La muerte es inevitable, es una fatalidad que atañe a todos los seres vivos, si tenemos derecho a dirigir nuestra vida con dignidad tenemos el derecho a dirigir nuestra muerte también con dignidad. Las convicciones religiosas son una práctica privada, no son leyes sociales.
El arzobispo anglicano emérito Desmond Tutu, de fe cristiana, decidió dejar testimonio de su deseo de morir de forma asistida, él dijo: “como cristiano creo en la santidad de la vida, y que la muerte es parte de la vida. Espero que cuando sea tiempo, yo sea tratado con compasión y tenga la oportunidad de pasar a la siguiente fase de mi vida en la manera que yo elija”. La libertad de algo tan íntimo e individual no debe supeditarse a los prejuicios sociales y religiosos.
El Estado debería otorgar este derecho como un interés social sin atender los preceptos religiosos que son del ámbito estrictamente privado. En nuestro país la eutanasia activa, es decir la ayuda médica para morir dedicada a los enfermos incurables o terminales, está prohibida porque los legisladores se olvidan de su vocación laica y atienden a sus prejuicios, trabajan para los grupos religiosos no para la sociedad en general.
Si algo está permitido no significa que todos lo deban acatar, significa que existe una opción para quien lo necesite o lo desee, el que sea católico puede cargar con sus creencias hasta la muerte.
La eutanasia pasiva que está vigente consiste únicamente en retirar los cuidados paliativos, lo que deja el enfermo padecer dolor hasta su muerte, es una opción insuficiente y cruel, parece un castigo por decidir morir antes. Ensañarse con el dolor de la persona no nos hace mejores seres humanos, ni es una prueba de algo, lo que suceda, o no, después de la muerte es un misterio que nadie tiene en las manos, ninguna persona posee la respuesta de lo que está por venir, mucho menos la capacidad de decidir por otros. Somos individuos, la vida y la muerte son la corroboración más determinante de esta individualidad, si el trayecto es personal el final también lo es. La fe que se práctica en vida es voluntaria, la paz de la muerte es la última oportunidad de ejercer nuestra libertad.
Escandaliza que esto tan privado sea determinado por intereses dogmáticos, que no tenga aun la autonomía de ser un derecho individual. Las religiones justifican la muerte en la guerra del proselitismo, las guerras religiosas lanzaban a morir por dios, el que sea, musulmanes, católicos y cristianos han asesinado en nombre de la fe, entonces la muerte voluntaria está aceptada y es santificada.
La elección de morir por la fe es un suicido, entonces ¿por qué una es aceptada o la otra, la del individuo que dirige su existencia, no lo es? Desmond Tutu ha demostrado un gran valor y compasión al hacer este testimonio, es un acto ejemplar, lo hizo por él y por miles de personas que sufren, demostró que el amor por los demás no es propiedad de las religiones, es una decisión ética que se ejerce desde nuestra esencia humana.
Por Avelina Lésper
México – Crítica e investigadora de arte
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