La inteligencia artificial, en tiempos confinada en la esfera de la ciencia ficción, está cambiando nuestras vidas. Los coches se están conduciendo a sí mismos. Se están programando los aviones no tripulados para la entrega de paquetes. Las computadoras están aprendiendo a diagnosticar enfermedades. En un libro reciente, los economistas Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee consideran que esos avances recientes son ejemplos del comienzo de lo que llaman “la segunda era de las máquinas”.
El propio nombre –la primera era de las máquinas fue la Revolución Industrial– indica un cambio transcendental y, si hemos de creer las predicciones, esos avances tecnológicos podrían tener consecuencias profundas para nuestra forma de vida.
Un pronóstico común es el de que, a medida que cada vez más robots avanzados substituyen a trabajadores, el costo de la mano de obra resultará menos importante y la manufactura volverá a los países ricos. Otro es el de que unas máquinas cada vez más inteligentes reducirán la demanda de aptitudes avanzadas y, en consecuencia, la ventaja económíca de contar con dichas aptitudes disminuirá.
La primera de esas dos hipótesis sigue siendo inverosímil, pero hay pruebas de que la segunda ya ha empezado a hacerse realidad, con consecuencias graves para la forma como las economías modernas han intentado afrontar las amenazas de la mundialización.
Desde luego, ha habido muchas pruebas anecdóticas de reshoring: el traslado de nuevo de puestos de trabajo desde los países con salarios bajos a las economías con salarios altos. Apple está trasladando ciertas manufacturas desde China hasta Silicon Valley; Airtex Design Group está trasladando de nuevo parte de su producción textil desde China hasta los Estados Unidos. En un encuesta reciente a 384 empresas de la zona del euro hecha por la asesoría de dirección de empresas PricewaterhouseCoopers, dos terceras partes de los encuestados dijeron que habían trasladado algunas actividades a su país durante el pasado año y el 50 por ciento pensaba hacerlo en el próximo.
Pero, cuando examinamos los grandes datos, no hay señales de que así sea. De hecho, la tendencia continúa en la dirección opuesta. La externalización disminuyó durante la “gran recesión” que siguió a la crisis financiera mundial de 2008, pero rápidamente se recuperó y se aceleró y superó los niveles anteriores a la crisis. De momento, el regreso de la manufactura a los países ricos sigue siendo una predicción, no un resultado.
La evaluación de la segunda hipótesis es más complicada. A primera vista, las pruebas apoyan la posibilidad de que la demanda de aptitudes avanzadas esté disminuyendo. Con las excepciones de los Estados Unidos y Alemania, en los 17 últimos años el desfase en materia de salarios entre los trabajadores especializados y los no especializados ha ido reduciéndose en todos los países occidentales.
Una posible explicación es la de que los niveles educativos en Europa han superado el ritmo del cambio tecnológico, al proporcionar al mercado un exceso de aptitudes avanzadas. En Austria, el porcentaje de personas con un título universitario o su equivalente aumentó un 250 por ciento entre 1996 y 2012. En el Reino Unido e Italia, casi se duplicó. En España, saltó en un 70 por ciento y en Francia en un 60 por ciento. En comparación, en los EE.UU. y Alemania el porcentaje de la población que ha cursado la enseñanza superior sólo aumentó un más modesto 25 por ciento.
Sin embargo, es posible también que la disminución del desfase en materia de salarios entre trabajos especializados y no especializados represente la competencia debida a unas máquinas cada vez más inteligentes. A ese respecto, los EE.UU. son un ejemplo apropiado. Como los logros educativos han ido avanzando sólo modestamente en los EE.UU. desde el principio de este siglo, habría sido de esperar que el desfase en materia de salarios hubiese aumentado de forma pronunciada, como ocurrió en los decenios de 1980 y 1990. En cambio, ha permanecido en gran medida inalterable y la tasa de desempleo entre los trabajadores especializados es la que va en aumento, al duplicarse en los EE.UU. y en el Reino Unido de 2002 a 2012.
Hasta el decenio de 1980, el 70 por ciento, aproximadamente, de la renta correspondía a los ingresos de la mano de obra y el 30 por ciento a los ingresos del capital, pero, desde entonces el porcentaje de ingresos correspondientes a la mano de obra ha disminuido en todos los países ricos. Ahora representa el 58 por ciento, aproximadamente, del PIB. Según una investigación de los economistas Loukas Karabarbounis y Brent Neiman, la mitad de esa disminución es consecuencia de una tecnología de la información más barata, lo que ha permitido a las empresas substituir a trabajadores por computadoras.
Las consecuencias podrían ser graves. Si ésas son en verdad las primeras señales de la segunda era de las máquinas, es posible que hayamos estado riñendo una batalla que no debíamos. Al disminuir la importancia del capital humano, el rápido aumento de la educación puede no ser la reacción que esperábamos ante las amenazas de la mundialización.
Por Dalia Marin
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Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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