“La gran ambición”: Un enamorado de la justicia social

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La pasión revolucionaria, la devoción por la justicia social, la militancia política sin cortapisas y la ansiada utopía de un cambio de estructuras radical y profundo son los cuatro disparadores temáticos de “La gran ambición”, el potente film testimonial del realizador Andrea Segre, que recrea la vida y lucha del emblemático líder comunista italiano Enrico Berlinger, quien pasó a la historia por su inclaudicable brega tendiente a construir un modelo socialista a la italiana. No en vano, este valiente militante izquierdista fue un referente del denominado eurocomunismo, corriente que compartió con el español Santiago Carrillo y con el francés Georges Marchais. 

La película, que es ambientada naturalmente en la década del setenta del siglo pasado, recupera la memoria del cine de denuncia italiano que alcanzó singular preponderancia hace ya más de cincuenta años, con emblemáticos realizadores de ideología izquierdista de la talla del controvertido Pier Paolo Pasolini, de Elio Petri, de Guiliano Montaldo, de Bernando Bertolucci, de Gilo Pontecorvo y de Damiano Damiani, entre otros.

En ese contexto,  resulta ineludible evocar -con emoción y admiración- títulos consulares como “Teorema” (1968), una película cuasi inclasificable de Pasolini, que mixtura la teoría marxista con las creencias religiosas y hasta el erotismo y las pulsiones sexuales encubiertas. La película es una minuciosa radiografía de la sociedad burguesa de la época.

Por supuesto, ese no fue el único título de denuncia política de Pier Paolo Pasolini, cuya producción siempre estuvo impregnada de ideología y de controversia. En tal sentido, corresponde evocar su última película, “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975), un despiadado cuadro de la degradación del último tramo de la dictadura fascista que azotó a Italia, bajo la égida de Benito Mussolini. 

Por su parte, el legado más destacado de Elio Petri es la denominada Trilogía del Poder, integrada por “Investigación de un ciudadano sobre toda sospecha” (1970), “La clase obrera va al paraíso” (1971) y “El amargo deseo de la propiedad” (1973).

Estas tres propuestas analizan diversas facetas en torno al ejercicio del poder por parte de la clase dominante, desde la impunidad de la violencia de la autoridad, pasando por el drama del obrero alienado por el sistema y el monopolio del poder económico por parte de las oligarquías.

En tanto, la filmografía del gran Giuliano Montaldo tiene también su cenit en una trilogía alegórica y ácidamente política, integrada por “Corte marcial para dos desertores al quinto día de paz” (1970), que denuncia, mediante una impronta dramática, el rigor de la disciplina militar, “Sacco y Vanzetti” (1971), que es la trágica historia verídica de la ejecución de dos activistas anarquistas en los Estados Unidos, y “Giordano Bruno”  (1973), que recrea la muerte del célebre filósofo y poeta italiano , quien fue condenado a ser consumido en la hoguera por la criminal Santa Inquisición de Roma.

Por su parte, el cine de Bernardo Bertolucci, que no en vano fue considerado un seguidor del maestro Luchino Visconti, tiene su pedestal en la monumental “Novecento” (1976), un friso histórico que recorre virtualmente la primera mitad del siglo XX en Italia, evocando la enconada lucha de la clase obrera rural y los peores horrores del fascismo. Se trata de una historia fascinante, que dura más de seis horas y en Uruguay fue exhibida en dos partes. Obviamente, no le van en zaga “El conformista” (1970), una cruda radiografía del autoritarismo fascista, y el film biográfico “El último emperador” (1986). Sin embargo, Bertolucci se transformó en una polémica celebridad por la removedora “Último tango en Paris” (1972), un drama erótico de escritura cuasi anarquista, que es un auténtico ensayo antisistémica sobre la libertad y la emancipación de los cuerpos y los espiritus.

Otro cineasta referente fue Gilo Pontecorvo, recordado particularmente por tres películas inolvidables como “La batalla de Argelia” (1966), que describe la lucha de los patriotas argelinos contra la colonización francesa, “Queimada” (1969), un no menos potente alegato contra la colonización europea de una isla caribeña y “Operación ocro” (1979), la crónica real del ajusticiamiento del militar franquista Carrero Blanco por parte de un comando armado de separatistas vascos en España.

Finalmente, Damiano Damiani, otro de los cineastas italianos destacados de las décadas del sesenta y el setenta es autor, entre otros brillantes largometrajes, de “El día de la lechuza” (1968), que denuncia el poder político de la mafia, y “Confesiones de un comisario a un juez de instrucción” (1971), que también revela hasta qué punto el crimen organizado ha penetrado las propias estructuras del Estado.

Otros tres films de impronta política que merecen ser recordados y eventualmente revisionados, son “El caso Mattei”, de Francesco Rosi, “El delito Matteotti” (1973), de Fiorentano Vacini, y “El caso Moro” (1986), de Giuseppe Ferrara. Coincidentemente, todos ellos narran asesinados de personajes reales vinculadas directa o indirectamente al poder y a la política.

Estos son apenas algunos ejemplos de cineastas italianos de denuncia que marcaron a fuego la escena cinematográfica en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo pasado, con películas que, con el tiempo, devinieron en films de culto para los cinéfilos idealistas de tendencia más izquierdista, más allá de sus intrínsecos valores cinematográficos.

Incluso, uno de estos films, “El caso Moro”, tiene una estrecha vinculación con “La gran ambición”, ya que el asesinato del dirigente democristiano Aldo Moro por parte de la organización guerrillera marxista Brigadas Rojas, coincidió con el período de mayor actividad del líder comunista Enrico Berlinger.

En tal sentido, este excelente largometraje de Andrea Serge apunta a recuperar las fuentes del cine político italiano, mediante la evocación de una figura referente de la izquierda peninsular, hoy lamentablemente devaluada y muy lejos del apoyo electoral que supo cosechar en la década del setenta del siglo pasado, cuando el Partido Comunista Italiano alcanzó más de un tercio de los votos emitidos, llegó a sumar más de tres millones de afiliados y se transformó en un actor relevante del ámbito público, en tiempos de la hoy descongelada Guerra Fría, que enfrentó, desde la posguerra hasta la década del ochenta, al bloque capitalista liderado por Estados Unidos con el bloque socialista que actuó bajo la égida de la hoy disuelta Unión Soviética.

No se trata de una mera biografía de Berlinger, sino de recrear los momentos más trascendentes de su destacada trayectoria política, aunque sin soslayar su interna familiar, fuertemente marcada por el trabajo militante del líder comunista.

En este caso, el rol protagónico está a cargo del actor Elio Germano, quien confirma su reconocido talento interpretativo, logrando recuperar la memoria de una de las figuras más influyentes de la izquierda de todos los tiempos.

La película, que mixtura la reconstrucción histórica con el  documental, comienza con le evocación de un aciago acontecimiento que, hace ya 52 años, nos conmovió profundamente como latinoamericanos: el bombardeo al Palacio de la Moneda en Santiago de Chile del 11 de setiembre de 1973, en el marco del golpe de Estado fascista que derrocó al presidente socialista Salvador Allende. La imagen en blanco y negro registrada por agencias noticiosas internacionales de la época, trasunta todo el dramatismo de la fractura de la democracia trasandina. Naturalmente, la conspiración militar encabezada por el traidor y apátrida general Augusto Pinochet, fue urdida desde las sombras por la CIA, la Casa Blanca y el Pentágono, en tiempos del renunciante mandatario norteamericano Richard Nixon y con el poder entre bambalinas que representó el siniestro Secretario de Estado Henry Kissinger. 

Esta secuencia, que marca un mojón de la historia de la sojuzgada América Latina, nos aterriza en la memoria de lo sucedido apenas tres meses antes en nuestro país: el golpe de Estado cívico militar encabezado por el dictador Juan María Bordaberry y los mandos militares de la época.

En ese contexto sin dudas singular, aflora la valentía y talento de Enrico Berlinger para transformar a su Partido Comunista en opción de poder, en un momento de aguda crisis económica y social, agitación y descontento popular en Italia.

La película visibiliza la desconfianza que le generaba a Berlinger su vínculo con el comunismo de impronta soviética, que es explicitado en un encuentro con miembros del Partido Comunistas de Bulgaria, que culmina con un atentado.

El PCI tomó una ruta alternativa alejada de la Unión Soviética luego de las invasiones a Hungría y Checoslovaquia por parte de tropas del Pacto de Varsovia y se propuso lanzar una corriente comunista independiente que apuntó a la conquista del poder respetando las reglas de la democracia burguesa.

El film, cuyo disparador es una cita del intelectual marxista Antonio Gramsci que reza “por lo general somos testigos de la lucha por pequeñas ambiciones ligadas a fines privados contra la gran ambición, que es inseparable del bien colectivo”, recopila, con rigor histórico no exento de un aliento nostálgico, la actividad de este izquierdista referente, quien intentó llegar a un acuerdo con el líder demócrata cristiano Aldo Moro para conformar una coalición que lograra sacar a la clase obrera italiana de la postración social y su dramático estancamiento económico.

La película, que intercala elocuentes escenas de una interna familiar muy politizada y presenta a Berlinger como un buen esposo y padre, se reitera, tal vez en demasía, en escenas que reconstruyen encuentros entre el referente comunista y su colega democristiano, en busca de un acuerdo muy complejo y resistido desde ambos bloques ideológicos.

Naturalmente, el secuestro y ulterior asesinato de Aldo Moro por parte de un comando de la organización guerrillera marxista leninista Brigadas Rojas, que es abordado en profundidad en la película “El caso Moro”, de Giuseppe Ferrara, enterró definitivamente toda posibilidad de consensuar una salida institucional conocida como el “compromiso histórico”, que pudiera conciliar las aspiraciones de las partes y las demandas colectivas de los italianos de la época. Si bien ese malogrado consenso suponía arriar algunas banderas, por entonces parecía la única alternativa para superar uno de los contextos más críticos de la historia política italiana.

Desde ese punto de vista, la película trasunta una sensación de desencanto y hasta de frustración, porque tiene un fuerte anclaje en la historia, acorde a la necesidad de construir una propuesta de neto sesgo testimonial nada complaciente, que ilustre a las nuevas generaciones, que hoy parecen bastante poco ideologizadas si las comparo con la juventud de mi generación.

Enrico Berlinger fue, sin dudas, una figura referente que merece ser estudiada y valorada, ya que intentó transformar a su partido en una alternativa a la disputa por el poder que enfrentó al comunismo de impronta soviética con el poderoso bloque capitalista liderado por el imperialismo yanki, que por entonces, como hoy, era hegemónicos en el planeta.

En este marco, esta película intenta recuperar parte del esplendor del cine político italiano de otrora, aunque naturalmente sin alcanzar la brillantez ni la enjundia de esas producciones de culto.

Al respecto, resulta sumamente plausible que este relato humanice a Berlinger y lo muestre interactuando con su familia, lo cual posibilita que el propio espectador haga suya la peripecia de este izquierdista sin dudas ejemplar aunque controvertido, por ser considerado, en algunos casos, como poco contundente en su discurso y por acatar las reglas de una democracia liberal burguesa sumamente desgastada para llegar al poder.

Su prédica, que en esta película es claramente explicitada, apuntó a ubicar al hoy desaparecido Partido  Comunista Italiano en un carril del medio aunque no menos izquierdista, entre la violencia revolucionaria de las Brigadas Rojas y el fascismo a menudo encubierto que aun habitaba el corazón del país, que parece en parte haber resucitado en el presente con una derecha gobernante recalcitrantemente reaccionaria, que abreva del auge de los partidos políticos conservadores europeos del siglo XXI.

Aunque algunos críticos consideran que “La gran ambición” es un film de acento demasiado nostálgico y hasta romántico, yo, en lo personal, considero que se trata de una propuesta cinematográfica de superlativo valor testimonial y documental, cuyo objetivo es resucitar el cine político que otrora transformó a la producción italiana en referente de esa vertiente artística sin dudas paradigmática y no menos idealista.

 

FICHA TÉCNICA

La gran ambición (Berlinguer, la grande ambizione). Italia, Bélgica, Bulgaria, 2024). Dirección: Andrea Segre. Guión: Andrea Segre, Marco Pettenello. Fotografía: Benoit Dervaux. Edición: Jacopo Quadri. Música: Iosonouncate. Reparto: Elio Germano, Stefano Abbati, Paolo Pierobon, Roberto Citran, Francesco Acquaroli, Paolo Calabresi, Andrea Pennacchi y Elena Radonicich.

 

 

 

 

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