# La corrupción vacía la República

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Uruguay | La democracia importa siempre y cuando se dé en un contexto republicano, siendo, por consiguiente, participativa y permanente y no la antesala de que grupos o grupúsculos se hagan con el poder formal.

Ahora bien, la República sin democracia es un espejismo grosero y duro. De ahí que sea esencial cuidar a ambas armónicamente.

En ese sentido, la corrupción atenta contra la democracia y así, implícitamente, la República pasa a ser una simple escenografía.

Pero ¡cuidado! que la corrupción es al sistema como la sangre al cuerpo: está en todo el organismo vivo. Es decir, tanto en el sistema político como en lo empresarial y también en otras partes sustantivas de la sociedad.

A lo que vamos es que no se trata de casos aislados. Debe estudiarse, pues, tomando por objeto de análisis al cuerpo social en su conjunto, en un período temporal para que puedan extraerse conclusiones válidas, no debiera ser inferior a un tiempo social.

Es, a nuestro entender, una patología sistémica del sistema-mundo imperante, especialmente en el último tiempo social.

Para corregirla, antes que marcar culpables es preciso analizar a dicho sistema-mundo en igual medida temporal y, con ese marco, al Estado-nación del que queramos extraer un estudio de campo que nos habilite, ahora sí, a procurar opciones que impliquen repensar dicha sociedad desde una batería de acciones insertamos en un plan estratégico a largo plazo (por ejemplo, un plan de gobierno que sea puesto a consideración del soberano en instancias electorales de primer orden).

Toda otro encare será no sólo hueco e inviable sino y en especial el ardid que suelen utilizar los corruptos y corruptores de todas las épocas y que, aunque no guste algunos, están en el centro y en la periferia de la clase dominante.

El Uruguay, en este sentido, es un ejemplo palmario de lo antes mencionado.

No busquemos, entonces, a un zorro en el gallinero, sino a la jauría que lo cría y protege. Ésta, además, suele estar en un segundo plano, protegida por su propia línea de defensa (medios y corporaciones y hasta ciertas confesiones religiosas).

Pero tampoco descuidemos al Estado y sus actores, para lo cual no sólo debe haber controles estructurales, sino y especialmente una ciudadanía activa, por crítica y responsable, que no deje en manos ajenas lo que es su deber primero: vigilar la República desde una democracia permanentemente participativa.

En suma, la responsabilidad no está en los otros sino en nosotros, custodios y guardianes de la “res publica”, en buen romance: la cosa pública.

Por Héctor Valle
Historiador y geopolítico uruguayo

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