo.
Este disfrutable y divertido largometraje, tiene incluso algo de escatología implícita y explícita, en una alusión metafórica que relaciona los excrementos con la baja catadura moral de algunos personajes deleznables, que colman todos los estereotipos de los “malos”, habituales en las películas maniqueas de industria que, en el pasado e incluso en el presente, anegaban y aun anegan las salas cinematográficas del circuito comercial. En tal sentido, la secuencia en la cual un uniformado obstruye el inodoro del protagonista resulta tan repugnante como humorística, aunque se trate de un humor negro que no todos los espectadores disfrutan.
En este caso, tal vez se pueda imputar a Aronofsky ciertas pulsiones xenófobas, porque los delincuentes son rusos, judíos o negros, aunque el catálogo incluya también a punks.
Lo cierto es que “Atrapado robando” es un film que contiene todos los ingredientes para entretener, con picos de violencia extrema, desmesurada crueldad y persecuciones en veloces autos que emulan al tradicional cine comercial de alto impacto.
Empero, fiel a la impronta de este cineasta tan rupturista y nada convencional, esta película analiza las conductas más bien alienadas y descarriadas de una sociedad cada vez más acelerada, acorde a una potente historia de delincuentes que siempre deben moverse rápido para perpetrar sus fechorías.
A diferencia de los films precedentes de este conceptuado director, este largometraje es adrenalina pura desde su explosivo comienzo hasta un final a toda orquesta de violencia.
Por supuesto, en todos los personajes están representadas las patologías psicológicas o bien las sociales, como la violencia, la prepotencia, la ambición desmedida, la corrupción con cobertura legal y hasta las adicciones. En tal sentido, esta propuesta, que abunda en golpes bajos, es un radical correlato de las más aviesas miserias humanas, trasladadas en este caso a la pantalla por un cineasta de superlativa sabiduría y versatilidad, que maneja los tiempos narrativos con singular maestría.
Empero, esta relato, que tiene un atmósfera cuasi lisérgico, también propone muchos momentos de humor ácidamente sardónico, que se mofa despiadadamente, por ejemplo de los judíos ortodoxos, algo que seguramente debe haber molestado a la colectividad hebrea estadounidense, tomando en cuenta, además, que el propio cineasta desciende de judíos polacos, por lo cual conoce muy bien sus costumbres y sus rutuales.
En tal sentido, pese a sus abundantes situaciones dramáticas, esta película jamás abandona su formato de comedia jocosa y por momentos hasta hilarante, que, entre golpizas, persecuciones, tiros y profusa hemoglobina, siempre provoca risas a granel, para que el eventual cinéfilo pase una hora y cuarenta bien entretenido.
En un reparto actoral realmente solvente, sobresale, por supuesto, la visceral actuación protagónica del excelente Austin Butler, quien corrobora toda su versatilidad para encarnar a un personaje que en nada se parece a su formidable recreación del legendario cantante Elvis Presley, en la elogiada película homónima, que le valió ser nominado a un Oscar al Mejor Actor.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Atrapado robando (Caught Stealing,). Estados Unidos 2025. Dirección Darren Aronofsky. Guión: Charlie Huston. Fotografía: Matthew Libatique. Música: Rob Simonsen. Edición: Andrew Weisblum. Reparto: Austin Butler, Regina King, Zoë Kravitz, Matt Smith, Vincent D’Onofrio, Liev Schreiber y Benito Martínez Ocasio.
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