Jodidos opinómanos
El criterio fundamental del capitalismo es el aumento ininterrumpido de la tasa de ganancia. Hasta el economista más burro sabe que esto se consigue mediante la reducción de costos, lo que supone inexorablemente una pauperización del trabajo (disminución del salario real, redistribución negativa del ingreso, abolición o disminución de prestaciones y del gasto social) y un aumento en la tasa de desocupación, para mantener la disponibilidad de fuerza de trabajo a bajo precio.
El neoliberalismo, que se presenta como partidario acérrimo del mercado como factotum universal, a veces lo deja de lado y aplica crudamente la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas. Este decantamiento se vuelve torrencial en las instancias de crisis y, sin lugar a dudas, la pandemia del Covid-19 es y será una de ellas. Mantener la economía funcionando a cualquier costo (costo humano por cierto) es la consigna. Cretinos como Trump (con su teoría conspirativa) o Bolsonaro (con su gripecita) la interpretan al pie de la letra, aunque ocasionalmente tengan que largar algo de lastre para evitar que “el no pasa nada” arroje resultados explosivos.
El mundo de las comunicaciones interpersonales y de las reflexiones colectivas se ve literalmente asaltado por un torrente de información que suele dar pie a lo que sostenía Mark Twain, en el siglo XIX: hay tres tipos de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas. En último término ubicaba el uso de las cifras como forma de manipular y persuadir a través de una opinión presuntamente sólida y veraz.
Las comunicaciones en tiempo de pandemia están llenas de opiniones. Si hubiese la misma cantidad de tests que de artículos, comentarios, entrevistas, mensajes y datos que rebotan por ahí, producidos por opinólogos y opinómanos, seguramente tendríamos una imagen más clara de los alcances sanitarios y de las perspectivas económicas.
A veces esas opiniones se emiten sin edulcoración, sin anestesia, a lo bruto, como cuando Taro Aso [i], el Ministro de Finanzas del Japón, produjo aquella infame incitación a los jubilados y pensionistas de su país, en el sentido de que se apresurasen a morir para ahorrarle gastos al Estado.
En el cortejo del capitalismo inevitablemente aparecen concepciones ideológicas que responden al llamado darwinismo social (“la supervivencia del más fuerte”), la eugenesia (“la mejora de la raza mediante la eliminación de seres con genes ‘defectuosos’ ”), el racismo, la aporofobia (“rechazo y marginación de las personas con menos recursos”), el control de la conducta y una amplia gama de manipulaciones psicológicas, sociales y políticas.
Hay opiniones se encubren bajo el manto de la erudición, mediante el manejo amañado de las cifras (que no tiene que ver con la estadística como importente disciplina auxiliar de la ciencia) y de una simple necesidad de autoglorificación narcisística. En este momento, el tema crucial es lo que debe hacerse ante la expansión del Covid-19 en nuestro país y más concretamente ¿cuál debe ser nuestra actitud para enfrentar esta situación en forma eficaz, activa y tranquila, solidaria?
Alberto Grille, en un editorial de su revista Caras y Caretas, sostiene que “en la experiencia universal de la lucha contra el virus, hay dos maneras de ganar o de perder menos. Haciendo muchísimos tests o con el más estricto distanciamiento social. Aquí no se está haciendo ni lo uno ni la otra. Se va por el camino del medio. Y sin temor a equivocarme, por lo que se sabe, el camino del medio va al fracaso. No temo a equivocarme, por lo que pido más responsabilidad y más medidas y no menos. Los que deberían temer a equivocarse son los que imprudentemente escatiman medidas invocando razones económicas que ya han sido discutidas en todo el mundo y han demostrado que solo sirven para retrasar las únicas conductas útiles ”.
Los que imprudentemente escatiman medidas invocando razones económicas no son los únicos responsables de que haya gente burlando las restricciones a la movilización o interpretando en vena vacacional la necesidad de limitar los movimientos y de respetar las medidas sanitarias. Existe una variante especialmente insidiosa de opinómanos, lo que hablan de prioridades sanitarias dudosas porque atribuyen, con su propia y autocomplaciente teoría conspirativa, la pandemia a una especie de mito creado por los laboratorios farmacéuticos y la corporación médica para llenarse los bolsillos.
Para alimentar esta versión tienen que manipular cifras y opiniones ajenas para minimizar los riesgos de enfermar y de morir que acarrea el Covid-19. Habría que ser muy necio para descuidar el combate al Aedes Egypti, menospreciando el dengue, para cruzar la calle con la luz roja o para tomar agua de pozo negro. Otras patologías existen pero lo que ahora está claro es que el Covid-19 requiere una actitud colectiva puntual para amortiguar los efectos sobre la salud, el trabajo, la tranquilidad y el bienestar.
Algunos opinómanos son una especie de negacionistas: el virus es una creación de corporaciones de oscuros intereses confabuladas con los medios de comunicación. Tienen razón en advertir la torpe, machacona y pobre actuación de los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, así como el manejo vacilante que hacen las autoridades (que siempre corren de atrás y se hacen esperar porque estaban trabajando).
La manipulación para demostrar que los riesgos que conlleva el Covid-19 son mínimos o simples productos de una propaganda manipuladora es algo más que irresponsabilidad. En efecto, conllevan la responsabilidad de quien está o cree estar investido de autoridad, superioridad o respeto, para hacer pesar opiniones claramente sesgadas. Este problema es doblemente grave cuando los difusores de estas versiones manipulan los números y las opiniones ajenas a sabiendas de que estám incurriendo en lo que los psicólogos denominamos como sesgo de confirmación.
El sesgo de confirmación es una trampa, a veces inconsciente, mediante la cual se presta atención y se esgrime los datos que confirman los preconceptos, los prejuicios o los presuntos argumentos al mismo tiempo que se ignora, se oculta o se maquilla los datos o evidencias que les contradicen. El sesgo de confirmación se produce por embotamiento del pensamiento crítico y es una falla ética inexcusable. Sucede que las personalidades narcisistas suelen perder el control sobre sus propias necesidades de grandiosidad autoconferida y apelan a este tipo de recursos.
La relativización del riesgo le permite a algunos opinómanos (¿u opinomaníacos?) hacer una hipócrita fragmentación o estratificación del riesgo, al estilo de Taro Aso (que como recordamos instaba a sus jubilados a morirse pronto, a los 65, cuando el mismo tenía 73 años). Se ha manipulado la información en dos sentidos adicionales: por un lado se vincula sistemáticamente la mortalidad con comorbilidad o “patologías predisponentes”, que abarcan desde el asma y la hipertensión hasta la inmunodepresión o la diabetes. No se necesita ser médico para saber que muchas de esas patologías, por si solas, no serían mortales y que muchos pacientes que ya se recuperaron las padecían.
Otra fragmentación insidiosa es la que establece que el riesgo se ubica abrumadoramente en los mayores de 65 años o en el sexo masculino, o en quienes consumen o han consumido determinados medicamentos. Lo cierto es que la mayoría de esas informaciones se basan en datos limitados, temporal o regionalmente, y que mediante la generalización (sesgo de confirmación mediante) arrojan conclusiones de dudosa validez.
Algo parecido pasa con la reiterada confirmación de que un alto porcentaje de quienes padecen la enfermedad sufren trastornos leves (la “gripecita” de Bolsonaro) o no llegan a presentar síntomas. Esta categoría abarcaría entre un 80 y un 85% de los que contraen el virus. Por otro lado, entre un 15 y un 20% enfrentan una sintomatología respiratoria que en la tercera parte de esos casos requeriría internación en CTI para respiración asistida, etc.
La conclusión que promueven algunos narcisistas inescrupulosos es que los niños y los jóvenes (ya sea cronológicamente o porque se sienten espiritualmente jóvenes) no tienen nada que temer y pueden ir a hacer playa, a surfear o agruparse a disfrutar del benigno clima otoñal. La fragmentación del riesgo ha probado ser engañosa. El supuesto riesgo inexistente o mínimo para la juventud va acompañado de la idea de que quienes deben ser recluidos son los viejos. Si mantenemos a los nonos encerrados los salones de clase volverán a llenarse, la vida fluirá normalmente y esta pandemia pasará como un mal sueño.
La aporofobia y el racismo no han funcionado muy bien, en esta oportunidad, porque el gran foco inicial en nuestro país se gestó en un casamiento de la alta sociedad, producto de la tilinguería de una viajera, y el Covid-19 arrasó el coqueto barrio de Carrasco. Sin embargo, la ideología neoliberal en su forma más cruda, que suele aplicarse a los sistemas de previsión social y jubilatorios que tratan a la vejez como una enfermedad incurable (porque termina inevitablemente en la muerte), subyace la concepción de Taro Aso: los viejos jubilados son una carga social prescindible, ya no producen, pueden (deben) ser desechados o abandonados a su suerte cuanto antes. Al mismo tiempo, la ayuda y los subsidios para los más desvalidos, para los desocupados o para las pequeñas y medianas empresas, son paliativos mínimos que se conciben como calmantes transitorios para evitar el estallido de tensiones sociales.
Aunque la proporción de casos y de fallecimientos sigue en aumento, esto no parece haber impresionado a una parte de la población. Hoy un amigo mío me mandó un mensaje diciendo que había ido a una de las grandres ferias dominicales montevideanas y había vuelto cargado con libros muy interesantes que encontró. La feria funcionaba como si nada, la gente andaba de paseo y él – que dicho sea de paso es añoso, cardíaco y diabético – piensa que las cosas están bien así, que es un tema de suerte y que en el Uruguay el virus se va a esfumar en la “inmunidad de rebaño” sin que a él le pase nada.
Algunos opinómanos son una especie de negacionistas: el virus es una creación de corporaciones de oscuros intereses confabuladas con los medios de comunicación. Tienen razón en advertir la torpe, machacona y pobre actuación de los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, así como el manejo vacilante que hacen las autoridades (que siempre corren de atrás y se hacen esperar porque estaban trabajando).
Sin embargo las conclusiones de los opinómanos suelen estár a la altura de su sesgo, promueven evitar la destrucción de la economía, de la vida en sociedad, de la intimidad familiar y amistosa e impedir que se dediquen sumas enormes a una prioridad sanitaria dudosa, a inducir miedos magnificados y dramatizados que solo favorecen a macrocorporaciones, elites económicas que lucran con las crisis y a la prensa carroñera, pero no explican como puede lograrse una solución concreta si no es limitando los contactos y adoptando las medidas sanitarias en forma rigurosa. La soberbia narcisista, como todas las manifestaciones del individualismo extremo, suele generar lo que ya se sabe: no hay peor sordo que el que no quiere oir ni peor ciego que el que no quiere ver.
Por Lic. Fernando Britos V.
La ONDA digital Nº 945 (Síganos en Twitter y facebook)
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[i]Estas declaraciones datan de enero del 2013. Aso preparaba el presupuesto de su país en donde cuatro de cada diez hogares percibían algún tipo de ayuda social por incluir a algún miembro mayor de 65 años. El gobierno derechista ya había aumentado los impuestos al consumo en un 10% debido a los gastos sociales, especialmente para los ancianos. A eso le había echado el ojo el ministro que, dicho sea de paso, hoy con 80 años, se desempeña como Viceprimer Ministro y principal dirigente del Partido Liberal Democrático. Aso es descendiente de varias generaciones de ministros y altos jerarcas del Estado nipón. Está emparentado con la casa imperial. En 1976 era la mano derecha del Primer Ministro Kakuei Tanaka y aunque se sospecha que estaba comprometido en gigantescos escándalos de corrupción, que llevaron a su jefe a ser condenado y renunciar, se salvó de la quema.
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