La calidad educativa y la inseguridad, no discrimina clases sociales

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La pregunta es: ¿La falta de calidad educativa divide a ricos y pobres de manera tajante y separa por un lado a los sectores socioeconómicamente bien nutridos, refugiados en su inmensa mayoría en la escuela privada, y por el otro, a los que están condenados a la intemperie de todo tipo, incluso, por ejemplo, al paro docente de la escuela pública? Las cosas no son tan simples en la Argentina: la educación de las elites locales también está en problemas.

Cuando digo elite, me refiero puntualmente en este caso al sector social con mayor status económico, social y cultural. En ese grupo que si quiere, puede acceder a escuelas de media o alta gama, la educación privada manda.

La elite socioeconómica de la Argentina está dispuesta hoy a invertir de 4000 a 7000 pesos en quinto grado o de 6000 a 11.000 pesos para primer año, por ejemplo. La dispersión de precios es amplia, según el colegio, su ubicación, su prestigio y su oferta académica pero está claro: el rango de precios es siempre alto.

Sistema educativo de Argentina

Por eso es todavía más pertinente la pregunta: ¿Dónde deja a las elites locales tanto gasto educativo en comparación con los chicos de otros países? Se trata de saber si la inversión económica individual y privada en educación es exitosa a la hora de compensar la debacle educativa general.

Otra vez es la caja de Pandora de las pruebas internacionales PISA , implementadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) entre chicos de quince años en sesenta y cinco países, la que impacta con sus evidencias. Los últimos resultados de PISA también pusieron en blanco y negro cómo les va a los chicos de sectores altos en materia de competencias claves como la matemática, la lectura y la ciencia.

Hay malas noticias. A los chicos provenientes de las elites socioeconómicas locales les va peor en matemática, por ejemplo, que a los chicos que van a escuelas de nivel socioeconómicamente altos de Corea del Sur o de Shanghai, China, lo cual podría ser esperable aunque no deseable: esas sociedades lideran el desempeño educativo global.

El problema es también que su desempeño es más bajo que el de los chicos en escuelas semejantes en Italia y Lituania, por ejemplo, que no lideran el ranking PISA.

Así surge del trabajo de investigación del candidato a Doctor por la Escuela de Educación de Harvard, Alejandro J. Ganimian, A. J. (2013), titulado «No logramos mejorar: Informe sobre el desempeño de Argentina en el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) 2012. Ciudad de Buenos Aires, Argentina: Proyecto Educar 2050».

El trabajo de Ganimian es potente a la hora de las revelaciones
¿A qué país se parece el desempeño de los chicos de escuelas de niveles socioeconómico alto en Argentina en matemática, una de las competencias claves? La evidencia estadística que ofrece PISA, según Ganimian, dice que los chicos locales que van a escuelas socioeconómicamente altas mostraron un nivel de resultados semejantes en matemática a los chicos que asisten en Estados Unidos a las escuelas de nivel socioeconómico bajo, un país que tiene además uno de los sistemas educativos con mayores problemas entre las naciones de la OCDE.

Pero la situación es todavía más grave y realmente contra intuitiva: los chicos argentinos que asisten a escuelas de nivel socioeconómico alto tienen peor desempeño en matemática que los alumnos de escuelas de nivel socioeconómico bajo -sí, bajo- en Corea del Sur y Shanghai, además de Australia, Singapur y Macao, en China.

Las malas noticias no se terminan ahí. Los alumnos argentinos con buen pasar no logran superar en su performance en matemática al promedio de los países de la OCDE: el desempeño en PISA de las escuelas con nivel socioeconómico alto no alcanza el promedio de desempeño de las escuelas con nivel socioeconómico bajo -sí, insisto, bajo- de todos los países que conforman la OCDE, que son treinta y cuatro, desde Estados Unidos y Alemania a Francia y Gran Bretaña pasando por España, Grecia, Japón, República Checa e Italia, entre otros, además de Finlandia, Corea y Canadá. Los chicos de los sectores acomodados argentinos rinden educativamente algo peor en matemática, por debajo de los 450 puntos, que el promedio de los chicos vulnerables socioeconómicamente hablando de todos esos países, que está algo por encima de los 450 puntos.

Hay que decirlo: la OCDE está integrada por algunas de las economías más desarrolladas del mundo tanto europeas como asiáticas y americanas y es cierto, las comparaciones dejan a la Argentina mal parada en muchos puntos. Pero también la integran dos países latinoamericanos, México y Chile. Y además en las pruebas PISA también participan países no miembros de la OCDE como Costa Rica, Uruguay y Brasil. Bueno, a los chicos argentinos de las escuelas de sectores socioeconómicamente altos les va peor en matemática que a los chicos de los mismos sectores en esos cinco países latinoamericanos. Así lo dejó claro el trabajo de Ganimian.

La educación privada de elite, de precio medio, alto y altísimo y menú de experiencias educativas diversas -doble jornada asegurada, idiomas varios de acento perfecto, viajes de estudio al extranjero, bachillerato internacional, pasantías, violín, yoga, etc.-, no es un destino natural y obvio de las elites socioeconómicas por definición: no en todos los países los grupos sociales de alto poder adquisitivo van en masa a la escuela privada. En la Argentina, sí. Con resultado incierto.

Tampoco se trata de sacar conclusiones rápidas: no es posible deducir automáticamente que la escolaridad privada no está cumpliendo su cometido. Lo sabemos: el desempeño escolar está afectado sobre todo por el capital cultural, social y económico con que llegan los chicos a la escuela. Lo aprendimos del sociólogo francés Pierre Bourdieu en la década del sesenta, cuando dejó en claro que las desigualdades sociales y económicas de origen condicionan el futuro educativo de las personas. A mayor pobreza, menos chances educativas. Y viceversa: los chicos de sectores socioeconómicamente altos corren con ventajas en la escuela.

Sin embargo, esas supuestas ventajas traídas desde la cuna familiar parecen estar teniendo menos impacto en los chicos salidos de los hogares argentinos con la vida económica más que resuelta que en los chicos de sectores altos de otros países.

Las explicaciones al bajo desempeño de las elites son complejas. Los resultado de PISA obligan a revisar varias cuestiones centrales. Por un lado, cuál es el verdadero valor agregado de los colegios privados de las elites, por ejemplo. Por otro, si es posible escapar a las determinaciones de un sistema educativo que hace agua por muchos lados, entre ellos, la formación de maestros, los mismos que van y vienen de la escuela pública a la privada de elite. Pero también, cuáles son los horizontes que plantean las familias de las elites socioeconómicas a sus propios hijos. De ellas también depende con qué aspiraciones educativas, con qué arsenal y con qué hábitos culturales llegan sus hijos a la escuela para hacer la diferencia educativa, que hoy les está costando hacer.

Lo que sí dejó claro PISA es que las elites socioeconómicas argentinas se refugian en un espejismo: la ilusión de que aquellos en condiciones de invertir en educación privada están salvados de la decadencia educativa. Pero no es así: a la hora de salir a competir en una economía globalizada, estarán peor equipados que sus pares de Brasil o Chile o Uruguay.

Es hora de afrontarlo: con la falta de calidad educativa pasa lo mismo que con la inseguridad, que no discrimina clases sociales. Lo mismo que la caída en la calidad educativa, que afecta a todos, incluso a los sectores ilusionados con preservar su destino educativo bajo el amparo de la escuela privada de precio alto. Es evidente: no era esta igualación hacia abajo que nos arrastra a todos a lo que apuntaba la consigna de inclusión educativa con la que nos hemos adormecido durante diez años. Es hora de despertar..

Por Luciana Vázquez*

La Nacion

La ONDA digital N° 667

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