Otra pesadilla psicolaboral

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Hace tres meses se publicó en La Diaria “Pesadilla psicolaboral”, una nota firmado por Ignacio Martínez [i]. Con estilo sarcástico y buen humor el autor expone un episodio real y presumiblemente reciente de aplicación de pruebas psicolaborales para controlar el acceso al trabajo. El relato demuestra que los hechos referidos son auténticos, la denuncia merece adhesiones expresas y seguramente profundización para desvelar las responsabilidades concretas que se desprenden de los hechos aludidos. 

El acceso al mundo del trabajo en el Uruguay viene siendo sistemáticamente manipulado mediante las llamadas pruebas psicolaborales. Mientras que en el ámbito privado el empleo de pruebas psicolaborales para el presunto estudio de la personalidad profunda de los aspirantes está siendo cada vez más cuestionado y por ende su uso viene retrogradando y tiene cada vez menos adeptos, los “mercaderes de la certeza”[ii] se han refugiado en el ámbito público donde campean con escasa oposición. El caballo de Troya de la naturalización de técnicas psicológicas carentes de validez y respaldo científico se introdujo formalmente en la administración pública uruguaya mediante el Decreto 56/2011 que estableció el llamado Sistema de Reclutamiento y Selección de Personal [iii] .

La aplicación de ciertas técnicas psicológicas (tests proyectivos, cuestionarios, entrevistas) con la pretensión de obtener una “radiografía de la psiquis” de los aspirantes a ocupar un cargo o conseguir un fernando-britos-200ascenso está viciada de fallas instrumentales y éticas innegables a las que nos referiremos más adelante. En todo caso constituyen una violación de derechos fundamentales: el derecho al trabajo, el derecho a la preservación de la dignidad y la intimidad, el derecho a un trato equitativo y a la igualdad de oportunidades, el derecho a no ser investigado sin haber dado explícitamente un consentimiento informado, el derecho a someterse a procedimientos transparentes, a reclamar segundas opiniones si así lo desea y a una devolución completa y oportuna de los resultados de los juicios o informes que sobre la persona hayan recaído, entre otros.

La promoción de las pruebas psicolaborales y la investigación de la personalidad no siempre han sido acogidas con resignación, conformismo y silencio, que es precisamente lo que intentan lograr los técnicos que las aplican cuando atribuyen la descalificación o eliminación de personas, en forma reverente, a una entidad nebulosamente ubicada en el campo de la ciencia.

En la Universidad de la República, hasta ahora, se consiguió mantener fuera de los rigurosos procedimientos de concurso para ingreso y ascenso cualquier tipo de prueba psicolaboral por considerarlas pseudocientíficas y perjudiciales [iv]. En el Poder Judicial una aplicación infame y desastrosa de pruebas psicolaborales fue enfrentada por el gremio de los funcionarios hace un par de años y obtuvo algunos resultados al dejar en claro, por lo menos, la manipulación, subjetivismo e incuria de la misma. En los bancos públicos (BROU y BSE especialmente) ha habido enfrentamientos, mayormente individuales y aislados, que han entorpecido pero no impedido los proyectos de los “mercaderes de la certeza” para generalizar la aplicación de pruebas psicolaborales [v].

La forma en que se instrumentan las pruebas psicolaborales en la administración pública es irregular, muchas veces insidiosa y hasta vergonzante, es decir a la chita callando. A pesar de que el famoso Decreto 56/2011 pretende una aplicación universal de técnicas psicológicas, en los hechos los tests y las entrevistas eliminatorias están apuntadas a los cargos bajos, al ingreso y a los primeros ascensos pero casi nunca a los cargos superiores o a los técnicos y especialistas.

Por ejemplo, basta leer las bases de los llamados en el Poder Judicial para darse cuenta que los funcionarios rasos deben someterse a las pruebas psicolaborales pero que nunca se les imponen a los magistrados y casi nunca a los médicos forenses y otros especialistas. El “casi” de este último término se refiere al uso perverso y lamentablemente frecuente de tests y entrevistas para manipular el resultado de  un concurso con pocos aspirantes. Donde el caballo o la yegua del comisario debe ganar a cualquier costo los especiosos resultados “psicológicos” sirven para descalificar a los oponentes o acomodar los puntajes finales [vi].

Ahora comentaré y corroboraré los datos concretos que ofreció Martínez en “Pesadillas psicolaborales”. La divulgación de las celadas que entraña el procedimiento es importante, sobre todo ahora cuando, por ejemplo, el Banco República y ANCAP se aprestan a proveer cargos de ingreso y  contemplan las infames pruebas psicolaborales. Ignacio, no dice nada respecto a como le fue finalmente en el proceso de selección al que se sometió. Tal vez haya ingresado como Auxiliar Administrativo en dependencias del Poder Ejecutivo pero su valor al exponer los hechos deberá protegerle, en cualquier caso, porque los personajes de su relato suelen ser tan vengativos como carentes de argumentos.

Este amigo habría consultado la página web Uruguay Concursa y se enteró del llamado para proveer cargos administrativos en la Presidencia de la República (40 horas semanales y un apenas decoroso salario nominal de $ 29.984), conoció los cometidos convencionales del cargo algunos de los que él cita (“desempeñar tareas de acuerdo a las normas y procedimientos establecidos”, “recibir y enviar expedientes”, “realizar tareas referentes al manejo de la información”, etc. etc.). Según parece los inscriptos fueron 20.881, lo cual es común aunque las vacantes a proveer se hayan contado, en el mejor de los casos, en pocas decenas. A Martínez no le fue mal en un sorteo que habitualmente se realiza para volver manejable la cantidad de aspirantes: según dice quedó en el décimo tercer puesto.[vii]

El segundo paso fue y suele ser una prueba de oposición, es decir un muy convencional examen de conocimientos cuyo desarrollo se dilata por meses y termina evaluando el conocimiento memorístico de la Sección IX de la Constitución de la República, el Estatuto del Funcionario Público, el TOCAF y el Decreto 500. Martínez debió superar el 50% de los puntos posibles en la prueba de conocimientos y de este modo pasó a la tercera y pesadillesca etapa: la prueba psicolaboral. Aunque no lo dice resulta claro que la misma fue eliminatoria porque también en este caso se requiere obtener la mitad de los puntos para seguir adelante.

Finalmente Martínez hace una descripción totalmente verosímil de la prueba psicolaboral a la que asegura que se sometieron unos doscientos aspirantes en el Salón de Actos de la Torre Ejecutiva durante unas tres horas. La descripción de la “batería” de pruebas y la duración desmesurada del procedimiento es una denuncia que pone en cuestión la idoneidad de las desconocidas profesionales que las dirigieron. Aquí hay un primer problema.

Por lo general los “seleccionadores de personal” no se identifican, no dicen su nombre ni su título, calificación y dependencia para la que trabajan. Las psicólogas cuya actuación describe Martínez ¿serían funcionarias del Poder Ejecutivo o empleadas de una empresa contratada al efecto? ¿dieron la información previa acerca de como se desarrollarían los tests durante tres horas, el origen y propósito de las pruebas y las condiciones generales de aplicación (cronometradas, etc.) ? No parece haberse cumplido con otra cosa que con el “factor sorpresa”, consignas vagas y procedimientos mecánicos, distantes y convencionales, por parte de personas investidas de autoridad y anonimato (el segundo preserva la primera) de modo que quienes se someten a ellas ni siquiera obtienen evidencia alguna respecto a la idoneidad y responsabilidad de las examinadoras. El anonimato suele encubrir improvisaciones e incuria.

La primera prueba fue un test de frases incompletas. Se trata de viejos procedimientos que primero fueron juegos de salón y sobre fines del siglo XIX empezaron a ser aplicados por psiquiatras, como Carl Jung, para explorar el inconsciente de sus pacientes en el sanatorio suizo Burgholzli. Este test de frases incompletas fue “desarrollado” para incluir frases relativas al cargo (“lo mejor de este cargo es …” , “lo peor de este cargo es … “), a asuntos personales y otras que Martínez califica como ambiguas (“nunca imaginé que… “) que en realidad son las que en la jerga técnica algunos denominan “cuestiones de alto rendimiento” porque están destinadas a descolocar al interrogado mediante situaciones dilemáticas o dialógicas.

Llama la atención que cada frase tuviera cuatro renglones disponibles para su completud. Esto muestra que quienes adoptaron la prueba piensan que cuanto mayor resultado cuantitativo se obtenga mayores evidencias tendrán para juzgar la psiquis de quien contesta, lo cual es una expectativa, para decir lo menos, poco seria.

A esta altura, Ignacio se planteaba si debía ser “sincero o cínico” en sus respuestas y da ejemplos de las que ofreció en la linea que eligió, la sinceridad. Esta es la Trampa 22 de las pruebas psicolaborales[viii]. Generalmente el camino más aconsejable para enfrentar estas pruebas e interrogatorios consiste en dar las respuestas más convencionales y escuetas que sea posible, manteniendo cierta coherencia pero sin pretensión alguna de originalidad. Pocos pueden hacer lo que recomendaba una eminencia como el Prof. Robyn Dawes (1936 – 2010). Él sostenía que si a alguien se le presentaban manchas de tinta, figuras difusas u otros estímulos ambiguos y se le requería elaborar historias relativas a su personalidad, el interrogado debía retirarse negándose a contestar porque se trata de una celada en la que cualquier cosa que diga será interpretada en su contra, buscando traumas, fallas o enfermedad o disfunción psíquica. Esto acarrea la exclusión automática de cualquier proceso de selección [ix] y aunque valiente es poco recomendable desde el punto de vista de confrontar estos procedimientos. En cambio, el camino elegido por Ignacio, al divulgar humorísticamente su experiencia, parece un primer paso más adecuado.

Después de la frases incompletas venía uno de los platos fuertes: el test de Wartegg [x]. Este test proviene del basurero de la psicología nazi. Su autor lo presentó en 1938 en un congreso en Jena y poco después fue olvidado. En la década de 1950 unos charlatanes argentinos (grafólogos ellos) descubrieron el test y publicaron una versión en español. Más tarde hubo quien produjo una versión uruguaya. La total ausencia de estudios serios que avalen este test de dibujos sobre figuras geométricas (presuntamente basado en la Gestalttheorie pero lleno de interpretaciones burdas y ridículas) provocó su desuso ya que fue calificado como “magia simpática”. Sin embargo, periódicamente profesionales ignorantes o noveleras, buscando “nuevos tests” reviven esta bazofia carente de validez.

En esta aplicación del Wartegg, las profesionales introdujeron varios “perfeccionamientos”. Mientras que las consignas originales eran hacer dibujos que incluyeran de algún modo las figuras geométricas en blanco y negro que obran en cada una de ocho láminas (hay versiones con más y con menos láminas e incluso coloridas), en este caso se pidió ponerle un título a cada dibujo, establecer el orden de ejecución, establecer cual dibujo resultó más sencillo, cuál gustó más y cuál menos, en un lapso de 15 minutos. Por añadidura una vez terminada esta parte se les reclamó volver a efectuar otros ocho dibujos pero con motivos diferentes y solamente en siete minutos. Toda una proeza aunque las exigencias recargadas no aportan validez alguna sino que sirvan para “llenar el ojo” de quienes contratan a los examinadores.

Según parece para la siguiente prueba se suministró a los aspirantes una hoja en blanco y se les dio la consigna de dibujar un animal, contar una historia al respecto, ponerle título a lo hecho y al final se requería describir a que raza pertenecía el animal (¡?). Para algunos psicólogos, con formación defectuosa o falta de experiencia, “la lámina en blanco” es el sumum de la investigación de la personalidad aunque se ha probado que la interpretación de los resultados es subjetiva, arbitraria y a menudo contradictoria. Todo depende de la psiquis del técnico, de sus sesgos y estereotipos, más que de las “proyecciones” del examinado. Esta, como todas las otras técnicas proyectivas que se emplean para pesquisar la personalidad, son en el mejor de los casos materia de controversia e incertidumbre.

La cuarta prueba parece haber consistido en una de las llamadas “pruebas de integridad” que demandaba ordenar, en forma preferencial, cuatro respuestas o frases referidas a cuestiones “morales, éticas y afines”. Los autores de este tipo de tests ( y hay casi tantos como quienes los aplican) pretenden extraer de ese ordenamiento conclusiones acerca de la honestidad y sinceridad de las personas. Un verdadero disparate cuyos resultados pueden ser manejados si la persona que se somete a él está prevenida y tiene cierto grado de entrenamiento. Desde luego la valoración de los resultados es totalmente idiosincrática y puede resultar contradictoria cuando la llevan a cabo técnicos diferentes o el mismo técnico en circunstancias distintas con el mismo sujeto, lo cual es la demostración más contundente de la falta de confiabilidad de los pretendidos “tests de integridad”.

La quinta y última prueba resultó sorprendente para Ignacio pero en realidad es esperable cuando los psicólogos que aplican este tipo de procedimientos intentan redondear una “batería” enjundiosa que de la impresión de ser densa, profunda y abarcativa aunque se trate de un conjunto incapaz de dar cuenta de las aptitudes o condiciones requeridas para un trabajo cualquiera o aún para la vida en comunidad o disposición para desempeñarse en un cargo. En efecto, la última prueba requería trazar la máxima cantidad de rectas verticales en pocos minutos. Cuando la psicóloga decía “guión” había que trazar una recta horizontal que marcaba un intervalo. Terminado el plazo se debía contar los trazos, sumar todo y anotar la cifra. En suma este ejercicio de los palotes no siquiera es apropiado para determinar aptitudes o defectos psicoquinéticos, trastornos neurológicos, habilidades espaciales, geométrico-matemáticas o de cualquier otro tipo. Se trata de un ejercicio inútil que, como las otras pruebas, habla más de quienes aplican estos procedimientos que de quienes se someten a ellos.

Lo grave no es que se incluyan pruebas psicolaborales para proveer cargos en dependencias de la Presidencia de la República. Lo grave es que al hacerlo no exista evidencia seria que respalde ninguna de la pruebas empleadas, que no se haya recabado el consentimiento informado de quienes se sometieron a prueba, que presumiblemente no se haya hecho una devolución completa y oportuna de los resultados, que los tests y técnicas carentes de validez (y por ende pseudocientíficos) hayan tenido efecto eliminatorio, excluyendo arbitrariamente a quienes aspiraban a trabajar al servicio del Poder Ejecutivo, y que nadie se haga responsable de los derechos violados y de las posibles arbitrariedades cometidas [xi].

Si estas afirmaciones son falsas, malintencionadas o inverosímiles, eso podrá probarse rebatiendo las objeciones técnicas y éticas que hemos expuesto. Si en cambio y como suele suceder se barre para abajo de la alfombra y se silencia todo, lo denunciado habrá quedado, una vez más, puntualmente confirmado.

 

Por el Lic. Fernando Britos V.

La ONDA digital Nº 803 (Síganos en Twitter y facebook)

 

[i]Ignacio Martínez es un periodista Licenciado en Ciencias de la Comunicación que se autodefine como “melómano profesional y nietzcheano amateur”. Al artículo citado puede accederse fácilmente por Internet.

[ii]El término califica a quienes – a sabiendas o por ingenuidad ignorante – promueven como certeras herramientas de selección una serie de técnicas psicológicas carentes de validez y respaldo científico. Ver: Balicco, Christian (1997) Les méthodes d’evaluation en resources humaines: la fin des marchands de certitude. Editions d’Organisation; París.

[iii]Britos, Fernando (2011) “El lado oscuro del S.R.S.P. De cómo los buenos propósitos del Decreto 56/2011 pueden dejar resquicios abiertos a la manipulación y la injusticia”. En: Derecho Laboral. Tomo LIV, N.º 243, julio-setiembre 2011. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo.

[iv]En la rígida división entre cargos docentes y no docentes (técnicos, administrativos y de servicios) que impera en la Udelar, sería locura que a alguien se le hubiera ocurrido aplicar tests psicológicos para el ascenso en la carrera docente que en la mayoría de los casos está (o debería estar) exclusivamente regida por concursos de oposición y méritos o designaciones directas.

[v]Hace pocos días, el presidente del Sector Financiero Oficial de AEBU (la Asociación de Bancarios del Uruguay), en una entrevista periodística, cuando defendía los procedimientos de concurso para ingresar al BROU deslizó, con aquiescencia cándida y desprevenida, que los aspirantes “deberían someterse a una prueba psicolaboral”.

[vi]Quienes resultan revolcados en esas “carreras arregladas” suelen tascar el freno y callar. A veces se resignan por ignorancia o por temor y en muy escasas oportunidades se animan, como Ignacio Martínez, a arrojar luz sobre un procedimiento siempre opaco manejado por fotófobos.

[vii]El estudio de muchos casos de llamados masivos muestra la siguiente relación: originalmente se inscriben 20.000 o más aspirantes, el sorteo reduce el grupo a 1.200 o menos; la prueba de conocimientos es superada por 200 o 300 y ellos, a su vez, son “decantados” por la prueba psicolaboral para que quede un centenar o menos y finalmente las entrevistas dejan unos 40 o 50 aspirantes con los cuales se proveen los cargos y se elabora una lista de espera que generalmente tiene una vigencia acotada a uno o dos años. Todo parece inobjetable si no fuera porque las técnicas psicológicas suelen ser subjetivas, sesgadas, carentes de validez y confiabilidad, en suma simples adivinanzas carentes de respaldo científico, de seguimiento serio y de evaluación de sus resultados, lo que las transforma en instrumentos de manipulación.

[viii]Trampa 22 (Joseph Heller, 1961) es un clásico de la literatura antibelicista, antiburocrática y del humor negro del siglo XX. Un piloto desea eludir las peligrosísimas misiones de bombardeo a baja altura y para ello finje locura. Los médicos lo examinan y lo declaran apto para participar en esos combates, precisamente porque hay que estar loco para hacerlo. Se trata de la trampa ineludible del razonamiento circular (parafraseando a Larbanois y Carrero:”¿quién se habrá quedado allá en Melbourne, el loco o yo?”). Para ingresar a un trabajo hay que acreditar experiencia pero para tenerla hay que haber trabajado; para conseguir un préstamo hay que demostrar que no se lo necesita, etc. 

[ix]Dawes, Robyn M. (1994) House of Cards. Psychology and Psychotherapy Built on Myth. The Free Press, Nueva York.

[x]Ehrigg Wartegg fue un psicólogo alemán, miembro del partido nazi y protegido de su mentor Friedrich Sander. Juntos promovían la idea que “la buena forma” (la Gestalt) era la raza aria y el test del primero estaba destinado a ponerla en evidencia.

[xi]Quienes promovieron estas pruebas psicolaborales no concebirían al Presidente de la República, Dr. Tabaré Vázquez – que es un eminente oncólogo, destacado científico y reconocido humanista – diagnosticando el cáncer por la interpretación del poso en las tazas de te o escudriñando las entrañas de animales domésticos o respaldando el uso de procedimientos igualmente pseudocientíficos y carentes de validez para la selección de su personal.

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