El destino lo estaba esperando a Héctor Supicci Sedes aquella tarde del 4 de diciembre de 1948 en una esquina del pueblo chileno de Victoria, en el desierto de Atacama. Un accidente extraño, absurdo, segó la vida del piloto automovilístico uruguayo, ganador diez años antes del primer Gran Premio del Sur argentino y un inventor genial que supo aplicar a sus coches dispositivos como el “sapito” limpiaparabrisas y otros mecanismos cuya ausencia sería hoy impensable en la industria automotriz. La muerte lo sorprendió mientras corría la segunda etapa de la carrera Lima-Buenos Aires.
Supicci competía en los tiempos heroicos de Juan Manuel Fangio, “Hipomenes” Angel Lo Valvo, “El indio rubio” Arturo Kruuse, los hermanos Gálvez o Raúl Riganti.
En el Gran Premio Internacional de 1935 Supicci Sedes había equipado con doble amortiguación su Ford
V8 coupé, medio siglo antes de que el mismo sistema comenzara a utilizarse en los coches del París-Dakar. En 1938 empezó a usar un blindaje protector para las bujías y el distribuidor para evitar la humedad en las piezas y por primera vez llevó en su coche unas planchuelas de metal para colocar debajo de las ruedas en caso de quedar empantanado, lo que es una solución habitual en nuestros días.
Instaló dos bocas de llenado para colmar los tanques con los 200 litros de combustible que llevaban los automóviles y reducir el tiempo de recarga a la mitad, y siempre guardaba en el auto un balón de oxígeno y aire comprimido para inflar los neumáticos durante la marcha y que a veces usaba para respirar con una mascarilla junto con su acompañante para no apunarse en las alturas. En la “cupecita” utilizaba caños de escape que curvaba hacia arriba, de modo de que pasaran por encima de los guardabarros traseros para evitar que se ahogara el motor al cruzar alguna cañada. Colocó en el auto un grueso caño transversal sobre las cabezas de los ocupantes para que en caso de un vuelco el piloto y su acompañante no quedaran aplastados. Todas eran innovaciones para la época.
En 1937 inventó el dispositivo para enjuagar el parabrisas cuando el polvo del camino empezaba a convertirse en barro sobre la carrocería. Colocó una pequeña bomba que lanzaba un fino chorro de agua sobre el vidrio y permitía que las escobillas limpiaparabisas pudieran lavar la superficie. El agua que salía a presión provenía de un depósito chico conectado con el tanque auxiliar. Recién en 1950 las fábricas automotrices de Estados Unidos comenzaron a ofrecer este sistema, hoy denominado “sapito” o “zorrino”, que se vendía como un accesorio separado.
El mecánico habilidoso era también un gran lector, un hombre culto, amigo de intelectuales y escritores como el minuano Juan José Morosoli -autor de “Viaje hacia el mar”, base de la película del mismo nombre dirigida por Guillermo Casanova y protagonizada por Hugo Arana y Julio César Castro (Juceca, el creador de Don Verídico)- y a quien un día le dijo: “Si usted quiere ser escritor tiene que andar, recorrer caminos para recoger otras experiencias”.
Tras el volante y andando caminos, Supicci Sedes ganó desde 1932 las cuatro ediciones del Gran Premio Nacional de Uruguay (la Montevideo-Rivera-Montevideo) y en 1935 triunfó en la Buenos Aires-Mendoza. Ocupó el tercer puesto en el Gran Premio argentino de 1937 y el segundo lugar en las Mil Millas del mismo año. En 1938 construyó su victoria grande y conquistó El Gran Premio del Sur, que recorrió toda la Patagonia y fue la primera prueba de velocidad en la Argentina, ganándole a los 18 corredores que llegaron a la meta, de los 54 que estuvieron en la línea de largada. Supicci cubrió los 6.224 kilómetros en 60 horas 49 minutos y 37 segundos, con un promedio de 90,436 kilómetros por hora. En 1939 llegó en el 15º puesto en las Mil Millas, cuando curiosamente compitió con el seudónimo “Julián Laguna” (al parecer porque le había dicho a su familia que no correría más), y fue quinto en el GP Internacional del Norte de 1940.
El sábado 4 de diciembre de 1948 se produjo el accidente fatal durante la disputa del Gran Premio de América del Sur. La prueba ya había empezado mal para el uruguayo que en la primera sección en medio de una polvareda en Maimará (“el otro año” en lengua aymara), en el corazón de la Quebrada de Humahuaca, chocó contra una alcantarilla y rompió el tren delantero. En el día trágico se corrió la segunda etapa Arica-Antofagasta. Después de reparar su coche que lucía el número 2, Supicci marchaba detrás de Oscar Gálvez, Pablo Gulle, Rosendo Hernández, Domingo Candela y Domingo “Toscanito” Marimón cuando al atravesar la localidad chilena de Victoria advirtió que había pasado de largo su puesto de reaprovisionamiento. Decidió dar la vuelta pero, por precaución, al doblar prefirió estacionar en un callejón lateral a la espera de que pasara el Ford del argentino Antonio Zarantonello que venía más atrás. Un grupo de espectadores impacientes bajó de las veredas, obstruyó la calle por donde pasaban los competidores y confundió a Zarantonello, quien supuso que allí debía girar a la izquierda. Lo hizo y se topó inesperadamente con el coche de Supicci detenido, sin poder evitar la colisión. El impacto fue contra la puerta del conductor. Supicci recibió un golpe fortísimo en la cabeza y murió inmediatamente, su copiloto Silvestre Caleche resultó ileso y Zarantonello abandonó allí mismo para siempre la competición automovilística.
El Gran Premio fue ganado por Gálvez
Supicci Sedes tenía 45 años. Había nacido en Montevideo el 15 de marzo de 1903. Lo llamaban “El gaucho” o “El inventor”, era muy querido por sus vecinos del barrio La Blanqueada y Pintín Castellanos compuso y le dedicó la milonga “Meta fierro”, que Juan D´Arienzo grabó en 1939.
Por William Puente
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