Libertad y liberación son tareas que no acaban nunca. Sea éste nuestro lema: «No olvidemos». Con esta frase terminó su conferencia Umberto Eco [i], en 1995, en la Universidad de Columbia.
Comprender que fue lo que pasó en el siglo XX, particularmente en Europa, es sumamente importante porque, lo que Robert Paxton llama las pasiones movilizadoras del fascismo, siguen siendo la sustancia activa de las acciones liberticidas, del deterioro de los derechos humanos, de la manipulación por los promotores de la desigualdad y la injusticia. Se trata de un fenómeno universal siempre presente por lo que, efectivamente, la defensa de la libertad y la liberación de todas las formas de opresión son tareas permanentes. No olvidar quiere decir, no olvidar el fascismo, no menospreciar la capacidad de este para mimetizarse, para presentarse como un conjunto de ideas y de propuestas novedosas.
La conferencia de Eco, de hace 27 años, se desarrolló en el marco de la conmemoración del cincuentenario de la derrota del nazifascismo al cabo de la Segunda Guerra Mundial. En esa oportunidad Eco dijo que el fascismo se adapta a todo, es decir que no tiene una consistencia filosófica sólida, clara, definida y presenta una serie de catorce características que – según él – aparecen en los movimientos fascistas. Basta la presencia de una sola de ellas para que se sienta el tufo del fascismo. Eco en este sentido es muy estricto.

El término «fascismo» se adapta porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. “Quítenle al fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o Salazar; quítenle el colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico [ii]. Añádanle al fascismo italiano un anti-capitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra Pound [iii]. Añádanle el culto de la mitología celta y el misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán uno de los gurús fascistas más respetados: Julius Evola [iv] “.
A pesar del carácter contradictorio y confuso del fascismo, Eco considera que es posible indicar una lista de características típicas de lo que le gustaría denominar «Ur-Fascismo», o «fascismo eterno» [v]. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen entre sí, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista.
- La primera característica de un fascismo es el culto de la tradición – El tradicionalismo es más antiguo que el fascismo dice Eco. No fue típico sólo del pensamiento contrarrevolucionario católico posterior a la Revolución Francesa, sino que nació en la edad helenística tardía como reacción al racionalismo griego clásico.
El papel de la Iglesia Católica y especialmente de sus jerarquías en los regímenes fascistas, actuando como aglutinante de las diversas corrientes liberticidas, fue muy patente en España en la década de 1930 y particularmente como sustento del franquismo y promotor de la cruzada contra el comunismo, la masonería y los judíos.
En la cuenca del Mediterráneo, en la época helenística, los pueblos de religiones diferentes (aceptadas todas con indulgencia por el Olimpo romano) empezaron a soñar con una revelación que habría sido recibida en el alba de la historia humana. Esta revelación habría permanecido durante mucho tiempo bajo el velo de lenguas ya olvidadas. Estaría encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de las religiones asiáticas. Está nueva cultura habría de ser sincrética.

«Sincretismo» no es sólo, como indican los diccionarios, la combinación de formas diferentes de creencias o prácticas. Una combinación de ese tipo debe tolerar las contradicciones. Los tradicionalistas afirman que todos los mensajes originales contienen un germen de sabiduría y, cuando parecen decir cosas diferentes o incompatibles, lo hacen sólo porque todos aluden, alegóricamente, a alguna verdad primitiva. Como consecuencia, ya no puede haber avance del saber. La verdad ya fue anunciada de una vez para siempre y lo único que podemos hacer es seguir interpretando su oscuro mensaje.
Es suficiente mirar la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentó de elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos. La fuente teórica más importante de la nueva derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el Grial con los Protocolos de los Ancianos de Sión, la alquimia con el Sacro Imperio Romano Germánico. “El hecho mismo de que, para demostrar su apertura mental, una parte de la derecha italiana ampliara recientemente su cartilla juntando a De Maistre, Guénon y Gramsci es una prueba fehaciente de sincretismo”.
- El tradicionalismo implica el rechazo del modernismo – Tanto los fascistas como los nazis adoraron la tecnología, mientras que los pensadores tradicionalistas suelen rechazar la tecnología como negación de los valores espirituales tradicionales. Sin embargo, a pesar de que el nazismo estuviera orgulloso de sus logros industriales, su aplauso a la modernidad era solo el aspecto superficial de una ideología basada en la «sangre» y la «tierra» (Blut und Boden). El rechazo del mundo moderno se camuflaba como condena de la forma de vida capitalista, pero concernía principalmente a la repulsa del espíritu de 1789 (o de 1776, obviamente). La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna. En este sentido, el fascismo puede definirse como «irracionalismo».
De todos modos, el anti modernismo del fascismo también era contradictorio. Roger Griffin [vi] estima que el Tercer Reich no era ni modernista ni anti modernista y algo parecido sucedía en la Italia fascista. Cita el ejemplo de Giuseppe Pagano, que fue uno de los más notorios exponentes del modernismo arquitectónico, anti monumental y racionalista, que floreció bajo el fascismo, uno de cuyos ejemplos es la Ciudad Universitaria. Pagano esperaba que su creatividad fuera adoptada como la estética modernista oficial del fascismo, pero se fue apartando de Mussolini. En 1943, cuando los nazis ocuparon toda Italia, se unió a los partisanos. Fue arrestado por los esbirros de la República de Saló, escapó de la cárcel, pero fue recapturado, torturado y enviado a un campo de concentración en Alemania. Murió en Mauthausen en abril de 1945, pocos días antes de la liberación del campo.
- El irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción es bella de por sí y, por lo tanto, debe actuarse antes de, y sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se identifica con actitudes críticas. Desde la declaración atribuida a Goebbels («Cuando oigo la palabra Cultura, hecho mano a la pistola» [vii]) hasta el uso frecuente de expresiones como «cerdos intelectuales», «estudiante cabrón, trabaja de peón», «muera la inteligencia», «universidad, guarida de comunistas», la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma de fascismo. El mayor empeño de los intelectuales fascistas oficiales consistía en acusar a la cultura moderna y a la intelligentsia liberal de haber abandonado los valores tradicionales.
- Ninguna forma de sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica entiende el desacuerdo como instrumento de progreso de los conocimientos. Para el fascismo, el desacuerdo es traición.
- El desacuerdo es, además, un signo de diversidad. El Ur- Fascismo crece y busca consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El fascismo es, pues, racista por definición. Las doctrinas de las razas superiores, de los pueblos elegidos, de los ancestralismos, es racismo.
- El fascismo surge de la frustración individual o social. Esto explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamamiento a las clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de grupos sociales subalternos. En nuestra época, en la que los antiguos «proletarios» se convierten en pequeña burguesía (y los lumpen se autoexcluyen de la escena política), el fascismo ha de encontrar su público en esta nueva mayoría. Estas afirmaciones de Eco han sido cuestionadas por estudios cada vez más profundos que han demostrado que en las distintas etapas del fascismo ha habido una participación de la clase alta junto a las capas medias. El éxito electoral fue más importante en el caso de Hitler que en el de Mussolini. Richard Hamilton [viii]fue el primero que demostró que Hitler contó con el respaldo electoral de muchos votantes de clase alta además de los de clase media baja. Desde entonces, estudios efectuados con computadoras han permitido un mejor conocimiento del éxito de los nazis en la captación de votos de todas las clases sociales, aunque sus resultados fueron menores en comunidades afianzadas, como los católicos o los marxistas.
- A quienes carecen de una identidad social, el fascismo les dice que su único privilegio es el más común de todos, haber nacido en el mismo país. Este es el origen del «nacionalismo». Además, la identidad nacional se define por contraposición a sus enemigos. “En la raíz de la psicología fascista está la obsesión por el complot, posiblemente internacional – dice Eco -. Los seguidores deben sentirse asediados. La manera más fácil de hacer que asome un complot es apelar a la xenofobia. Por otra parte, el complot debe surgir también del interior: los judíos fueron un objetivo, puesto que presentan la ventaja de estar al mismo tiempo dentro y fuera. Pero el lugar de los judíos o junto con ellos pueden serlo los negros, los indios, los palestinos, los gitanos, los armenios, los eslavos. El nacionalismo völkisch que había surgido en Alemania a mediados del siglo XIX adoptó la forma de un movimiento de revitalización social. La evidencia para considerarlo también como una forma de modernismo político anti liberal se atribuye a George Mosse [ix] quien trazó los orígenes de la ideología völkisch que se remontaban a la visión organicista del mundo que unía la naturaleza pseudocientífica de la filología con las nociones místicas acerca de “el alma alemana”. Los nazis hicieron que esas ideas se volvieran asequibles por medio de una retórica potente, símbolos poderosos y rituales masivos.
- Los seguidores deben sentirse humillados por la riqueza y la fuerza del enemigo. Los judíos son ricos y se ayudan entre sí gracias a una red secreta de asistencia recíproca. Los seguidores, con todo, deberán estar convencidos de que pueden derrotar al enemigo. Así, gracias a unos continuos cambios retóricos, los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado débiles. “Los fascismos están condenados a perder sus guerras porque son incapaces constitucionalmente de valorar con objetividad la fuerza del enemigo”.
- Para el fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien «vida para la lucha». El pacifismo es entonces colusión con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente para la supervivencia de la raza. Esto, sin embargo, lleva consigo un complejo de Armagedón: dado que el enemigo debe y puede ser derrotado, tendrá que haber una batalla final, tras la cual el movimiento obtendrá el control del mundo. Semejante solución final implica una sucesiva Era de Paz, una Edad de Oro que contradice el principio de guerra permanente. Ningún líder fascista ha conseguido resolver jamás esta contradicción.
- El elitismo es un aspecto típico de toda ideología reaccionaria, en tanto fundamentalmente aristocrático. En el curso de la historia, todo elitismo aristocrático y militarista ha implicado el desprecio por los débiles. El fascismo no puede evitar predicar un «elitismo popular». Cada ciudadano pertenece al mejor pueblo del mundo, los miembros del partido son los ciudadanos mejores, cada ciudadano puede (o debería) convertirse en miembro del partido. Pero no puede haber patricios sin plebeyos. El líder, que sabe perfectamente que su poder no lo ha obtenido por mandato, sino que lo ha conquistado por la fuerza, sabe también que su fuerza se basa en la debilidad de las masas, tan débiles que necesitan y merecen a un «dominador». Puesto que el grupo está organizado jerárquicamente (según modelo militar), todo líder subordinado desprecia a sus subalternos, y ellos a su vez desprecian a sus inferiores. Todo esto refuerza el sentido de un elitismo de masa (la ley del gallinero).
- En esta perspectiva, cada persona debe ser educada para convertirse en héroe. En todas las mitologías, el «héroe» es un ser excepcional, pero en la ideología fascista el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo se vincula estrechamente con el culto a la muerte: no es una coincidencia que el lema de los falangistas era «¡Viva la muerte!»[x] A la gente normal se le dice que la muerte es enojosa, pero que hay que encararla con dignidad; a los creyentes se les dice que es una forma dolorosa de alcanzar la felicidad sobrenatural. El héroe fascista, en cambio, aspira a la muerte, anunciada como la mejor recompensa de una vida heroica. “El héroe fascista está impaciente por morir, y en su impaciencia – hay que decirlo todo sostiene Eco – más a menudo consigue hacer que mueran los demás”.
- Tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, por eso el fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales: éste es el origen del machismo (que implica desdén hacia las mujeres y una condena intolerante de costumbres sexuales no conformistas, desde la castidad hasta la homosexualidad). Y dado que el sexo es también un juego difícil de jugar, el héroe fascista jugará con las armas, que son su Ersatz [xi] fálico: sus juegos de guerra se deben a una invidia penis permanente.
- El fascismo se basa en un «populismo cualitativo». En una democracia los ciudadanos gozan de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo está dotado de un impacto político desde el punto de vista cuantitativo (se siguen las decisiones de la mayoría). Para el fascismo los individuos como tales no tienen derechos, y el «pueblo» se concibe como una entidad monolítica que expresa la «voluntad común». Puesto que ninguna cantidad de seres humanos puede poseer una voluntad común, el líder pretende ser su intérprete. Habiendo perdido su poder de mandato, los ciudadanos no actúan, son llamados sólo pars pro toto (como una parte que se toma por el todo) a desempeñar el papel de pueblo. El pueblo, de esta forma, es sólo una ficción teatral. Para nosotros se trata de la contraposición total del principio artiguista: “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”.
En nuestro futuro – decía Eco – se perfila un populismo cualitativo, el de la televisión o Internet, en el que la respuesta emotiva de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser presentada o aceptada como la «voz del pueblo». En razón de su populismo cualitativo, el fascismo debe oponerse al parlamentarismo y promover “el principio de autoridad”, el presidencialismo aún dentro de un esquema democrático. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la «voz del pueblo», podemos percibir olor del fascismo. [xii]
- El fascismo se expresa en «neohabla». La «neohabla» fue inventada por Orwell en su novela 1984, como lengua oficial del Ingsoc pero “elementos de Ur-Fascismo son comunes a formas diversas de dictadura. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Debemos estar preparados para identificar otras formas de neo habla, incluso cuando adopten la forma inocente de un popular reality show “.
Robert Paxton [xiii], por su parte, después de señalar que ninguna interpretación del fascismo parece haberlo explicado todo definitivamente a satisfacción de todo el mundo, advierte que no es posible comprender bien al fascismo sin trazar fronteras claras que lo diferencien de formas superficialmente similares.
La frontera más simple es la que separa al fascismo de las tiranías clásicas. Las tiranías clásicas imponían el silencio a sus ciudadanos por el miedo y el terror desde las épocas más antiguas. El fascismo, en cambio, encontró una forma para canalizar sus pasiones en la construcción de unidad nacional obligatoria “en torno a proyectos de limpieza interna y expansión externa”. Paxton advierte que no se debería utilizar el término fascista para dictaduras “por muy crueles que sean” porque carecen del entusiasmo de masas manipulado y de la energía demoníaca del fascismo, así como de la misión que este se plantea de “prescindir de las instituciones libres” en pro de la fuerza, la pureza y la unidad de la nación.
El fascismo se confunde fácilmente con las dictaduras militares porque los dirigentes fascistas militarizaron sus sociedades y situaron las guerras de agresión en el centro de sus objetivos. Armas y uniformes fueron un fetiche para los fascistas. Todos los fascismos son militaristas, pero no todas las dictaduras militares son siempre fascistas. La mayoría de los dictadores militares actúan como tiranos sin atreverse a desencadenar el entusiasmo popular del fascismo.
Excepción cercana a esta afirmación ha de ser Juan Domingo Perón en la Argentina. En el capítulo “Perón y los nazis” (incluido en su obra Las vidas del General) Tomás Eloy Martínez [xiv] dice al respecto: “Perón ha sido caslificado de fascista, de bonapartista, de populista, de demagogo. Pertenecía a una especie más compleja. Del bonapartismo copió (tal vez indeliberadamente) la idea de asimilar las masas populares a la sociedad establecida; del fascismo, el concepto de que esas masas debían ser movilizadas y de que se podía enfervorizarlas a través de una propaganda inteligente. Nunca se reveló como antisemita y, como afirma Joseph Page, una de sus esenciales diferencias con el fascismo era “su fastidio visceral por la violencia”, por lo menos hasta los años finales de su exilio. Es indudable que, por su formación en la Escuela Superior de Guerra y por su concepción autoritaria de la política, Perón simpatizó con la causa del Eje y cultivó abiertamente amistades pronazis”.
“La frontera que separa al fascismo del autoritarismo es más compleja – dice Paxton – pero es una de las más esenciales para entenderlo”. En la década de 1930, regímenes que eran en realidad autoritarios adoptaron parte del decorado de los fascismos triunfantes en aquel entonces. Los regímenes autoritarios pueden ser tan brutales y criminales como los fascistas, pero no comparten el ansia de estos de reducir a la nada la esfera privada.
Los autoritarios son capaces de aceptar espacios mal definidos pero reales del ámbito privado como intermediación. Es el papel que juegan las asociaciones empresariales (es la historia tétrica de la Asociación Rural y las cámaras empresariales en el Uruguay), ciertas familias, caudillos locales, logias de oficiales, iglesias. Estos órganos, en ausencia de un partido polìtico, son los principales instrumentos de control social en los regímenes autoritarios que tratan de mantener al pueblo desmovilizado.
En cambio, los fascistas tratan de hacer participar al público y a movilizarlo. Paxton utiliza el ejemplo de Franco en España quien adoptó todas las modalidades de los nazis y fascistas, desde la sanguinaria represión, el aislamiento cultural y económico del mundo exterior, el partido único (la Falange) hasta hacerse llamar Caudillo con el boato de Führer o Duce. Todo hasta que percibió la derrota de sus apoyos y a fines de abril de 1945, después que los funcionarios de su gobierno se congregaron a orar en una misa por la muerte de Hitler sostuvo que “es necesario arriar un poco las velas de Falange”. A partir de entonces, el régimen franquista, más católico que fascista, se apoyó en sus pilares tradicionales, la iglesia católica, los grandes terratenientes y el ejército, encargándoles el control social en vez de una Falange cada vez más débil o el del Estado.
Franz Neumann [xv] sostenía que la ideología del nacionalsocialismo cambia constantemente; tiene ideas mágicas, como la adoración del Führer y la supremacía de la raza superior pero no se expresaba en una serie orgánica de afirmaciones dogmáticas. La ideología se proclamaba como algo básico, pero cuando convenía se la modificaba o violaba. Sin embargo – dice Paxton – los fascistas sabían lo que querían y las ideas no pueden ser desterradas del estudio del fascismo, sino que hay que ubicarlas entre todos los factores que influían en este complejo fenómeno. Lo correcto ha de encontrarse entre los extremos: el fascismo no era la simple aplicación de su programa, pero tampoco era un oportunismo descontrolado. La ideología fascista se deduce de las acciones. “Muchas pertenecen más al reino de los sentimientos vicerales – advierte Paxton – que al de las proposiciones razonadas”.
Seguidamente las nueve “pasiones movilizadoras” que Paxton señala:
- a) Un sentimiento de crisis abrumadora contra la que no valen nada las soluciones comunes (acompañado de incertidumbre, temor, inseguridad que conforman el inicio del movimiento);
- b) la primacía del grupo, respecto a la cual los miembros tienen deberes superiores a cualquier derecho, individual o universal, y la subordinación del individuo al grupo (los derechos humanos, el diálogo, la convivencia pacífica amenazan la primacía del grupo, de la nación);
- c) la creencia de que el grupo es una víctima, lo que justifica cualquier acción que se adopte contra sus enemigos tanto internos como externos, sin limitación alguna, legal o moral (ataque por el Otro, pérdida de valores, presuntas sustracciones o violaciones);
- d) temor a la decadencia del grupo debido a los efectos corrosivos del liberalismo individualista, la lucha de clases y la influencia extranjera (chovinismo, nacionalismo exacerbado, xenofobia, aporofobia, antimarxismo);
- e) la necesidad de una integración más estrecha de una comunidad más pura, ya sea mediante consentimiento o por la violencia excluyente en caso necesario (pureza racial, pureza de sangre, elitismo, aristocratismo, racismo, intolerancia, punitivismo);
- f) la necesidad de autoridad a través de jefes naturales (siempre varones) que culmina en un jefe o caudillo nacional que es el único capaz de interpretar y encarnar el destino histórico del grupo (raras excepciones de mujeres en la jefatura máxima, autoridad unipersonal incuestionable, obediencia absoluta);
- g) la superioridad de los instintos del Caudillo respecto a la razón abstracta y universal (infalibilidad de la autoridad);
- h) la belleza de la violencia y la eficacia de la voluntad, cuando están consagradas al éxito del grupo (elogio de la omnipotencia);
- i) el derecho del pueblo a dominar a otros sin limitación alguna, derecho que se decide exclusivamente por la superioridad del grupo en el marco de una lucha que caracteriza el darwinismo social (chovinismo, racismo, colonialismo, genocidio).
Para terminar, volvamos a Eco: “el Ur-Fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces con trajes de civil. Sería muy cómodo, para nosotros, que alguien se asomara a la escena del mundo y dijese: «¡Quiero volver abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas!» Por desgracia, la vida no es tan fácil. El fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus nuevas formas, cada día y en cada parte del mundo”.
Por el Lic. Fernando Britos V.
[i]Umberto Eco (5 de enero de 1932- Milán, 19 de febrero de 2016) fue un semiólogo, filósofo y escritor italiano, autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, linguística y filosofía, así como varias novelas, entre ellas El nombre de la rosa (1980).
[ii]Ante Pavelic y los ustachis, en Croacia.
[iii] Ezra Weston Loomis Pound (1885 – 1972) fue un poeta, ensayista, músico y crítico estadounidense. Fue un artista expatriado y una figura destacada de los principios de la poesía modernista, perteneciente a la generación perdida (Lost Generation). Fue un ideólogo fascista, ferviente seguidor de Mussolini y un furibundo antisemita. Durante la Segunda Guerra Mundial, arengaba desde la radio italiana a los soldados estadounidenses para que desertaran y difundía propaganda nazi contra los judíos. Fue detenido por el ejército estadounidense y llevado en 1945 a Estados Unidos donde fue juzgado por traición, pero el tribunal consideró que estaba loco (afirmación respaldada por varias figuras literarias, entre ellas Ernest Hemingway, para evitar que fuera condenado a muerte) y se ordenó su ingreso en un manicomio, en el que estuvo recluido por doce años.
[iv] Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola (Roma, 1898 – 1974) fue un filósofo, poeta, pintor, montañista, teórico de la conspiración, antisemita, esoterista y ocultista italiano. Se le ha descrito como «intelectual fascista», «tradicionalista radical», «antiigualitario, antiliberal, antidemocrático y antipopular», y como «el principal filósofo del movimiento neofascista europeo».
[v] En 1927, Reghini y Evola, junto con otros esoteristas italianos, fundaron el Gruppo di Ur («Grupo Ur»). El propósito de este grupo era intentar llevar las identidades individuales de sus miembros a un estado de poder y conciencia tan sobrehumano que pudieran ejercer una influencia mágica en el mundo. El grupo empleaba técnicas de textos budistas, tántricos y textos herméticos. Su objetivo era proporcionar un «alma» al floreciente movimiento fascista de la época mediante el resurgimiento de la antigua religión romana, e influir en el régimen fascista a través del esoterismo.
[vi]Griffin, Roger (2007) Modernism and Fascism. The Sense of a Beginning under Mussolini and Hitler. Palgrave Macmillan, Londres.
[vii]Hanns Johst (1890-1978) fue un poeta y dramaturgo alemán, directamente alineado con la filosofía nazi, como miembro de las organizaciones de escritores oficialmente aprobadas en el Tercer Reich que incluyó la frase en una obra de teatro. Después ha sido atribuida a distintos jerarcas nazis.
[viii]Hamilton, Richard (1982) Who Voted for Hitler ; Princeton University Press, Princeton.
[ix]Mosse, George L. (1975) The Nationalization of Masses: Political Symbolism and Mass Movements in Germany from the Napoleonic Wars through the Third Reich; Howard Fertig, Nueva York.
[x]El 12 de octubre de 1936 el general falangista español Millán Astray vociferó en la Universidad de Salamanca ante la presencia de sus autoridades y alumnos, en medio de un discurso del filósofo Miguel de Unamuno: “¡Muera la inteligencia…! ¡Viva la muerte!”, Unamuno ya indignado por discursos anteriores les respondió ante el estupor de los presentes: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. (…)Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito “Viva la muerte” (…) esta ridícula paradoja me parece repelente (…) Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los inválidos a su alrededor (…) Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
[xi]Ersatz : Un sucedáneo, un bien original es sustituido por uno que se considera inferior al bien que reemplaza. Tiene connotaciones particulares de uso en tiempos de guerra.
[xii]Ingsoc, acrónimo de «socialismo inglés», es el término del idioma ficticio neolengua con el que se denomina a la ideología del partido gobernante en la novela 1984 de George Orwell.
[xiii]Paxton, Robert O. (2005) – Anatomía del Fascismo, Ediciones Península, Barcelona.
[xiv]Martínez, Tomás Eloy (2004) Las vidas del General. Memorias del exilio y otros textos sobre Juan Domingo Perón. Aguilar, Buenos Aires.
[xv]Neumann, Franz (1900-1954) fue un activista político, abogado y escritor alemán, adscrito a la corriente de pensamiento marxista de la Escuela de Francfort. Durante su exilio, ante la llegada al poder de Hitler, se convirtió en un escritor reconocido por sus análisis teóricos y críticos sobre el nazismo. En 1942 publicó Behemoth: La estructura y la práctica del Nacional Socialismo.
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