“Vermiglio”: Crónica sobre mujeres resilientes

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 / Los estragos provocados por la irracionalidad de la guerra, la naturalización de la muerte, la pobreza, la ignorancia, la mujeres valientes pero infravaloradas y el patriarcado son los cinco disparadores temáticos de “Vermiglio”, el sensible film de la realizadora italiana Maura Delpero, que resultó ganador del Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia, por sus indudables valores artísticos y su sensible vuelo poético que conmueve y convoca a reflexionar sobre temas plenamente vigentes en este mutable tercer milenio.

La película privilegia el rol de las mujeres durante las sangrientas conflagraciones bélicas que azotaron al continente europeo y, en ese marco, su heroísmo recurrentemente ignorado y ciertamente  menospreciado, como si no hubieran sido, como realmente lo fueron, protagonistas influyentes de un tiempo histórico de dolor, supervivencia y, obviamente, resiliencia.

Aunque siempre estuvieron invisibilizadas por la hegemónica cultura patriarcal, la actividad de las mujeres italianas al igual que en otros países de Europa, resultó realmente crucial en dimensiones que excedieron largamente a las tareas domésticas.

En efecto, en el caso de las familias menos pudientes, la partida de los hombres al frente de batalla puso al sexo femenino al frente de múltiples hogares, que, por imperio de las circunstancias, devinieron momentánea o definitivamente monoparentales.

En ese contexto, además de hacerse cargo del cuidado de sus hijos, debieron trabajar para alimentarlos y vestirlos.

Incluso, aquellas mujeres que carecían de obligaciones familiares-aunque la mayoría de ellas eran casadas- debieron laborar en fábricas, en muchos casos de armamentos, pero también para sostener la economía de los italianos.

Es decir, que el rol que cumplían antes de la guerra y luego de ella pese a que el voto femenino fue habilitado en 1946, dejó de ser meramente marginal para transformarse en protagónico.

Por supuesto, muchas de ellas quedaron viudas porque sus maridos perecieron en la guerra y, además de hacerse cargo del sustento de sus respectivos hogares, debieron padecer el rechazo social por su condición, en una sociedad conservadora en la que el sexo femenino tenía reducido al mínimo su poder de decisión.

Ese mandato patriarcal, que redujo al sexo femenino a mínima expresión, estableció un esquema de grosera subordinación que es bien visible, por ejemplo, en largometrajes de la superlativa estatura cinematográfica de “Siempre habrá un  mañana” (2023), de la actriz, autora, cantante y directora italiana Paola Cortellesi, quien en esta oportunidad debuta en la dirección y ciertamente de la mejor manera, con una historia que mixtura el drama con la comedia costumbrista ambientado en la Roma en la posguerra, durante la ocupación de las fuerzas aliadas. En este cuadro, aflora la violencia machista más desaforada, entre otras tantas lacras del modelo patriarcal conservador, pero también el compulsivo deseo de emancipación femenina.

A diferencia de este film, en el cual la protagonista se rebela contra el orden autoritario patriarcal, en “Vermiglio” el sexo femenino es un sujeto casi sin derechos, azotado también por la ignorancia. No en vano, el propio título de este soberbio trabajo audiovisual refiere a la localidad italiana homónima, que está situada en la provincia de Trento en el valle alpino de Val di Sole.

Se trata de una región escasamente poblada y montañosa, cuyos habitantes se dedican primordialmente a la agricultura y la ganadería y que, en esa época, vivían prácticamente aislados y muy lejos de los grandes centros poblados. 

En esta historia, ambientada en la época de la Segunda Guerra Mundial, esta comunidad vive ajena a lo que está sucediendo, pese a la hecatombe que consumió a Europa, destruyó familias y transformó a numerosas mujeres en viudas y a otros tantos niños en huérfanos. Es decir, en este caso, la violencia, aunque parece estar lejos del lugar, igualmente impacta por la pérdida de vidas, fundamentalmente de hombres.

Lo realmente estremecedor es que estas familias pobres se acostumbran a las malas noticias y hasta asumen con naturalidad la muerte de sus seres queridos, pese al intenso dolor que experimentan cuando se enteran de lo sucedido con sus afectos.

Esta comunidad, que es casi una familia numerosa, porque comparte casi todo y parece estar exenta de conflictos, transita una cotidianidad tan rutinaria como gris, como puede suceder en cualquier pueblo del interior uruguayo.

En efecto, estos campesinos viven el día a día sin mayores novedades, salvo aquellas que llegan desde los escenarios donde se está dirimiendo la guerra. Empero, pese a esta suerte de pereza activa, parecen felices, porque se conforman con lo que tienen y carecen de otras eventuales aspiraciones.

Sin bien el relato presenta una multiplicidad de personajes masculinos y particularmente femeninos, el que destaca sobre todos es  Cesare (Tommaso Ragno), quien es una suerte de patriarca para toda la comunidad, ya que es maestro y le enseña apenas lo más elemental, tanto a los niños, incluyendo naturalmente a sus propios hijos, como a los adultos. Incluso, como es amante de la música, lleva su gramófono a la escuela, para que los discípulos se puedan deleitar con Las Cuatro Estaciones, la obra cumbre de la profusa y brillante producción musical del compositor barroco italiano Antonio Vivaldi.

El único personaje del pueblo que lo parangona es el cura, quien es el líder espiritual de un grupo humano fanatizado desde la cuna por su fe cristiana. Obviamente, los lugareños no se hacen preguntas, porque carecen de herramientas culturales para interpelar e interpelarse. Por ende, el maestro y el sacerdote siempre tienen la última palabra.

Este hombre es, sin dudas, el mayor referente de este pueblo chato, aburrido y poblado de personas ignorantes, que sólo saben trabajar en las tareas del campo, porque es lo único que necesitan para vivir o, más bien, para sobrevivir en una pobreza digna. Como sólo conocen ese micromundo enmarcado por la subyugante belleza de la naturaleza y un idílico paisaje montañoso, no tienen mayores perspectivas de progreso, ni material y aun menos intelectual.

En ese contexto, el mayor protagonismo lo adquiere la familia del sabio Cesare, quien comparte su cotidianidad  con su esposa Adele (Roberta Rovelli) y con siete hijos vivos, ya que en esa época y en tal estado de precariedad la mortalidad infantil era moneda corriente. Incluso, como las mujeres eran meras hembras paridoras y no existían métodos anticonceptivos como en el presente, normalmente tenía una nutrida prole,

Esa circunstancia, como en el caso de la protagonista, transforma a algunas mujeres en meras amas de casa, que se pasan todo el día cuidando a sus hijos, cocinando y limpiando hasta la extenuación. No en vano, la esposa del maestro parece bastante mayor de lo que es, por el degaste y el abuso de su cuerpo al cual es sometida por parte de su marido. En ningún momento, el hombre la besa o le hace una caricia, como si el amor se limitara al mero vínculo sexual despojado de todo eventual afecto. En tal sentido, una escena realmente contundente corrobora esa falta de cariño, cuando la mujer vuelve a ser madre y recibe un ramo de flores por parte de una de sus hijas. En ese contexto, le reprocha a su esposo que en ninguno de sus diez embarazos había recibido flores. Ante esa actitud el hombre insólitamente se manifiesta ofendido.

Empero, esa arquitectura familiar comienza a resquebrajarse, cuando, entre las hijas mayores, una sueña con abandonar el hogar y estudiar, otra comienza a experimentar el despertar sexual y, la mayor de ellas, Lucia (Martina Scrinzi), encuentra el amor, cuando entabla un vínculo, inicialmente a escondidas, con Pietro (Giuseppe De Domenico), un joven desertor siciliano que llega al pueblo, generando recelos y rechazo. Incluso, se le tilda de cobarde por haber abandonado uno de los bandos beligerantes, que nunca se aclara cuál es, y huir hacia la libertad, acorde con lo que le mandata su instinto de supervivencia.

Sin embargo, con el tiempo, el hombre es aceptado por la comunidad, lo cual permite que el romance con la joven se formalice y hasta que el rígido patriarca lo acepte y otorgue su autorización para el matrimonio.

En ese marco, afloran claramente dos facetas que la película aborda con explicitud: el odio casi visceral entre los italianos del Norte y los del Sur y el autoritarismo del padre de familia que decide por su hija, ignorando totalmente sus deseos.

Ulteriormente, una sucesión de acontecimientos, bastante inesperados, corrobora que esa joven realmente no tenía derecho a la felicidad, porque el destino le reserva una desagradable sorpresa, que la condena inexorablemente a ser una madre sola.

En el decurso del relato, transcurren las cuatro estaciones del año, con la misma naturalidad que están registradas en el pentagrama por el genial compositor veneciano Antonio Vivaldi y con la melancolía que destilan los nocturnos de Chopin que escucha el patriarca en su gramófono, en una suerte de retiro espiritual que genera un mundo paralelo al de la cotidianidad.
En ese contexto, nada cambia como si el tiempo se hubiera detenido, porque las postales que nos entrega esta película de soberbia resolución creativa, bien podrían ser del siglo XVIII o del siglo XIX, porque el progreso del siglo XX jamás llega a ese lugar olvidado en el inmenso paisaje andino.

En esta pequeña aldea los únicos dolores que experimentan sus habitantes están relacionados con la muerte de algún familiar en el campo de batalla, porque ese es el mínimo contacto que tienen con una guerra que no entienden, pero que felizmente está muy cerca de su epilogo.

Para ellos, la conflagración bélica que desangró a Europa entre 1939 y 1945 no modificó ninguna rutina y seguramente tampoco la dictadura fascista. En efecto, siguieron viviendo humildemente al extremo de carecer incluso de luz eléctrica, continuaron trabajando esforzadamente la tierra y teniendo hijos, como si la peripecia vital de un individuo se limitara a una existencia casi vegetativa, sin posibilidades de superación personal. El único imperativo es sobrevivir y dejar descendencia, para que la genética familiar no se extinga con el tiempo.

En este caso, aunque los conflictos son mínimos y parece haber un respeto mutuo, las primeras señales de rebeldía comienzan a nacer en la propia familia del maestro protagonista, entre las mujeres que, en algunos casos en secreto, exhiben posturas claramente emancipadoras, aunque no lo expliciten.

Evidentemente, estas jóvenes no quieren emular a su madre, que es una mujer sometida a las rígidas reglas patriarcales de su marido, que en el ámbito familiar impone la misma autoridad que en la comunidad, cuyos habitantes, por su educación y cultura, lo consideran superior a ellos.

Al margen de la mera trama dramática, una de las mayores virtudes de esta película para degustar es la fotografía de exteriores, que, en algunos casos, parece arrancada de la paleta del genial pintor flamenco holandés Pieter Brueghel, apodado El Viejo, cuya obra privilegia escenas campesinas, aunque no soslaya apelaciones a la religión, a la mitología y a lo social.

En ese marco, la magia de la imagen transforma a esta película en una auténtica fiesta para el sentido ocular del espectador, que se regodea con la coreografía de los colores y las formas, porque en esta película el paisaje es tan o más importante que los propios personajes que nutren la narración.

“Vermiglio” es, sin dudas, una película de superlativa calidad artística, que conjuga las virtudes formales con una trama dramática siempre sosegada, acorde con el ritmo narrativo.

Sin embargo, esa aparente mansedumbre oculta pasiones que circulan por debajo del tinglado humano, como la naciente sexualidad de una de las hijas del protagonista y las primeras expresiones de rebeldía, no explicitadas, de otras adolescentes que desafían el autoritarismo de los hombres y aspiran a vivir sus propias vidas en libertad y no en situación de subordinación. Al respecto, aunque parezca un detalle menor, el hecho que una de ellas fume en secreto constituye un inequívoco síntoma que el orden impuesto por el sexo masculino comienza a tambalearse, porque, para las reglas hegemónicas, este es un acto de trasgresión.

La síntesis de esta película, que conjuga la mejor tradición del cine italiano de impronta claramente humanista, está condensada en los comentarios de su propia directora, Maura Delpero, quien confesó que le interesaba narrar la guerra no desde el campo de batalla como es habitual en el cine, sino desde la mirada de las mujeres, que fueron tan protagonistas como los hombres aunque no estuvieron en la línea de fuego, partiendo de la premisa que son  heroínas anónimas jamás reconocidas por su valor, su entereza, su valentía y su intrínseca capacidad de resiliencia, quienes lucharon en soledad para alimentar, cuidar y continentar afectamente a sus hijos, ante la ausencia transitoria o definitiva de sus maridos.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

Vermiglio. (Italia/2024). Dirección y Guión: Maura Delpero. Fotografía: Mikhail Krichman. Música: Matteo Franceschini

Edición: Luca Mattei.  Reparto: Tommaso Ragno, Martina Scrinzi, Giuseppe De Domenico, Roberta Rovelli, Rachele Potrich y Santiago Fondevila.

 

 

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