Cien años de la Reforma de Córdoba: “Desde hace 30 años la Universidad es una institución en entredicho”
Jorge Landinelli Profesor de Historia egresado del IPA, magister en Ciencia Política, profesor titular en la Facultad de Ciencias Sociales, de la cual fue decano por dos períodos.
Ha sido profesor investigador de tiempo completo en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) con sede en México, y también se ha desempeñado como profesor visitante en universidades de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, México y España.
Se área central de investigación es Políticas Educativas, tema sobre el que ha publicado numerosos trabajos en autoría y coautoría, así como textos en revistas especializadas.
Tenemos además un agregado: fue secretario general de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), elegido en octubre de 1971, cargó que ocupó hasta abril de 1974, ya en dictadura, cuando tuvo que exiliarse y abandonar el país.
Con él conversó Daniel Feldman sobre el centenario de la Reforma de Córdoba, su vigencia y los desafíos de las universidades.
-¿Cómo fue ese proceso de exilio?
–Como le pasó a tantos otros compatriotas, en determinado momento –en 1976-, en un clima de persecución muy aguda, me vi obligado a salir al exilio, a México. Allí permanecí una década, y desarrollé actividades en el campo solidario con nuestro país, desde mi condición política. En ese entonces era miembro del Partido Comunista, y desarrollamos una actividad muy intensa. En paralelo tuve la oportunidad de desarrollar una experiencia muy rica, primero de formación a nivel de posgrado y luego como profesor investigador en la FLACSO, donde trabajé hasta el momento en que decidí regresar a Uruguay, en 1986. De ese período tengo muchos buenos recuerdos, y también una presencia, que es un hijo mexicano.
– No es el exilio el motivo por el que convocamos a Landinelli, razón por lo que no nos extenderemos en él. Siempre los aniversarios “redondos” convocan a reflexión. Este año se conmemora el centenario de la “Reforma de Córdoba”, desencadenada por el movimiento estudiantil que surge en esa ciudad argentina en 1918. ¿Cuáles fueron los desencadenantes de ese movimiento y cómo se gestó?
– En toda América Latina la creación de los Estados nacionales que sucedieron al ciclo revolucionario contra el dominio español, se constituyó rápidamente la universidad. Ya fuera como una institución nueva o como reformulación de algunas viejas universidades creadas durante la época colonial. Esas universidades, definidas como republicanas, eran muy fuertemente conservadoras, donde el legado de la tradición hispánica universitaria era muy fuerte. Estaban impregnadas de un espíritu iluminista, de casta superior. Se trataba básicamente de universidades de Derecho y Medicina, con una muy fuerte influencia en muchos casos de la Iglesia Católica, y en otros tantos casos apegada a un modo de concebir la institución universitaria como herramienta de la independencia espiritual de los países, que fue funcional a las nuevas formaciones estatales que se iban creando. En el último cuarto del siglo XIX, sobre todo en los países que tenían un mayor desarrollo relativo desde el punto de vista económico, con un muy incipiente desarrollo capitalista, fue muy importante el impacto de las corrientes positivistas., que propugnaron una universidad diferente, más volcada al desarrollo productivo de los países. Eso diversifica la formación, principalmente por la vía de la capacitación de ingenieros civiles; en muchos casos ciencias agronómicas; en otros casos los estudios del comercio o ciencias económicas, que se traduce en una relativa modernización.
– Sin embargo, eso no pasaba en la Universidad de Córdoba, ¿no?
– Exactamente.
– ¿Cuántas universidades había en ese momento en Argentina?
– La Plata, Buenos Aires –que vivieron este proceso de modernización del siglo XIX- . Para ponerlo en contexto, es el que corresponde al período de Alfredo Vázquez Acevedo en nuestra Universidad, desde 1884 en adelante, de predominio de las corrientes positivistas en el ámbito universitario. A las ya nombradas universidades de La Plata y Buenos Aires se agrega la de Tucumán, que recién se había fundado. También se había fundado a finales del siglo XIX la Universidad Nacional del Litoral, y la Universidad de Córdoba. Esta se mantuvo totalmente al margen de estos procesos de modernización. Se trataba de una vieja universidad colonial, fundada en 1613, dominada por un espíritu escolástico, con una fuerte influencia del catolicismo conservador.
– Tradicionalista.
– Sí, se trataba de un ambiente académico que permanecía muy aferrado a las visiones más tradicionales de lo que era la universidad. Ese fue el ámbito donde surgió el proceso reformista, es decir, no en uno donde predominaban los procesos de modernización, sino en una universidad estancada en el tiempo.
– ¿Se puede decir que fue una respuesta a ese estancamiento?
– Fue una respuesta sí, pero fue bastante más allá de eso.
– ¿Hubo un elemento que fuera el desencadenante puntual del proceso reformista?
– Sí; sería medio complicado tratar de explicarlo en forma detallada, pero el desencadenante fue el conflicto que los estudiantes de Córdoba mantenían con el Rectorado de la Universidad, que llevó a una movilización, huelga y ocupación en junio de 1918. El 21 de junio aparece lo que se denomina “Manifiesto Liminar de Córdoba”. Pero vale la pena reparar en algo que no es un detalle. El Manifiesto de Córdoba, que es un documento en el cual se expresan los contenidos sustantivos del movimiento reformista, no está dirigido a los estudiantes de Córdoba; ni siquiera a los estudiantes argentinos.
– Entonces ¿a quién está dirigido?
– A la juventud de América.
– ¿Qué se proponía el movimiento reformista?
– Un cambio radical en la universidad. Postulaba una “universidad nueva”. Se asentaba básicamente en las siguientes cuestiones: el reconocimiento de la autonomía universitaria; el cogobierno, es decir la participación de los estudiantes junto a los otros estamentos en la conducción de las instituciones universitarias; erradicar cualquier pago de aranceles o tasas, es decir, la gratuidad; una universidad de puertas abiertas, lo que hoy llamaríamos inclusiva, capaz de incorporar a los sectores populares; mejorar la vida académica, fundamentalmente terminando con los cargos docentes vitalicios y de designación directa, e implantar el régimen de concurso; y un nuevo tipo de relacionamiento con la sociedad cuyo aspecto esencial sería lo que pasó a denominar extensión universitaria, y en particular lo que se calificó como creación de universidades populares, organismos vinculados particularmente a la formación de los sectores trabajadores.
– Me quedé pensando en lo interesante de que el manifiesto estuviera dirigido a la “juventud
– En Córdoba, en total, había unos mil estudiantes.
– En una Argentina en ese entonces, según datos del Censo de 1914, de ocho millones de habitantes. Además, uno mira las fotos y ve a los estudiantes perfectamente trajeados, con corbata…
– Cierto, es una cuestión de época. Pero hay otro detalle más importante: en las fotos no aparecen mujeres. Era una universidad de varones, o básicamente de varones. Entonces, esa era la plataforma, en una universidad con atavismos muy fuertes. Distinto a lo que pasaba en otros países o en la propia Argentina, con las universidades de Buenos Aires y de La Plata. Pero tocaste un aspecto que me parece vale la pena enfatizar: el americanismo de la reforma. Que tenía antecedentes. Desde principios de siglo, los vínculos entre las asociaciones estudiantiles, a través de la circulación de prensa, folletos o puramente personales, se había condensado con la realización de congresos. El primer congreso latinoamericano de estudiantes se hizo aquí en Montevideo en 1908. E inmediatamente después se hicieron otros en Lima y Buenos Aires, donde muchas de estas reivindicaciones como autonomía y cogobierno eran cuestiones que estaban presentes. El Manifiesto de algún modo se ubica en una corriente de pensamiento universitario que ya se venía gestando. Con el Manifiesto esto tuvo un cambio cualitativo importante. Hay una idea en el manifiesto que es el americanismo. Deodoro Roca, que fue uno de los principales dirigentes del movimiento en Córdoba decía “la juventud universitaria piensa en América y vive en América”. Esa idea de que lo que se estaba postulando desde Córdoba era algo que tenía que ver y afectaba el desarrollo universitario y los intereses de los estudiantes universitarios en otras partes del continente.
– ¿Era un planteo reformista o revolucionario?
– Ellos dicen que “estamos viviendo una revolución americana”. En rigor, el programa de la reforma está limitado a la cuestión universitaria. No es un programa que busque, en primera instancia, trascender esa cuestión, si bien tuvo impacto más allá del ambiente puramente académico. En el caso argentino, el gobierno de la Unión Cívica Radical…
– De Yrigoyen ¿no?
– Efectivamente. El gobierno de Yrigoyen apoyó al movimiento reformista y facilitó que muchas de las cosas planteadas tuvieran su traducción en el plano legislativo. De hecho, el movimiento estudiantil argentino, no unánimemente, pero en buena parte, se mantuvo leal al radicalismo. Sobre todo más adelante, cuando el autoritarismo y las amenazas dictatoriales aparecen muy fuertes y el radicalismo se posiciona como el defensor de las libertades democráticas.
– ¿Cómo fue en otros lados?
– Fue diferente. En el caso de Perú, el movimiento reformista, que fue una réplica inmediata del de Córdoba, liderado por la Federación de Estudiantes de Perú, constituida en 1914 –entre sus presidentes en el período reformista tuvo a Víctor Raúl haya de la Torre- rápidamente entendió que las luchas universitarias debían ligarse a otras luchas, particularmente aquellas por las reivindicaciones del movimiento obrero y la resolución de la cuestión nacional. Tenían claro que debían contribuir a las luchas populares y a las luchas indígenas, para construir la nación. Y dejame ponerte otro ejemplo de las derivaciones del reformismo: fue muy importante en Cuba. El presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, fundada en 1922, junto a otros dirigentes universitarios, fue uno de los elementos clave en la creación en 1925 del Partido Comunista. ¿Qué quiero decir? Que en muchos casos el reformismo buscó trascender la cuestión universitaria. Supo entender que no podía tener una solución estructural y de larga duración si no iba de la mano de una transformación general de la sociedad, y que la responsabilidad de los estudiantes era contribuir a ayudar a esa transformación. El reformismo ayudó a fundar un movimiento estudiantil de masas, autónomo, en América Latina, que va a ser uno de los signos relevantes por lo menos hasta bien pasada la mitad del siglo XX.
– Estamos hablando de años turbulentos. Tú hacías referencia al papel de Alfredo Vázquez Acevedo. ¿Cómo influyó acá, en Uruguay, bien cerquita de Córdoba, el movimiento? ¿Qué pasaba en nuestro país con esas reivindicaciones de autonomía, cogobierno y gratuidad?
– En el caso uruguayo el reformismo impactó de una manera importante. La Universidad había vivido un proceso de modernización sostenido en la época de Alfredo Vázquez Acevedo como rector. La época del positivismo. Se introdujeron avances importantes, pero ese proceso tuvo una regresión en 1908, cuando se saca de la Universidad la Facultad de Agronomía, creada en 1903, y la Escuela de Comercio, también creada en 1903. La autonomía había sido reconocida de hecho como un valor universitario desde la creación de la propia Universidad de la República en 1849. Entonces, la noción de autonomía ara algo admitido en el caso uruguayo de mucho antes de 1918. Pero además, el artículo 100 de la Constitución de 1917 ya había establecido la autonomía de la universidad. Es decir que lo que era una reivindicación en Córdoba en 1918 ya estaba consagrado en la Constitución de nuestro país. La Ley Orgánica de 1908 –muy negativa en muchos aspectos- había establecido el cogobierno. Con una peculiaridad: quienes ejercían los cargos en los Consejos de las Facultades no eran estudiantes sino egresados elegidos por los estudiantes. Pero, de algún modo la voz estudiantil estaba presente. Respecto a la gratuidad, en el caso uruguayo estaba consagrada por ley en 1916. Otra cosa de peso que refiere al “saneamiento” de la estructura universitaria es el régimen de concursos, algo muy importante en el reclamo reformista. En nuestro país se había comenzado a implementar en 1896.
– ¿Eso le resta importancia a la influencia del reformismo en uruguay?
– Para nada. Fue muy importante. Me permito leer una breve cita de Carlos Quijano, criticando el criterio de que la Universidad debía restringirse solo a la enseñanza profesional, práctica, que era lo que establecía la Ley Orgánica de 1908. Decía Quijano: “La Universidad hace abogados, médicos, ingenieros; no hace nada más. Tiene como única función hacer profesionales. Es una Universidad cerrada, de casta, alejada del pueblo. Por su carencia de finalidad científica, vive desconectada de la realidad. Lo está también por su hermetismo oligárquico. No estudia ningún problema nacional a fondo, no es capaz tampoco de ilustrar a las grandes masas sobre esos problemas. Esta es la esencia del reformismo en Uruguay, una reconceptualización de la autonomía que redefina la misión de la Universidad para ponerla al servicio de intereses sociales mucho más amplios que afecten al conjunto de la sociedad”.
– ¿De qué año es ese texto?
– De 1928. Este es el núcleo del asunto. Más allá de aspectos formales sobre el funcionamiento de la Universidad – que por supuesto se reivindican y recién van a ser reformados con la Ley Orgánica de 1958- la esencia del reformismo uruguayo es poner a la Universidad al servicio de los intereses de las mayorías.
– La Ley Orgánica de 1958, ¿qué tiene del espíritu de Córdoba?
– Mucho. Yo diría que la Ley Orgánica de 1958, animada por la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), creada en abril de 1929, recoge en aspectos sustanciales lo que planteaba el reformismo. El artículo 2º de la Ley Orgánica plantea la misión de la Universidad y redefine el sentido de su autonomía. Acá me permito una pequeña digresión: la autonomía es un valor reconocido desde las universidades medievales, pero la autonomía universitaria es un valor jurídico; el producto es el fruto de relaciones sociales, de procesos sociales. La universidad puede ser muy autónoma, pero puede utilizar esa autonomía para defender intereses corporativos, manteniéndose neutral ante los problemas de la sociedad. esa idea de autonomía es la que critica el reformismo, y en el caso uruguayo, en un proceso que fue acumulando, se condensa en la Ley Orgánica de 1958 y particularmente en ese artículo 2º. Esto es la presencia de la Reforma de Córdoba en Uruguay. Lo es también la consagración que la Ley Orgánica hace de la libertad de pensamiento dentro de la Universidad, y por lo tanto la libertad de cátedra, y otra cuestión que es básica como pasar a un cogobierno integral en todos los organismos de conducción universitaria. En los tres aspectos precedentes la Ley Orgánica estableció principios típicamente reformistas.
– El movimiento de Córdoba cumple cien años, la Ley Orgánica sesenta. ¿Es necesario revisarlos?
– La Universidad de la República ha funcionado con esta Ley Orgánica, en primer lugar, porque establece principios a los cuales ha tratado de adherir permanentemente en funcionamiento democrático. Principios que fueron alterados y sofocados en la época de la intervención, durante la dictadura. Se podrían reformular aspectos del artículo 2º, pero desde el punto de vista de los principios universitarios parecería que la Ley Orgánica de 1958 ha sido y es extremadamente potente. Crea problemas de otra índole, que son operativos. Por ejemplo, establece el Consejo Directivo Central (CDC) con diez Facultades, y si bien se han creado varias más, eso no ha tenido reflejo en la estructura del CDC. Las nuevas Facultades –fue mi experiencia durante ocho años como decano de Ciencias Sociales- opinábamos, éramos respetadas, no era en vano ir al CDC, pero no votábamos.
– Desde algunos sectores de la sociedad se cuestionan algunos aspectos, como por ejemplo el cogobierno, la pertinencia de que participen los egresados, que muchas veces se desvinculan de la institución y defienden intereses corporativos. O, la fuerte influencia que ejercen los estudiantes.
– Esas críticas efectivamente existen y merecerían un análisis específico. Los egresados no están para defender intereses corporativos dentro de la Universidad. En la medida en que se verifica eso, obviamente aparecen las críticas. La idea de la presencia del egresado en el cogobierno es la de un individuo que por su profesión o trabajo está en contacto con la sociedad, trae visiones diferentes que tienen que ver con los intereses generales. Si no se cumple, ello podría constituir un problema, pero el sentido que se le dio fue ese. La influencia de los estudiantes ha sido mayor o menor de acuerdo a la época. Eso tiene que ver con procesos internos de la Universidad y de las propias organizaciones estudiantiles, y por supuesto que es opinable. Pero lo que la Ley Orgánica establece es el derecho de los estudiantes a participar en todos los organismos de cogobierno. Creo que la experiencia muestra que eso ha sido un logro particularmente saludable.
– Bien, hasta ahora tenemos logros. ¿Cuáles son los déficits del reformismo?
– Los alcances del reformismo fueron muy importantes en todos lados, particularmente en Argentina, Perú, Colombia, México, Uruguay, en Chile en menor medida, y en mucho menor medida en algunos países centroamericanos, o postergado en el tiempo como en el caso de Brasil. La primera universidad en Brasil se creó en 1021. Cuando surge el movimiento de la reforma en Brasil no había universidades. Había sí institutos técnicos, de formación profesional, pero no universidades. En todos esos países el reformismo logró cosas importantes del tipo de las que transcurrieron acá con la Ley Orgánica. Pero en reformismo no generó, en todos esos años hasta la década de 1960, una reforma académica. En la dirección de lo que expresaba Quijano. No era una universidad que estuviera generando ciencia en función de los problemas de la sociedad. En la década de 1950, solamente tres de cada diez estudiantes de entre 18 y 24 años estaban en la universidad.
– ¿Cuál es el promedio actual?
–Unos 39 cada 100. En total, en América Latina, los estudiantes universitarios que hoy son cerca de nueve millones, eran 270.000. Las instituciones universitarias, cuatro décadas después del Manifiesto de Córdoba, eran solo 70. Hoy existen unas 7.000 universidades en todo el continente. El movimiento reformista generó mucho desde la concepción filosófica, pero los cambios estuvieron atados a olas posteriores.
– ¿En Uruguay?
– El Plan Maggiolo de 1967, de reestructuración de la Universidad, se define como una segunda reforma. Que buscaba procesar los cambios académicos en la organización de la Universidad y sobre todo en el quehacer científico, que completara el logro político alcanzado previamente.
– La Universidad de la República ¿sigue en el debe con esas cosas?
– Creo que la Universidad ha avanzado notoriamente. Ha diversificado su oferta, creció el número de alumnos y se ha democratizado su matrícula –hoy tiene más de 90.000 estudiantes-. En 1958 tenía 11.000 alumnos. El grueso de la investigación científica y técnica que se hace en el país se lleva a cabo en la UdelaR; en todas las ramas y campos del conocimiento ha cambiado. Pero creo que hoy los problemas son otros, a la luz de los cuales vale la pena preguntarse sobre la vigencia de la reforma. Desde hace 30 años la Universidad es una institución en entredicho. El modelo tradicional elitista terminó en la década de 1960, cuando comenzó a vivir procesos de masificación y a complejizar sus funciones. Sin embargo, vivimos una época en la que la pregunta de si la universidad está en condiciones de responder a las necesidades del desarrollo nacional está en el orden del día.
– ¿Está en condiciones?
– Si las estructuras universitarias son las adecuadas es otra pregunta que se ha incorporado a la agenda. Es un hecho que hoy vivimos en un escenario civilizatorio totalmente distinto al de hace un siglo. En ese proceso de debate hay una cuestión que está en el centro: la universidad del reformismo era una institución estatal, pública. Desde hace tres décadas se viene sosteniendo que la mejora de los sistemas universitarios debe pasar obligatoriamente por su adaptación a la lógica del mercado. Y que las propias universidades pueden ser confiadas a los intereses privados. Ha habido una prédica, en particular desde los años 90 en adelante, dirigida a sostener que la universidades públicas son extremadamente onerosas para los contribuyentes, que han tenido crecimientos desorbitados, que son instituciones con tendencia a la sobrepolitización. Se han ejercido críticas muy duras desde eso que se ha llamado el discurso neoliberal. De hecho, se han propugnado y creado los instrumentos como para que los Estados respalden procesos de privatización. Se puede decir que se ha buscado –no en todos lados de América Latina con el mismo éxito- una reducción del espacio público del conocimiento. En esta confrontación entre un proyecto privatizador, que concibe a la educación como una mercancía, un bien transable –poniendo las cosas en sus extremos- o quien la concibe con sentido universalista y yendo más allá de los intereses particulares, el ideario de Córdoba, en muchos aspectos sigue teniendo vigencia. Particularmente porque hoy a las universidades se le piden cosas que antes no se les pedían.
– ¿Podés explicar eso?
– Sí. Permitime hacer una cita para ser más claro. En la última Conferencia Regional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe de la UNESCO decía lo siguiente en su resolución final: “El fortalecimiento de la educación superior constituye un elemento insustituible para el avance social, la generación de riqueza, la afirmación de las identidades culturales, la lucha contra la pobreza, las enfermedades y el hambre, para la preservación del medio ambiente, la prevención del cambio climático y el enfrentamiento a la crisis energética”. Esto es una concepción de la universidad que va mucho más allá de aquello que está implícito, que es formar profesionales y facilitar el ascenso social. En estas sociedades del conocimiento actual a la universidad se le pide que sea un factor dinámico en la resolución de problemas estructurales. El cumplimiento de estas tareas es incompatible con los principios que regulan los procesos de privatización. Esto no implica categorizar de la misma manera a todas las universidades privadas.
– A esa universidad concebida con un fin universalista ¿no le hace bien competir con aquellas concebidas como un bien transable?
– Competencia o no, la educación superior privada es un derecho. Las universidades privadas se han creado en nuestro país al amparo de una disposición constitucional. Ahí no hay materia de discusión. Sin embargo, el régimen de privatización establecido en uruguay en 1994 marca una regulación muy fuerte, y de hecho la vocación de las universidades privadas no ha sido la de distanciarse de los problemas de la realidad nacional. Sería injusto pensar que las universidades privadas uruguayas están inmersas en una lógica mercantilista; no es en rigor así. Sí es cierto que viven de la venta de servicios educativos y de subsidios públicos y privados. Lo que sí vale la pena señalar es que ese espacio público del conocimiento tiene en la UdelaR un lugar central.
– ¿Sigue entonces vigente Córdoba?
– Frente a esa tendencia muy potente de concebir a las universidades en la lógica del mercado –no en Uruguay ni en Argentina- la idea de la universidad con el modelo de Córdoba creo que está plenamente vigente. Conmemorar la Reforma no es solamente esa idea de que la incomprensión del presente surge de la ignorancia del pasado o cosas por el estilo, que razonablemente se han señalado. Es más que eso. La idea de autonomía defendida por Córdoba es una idea de democratización vigente. La idea de participación de la comunidad universitaria en el gobierno de las instituciones está vigente. La inclusión social, tan fuerte en el planteo de Córdoba, es una idea vigente. La idea de que la autonomía debe ser entendida como un instrumento para que la universidad pueda cumplir adecuadamente con su misión social, formulada como lo hacía la Ley Orgánica y como ahora lo definía la UNESCO, sigue vigente. Ello constituye un patrimonio vivo de la trayectoria universitaria en América Latina. Trascendemos la solemnidad de la conmemoración para ubicar a la Reforma y a aquellos pioneros de la lucha reformista, y los ponemos en diálogo con los problemas de hoy.
Daniel Feldman con el Prof. Jorge Landinelli
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