Hace un siglo se secularizaban en Uruguay los feriados religiosos

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Este año se cumple un siglo de que fueran secularizados los feriados religiosos en Uruguay –el país con el menor porcentaje de católicos en América latina- mediante una ley que convirtió la semana santa en Semana de Turismo, el 6 de enero, otrora día de la epifanía y de los reyes magos, en el Día de los Niños, el día de la virgen del 8 de diciembre en el Día de las Playas y la navidad del 25 de diciembre en la Fiesta de la Familia. La decisión fue adoptada durante la presidencia del colorado Baltasar Brum y estas denominaciones oficiales se mantienen al día de hoy.

Presidente Baltasar Brum

Fue la frutilla de la torta de un proceso que se había iniciado más de medio siglo antes, que separó la Iglesia del Estado y marcó fuertemente la idiosincrasia de los orientales, en un país donde hoy casi la mitad de la población está integrada por ateos, agnósticos o sin religión, y sólo uno de cada tres uruguayos se considera católico, según la última encuesta del Latinobarómetro. El estudio de opinión pública, que realiza anualmente alrededor de 20.000 entrevistas en 18 países de América Latina representando a más de 600 millones de habitantes, estableció que en las últimas dos décadas la Iglesia católica del Uruguay perdió al 50% de sus fieles.

Desde el nacimiento del Estado uruguayo, la Iglesia católica jugó un fuerte papel para impedir el avance de la legislación en el reconocimiento de los derechos iguales de todos los ciudadanos. La primera Constitución de 1830 estableció que “la religión del Estado es la Católica Apostólica Romana”. Pero en 1861 ocurrió un episodio que comenzaría a cambiar el rumbo de los vientos. Según la Cronología Histórica de Walter Rela, en aquel año murió en San José -93 kilómetros al noroeste de Montevideo- el doctor Enrique Jacobson, un respetado profesional católico y masón. El cura de la ciudad se negó a darle entierro en el cementerio local, debido a que no había querido renegar de su condición de masón, y el cuerpo de Jacobson fue llevado a la capital.

Pero allí también el vicario apostólico Jacinto Vera prohibió que el cadáver fuera conducido a la Iglesia o que se le diera sepultura eclesiástica, en tiempos en que la Iglesia administraba la paz de los cementerios. Los familiares del muerto hicieron gestiones ante las autoridades y lograron que el gobierno del presidente Bernardo Prudencio Berro permitiera la inhumación en una necrópolis de la ciudad. Esto desató la furia de Vera, quien de inmediato reclamó la exhumación del cadáver porque consideró que el camposanto público y católico había sido “escandalosamente violado” y los fueros eclesiásticos invadidos. Berro, del Partido Blanco, respondió entonces dictando un decreto de secularización de los cementerios, que muy pronto pasarían a ser administrados por el Estado. Además, el gobierno invocó razones de higiene para prohibir conducir los cadáveres a las Iglesias y estableció que debían ser llevados directamente de las casas mortuorias al cementerio

Aquel suceso marcaría una línea que se iría acentuando en el tiempo. En 1877 un Decreto-ley de Educación Común del dictador Lorenzo Latorre dispuso que “la enseñanza de la religión católica es obligatoria en las escuelas del Estado, exceptuándose a los alumnos que profesen otras religiones y cuyos padres, tutores o encargados, se opongan a que la reciban”. Esto significaba que la enseñanza de la religión era obligatoria pero su aprendizaje no. En 1885 el dictador Máximo Santos publicó una ley de prohibición de fundar nuevos Conventos y otra por la que dispuso que el casamiento civil debía ser anterior al religioso, por lo que ninguna pareja podía unirse ante Dios sin hacerlo primeramente ante el Estado, a pesar de las advertencias de Inocencio María Yéregui, el segundo Obispo de Montevideo, quien aseguró que ese matrimonio estaba “inspirado en el genio del mal”.

Y qué decir del enojo de la Iglesia cuando el 26 de octubre de 1907 se aprobó la Ley de Divorcio. La norma estableció que se podría conceder el divorcio “por adulterio de la mujer en todos los casos o del marido en la casa conyugal o con escándalo público; por tentativa de uno de los cónyuges contra la vida del otro; por actos graves de violencia; por injurias graves y frecuentes y por los malos tratos del marido”. Pero en 1913 los legisladores emparejaron los tantos y hasta inclinaron la balanza a favor de las damas al incluir una ley que determinó que el divorcio podía realizarse simplemente “por la sola voluntad de la mujer”, así nomás, sin tener que dar demasiadas explicaciones.

En 1909 el gobierno colorado de Claudio Williman suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas primarias y en el mismo año erradicó el Vicariato Castrense y eliminó los honores militares en las ceremonias religiosas. En aquellos tiempos, el diario El Dia que dirigía el colorado José Batlle y Ordóñez, uno de los principales promotores de la separación de Estado e Iglesia, mostraba en sus páginas viñetas de esqueletos vestidos con sotanas dibujadas por Hermenegildo Sábat, abuelo del genial Menchi Sábat, fallecido en octubre último y considerado uno de los mejores caricaturistas del planeta.

El paso final se dio con la reforma constitucional plebiscitada el 25 de noviembre de 1917, aprobada en 1918 y que entró a regir en 1919, luego de cumplir el complejo proceso preceptuado por la anterior Constitución de 1830. Entonces el Estado Oriental del Uruguay pasó a denominarse República Oriental del Uruguay y entre las modificaciones a la carta magna se dispuso la separación de la Iglesia del Estado, mucho antes de que se secularizaran la mayoría de los países del planeta. El artículo 5º de la nueva Constitución estableció: “Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna”. Los crucifijos fueron quitados de las reparticiones públicas y las monjas dejaron sus ocupaciones en los hospitales para volver a los conventos. Y así, el 23 de octubre de 2019 se acomodaron las fichas que faltaban y Brum secularizó los feriados religiosos. Desde entonces, las zambullidas en las playas de Montevideo se inauguran oficialmente el 8 de diciembre, cuando se instalan los guardavidas y se inicia la temporada de verano, y en la Semana de Turismo se corre la Vuelta Ciclista del Uruguay y hay jineteadas en El Prado.

La Iglesia resistió estas modificaciones pero se acomodó luego a la nueva situación y a lo largo del tiempo insistió con su injerencia en los asuntos civiles. Sin embargo, Uruguay siguió progresando en políticas de inclusión e igualdad y en 2007 promulgó la ley de unión concubinaria, que reconoció legalmente los derechos de las parejas que no se hubieran casado, incluso entre personas del mismo sexo. En 2009 se derogó la norma que impedía el ingreso de homosexuales a las fuerzas armadas y se promulgó una ley de adopción, que habilitó a concubinos y a parejas de homosexuales a adoptar hijos. Y el mismo año se promulgó una ley sobre el derecho a la identidad de género, que permite cambiar nombre y sexo en los documentos. La Iglesia y los colegios católicos estuvieron detrás de las movilizaciones de jóvenes en 2012 para oponerse a la ley de salud reproductiva que despenalizó el aborto, pero no pudieron evitar que la norma legal fuera aprobada en octubre de ese año por el Parlamento.

Como un dato curioso, algunos de los protagonistas de esta historia hacia la laicidad del Estado uruguayo terminaron sus días trágicamente. Bernardo P. Berro, quien trabajaba él mismo la tierra de su quinta en Manga, fue asesinado en 1868 en el interior del calabozo en el que estaba recluido después de un intento fallido de levantamiento para recuperar el poder del que había sido violentamente despojado cuatro años antes por el general Venancio Flores. Su cadáver degollado fue paseado por las calles de Montevideo en un carro de basura, mientras el cuerpo de su rival colorado –justamente Venancio Flores- ultimado el mismo día, era velado en la Catedral. Y Baltasar Brum se quitó la vida en un inútil intento de desafío al golpe de Estado del colorado Gabriel Terra en 1933. Dispuesto a resistir su detención y armado con dos revólveres esperó en la puerta de su casa de Montevideo, en Río Branco y Colonia, el levantamiento popular contra los facciosos, que nunca llegaría a producirse, hasta que finalmente gritó “¡Viva Batlle! ¡Viva la libertad!” y se disparó al corazón.

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