La independencia de Cataluña, crónica anunciada y suspendida

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España es una nación compuesta por 17 Comunidades Autónomas cuyas peculiaridades históricas, culturales y geográficas, están reconocidas en su Constitución de 1978, cuando muerto el dictador que la mantuvo unida a la fuerza y sin reconocer esas notas durante cuarenta años, se instauró la democracia y se les devolvieron sus fueros o sus gobiernos regionales. 

Entre ellas, sobresalen tres por su historia e idioma: Galicia, El País Vasco, y Cataluña. Quizá no estén estructuradas dentro del Estado Español como debieran, pero no cabe duda de que fue en su momento un importante paso adelante para la convivencia entre los diferentes pueblos que componen, desde tiempos remotos, este país, llamado en esos tiempos las Españas, y como tales firmaban los monarcas, desde los Reyes Católicos en el siglo XV. Esa división, sobre todo en las Comunidades del País Vasco y Cataluña ha conllevado algunos enfrentamientos con el gobierno central por su afán de reivindicar y conseguir un gobierno plenamente autónomo, segregado del gobierno central, declarándose república independiente. La última en estos dos años ha sido originada por el gobierno de Cataluña, conocido como la Generalitat.

Para conseguirlo convocaron sus próceres, a expensas del gobierno de la nación, varios referendos solicitando los votos en favor de la independencia catalana, uno en septiembre de hace dos años, anunciando el proceso a seguir, y el otro, el primero del octubre pasado, solicitando a los vecinos su votación a favor de la independencia, porque así lo contempla la Constitución, y porque no respetaba las premisas que debe acompañar a todo plebiscito, además de carecer de todas las garantías, quedando, como se dice vulgarmente, en una chapuza, como al final resultó. Un referéndum, sin embargo, cuyo ruido ha provocado una escisión en la sociedad española, y con mayor gravedad todavía, en la catalana. Ambos gobiernos, manteniendo su postura inflexible, uno queriéndolo celebrar a toda costa, y otro haciendo lo posible para evitarlo, llegando incluso a utilizar la fuerza -imágenes olvidadas en cualquier país civilizado-, han provocado un choque de trenes que ha dividido y perjudicado la convivencia abriendo una brecha en familias y vecinos. Y todo para nada.

La fantochada de la declaración independentista
En Cataluña hay censados alrededor de 7.000 uruguayos, de los cuales más de cinco mil viven en la capital catalana, Barcelona. Es uno de los pueblos con menor índice de inmigrantes y pasan desapercibidos, tanto por su escaso número como por su plena adaptación social. Incluso algunos, que llevan bastantes años ya hablan un poco catalán. No sé cómo habrán vivido esos días, pero algunos preguntados por este periodista han dado a entender que estaban hechos un lío, que apenas si comprendían lo que pasaba, y que no sabían si para ver a sus familiares de otras comunidades deberían en adelante mostrar el pasaporte. Vivían con la incertidumbre de un futuro fuera de España si se separaba Catalunya. No les agradaba la idea pensando, como muchos otros catalanes, que la región iría a peor con su independencia.

La incertidumbre ha hecho presa en todo el país al ver cómo sus dos gobiernos, el central y regional, no han sabido encauzar una idea hasta ahora minoritaria, pero acrecentada por la inflexibilidad del gobierno del PP, con un presidente, el señor Rajoy, muy poco dado al diálogo y al entendimiento, y por el otro gobierno, el del sr. Puigdemont, empeñado en meter a sus vecinos en un brete, sabiendo de antemano que no iba a ninguna parte. Se hizo el referéndum el pasado domingo uno de octubre pese a

La independencia de Cataluña, crónica anunciada y suspendida
que Rajoy destacó a la región todo un ejército de policías dispuestos a romper urnas y cabezas, invadir colegios y destrozar toda la publicidad encaminada a convencer a la gente de que votara sí, sin explicar realmente ni qué votaban ni sus consecuencias. Como en los mejores tiempos de la dictadura, tanto por uno como por otro. Las imágenes han recorrido el mundo y sospechamos de la idea que países con amplia tradición democrática y de tolerancia se habrán hecho de la tierra de los Reyes Católicos.

Celebrado el referéndum, prohibido por el gobierno central, y tampoco reconocido por el resto de países de la UE, tuvo que proceder, como había prometido el sr. Puigdemont, a declarar la independencia. Y así lo hizo solemnemente en el día de ayer, 10 de octubre, pero en vista de lo que se le venía encima, y del jaleo armado, a los diez minutos, y dentro del mismo acto de proclamación, tuvo que suspenderla “hasta nuevo aviso”. Total, una fantochada. Una pataleta, cuyas consecuencias han quedado y permanecen enconadas en una  sociedad no solamente catalana, sino en la totalidad de la sociedad española, un resto de quebranto y división, incluso entre las mismas familias, donde unos están a favor y otros en contra, llegando a enfrentamientos por distintas banderas, bajo un mismo techo.

En fin, una independencia que ha batido récords de caducidad, por lo que debería figurar en el libro Guinnes.

OPINION:
Manipulación y desfile del 12 de octubre
Soy consciente al escribir este artículo de opinión sobre esta fecha emblemática, tanto en esta parte del hemisferio, como en la otra del mundo de que no tiene cabida en lo que se entiende como “políticamente correcto” que uno debe escribir. También sé que lo políticamente correcto es ofrecer lisonjas al poder y respetar el sistema, aunque este resulte dañino y perjudicial, individual y socialmente. Estoy con mi colega Voltaire en que es peligroso tener razón cuando el gobierno, o sea, el sistema y el poder, que lo sustenta y sobre el que se sustenta, están equivocados. Pero escribo al dictado de mi conciencia, después de tantos años de vida en que he visto que al hombre, como contaba el poeta León Felipe, le han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos. Por eso cuento lo que he visto, lo que veo y lo que me queda por ver, de seguir así las cosas, alargando “los trabajos y los días” del poeta griego Hesíodo, oscurecido por la fama de Homero y su Guerra de Troya. Los cito  no por mera erudición, que cualquiera con un poco de curiosidad puede enterarse de muchas cosas con solo pinchar en un “ratón”, que parece ratón pero  no es un ratón, como decía una vieja canción, sino porque me dan pie y fundamento para hablar de lo que quiero hablar: de la manipulación que en torno a esta fecha del 12 de octubre se ha montado desde el famoso Descubrimiento. Manipulación que sigue hoy respecto a esa conquista y expansión de un imperio, que unos consideran heroicidad, y otros, vileza por parte de unos españoles que cruzaron la Mar Océana en busca de Eldorado, y lo celebran orgullosos con aires triunfalistas, mientras para otros no deja de ser un genocidio de pueblos indefensos y supersticiosos. Descubrimiento para unos positivo y provechoso, y para otros, negativo y expoliador. Cara de una misma moneda. Así se ha vendido a lo largo de la historia. Unos lo celebran con regocijo, hasta con triunfalismo. Otros, con más pena que gloria, porque, como siempre, al ser débiles, salieron perdiendo. Pero eso sí, tantos unos como otros fueron manipulados por unos sistemas que confiaban sus días y sus trabajos a la religión y al poder.

A tenor de los nuevos planteamientos y reconocimientos de tal conquista del Nuevo Continente, pudiera parecer que se ha desechado la manipulación que del acontecimiento -que no niego marcó una nueva etapa en la historia de la humanidad- se ha venido haciendo. Actualmente apenas si se celebra esta fecha de la llegada de Colón a esas tierras bajo el lema del tan cacareado Día de la Raza o de la Hispanidad, y se resalta, no tanto la conquista como hecho positivo, cuanto la importancia de la diversidad cultural, procurando rescatar el papel de esas culturas indígenas a ambos lados del océano, reconociendo que podían haberse respetado haciendo mas fructífero el mestizaje, dejando de lado la gloriosa hazaña de Colón y los descubridores de espada y cruz. Me parece, pues, que el nuevo enfoque festivo a esta fecha, desechando la visión parcial y triunfalista de una cultura sobre otra, ha acabado con esta manipulación, y abre nuevas vías de análisis, celebración y concordia.

Pero hay otra manipulación que nunca como en este año se pone de manifiesto, a la que suelen recurrir aquellas naciones en un alarde de poder y seguridad: el desfile militar. Y parece ser que este año, a propósito de esta fecha, haciendo uso de ella para acallar la tentación de independencia de la nación española de la región catalana, se prevé el gran desfile, un desfile que muchos, los más viejos, siguen llamando “de la victoria”, porque así se llamó durante la jefatura con mano de hierro y sangre del dictador/general rebelde. Y según previsiones del gobierno, heredero de esa mano y esa victoria, este año dicha parada militar tendrá novedades, que como toda novedad intrínseca al buen espectáculo, atraerá a mucha más gente, y acallará las voces discordantes y reprobatorias del evento. Ahí se verá el patriotismo, las aclamaciones a un gobierno que tiene echar mano de la fuerza porque es incapaz de convencer con razones. Ha ganado la guerra, y como dije en los finales de mi anterior artículo: España está donde está y Cataluña sigue donde debe estar.

De acuerdo, pero no se hacen así las cosas. No hay que recurrir a la fuerza, ni por el gobierno central ni por el de la Generalitat. Y menos todavía manejar a la gente provocando sentimientos y emociones que han llegado a rozar la xenofobia, y provocar la división de la convivencia, la de todos los días, la familiar, la que interesa, la de esa gente de mil acentos y distintas costumbres que trabaja codo con codo, y produce en mutuo entendimiento y diversidad, para que este país, formado por pueblos con su propia y variada idiosincrasia e historia, progrese en paz, sin armas, sin ejército que venga a salvarlo, sin partidos políticos que miren por su interés en lugar del bien común. Y sin gobiernos que tiren de la cuerda tanto que llegue a romperse. Recordemos mejor a Hesíodo, y dejemos de lado la guerra que pintara Homero. No destruyamos  otras culturas ni otras costumbres, porque conviviendo con ellas, nos enriquecemos. De la variedad cultural, de su mestizaje y amalgama, surgen nuevas ideas que contribuyen al progreso de un país. No nos dejemos manipular. Que no nos cuenten cuentos. Busquemos la unión y no la distancia. Recordemos, hoy con mayor razón que nunca, que habitamos una aldea global. Ya no hay distancias, ni océanos imposibles de surcar. Por el bien del planeta. Por el bien de la humanidad. Por el bien nuestro.

Por Ramón Hdez de Ávila
Crónica de nuestro corresponsal en España

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