La turbulenta década del 60

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A partir de un artículo de Gabriel Quirici y otros publicados en la revista Lento de diciembre, propuse a La Onda una serie de tres notas de distinta naturaleza sobre parte de la historia del Partido Socialista. (ver nota anterior)

La semana pasada simplemente reproduje un folleto partidario de 1966 sobre las divergencias con Emilio Frugoni, especialmente durante la década del 50. La semana que viene pienso anotar desde la memoria personal otro proceso de comienzos de los 70. Esta semana pretendo proponer una explicación alternativa a la de Quirici a las sucesivas divisiones durante los 60.

El historiador, en su artículo La rosa y su espina, de alguna manera hace girar los 105 años de historia del PS sobre una dicotomía interna (¿y eterna?): “A riesgo de esquematizar demasiado, se puede encontrar una tensión predominante en las formas de asumir el socialismo. De un lado, una visión urbana, socialdemócrata, marxista pero no leninista, vinculada a sectores medios y universitarios, apegada al juego electoral y a la promoción de reformas en el marco del sistema democrático. Frente a ella, otra visión más radical, voluntarista y receptiva de los cambios revolucionarios a nivel internacional.”

180-x-212-jaimeEl origen de esa tensión no es una tara institucional sino que, dice: “probablemente tenga que ver con su carácter de partido laxo, abierto a la reflexión y al debate intergeneracional, pero al mismo tiempo inestable y con períodos de discusión estratégica importantes.”

Confieso que es muy seductora la idea de que exista sola una razón de fondo que permita explicar sucesos tan dilatados y variados. Pero no puedo acompañarla.

Tiembla el piso y los cielos
Todas las organizaciones viven con tensiones. Pero lo que pasó en el Partido Socialista desde fines de los 50 fue algo específico que no se explica como continuación de la división del 21. Tampoco queda claro dónde ubica Quirici entre 1921 y 1951 a la segunda de las “formas de asumir el socialismo”. Por más hechos puntuales que se puedan rastrear, como la expulsión del Pepe D’Elía.

Antes de continuar, para relativizar lo que sigue, quiero expresar mi poca simpatía por la historia escrita por periodistas, como yo, y agregar que lo que propongo es una explicación que me vino a la mente cuando tenía 18 años, en 1972. Por lo tanto debe tomarse apenas como un intento amateur.

Publiqué antes el folleto Causas de un alejamiento porque muestra cómo un partido que creía saber dónde estaba parado vio que todo temblaba. En relación a la historia, con los colorados; en la situación internacional, con los Aliados en la Guerra y luego con el “Mundo Libre”, tachando de “nazificante” a todo nacionalismo; contrario a la unidad sindical. Eso era el socialismo; parecía estar claro para todos.

Pero poco a poco, se vio envuelto en un cambio de coordenadas ecuatoriales a azimutales. Todas las referencias, lo sabido, todo lo que estaba claro, los reflejos políticos ante hechos nuevos, las metas estratégicas, todo trasmutó. Ya no servía lo aprendido. La intensificación de las luchas sindicales y de la presión imperialista en América Latina, las luchas anticoloniales, la nueva interpretación de la historia del Siglo XIX en la que el villano dejaba de ser el “tirano Rosas” para ser las cañoneras francesas. Todo hacía necesaria una nueva interpretación. Ya no servía para sopesar la posición a tomar entre temas de soberanía y de “defensa continental”, temas de solidaridad entre gremios, de alianzas. Y, para peor, en el Partido había mal ambiente porque algunos dirigentes eran empresarios o abogados laborales de patronales. En el horizonte ya no estaba heredar votos del Batllismo, sino la revolución. En resumen, ya nadie estaba seguro de dónde quedaba “adelante”. De qué “forma” había que “asumir el socialismo”.

Las opciones
¿Qué camino tomar? ¿En qué teorías apoyarse? Lamentablemente, las opciones eran muchas. No es que, criticada la tendencia socialdemócrata tradicional quedaba una única posición discrepante.

Enumeremos algunas. Primero, algunos, por supuesto, consideraron que no había que cambiar nada y siguieron a Frugoni en un grupo que prácticamente se extinguió. De hecho, algún otro partido socialista no sobrevivió esta coyuntura. De nuestro continente, pero tampoco lo hizo el partido francés SFIO, que casi desapareció hasta la fundación del PSF en 1969, que tenía otras fuentes.

En segundo lugar, alguno podría haber concluido en que, dada la situación, tenían razón los comunistas. Pero, estando en guerra fría, uno era socialista porque no era comunista. Además, si la ruptura con Frugoni se apoyó en el nacionalismo, el comunismo no tentaba, porque no expresaban una corriente nacionalista, sino por el contrario internacionalista. Hubo casos aislados, sobre todo de algunos dirigentes sindicales, pero no fue una tendencia.

En tercer lugar, estaba la citada fuerte atracción por el nacionalismo. Los hechos de Bolivia y Guatemala pesaron, pero también las ideas nacionalistas argentinas de personas que en general no fueron peronistas mientras gobernó Perón, pero abrían caminos, como Raúl Scalabrini Ortiz con la denuncia de las empresas inglesas, Juan José Hernández Arregui y la izquierda nacional latinoamericana, Arturo Jauretche, exiliado en Montevideo y, especialmente, Jorge Abelardo Ramos y el revisionismo histórico. Los aportes de Vivian Trías y en especial en su emblemático libro “Por una izquierda nacional”, recorren esta veta.

Pero las opciones no terminaban ahí. Al volver al concepto de revolución, algunos volvieron naturalmente a Lenin. ¿Cómo ser leninista sin ser pro soviético? Bueno, estaba León Trotzky, principal crítico del curso de la revolución bolchevique después del 17. Esto, que contamos como cuarta opción, también estuvo presente, aunque sin formar una tendencia orgánica. A Raúl Sendic en el PS le decían “El Trosco”. Años después había en el PS militantes abiertamente seguidores de Trotzky.

También estaba China, una quinta opción. Con Mao en conflicto con la Unión Soviética. Mao criticaba la orientación centrada en el campo socialista que llevaba a la coexistencia pacífica y decía que la contradicción fundamental de esa época, aquella que hace avanzar al conjunto, no era entre el capitalismo y el socialismo, sino entre el imperialismo y los pueblos del Tercer Mundo. El PS publicó un libro del historiador socialista Carlos Machado titulado China, los más duros y puros. Trías profundizó la fórmula de Mao utilizando los conceptos del propio Mao en su escrito Sobre la contradicción: el tránsito del capitalismo al socialismo marca la contradicción “fundamental”, pero en cada momento hay una contradicción que lace mover el conjunto, la más aguda en una coyuntura, a la que llamaba contradicción “principal”.

Y ese impulso cruzado de leninismo y maoísmo influyó en los que luego fundaron el MUSP. Antes de irse realizaron un formidable combate por transformar al PS de un partido de asambleas de centros seccionales a uno de células de combate. Otro de los escritos filosóficos de Mao se titulaba Contra el liberalismo. No hablaba de alguna corriente económica, sino contra que los militantes se tomaran libertades y relajaran la disciplina. Perdieron aunque se llevaron a buena parte de la Juventud. Y cuando en 1971 se reabrió Casa del Pueblo tras la ilegalización de Pacheco Areco, en la puerta del armario de la Juventud decía: “Pin pan pum, viva Mao Tse Tung”.

La palabra y el concepto de “liberalismo” caló hondo durante los años de ilegalización y eran de uso diario. Por eso no puedo estar de acuerdo con las conclusiones de Ana Laura de Giorgi en su libro Las tribus de la izquierda, que parecen arribadas de antemano: los tupas eran más piola, los socialistas en el medio y los bolches muy disciplinados. Tengo dudas de que no hubiera disciplina en una organización militar y puedo dar fe de que luego de ser socialista, la vida en el Partido Comunista me parecía un caos de “liberalismo” en plena dictadura. Arismendi repetía como un mantra que debían formar un partido habitable. Pero la clave parece ser que había muchas formas de funcionamiento, muchas zonas en cada organización.

Y sucedió la Revolución Cubana. Una sexta obvia opción. Toda la izquierda latinoamericana incluyendo insólitamente al anarquismo y hasta el centro político se vio convulsionada, esperanzada y adhirió al instante. Pronto Cuba pasó de ser un grupo de barbudos que derrocaron a un dictador a un país que construía el socialismo y promovía al revolución en el continente y fuera de él: “Dos, tres, muchos Viet Nam”. Comenzó, si no a hablarse, a pensarse en términos de “castrismo”: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, que en concreto quería decir: “Lucha armada aquí y ahora”, dondequiera que fuera.

Faltarían más opciones disponibles y con las que se trabó relación; el tercerismo, por ejemplo. El lector habrá notado que algunas de estas influencias fueron absorbidas y otras crecieron hasta crear una ruptura. Otras se extiguieron y otros socialistas siguieron los vaivenes de esos años difíciles sin llegar a irse, como el respetado y querido José Pedro Cardozo. Y, claro, circunstancias locales  como la derrota de la Unión Popular y propias de la organización, le dieron a todo formas especiales únicas. Pero la solución última de las tensiones del PS en esa década tendió a ser la ruptura.

Los socialistas argentinos y chilenos
Como sea, lo que pasó hacia fines de los 50 y principios de los 60 no fue la continuación de alguna cosa que existía desde 1910 o 1921. Fue una situación nueva que generó crisis en varios planos. Por similar motivo, aunque la historia pese, no creo que las discusiones socialistas de los 90 hasta ahora respondan a la misma situación.

Lo que dije que comprendí en 1972 es que una situación similar había sucedido en la misma época a los partidos socialistas de Chile y Aregentina, pero que los tres la habían procesado de manera completamente distinta.

Entre los citados artículos de Lento hay uno de Aldo Marchesi que comienza así: “Lo que pasa hacia fines de los 50 tiene que ver con un cambio internacional y latinoamericano; no fue particular del PS uruguayo. Hay procesos similares en Argentina: La interpretación de la Revolución Cubana, la reinterpretación del peronismo fueron tan profundas que culminaron con la casi desaparición del PS de ese país. El PS chileno tenía desarrollo y capacidad de incidencia electoral , pero surgen tendencias por salirse de la Internacional Socialista y tener un vuelco americanista y mirar, por ejemplo, a la Yugoeslavia de Tito como una referencia nueva.”

En efecto, el menú de opciones, de “formas de asumir el socialismo” se abrió de manera similar en los tres países del Cono Sur. Quizá en Argentina hubo más trotzquistas y en Chile más influencia orgánica de los masones, pero son peculiaridades. Lo interesante es que esa misma crisis se procesó de manera distinta por motivos propios de cada país y, seguramente, de cada partido.

En Argentina, por casi cada una de las opciones reseñadas arriba surgió un partido socialista distinto. En realidad, probablemente dos, uno pro peronista y otro antiperonista. Cuando el PS del Uruguay celebró su 37º Congreso en 1972, invitó a delegaciones de tres partidos socialistas argentinos distintos con los que se sentía afín; entre los muchos que había. Es decir, no pasó que hubiera un partido que continuaba pero sufría desgajamientos, sino que se pulverizó en muchos partidos, todos socialistas.

En Chile, las fuerzas desatadas parecen haber sido similares. Pero, quizá por el peso electoral que menciona Marchesi, el Partido Socialista no se dividió. Eso sí, adentro convivían todas las tendencias, no necesariamente en paz. En 1970 había socialdemócratas, masones, pro chinos, “elenistas” (partidarios e integrantes del Ejército de Liberación Nacional) y mucho más. Y, como muestra de que la historia pesa en la cultura política posterior, en la página de Wikipedia, fuertemente editada por el PSCH, se reconocen hoy siete corrientes internas.

Otra comparación: también el Partido Comunista de Uruguay tuvo crisis, por ejemplo, en 1925, 1942 y 1955. Pero ninguna característica intrínseca, sea por ser un “partido laxo, abierto a la reflexión y al debate intergeneracional”, sea por ser todo lo contrario, puede explicar por sí sola el desbande posterior a 1989. Algo similar sucedió a los socialistas hacia fines de los 50.

La moraleja parece ser que a veces en las organizaciones hay tensiones entre dos corrientes nítidas que pueden terminar en una división. Pero otras veces el piso se mueve literalmente y se abren demasiadas opciones. En palabras de Goethe: “Él ya no podía seguir siendo lo que fuera hasta entonces, ni el mundo lo que había sido.”

Por Jaime Secco
Periodista Uruguay

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