El exgobernador Hélio Garcia, una de los más sabios zorros de Minas Gerais, siempre usaba una frase cuando se avecinaba una elección. “Vamos sin prisa, las elecciones solo comienzan después del desfile”, decía.
Se refería al día de la Independencia de Brasil, el 7 de septiembre, fecha a partir de la cual, según él, los ciudadanos finalmente se preocupaban por el voto que depositarían en la urna. Antes de ese día, nada de fundamental sucedería.
La frase es buena, pero no completamente verdadera. Los estudios internacionales muestran: un expresivo contingente de electores decide temprano, mucho antes de la recta final de la elección. Y hay un porcentaje que ni siquiera se pregunta qué va a hacer, pues su identidad partidaria ya está consolidada y solo espera que su partido indique el candidato.
En las encuestas de las últimas semanas, cerca del 50 % de los entrevistados se manifiestan decididos sobre qué hacer en las elecciones presidenciales, por las razones que fueren. Tanto la simpatía y el sentimiento de identificación como el odio y el rechazo pueden provocar la cristalización de actitudes. “Voto siempre al partido A”, “jamás votaría al partido B” y “no voto a nadie” son respuestas típicas de quien se decide rápidamente.
Al considerar la participación de los decididos entre los electores de los principales candidatos, Dilma Rousseff tiene la mayor proporción de votos “firmes”. En su caso, son dos tercios, más que el porcentual de Aécio Neves (que tiene cerca del 55 %) y Eduardo Campos (por quien están decididos menos del 40 % de los que dicen pretender elegirlo). Convencidos se muestran también aquellos que aseguran su intención de votar en blanco o anular el voto: de cada cien electores que así se manifiestan, sesenta y cinco afirman estar decididos.
La presidenta tiene una expresiva ventaja entre quienes están decididos a votar por alguien (el “voto válido”): Dilma Rousseff tiene más del 60 % de las preferencias; Aécio Neves, menos del 30 %; y Eduardo Campos, cerca del 10 por ciento.
Llegamos, por lo tanto, al período de campaña con mucho ya definido y mucho por definir, sin que eso implique imaginar que el 50 % de los que actualmente no están decididos van a encontrar todos un nombre a quien votar. Al contrario, como vimos en elecciones pasadas, entre ellos suele predominar la tendencia a la enajenación electoral: anular, votar en blanco o no comparecer, práctica que se volvió más común después de la introducción del voto electrónico. En 2010, por ejemplo, más del 25 % de los electores procedieron así. Este año, se espera que superen ese piso.
Estar decidido, claro, no quiere decir cerrar los ojos a todo lo que sucederá en los próximos meses. Excepto en el caso de los más ideológicos, a quienes casi nada afecta, si suceden hechos significativos, pueden revisarse incluso decisiones sólidas. No estar decidido, a su vez, no significa dejar de tener alguna intención de voto: muchos de esos electores muestran una clara inclinación a votar por alguien. Son aquellos que aparecen en la diferencia entre “voto espontáneo” y “voto estimulado” en las encuestas divulgadas.
Con el bello Mundial organizado por Brasil, se desvaneció un elemento de duda que perturbaba la decisión de muchos electores. Pero podemos estar seguros de que otros se crearán desde ahora hasta octubre. Los medios opositores ya mostraron, en las dos últimas elecciones, qué tan lejos pueden ir en la producción de un noticiero negativo a las candidaturas del gobierno. Se quedan en el banco hasta último momento, siempre listos para entrar en el campo de juego a fin de favorecer sus preferidos.
Nuestra cultura política parece ver como positivo que el elector solo se decida cuando no le queda más plazo. Inventamos dos teorías irracionales: la noción de “propaganda electoral anticipada”, que limita el movimiento de los candidatos a los tres meses que anteceden a elección, y la institución de la “propaganda electoral gratuita”, que lanza dosis masivas de comunicación política sobre los electores en las últimas seis semanas antes de la elección.
Y además tenemos anacronismos como las encuestas escandalosas que la “gran prensa” publica en titulares inmensos y el célebre (y ridículo) “debate en el canal Globo”, realizado en la antevíspera de la elección para asustar a los candidatos y dejar en la expectativa a los electores.
Nada de bueno puede nacer de esa mezcla de los medios manipuladores, campaña limitada y exacerbación publicitaria. Pero también hay un pueblo que suele lograr, a pesar de todo, hacer valer su preferencia. Menos mal.
Por Marcos Coimbra
Sociólogo y presidente del Instituto Vox Populi
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