El traumático drama del desarraigo en una escenografía de desafiante exilio voluntario, es el reflexivo disparador temático que propone “Brooklyn”, la elogiada coproducción entre Canadá e Irlanda dirigida por el realizador John Crowley.
La película recrea la historia de una joven mujer irlandesa, quien emigra a los Estados Unidos con el propósito de iniciar una nueva vida que le depare la felicidad que no encuentra en su país natal.
Por más que se trata de una decisión naturalmente voluntaria, la aventura igualmente supone un crucial desafío en su existencia que requiere de toda su capacidad de adaptación.
La protagonista de esta historia es Eilis Lacey (Saoirse Ronan), quien, atraída por el “sueño americano”, resuelve abandonar su país e instalarse nada menos que en Nueva York, durante la década del cincuenta.
Por más que el film no lo explicite, eran los tiempos de la post-guerra cuando Estados Unidos se perfilaba como una potencia económica mundial y se autoproclamada como una tierra de oportunidades, apetecible para colonizadores y ciudadanos desarraigados que vivían en la periferia de las sociedades a las cuales pertenecían.
Por supuesto, esa suerte de propaganda tuvo una masiva respuesta a nivel mundial, generando un multitudinario movimiento migratorio rumbo a la nación del Norte.
Uno de los países que históricamente más aportó a este fenómeno fue naturalmente Irlanda. No en vano existen fuertes vínculos culturales entre ambas naciones.
En ese contexto, el film indaga en la peripecia de adaptación de la protagonista a su nuevo hogar, con el inmenso imperativo de superar la nostalgia y mimetizarse rápidamente con la sociedad norteamericana.
El salto cualitativo de su solar natal a una de las megaurbes más caóticas y hacinadas del planeta, es ciertamente el reto que asume esta inocente joven introvertida y de mentalidad provinciana.
La secuencia de la partida a bordo de un inmenso barco en plena terminal portuaria, trasunta la tristeza de una familia virtualmente agobiada por el dolor.
Ese paisaje de desolación tiene su correlato en el transcurso de la extensa travesía, cuando la joven descubre que el mundo exterior puede resultar hostil.
Por supuesto, ella experimenta las mismas sensaciones de tantos otros exiliados que sacrifican afectos con tal de adueñarse de sus vidas e iniciar un nuevo tiempo de maduración y crecimiento personal.
El guión condensa los agudos contrastes de una existencia que se torna errática, en cuyo marco la voluntad de realización podrá más que el trauma de abandonar todo lo que conoce y ama desde la cuna, aunque para sobrevivir deba aceptar un humilde empleo en una tienda.
Como si se tratara de un cuento de hadas o de una mera telenovela, la peripecia vital de la protagonista muta radicalmente gracias al amor de un joven, quien se transformará en el bálsamo perfecto que mitigará los estragos de la soledad.
Empero, el relato corrobora que la existencia del ser humano casi nunca es lineal y sí una permanente secuencias de altibajos.
Narrado mediante un ritmo moroso y minimalista que privilegia particularmente la experiencia de aprendizaje del personaje central, “Brookyn” es un drama romántico ideal para impactar en la taquilla.
Por supuesto, en este caso no falta el habitual componente lacrimógeno que suele conmover al público de todas las latitudes del planeta.
Aunque por origen esta no es ciertamente una producción típicamente hollywoodense, la película también exalta las supuestas bondades de una sociedad que se suele ufanar de su alto nivel de desarrollo y hasta de su muy cuestionable liderazgo moral.
La propia invocación del título resulta muy sugestiva, en tanto admite lecturas que trascienden a lo meramente geográfico y devienen inexorablemente en la construcción simbólica de una identidad.
Más allá de eventuales salvedades, esta es una nueva apuesta al cine que privilegia la solitaria lucha de una mujer por imponerse sobre la realidad, al estilo de la recordada “Alma Salvaje” (2014).
Desde ese punto de vista, el relato funciona como una suerte de catarsis y un ejercicio de autoconstrucción de autoestima personal.
Al margen de sus intrínsecas virtudes cinematográficas- que sin dudas tiene – “Brooklyn” es un producto envasado para ser consumido masivamente, porque conjuga el amor con el dolor de la pérdida, la felicidad, la infelicidad y la nostalgia, entre otras muchas sensaciones.
No obstante, resulta muy conmovedora e impactante la actuación protagónica de la jovencísima Saoirse Ronan, quien compone un papel impregnado de superlativa pasión y convicción.
Brooklyn. Canadá-Irlanda 2015. Dirección: John Crowley Guión: Nick Hornby. Música: Michael Book. Fotografía: Ives Belanger. Montaje: Jake Roberts. Reparto: Saoirse Ronan, Domhnall Greeson, Emory Cohen, Emily Bett Rickards, Michael Zegan, Paulino Nunes, Jenn Murray y Jessica Paré.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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