La carta robada

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  1. Me resistí hasta último momento a escribir algo sobre este asunto. Se ha cuestionado mi firma en la “Carta abierta a las izquierdas” escrita por integrantes de Hemisferio Izquierdo. Antes que nada quiero señalar que intelectualmente me inquietan un poco las demandas de coherencia personal, en la que las ideas y los argumentos deben traducirse en votos, actitudes y conductas principistas para salvar ese examen de pureza que devuelva al sujeto como una totalidad canonizada en ideas y en ejemplo. Aunque alguien se escandalice diré: la política no tiene nada que ver con el tema del traidor y del héroe. La teoría, el pensamiento, la idea, el análisis y la crítica no tienen nada que ver con los principios. Están en dos planos distintos: uno esliteratura épica, mientras que el otro, precisamente, es político. Los principios son las normas, las prescripciones o los axiomas (éticos, por ejemplo), siempre positivos, a ser respetados por algún juego que tiende a hacerse excesivo o a salirse de andarivel, como la guerra o el comercio o la ganancia o la propia democracia electoral. La teoría, el análisis o la crítica no tienen una sola molécula de positividad: solamente los sostiene el lugar formal de la conciencia y del sujeto, su malestar transformado en inteligencia. Y aunque esto no se entienda del todo, sigo. No le adjudiquemos al voto más importancia que la que el voto tiene. El voto no es una magia que encierra nuestra alma en una urna y nos convierte en aquello que elegimos: si el reproche en cuestión tiene su origen en ese horror sobrenatural, entonces está mostrando cierta debilidad ingenua del pensamiento mismo, encierra una profunda y paradójica creencia adolescente en la sagrada solemnidad del acto de votar, que, por lo general, es atribuido a quien vota. Yo juré la bandera y no soy ni seré territorial, patriota o nacionalista. Entonces, si voy a votar a Martínez, al FA o al progresismo, es sabiendo que eso no me va a contagiar de Martínez ni de progresismo ni en frenteamplismo. Eso quiere decir, en rigor, que el argumento de mi buena amiga y apreciada interlocutora Alma Bolón, cuando dice “el razonamiento es curioso: como no pudimos hacer lo que debimos, haremos lo que no debemos”, me incluye inopinadamente en un “nosotros” del cual no soy parte (está claro que hablo por mí y no por los demás firmantes: antes de firmar la carta me mostré en desacuerdo con muchos pasajes, pero de todos modos entendí necesario firmar). Entonces, se puede criticar al progresismo si se quiere, se puede criticar al FA y se puede criticar a la izquierda, puedo comprometer en eso mi corazón y mi cerebro anticapitalista y lo he hecho desde el comienzo, pero este principismo rencoroso del voto tiene un excedente afectivo desproporcionado que salta como una esquirla y me convierte a mí en cómplice de “no haber hecho lo que debí”. Por otra parte, aunque vote a Martínez no voto a Martínez, ni al progresismo ni al FA. Voto contra la blitzkrieg capitalista neoliberal. Espero equivocarme: será un raid rápido y devastador que no dejará nada en su lugar.
  1. Siempre se dice que Heidegger dice que la verdadera catástrofe es el miedo a la catástrofe, ya que ese miedo nos paraliza en lo que él llama “el olvido del ser”. Me permito glosarlo así: la verdadera catástrofe político-social es el miedo a la catástrofe político-social que nos paraliza en el olvido de lo político-social. Así es que nos gobierna el capital desde hace décadas y siglos. Entiendo que hoy este argumento puede ser utilizado en dos sentidos, y yo voy a elegir uno de ellos (en realidad estoy eligiendo los dos). Vivimos en la parálisis de una especie de terror medieval: la peste, un colapso sanitario, la chusma y las hordas de delincuentes y zombis, la violencia generalizada, la recesión, la inflación, el déficit, la debacle económica: no podemos movernos al margen del riesgo de provocar algo terrible. Quizás esa mecánica se parezca a «si no vota usted a Martínez, si no se queda usted exactamente donde está, se le llenará el culo de granos, lo comerá la peste y lo raptarán extraterrestres reptilianos, que son horribles y tienen mal aliento». Pero en este caso, oh casualidad, las polaridades están invertidas. Y quien no ve esto es teóricamente miope y no entiende bien dónde ni en qué momento está parado. Lo que está en juego no es capitalismo progresista contra regresismo capitalista de derecha: lo que está en juego es la política misma. No se trata de una amenazafantasmal. Acá el “fantasma” es del orden de la realización inminente de la siguiente faz evolutiva del capitalismo neoliberal (algo que, rigurosamente, ya ocurrió y ya está ocurriendo): salarios, vivienda, sistema de salud, previsión social y fondos de pensión, educación, policía y cárceles, energía, comunicaciones, espacios públicos, etc., son negocios gigantescos que esperan su liberación hacia una gestión empresarial privada y eficaz cuya única verdad es una transferencia directa y simple de enormes montos de dinero de la administración pública a las empresas privadas. Y eso, conceptualmente, es una catástrofepolítica. No podemos considerarla abstractamente. Mientras el fantasma con el cual atemoriza la oposición es el déficit fiscal (cuya inscripción política es ambigua y oscura aunque se lo haga pasar por la piedra de la locura, objeto hiperrealista y padre de todos los males), o la “radicalización ideológica” de la izquierda en la integración del nuevo parlamento (hay más emepepistas y más comunistas), sin contar las idioteces de siempre en materia de ineficiencia en la gestión de la seguridad pública (por ejemplo), o la terrible y profunda crisis educativa en la que estamos sumergidos (?), o las tonterías de siempre en cuanto a la corrupción, al clientelismo, a las amenazas de totalitarismo y autoritarismo y qué sé yo (estoy escribiendo para alguien a quien esto no tiene por qué ser explicado, espero), la izquierda no ha sabido ni podido ni querido manejar el núcleo real de su miedo (por tener ya más de la mitad de su cuerpo fabricado por el juego electoral): lo que viene, eso que el progresismo todavía amortigua torpe y contradictoriamente, es lo inmediato, lo que rompe los ojos, lo que ya está escrito: es el siguiente paso evolutivo de la máquina neoliberal: allí donde haya recursos y bienes para transferir al capital y a la gestión empresarial eso se hará. No dejó de hacerse durante el progresismo: llamado a inversores y a empresarios internacionales, UPM 1 y 2, robustecimiento del artefacto represivo, etc. Pero lo más importante: ya está escrito: habrá un debilitamiento de lo público, habrá un fortalecimiento del sector exportador, habrá tecnologías de gestión y gerencia en lugar de política, habrá gentrificación de zonas, barrios y ciudades, habrá especulación inmobiliaria carnívora, habrá más pobreza y emergencia social, habrá más conductismo emprendedurista protestante en las zonas devastadas del mapa del capital enseñando el arte de sobrevivir, de adaptarse a la realidad y de ganar, lo que revertirá en más capital y más erizamiento y violencia sociópata. En fin. Y eso no es una amenaza ni es un fantasma, eso no es un clisé ideológico: eso ya está ahí, en el genoma del perfeccionamiento técnico del capital. Y yo prefiero dar esa discusión con un interlocutor estatal al que considero con un oído más apto para escucharme: un interlocutor que en parte enlentece y amortigua esa estocada devastadora del capital.
  1. Toda elección es un plebiscito: A o no-A. Y en ese plebiscito hay algo que no comparece y queda oculto: es el lenguaje que nos ha conducido a sintetizar el mundo en términos de A o no-A (la ontología en la que se apoyan y hacen posibles, pensables y razonables a A, a no-A y a su antagonismo). Digamos que sabemos que la población carcelaria puede convertirse en fuerza de trabajo virtualmente gratuita para una empresa privada, y digamos que eso está prohibido por la constitución. Entonces se nos plantea un plebiscito: a. reformar la constitución de manera de habilitar el trabajo recluso, o b. dejar las cosas como están, con una población reclusa improductiva, ociosa, adicta, infantilizada y perfeccionando incesantemente sus técnicas delictivas. ¿Cuál parece la opción más razonable?, ¿qué elegiría usted? El problema es que la respuesta a esa pregunta está contenida en el lenguaje (digamos,inconsciente) de la propia pregunta. Y ese lenguaje no aparece ni se expone. Entonces, me gustaría definirpolítica como la acción paciente, crítica y analítica, de hacer comparecer a ese lenguaje. La política trata siempre de arrancar a las síntesis histórico-sociales de su carácter dado, inmediato y natural, trata de impedir que nuestros pensamientos y nuestras prácticas sigan siendo sordos rehenes de su realidad y de su ontología. Parece simple, pero estamos muy lejos de entender la política de esa manera. El estado de excepción, de urgencia y emergencia en el que el capital nos fuerza a vivir todo el tiempo nos recluye y encoge en el perímetro de la nuda vida y de la sobrevivencia, es decir, habitamos todo el tiempo en el corazón mismo del capital: la lógica económica y pragmática de la vida. Encerrados en ese punto muerto que temía Marcuse, el hiperrealismo de la urgencia y la emergencia que nos sustrae esa libertad necesaria para poder pensar y construir prácticas de liberación. Para poder hacer de nuestro dolor y de nuestro malestar un síntoma, un sujeto, una conciencia, una inteligencia, una negatividad. Por eso, una y otra vez, iremos de plebiscito en plebiscito y de elección en elección, incapaces de política, incapaces de plantear nada acerca del lenguaje en el que esos plebiscitos se apoyan, dada la exacerbación realista del juego, la urgencia y la ansiedad.
  1. El capital está detrás de la catástrofe de la política, detrás de los problemas del poder, detrás de lo que impide el desarrollo y al mismo tiempo insta al desarrollo, detrás del concepto mismo de desarrollo, de evolución y de progreso, detrás del problema ecológico, detrás de la violencia social, detrás del machismo , detrás de la idiotez generalizada de la cultura de masas, detrás de la psicosis y la ansiedad depresiva como patologías psicosociales fabricadas a escala masiva. Quien así lo entiende es un aliado. La máquina técnica del capital es un “enemigo” (por así decirlo). Arrancar esa máquina de la realidad y arrancarnos esa máquina o esa fantasía “de adentro”, todo lo que nuestra subjetividad le debe a esa fantasía, no es una práctica que pueda o deba asociarse con la urgencia, con el no hay tiempo que perder o con “la causa de los pueblos no admite la menor demora”. Los sindicatos luchan por trabajo y salario, y muchas veces terminan por coincidir con el funcionamiento de la máquina desarrollista, de la máquina de crecer (como si ignoraran que si no hubiera habido una fractura política subjetiva no habría contradicción alguna entre trabajo y capital: ambos convergen técnicamente). Pero eso no los convierte en adversarios. Ahí hay lugar a cuestiones teóricas y filosóficas fundamentales que deberán tratarse, ser discutidas, ahí hay cuestiones fundamentales sobre las que habrá que escribir, etc., pero no se puede pensar ni por un segundo que ahí hay un adversario, y mucho menos un “traidor” (por no haber dicho nada sobreUPMo por haberla celebrado discretamente). Eso no solamente no es radical: es de una superficialidad teatral que me da un poco de miedo. No lo mismo pero algo similar ocurre con las clases medias progresistas (que, a decir verdad, me representan mucho menos que los trabajadores organizados): cuando ellas son operadores de capital y de la lógica del capital, activa o pasivamente, uno se enoja y se enfurruña y grita, y esa tormenta afectiva nos distrae del verdadero enemigo. Nos olvidamos que no estamos en una lucha: estamos en la retaguardia de una lucha, o quizás, estamos en una resistencia (remito al artículo con ese nombre aparecido, precisamente, en la web de Hemisferio Izquierdo). No podemos soñar con superar al capital en un plazo histórico razonable, tenemos que aprender a mantener el hilo de la política en tiempos de economía, urgencias y catástrofes. La verdadera política no surgirá jamás de la escena institucional, electoral, la de los votos, los partidos y los poderes, pero eso no quiere decir que en esa contingencia del propio capital no se juegue algo importante para la política misma. Algún día mereceremos vivir sin partidos, sin Estado, sin elecciones, sin país ni nación, pero mientras tanto, deberíamos preferir un aire que nos permitiera pensar mejor.
  1. Una cosa parece ser cierta. Como dice mi amigo Gómez Hill en la entrada anterior de este blog, gane quien gane el balotaje, la era del pacto social progresista se terminó. El progresismo no perdió una elección: terminó su ciclo. Espero que para algunos no sea cosa de “la campaña fue mala” o “el candidato era débil”, porque entre eso y llamar a Durán Barba no hay distancia alguna. Vivimos en un mundo en el que los medios indican la agenda política y ganan elecciones. Eleccionesvotosganarperder, son palabras que deberían dejar de tener el lugar central que tienen en el lenguaje de la política hasta desaparecer completamente, algún día. Ahora debería darse lugar a una profunda teorización y a una creación de conceptos y de prácticas políticos, conceptos como democraciaelecciones o partidos, deberían ser planteados nuevamente.

 

Por Sandino Núñez

(filósofo)

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