“¡No renuncio!”: la cultura estatista en clave satírica

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El desmantelamiento del Estado como lógica consecuencia del avance de las nefastas políticas neoliberales y el aferrarse obsesivamente al statu quo son las dos vertientes temáticas que propone “¡No renuncio!”, la regocijante comedia del realizador italiano Gennaro Nunziante.

No en vano este film se ha transformado en el más taquillero en Italia, por sus fuertes apelaciones satíricas a lo grotesco y su caricaturización de la idiosincrasia del país peninsular.

FOTO 2 NO RENUNCIO

La película intenta rescatar y por momentos lo logra, la mejor tradición de la comedia italiana de la segunda mitad del siglo pasado, que inmortalizaron maestros de la talla de Mario Monicelli, Dino Risi y Ettore Scola, entre otros.

En ese contexto, la clave es un pueblo que se mofa de sí mismo, hurgando en sus costumbres, sus ritualizaciones y sus pequeñas miserias y grandezas.

Aunque todo transcurra en un tono intransferiblemente jocoso, estas disfrutables farsas siempre convocaron a una profunda reflexión.

“¡No renuncio!” da realmente con la tónica de esa tendencia, destinada a retratar al italiano de todas las clases sociales, mediante una paleta que siempre enfatiza en lo sardónico.

En este caso concreto, el relato apunta –aunque no sea en forma siempre explícita- a denunciar las prácticas de desmantelamiento del Estado practicadas por los popes del neoliberalismo en el mundo capitalista.

El protagonista de esta historia es Checco Zalone, quien es encarnado precisamente por el actor del mismo nombre, un burócrata empedernido que se aferra a su empleo público como si se tratara de la única alternativa.

Ese “puesto fijo”, que es una suerte de traducción de la tradicional inamovilidad de los funcionarios públicos de nuestro Uruguay, lo desempeña nada menos que en el Servicio de Caza y Pesca del pueblo que habita.

Para potenciar la ironía, en el comienzo del relato el Checco niño confiesa en la escuela que quiere ser empleado estatal, mientras sus compañeros eligen otras carreras y oficios.

Es que existe una tradición familiar al respecto, que se nutrió siempre del acomodo, ya que tanto su padre como otros familiares fueron “colocados” por un senador cuasi vitalicio que afirmó siempre su poder mediante prácticas de clientelismo.

Por supuesto, ese veterano político es una obligada referencia y hasta un consejero. La clave es, por supuesto, aferrarse al trabajo y no renunciar bajo ninguna circunstancia.

Empero, todo cambia radicalmente cuando el gobierno de turno comienza a implementar una política de salvaje “achique” compulsivo y se propone reducir drásticamente la plantilla funcional.

Como los empleados gozan naturalmente de inamovilidad legal, la estrategia es ofrecerles cuantiosas indemnizaciones monetarias para que renuncien a sus cargos y sus privilegios.

La encargada de esa “guerra sucia” anti-burocrática es la Doctora Sironi (Sonia Bergamasco), quien, ante la negativa del protagonista a abandonar su puesto, lo traslada sucesivamente a sitios inverosímiles.

Tal es la saña de la disciplinada inquisidora que no duda incluso en enviar al hombre a una estación de investigación científica italiana situada en el gélido Ártico, donde este deberá padecer temperaturas bajo cero e interactuar con temibles osos polares.

Allí se enamora perdidamente de Valeria (Eleonora Giovanardi), una bióloga con quien comparte el trabajo pero también las costumbres de los países nórdicos, que se encuentran en las antípodas de la idiosincrasia italiana.

La narración, que comienza en África donde el protagonista es tomado cautivo por una tribu aborigen y debe recrear su vida para salvar su pellejo, transcurre como una auténtica farsa que enfatiza los rasgos más relevantes y hasta insólitos de la identidad italiana.

En ese marco, el film reflexiona en tono burlesco sobre los privilegios de los funcionarios estatales, sus prebendas, el generoso sistema de seguridad social y las “licencias eternas”, originadas en la historia de un país que siempre tuvo organizaciones sindicales poderosas y fuertemente militantes.

FOTO 3 NO RENUNCIO

Aunque en su segunda parte la película deviene en una mera comedia romántica, resulta inevitable reflexionar en torno a la colisión entre modelos de sociedad estadistas y privatistas, donde subyace una permanente demonización discursiva del Estado.

Empero, más allá de eventuales apuntes críticos, este film está realmente lejos de ser un alegato político. Es sí, por supuesto, un agudo retrato social, en el cual hasta los uruguayos podemos reconocernos.

“¡No renuncio!” es una sátira liviana y bien digestiva, que apunta a rescatar algo de la mejor tradición de la comedia italiana de otrora, con un reparto de actoral de óptima calidad interpretativa.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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