Entrevista a Felipe Martín, historia de un clandestino durante la dictadura (1973-1985)

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Segunda entrevista realizada a Felipe Martín el martes 17 de setiembre del 2013 en el Ministerio de Transporte y Obras Públicas. Martín, ocupo la Director Nacional de Transporte durante el gobierno frenteamplista del Dr. Tabaré Vázquez.

Ent. ¿Cuál era tu nombre en la clandestinidad?
F. Mi nombre en la clandestinidad era, primero Daniel (aunque todo el mundo me conocía por Felipe dado que eran las primeras estrategias de comenzar a utilizar nombres distintos). El segundo fue Tato y el último fue Alberto (porque me pareció que Tato podía estar gastado ya por el uso de los años).

Yo salí de mi tercer y última detención, en abril del 75, lo cual coincidió con el golpe masivo al Partido Comunista. Y es a partir de allí que yo pasé a vivir en un lugar diferente (me fui de la casa de mis padres). Hasta que el 27 de junio de 1976, en una razia bastante generalizada que se hizo a nivel de todo el país; pasé oficialmente a la clandestinidad (aunque ya a fines del 75 había abandonado mis estudios en la Facultad de Medicina y había dejado mi trabajo).

Ent. ¿Cómo definirías la clandestinidad?
Clandestina es una cosa ilegal, algo no autorizado. Ser clandestino es: armar tu vida en base a lo que crees y a lo que haces, por fuera de lo que te permite la autoridad de turno. Ese es para mí el significado de la clandestinidad: no resignarse a que el terror, la prohibición, la amenaza, la persecución; cambien tus convicciones como ser pensante y ciudadano. Yo no luché en función de caer o no caer, yo luché en función de un cambio, caer era un accidente posible dentro de la vida clandestina. No es normal que una persona dure más de tres años clandestina, hubo excepciones, yo soy una de ellas, pero no fuimos muchos los que permanecimos ocho o nueve años clandestinos.

Ent. ¿Encontráis alguna relación entre las experiencias clandestinas y tu vida cotidiana de hoy?
F. Sí, tiene mucha relación. Ese tiempo a nosotros nos permitió formarnos en valores, valores que persisten hasta el día de hoy.
Yo siempre digo que uno no tiene que olvidarse de dónde viene, porque trabajar en el gobierno es administrar espacios de poder, y el poder marea, por lo cual hay que recordar siempre los límites, para no caer en abusos.

Ent. Para vos la clandestinidad significó…
F. Diría que para mí fue una historia de vida, una forma de conocer, vivir y sentir una historia contemporánea del país que fue muy dolorosa, pero simultáneamente rica. Que fue la prueba de fuego de una fuerza política que se había armado solamente hacía dos años y pasó esa experiencia de haber vivido dos años en la legalidad, doce años en la clandestinidad luchando desde las sombras, abrirse a la vida política con la caída de la dictadura y, en poco tiempo, acceder en el año 1990, a la Intendencia de Montevideo.

Yo creo que el ser humano nunca se prepara para ir perdiendo lo que tiene, sobre todo en esas edades tan jóvenes, donde había que velar o cargar muertos, despedir a gente que se iba sin muchas perspectivas de regresar al país, u otros que caían y que no tenías mucha certeza de qué les iba a pasar. Todo era un golpe moral muy grande y por ello hería la sensibilidad de los que militábamos. Ser clandestino era una prueba permanente de soportar y asimilar esos dolores.

No es lo mismo ser una persona legal o semi legal que realiza tareas clandestinas, que vivir clandestino; porque te están buscando, porque no podes tener un lugar donde se te individualice, no podes frecuentar lugares públicos porque son muy riesgosos, no podés ir a un cine porque están dentro de las zonas de riesgo…todo esto son cosas que un militante clandestino las tiene que saber para sobrevivir.

La clandestinidad es una actitud de vida que no es fácil asumir ni vivir a lo largo de años, a estas cosas el ser humano no se acostumbra, te podes habituar porque la vida, en última instancia, te lo impone, pero lo que uno busca es salir de todo eso. La vida del clandestino es una vida muy dura porque las restricciones a las que te ves sometido, van transcurriendo de la misma manera que van transcurriendo el tiempo y los años, y hay cosas que vos las podes hacer a una determinada edad, pero a otras no.

Doce años, en la historia de la humanidad, es algo así como un estornudo, pero doce años en la vida de una persona, es mucho tiempo, es casi la cuarta parte (según la expectativa de vida).

La vida clandestina es una vida que limita, clandestina es una persona que está naturalmente restringida y limitada por condicionantes que no puede romper porque si las rompe, hace más posible su captura. La tensión se vive…es complicado, porque uno es uno pero no lo es…en el barrio no podes ser el que desentona, hay que ser uno más, el arte del clandestino es ser lo más natural en la vida cotidiana, como lo puede ser cualquier vecino de cualquier parte.

Ent. ¿Anécdotas?
F. Siempre hay muchas…buenas y de las otras. Yo uno de los recuerdos que más llevo es cuando la hija de Fernando y mi hijo, nacieron prácticamente juntos en la misma mutualista. Eso fue en el 75, yo no podía ir pero Fernando sí fue y le llevó una flor a cada madre. No creo que haya muchas cosas más que se puedan pergeñar de una manera tan cronometrada, como para que dos personas que se conocieron y se dejaron de ver, hayan vuelto a saber del otro gracias a sus respectivas mujeres que estaban internadas juntas luego de dar a luz.

Yo era especialista en salidas nocturnas, por ello unas compañeras me pidieron que las ayudase a hacer la pintada de un muro. Ellas habían hecho crayones (se hacen con parafina, grasa y tierra de color). El tema es que hay que ser muy cuidadoso en las proporciones, porque si uno se excede en grasa, no fragua y entonces la parafina no cumple la función de afirmar. Ellas justamente habían tenido problemas en la proporción de grasa…

Nos encontramos con ellas y otro compañero en una esquina y acordamos que ellas harían campana mientras nosotros dos pintábamos. Pero yo no podía pintar porque cuando agarraba el crayón, se me derretía en la mano, por lo cual tuve que apelmazarlo todo y con la mano escribir lo que íbamos a denunciar en los muros. En un momento mi compañero, advertido por las señas de las compañeras, me dijo que venían dos personas hacia nosotros, pero yo quería terminar…cuando estaba terminando, mi compañero me dice: ¡corré! Y yo salí con los pies tocándome la espalda…tenía todas las manos embadurnadas, no podía demostrar que no había estado haciendo algo ilícito. Pero mi compañero quedó paralizado, se quedó quieto ante la voz de ¡alto!

Enseguida pensé que había caído. En cuanto pude limpiarme bien las manos, fui a limpiar la casa en la que él tenía escondidas las cosas de propaganda y de ahí fui a decirle a su familia que si no volvía era porque lo habían llevado preso. Cuando le expliqué a su madre lo primero que me dijo fue: “el padre se muere”. Le pedí si me dejaba entrar al cuarto para limpiar todo aquello que los pudiese comprometer, y cuando entro, lo veo durmiendo…Al otro día me contó que los milicos le preguntaron qué estaba haciendo y si me conocía, él les había dicho que me conocía de ir al cine juntos. Entonces ellos le preguntaron por qué la otra persona se había ido, a lo que él respondió que seguramente pensó que la iban a robar…los milicos le dijeron que lo acompañaban hasta su casa hasta que en un descuido, mi compañero se les escapó.

Siempre la primera forma de denunciar lo que estaba pasando, era a través de los muros, El País y El Día no lo iban a informar…los canales televisivos mucho menos…por eso pintábamos los muros, para denunciar las violaciones a los Derechos Humanos y para informar al pueblo lo que estaba sucediendo.

Por esos días yo había conseguido un mimeógrafo y lo tenía que ir a buscar a un apartamento que quedaba cerca del Hipódromo de Maroñas. Mi única forma de traslado era el ómnibus, por ello, lo embalé bien, fui con el mimeógrafo hasta la parada (eran las diez de la noche), y lo dejé escondido entre unos pastizales mientras esperaba el ómnibus en la calle Guerra y Set Bois. Cuando miro para el lado de Guerra y General Flores, veo una patrulla que tenía a un grupo de personas contra la pared cachándolos y pidiéndoles documentos. Pero yo no podía irme y perder un instrumento tan valioso como un mimeógrafo, que si bien no era gran cosa porque era manual, era una herramienta fundamental en esos días. En ese momento vi venir un ómnibus y sin importar el destino, agarré la cajita que cubría el aparato y subí, transpiraba hasta las orejas. Ese mimeógrafo nunca cayó, ese sí que fue bien clandestino.

Otro día un compañero bancario había conseguido, a través de amigos suyos, una casa en la Costa de Oro. Ramón tenía la llave, había llegado antes. Él era el ser más natural, así de enorme y todo, Ramón era el hombre más común de todos. Él se preparaba el termo y el mate, se ponía las chancletas y salía a mirar el movimiento y hablar con los vecinos. El problema fue que esa casa tenía el pomo ciego, por lo tanto, si no tenías la llave, se cerraba…y Ramón había dejado la llave adentro…y en vez de ir a buscar un cerrajero (por miedo a despertar sospechas), consiguió una cierra, cortó las rejas de la ventana y con su gran fuerza las levantó hasta lograr penetrar con su cuerpo al living de la casa…nunca más nos prestaron esa casa a pesar de que quedó como que alguien había hecho eso para entrar a robar.

Ent. ¿Ejemplos de comunicación clandestina?
F. Yo por ejemplo, los contactos que tenía, las personas con las que trabajaba, prácticamente siempre, los memoricé y no los escribí.

Sí utilizábamos las hojillas como medio de enganche, allí decía, por ejemplo: a tal hora, hombre en una parada de ómnibus determinada, leyendo una revista concreta, con saco azul.
Otra cosa eran los códigos que se establecían de antemano a través de los cuales uno podía saber si ese lugar era seguro o no.

Por ejemplo, Ramón y yo teníamos establecido que si en el apartamento en donde yo estaba, se encontraba la celosía abierta y una maceta en la ventana, no había peligro; si eso no estaba dispuesto de tal manera, él tenía que seguir caminando.

Ent. ¿Cómo fue tu proceso de “desclandestinización”?
F. Para mí fue bastante natural porque el proceso de apertura legal se hizo con una presencia muy fuerte de distintos tipos de expresiones de manera pública. Fueron años en donde los recitales de canto popular masificaban una presencia importante de público que se reía por el tipo de espectáculo, por las señas que se establecían a través de los distintos tipos de letras de las canciones.

Una de las principales alegrías fue poder recorrer la calle 18 de Julio, hasta el día de hoy disfruto el poder caminar libre por las calles principales de Montevideo.

Hasta el día de hoy recuerdo una reunión que hicimos cuando le quedaban muy pocos días a la dictadura. En esa reunión me dijeron “Felipe”, y yo inmediatamente pensé que estaban todos locos. Allí fue cuando me explicaron que el Partido había decidido que teníamos que comenzar a ocupar los espacios legales. En ese momento me enteré del verdadero nombre de muchos compañeros con los que había militado durante años.

Yo hasta el mes de setiembre de 1982, trabajé en la actividad privada, trabajé en frigoríficos, en el cuero, en ventas, en carpinterías, en una constructora, etc. A partir de ese año, comencé a trabajar como funcionario rentado del Partido, quiere decir que mi “desclandestinización”, desde el punto de vista laboral, no fue tan brusco el cambio.

Ent. Pese a que los comunistas no tomaron las armas.
¿Consideras que el lenguaje bélico formaba parte de su discurso?
F. Yo, en general, nunca emplee lenguaje bélico, a no ser que pudiese interpretarse que palabras como “caída” o “enemigo”, tengan que ver con ese lenguaje. Pero nosotros siempre fuimos una organización política que se apoyó en el movimiento estudiantil, en el movimiento obrero, en los pequeños productores, en las cooperativas de ayuda mutua…si emplee el lenguaje en términos bélicos, nunca me di cuenta.

 Fuente de este material el Facebook de, Andres Gesto

 

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