Adriana Marrero responde a Emiliano Cotelo

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La Socióloga Adriana Marrero responde al periodista Emiliano Cotelo -director del programa en-perspectiva- quien en un editorial (La Tertulia, En Perspectiva y Adriana Marrero) se refirió al “alejamiento” de la académica de “La Tertulia”.

Carta 

«El martes pasado, 12 de noviembre, en el espacio “En primera persona” de “En Perspectiva”, Emiliano Cotelo se refirió a mí y a los hechos que tuvieron lugar a partir del viernes 8. Coincido con él en que se trata de un episodio muy triste; pero no comparto el relato que él comunicó sobre los hechos. Mi propósito en este texto, es explicar, con mi voz, lo que ocurrió. Como sabe muy bien Emiliano, la perspectiva es fundamental.

Voy a tratar de referirme a lo esencial.

En primer término, no guardo animosidad contra Emiliano. Dos años de trabajo conjunto casi ininterrumpido, genera ese tipo de conocimiento que sólo puede provenir de ver actuar a una persona. No pongo en duda su profesionalidad, que siempre me ha parecido tender a un perfeccionismo pautado, sobre todo, por una autoexigencia inclemente.

Artífice de un complejo mecanismo de relojería, con el que podría compararse su programa, Emiliano puede controlar todo, salvo los mensajes de los oyentes, que revisa permanentemente. Cualquier seguidor atento puede percibir que se apoya en ellos para repreguntar, intervenir, y hasta reconvenir a algún tertuliano al aire por sus opiniones o su forma de expresarlas.

El poder de los mensajes que recibe Emiliano era, para mí, inescapable. Desde que, hace dos años, comencé a participar en las tertulias, advertí que mi permanencia en el programa o mi salida de él, estaba en duda constantemente, según el tipo de mensajes que llegaran. No es una crítica, sino una simple constatación.

De hecho, fueron muchas las instancias en las cuales Emiliano me manifestó su malestar en base a los mensajes negativos que llegaban a raíz de mis intervenciones. Mantuvimos largas conversaciones telefónicas, charlas tensas al salir de las tertulias, una solicitud de que me disculpara en público ni sé ya por qué dichos, aclaraciones, salidas temporarias, regresos, y etcéteras. Sólo en el WhatsApp, durante 2018, he encontrado referencias a estas cuestiones el 2 de abril, el 28 de julio, el 12 de setiembre, el 4 y el 7 de diciembre. En el mensaje del 28 de julio, me lamentaba que se me alejara de la tertulia. Sólo después, supe que era un alejamiento temporal, pero el disgusto ya había sido vivido. Esto tiene, como puede verse, una larga y densa historia.

Dada la delicada naturaleza de estos problemas, siempre fueron tratadas en directo con Emiliano, nunca a través de terceros. Ignoro si él mantenía conversaciones similares con otros tertulianos. Pero sí las tenía conmigo, y como ya dije, por tres medios: conversaciones en persona a la salida de las tertulias, mensajes escritos o de voz por WhatsApp, y conversaciones telefónicas.

Lo más curioso de la situación, es que nunca llegué a enterarme del contenido concreto de tales mensajes ni de sus autores, excepto aquellos que Emiliano leía al aire. Nunca vi ni uno solo. Durante algún tiempo, una persona transcribía alguno de ellos y los reenviaba a los tertulianos. Pero a juzgar por los mensajes que me llegaban a mí, aún los peores, ninguno de ellos justificaba, ni por lejos, mi salida del programa. En otros, me felicitaban o comentaban temas sin connotación valorativa alguna. Sin embargo, con demasiada frecuencia recibía de Emiliano quejas genéricas por dichos que jamás llegué a oír o a ver. No dudo de su existencia: sólo digo que no los vi. Que la opinión de los oyentes tenía efecto en el comportamiento de Emiliano hacia mí, es una constatación que fue, durante todo este tiempo, una fuente de inseguridad y de estrés adicional al de la vida cotidiana.

Vamos a ver: estar en una mesa lleva tiempo, concentración y esfuerzo. Supone una ronda de consultas sobre temas posibles el día anterior al programa, leer varias decenas de páginas la noche anterior, a veces hasta la madrugada -en mi caso, los domingos-, trabajar sobre qué decir para intentar no caer en lugares comunes, y usar esa mañana para actuar -además, frente a las cámaras que graban el programa- del mejor modo posible, interactuando con los demás tertulianos, mientras se tiene en mente la posible reacción de Emiliano y de los oyentes. No sé si lo hacía bien. Pero sí ponía mi mejor esfuerzo en ello.

Y todo eso, claro está, de modo voluntario y gratuito, por puro placer. En estos dos años, recibí dos pares de entradas de cortesía para presenciar espectáculos en el Sodre, que disfruté mucho, pero nada más. Incluso contribuía como Socio 3.0 a la financiación del emprendimiento. Mi compromiso era total, y el aspecto económico jamás mermó mi interés en mantener un espacio que valoraba y todavía valoro, enormemente.

Ahora sí, quiero referirme a los hechos de los últimos días.

El día lunes 4 de noviembre, la última vez que fui a la tertulia, expresé del modo más claro y fundamentado posible, mi honesta opinión sobre cada uno de los temas propuestos. Casi al final del programa, refiriéndose a un mensaje que llegó de los oyentes, Emiliano me preguntó desde dónde hablaba. Respondí que desde mi propia persona -no pretendo “representar” a nadie, aunque haya personas que, según me dicen, puedan sentirse expresadas por mis opiniones- y agregué que soy frenteamplista, pero que hay muchos modos de ser frenteamplista y hay muchos modos de ser de izquierda. Desde mi punto de vista, la mesa culminó con normalidad.

Miré con interés las tertulias de los días siguientes, como siempre. Pero me llevé dos sorpresas.

El miércoles 6, en el espacio de telegramas, Felipe Schipani se refirió expresamente a mí, rechazando unos dichos del lunes 4, tachándome de “machista”. Dada mi historia, lo considero un insulto grave. Lo que molestó a Schipani, fue mi señalamiento de que la proporción de mujeres en el Parlamento recién electo, era un indicador del modo en que el sistema político evitaba aplicar a cabalidad la ley de cuotas, a tal punto que varias de las mujeres que ingresaron, son esposas o compañeras de otros legisladores hombres. Cité casos concretos de tres partidos políticos; Cabildo Abierto, el Frente Amplio, y el Partido Colorado, por el cual ingresó Schipani y su esposa. Los nombres eran lo de menos. Me interesaba señalar el problema del acceso femenino al legislativo, y uno de los “trucos” que estaban siendo usados para burlar el objetivo de la ley de cuotas. La protesta airada de Schipani, no recibió de Emiliano, comentario alguno.

Al otro día, jueves 7, Martín Couto apuntó a otro hecho que me afecta directamente. Criticó un artículo del diario El Observador, donde se denunciaba la incidencia de la política dentro de la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR, y refería expresamente a mi renuncia por acoso laboral. Sostuvo que el artículo era parte de una campaña orquestada en contra de la Universidad de la República, de cara al próximo presupuesto nacional. Un argumento tan alejado del debate educativo o presupuestal, sólo servía para descalificar su contenido y restar veracidad a la real existencia de acoso laboral e ideológico dentro de la Universidad, que me ha llevado a renunciar a toda mi carrera. Esteban Valenti se apresuró a apoyar enfáticamente a Couto. Emiliano, conocedor de los motivos de mi renuncia y testigo del dolor que me causaba hablar del tema, no hizo comentario alguno.

Un día más tarde, el viernes, tuvo lugar en mi facultad el tribunal para la defensa del proyecto de tesis de un doctorando mío. Concentrada en eso, perdí una llamada de Rodrigo Abelenda, productor del programa. Asumiendo que era la llamada usual de todos los viernes preguntando por la asistencia a la mesa del lunes, escribí un mensaje de WhatsApp confirmando mi asistencia. Me respondió que tenía que hablar conmigo. Cuando se comunicó, me encontró agotada, en un 142, y haciendo malabarismos para acomodar en el piso y en el asiento frente a otros pasajeros, la cartera y dos bolsas llenas de libros, mientras buscaba el teléfono en algún bolsillo. Con una voz titubeante, desconocida en él, Rodrigo me dijo que Emiliano estaba haciendo cambios en las mesas y yo no iba a estar. Le pregunté si me cambiaba de día. Me dijo que no. La angustia en la que he estado sumida por mi renuncia prematura a la Universidad, junto con el recuerdo de tantas instancias similares de cuestionamientos sobre mis opiniones, no tardó en recrudecer.

Me explicó que querían generar polarización de opiniones en las mesas, y que mi postura, a veces crítica con el FA, desbalanceaba la relación entre partidarios del gobierno y la oposición; que habían llegado mensajes críticos, y que Manuel Laguarda había quedado muy solo defendiendo al Frente. Me aseguró que mi caso no sería el único, y que iban a cambiar a otras personas por gente más representativa de partidos y sectores. Le pregunté expresamente sobre el caso Valenti, quien, con mucha más razón, deja a Couto en total soledad los días jueves. Pero, refiriendo que eran decisiones de Emiliano, me quedé sin saber. A esa altura, hacía rato que no podía evitar las lágrimas. Al llegar a la parada donde debía bajarme, cerca de casa, mientras recogía bolsas, cartera y libros sueltos, y con el teléfono en la mano, me despedí como pude -al parecer Rodrigo entendió que le corté-, logré llegar a la puerta, y me bajé.

Junto con el dolor de perder ese espacio, apenas a dos semanas de verme obligada a renunciar a la Universidad por un acoso sostenido durante 20 años, todavía herida por la decepción de ver a Gerardo Caetano desconocer mi caso en TV después de haberle confiado mi situación de discriminación justo un año atrás, impresionada por la actitud agresiva de Schipani y Couto al aire de la tertulia, toda mi atención estuvo puesta en esperar, ansiosamente, la respuesta de Emiliano a un mensaje apresurado que le escribí por Whatsapp a eso de las 19:00. Al fin y al cabo, aunque varias veces se habían planteado problemas así, siempre los habíamos hablado directamente. La respuesta no llegó.

Agobiada y anonadada por la incredulidad ante la confluencia de tantas agresiones simultáneas, no logré conciliar el sueño hasta bien entrada la mañana del sábado. Me despertó el celular a la una de la tarde: Emiliano Cotelo.

Hola, Emiliano, ¿cómo estás? Le pregunté aliviada, al atender. Para mi sorpresa, se mostró durísimo, ofendido porque en el mensaje no lo había saludado como él esperaba -fue como “una cachetada”, me dijo- y de ahí en más, desató un discurso que reproducía, con mayor detalle, los motivos que el día anterior, con más serenidad, me había expresado Rodrigo: las quejas que recibía, los mensajes de los oyentes, el desbalance de opiniones, que los opositores eran monolíticos en su oposición y que entre los frenteamplistas yo hacía críticas, y mi salida de la mesa. “¿Lo último que va a quedar de mí en esa tertulia es lo que dijo Schipani?” le pregunté, dando por sentado que la despedida de la mesa era definitiva. Me respondió que yo sabía lo que decía y que me hiciera cargo. En algún momento dijo que yo podría volver, pero estuvo lejos de precisar que toda esta movida se limitaría, como dice ahora, a las dos semanas previas al ballotage. Dos lunes es un descanso. No un apartamiento de la mesa.

Emiliano nunca me había gritado antes. Había sido cortante, ocasionalmente, pero nunca me había alzado la voz. De la conversación es lo que más recuerdo. Recién despierta, cansada por la noche en vela, y golpeada por el tono de voz, rompí en llanto casi de inmediato. Cualquiera que me escuchara se hubiera dado cuenta. Pero eso no alcanzó para que Emiliano percibiera que el tipo de conversación que estábamos teniendo me afectaba emocionalmente, que me dañaba, y que no podía continuar así. Siempre he sido una mujer fuerte y aplomada, pero nunca he dejado de ser sensible, y más en estas circunstancias. En ese momento, además, la situación era asimétrica: él tenía, porque es su derecho como director del programa, todo el poder para disponer lo que quisiera; yo, obviamente, ninguno y sólo podía acatar. ¿Era necesario, además, imponer un volumen y un tono de voz que sólo contribuía a generar una humillación adicional a quien nada podía hacer? Fue una situación violenta, sin duda alguna.

Eso no se hace. Participaba de corazón, y ponía lo mejor de mí. No esperaba nada sino un lugar donde intercambiar ideas, en un clima de respeto y de cordialidad. Y mientras escribo esto, me pregunto, una vez más ¿era tan difícil empezar conversando directamente, con claridad, como tantas otras veces habíamos conversado, sobre el mismo eterno monotema, que es la incomodidad de sus oyentes con mis opiniones?

Diez largas y difíciles horas después de la charla con Emiliano, me preocupé de desmentir la acusación que había tuiteado Schipani reafirmando su telegrama. Para eso, tuve que aclarar que el lunes no iba a estar en la tertulia por lo que no podría responderle por el mismo medio. Y con la limitación de caracteres que tiene el Twitter, busqué graficar lo más claramente posible, ante las reiteradas preguntas, una y otra vez, las razones que me habían dado para mi alejamiento.

No veía entonces, ni veo ahora, razón alguna para ocultar los hechos, aunque sí me reservé los aspectos más dolorosos de los mismos y los detalles de la conversación del sábado. El silenciamiento fue lo que me llevó a la situación insoportable en la Universidad, y he aprendido que nunca combate la iniquidad, sólo la oculta.

En su carta pública Emiliano optó por denominar, a esos mensajes míos, “catarsis”. Si, según el origen griego de la palabra, entendemos por “catarsis”, purificación espiritual y moral, puede estar en lo cierto. La humillación y la violencia injustificada sufrida horas antes, y la inseguridad cultivada en mí, mes a mes, queja a queja, mensaje a mensaje, de los dos años anteriores, debían ser purgadas, sacadas afuera, expulsadas, vomitadas. ¿Son acaso mis participaciones tanto más defectuosas que las de los demás tertulianos? ¿Sólo yo merezco ser tratada así? ¿por qué? Por eso, no creo que se haya tratado de una “sobre reacción” como él refiere, ni tiene que ver con el estado anímico por mi salida universitaria, sino del trato irrespetuoso que me dirigiera horas atrás.

Si yo había entendido mal, si mi alejamiento era sólo por dos semanas, si mis primeros mensajes eran equivocados, y si a Emiliano hubiera querido preservar la relación profesional conmigo, era lógico que alguien de la producción o el propio Emiliano hubieran tomado contacto para decírmelo de inmediato. De hecho, “En Perspectiva” aparecía siempre como participante de los intercambios en Twitter, mostrando estar al tanto de todo. Pero ello no ocurrió. Los días, pasaron en silencio.

No me interesa “enchastrar” a nadie, y menos a Emiliano Cotelo. Ante la tensión, cada uno reacciona como puede. Me refiero, claro, a la tensión generada por los reiterados mensajes en mi contra, seguramente por personas conocidas por él, pidiéndole que se me sacara de la mesa. No hay acá ninguna fantasía paranoica. Él mismo lo admite y finalmente, lo hace. Como dice en su propia carta, el problema eran mis opiniones críticas al Frente y fui sustituida por quienes son claramente oficialistas. No veo ningún “enchastre”, en la medida en que tanto él como yo, nos referimos a la misma cosa: Hay presiones de oyentes por mi modo de opinar, y Emiliano responde a ellas; con más firmeza ahora, en tiempo electoral, que en meses anteriores.

Ahora bien, dado que desconozco la identidad o los grupos de pertenencia de los autores de tantos mensajes, siempre críticos, contra mí, desde 2017, ¿cómo es posible asegurar que no son los mismos que me acosaron en la Universidad? ¿Habrá tantos grupos y personas interesados en que no sea oída? ¿En un país tan chico? ¿Teniendo yo, una vida tan poco interesante? ¿Sin pertenecer a ninguna organización política o social que me genere enemigos? Lo dudo.

Finalmente, Emiliano apela a sus 34 años como director de su programa. Como oyente de “En Perspectiva” desde hace muchos años, no le niego reconocimiento alguno; bien al contrario. Como dije, en la esfera donde lo conozco, en su trabajo, es un hombre perfeccionista. Quizás, eso constituya un obstáculo para que, después de tantos años de éxito profesional, confíe más decididamente en su propio criterio, como sería razonable, y mucho menos en el de los demás. Quiero creer -para usar su misma expresión- que el modo de conducir esa conversación conmigo, fue también la expresión de un conflicto interno entre los impulsos de sacarme y de dejarme. No es una justificación. Somos personas grandes y educadas que deberíamos recurrir al “diálogo” en la acepción más precisa de la palabra. Es sólo un intento de explicación.

Yo, por mi parte, apelo a mi propia trayectoria académica, en la cual la veracidad de la información que se provee es la única garantía para la pertenencia y participación activa en una comunidad académica internacional, que no tolera ni falsedades, ni distorsiones. Pese al largo acoso del que fui víctima, ninguno de mis enemigos pudo encontrar, en mis antecedentes, falsedad o trampa alguna. Y vaya si lo intentaron.

A pesar de lo anterior, quiero remontarme, por último, a un momento anterior a todo esto, hace muy poco, cuando al aire y haciendo uso del tiempo de los “telegramas”, al final de la tertulia del lunes, le agradecía a Emiliano Cotelo la oportunidad de haber podido, desde allí, llegar a tanta gente, y compartir tantos buenos momentos con queridos amigos que me llevo conmigo. Al maravilloso grupo de seres humanos que rodean a Emiliano en su programa, mi eterno agradecimiento y todo mi cariño. A Emiliano, que lo seguiré escuchando.

Hasta acá, mi perspectiva».

Adriana Marrero

15/11/2019

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