La crisis que vive por estos días Brasil y Venezuela, no debiera impedirnos ver un panorama de creciente malestar social, derrumbe de popularidad de muchos presidentes y visible incapacidades de estos en la gobernabilidad en varios países sudamericanos. Es hora de preguntarse qué factores realmente están determinando que un proceso que comenzó allá por 1999 y que cosechó diversos éxitos, esté mostrando por estos días una generalizada crisis.
Más allá de no subestimar la desaceleración económica que vive la región, esencialmente por sus vínculos directos con una encomia global -que no acierta en su capacidad de recuperación y que ha generado un pánico aún soterrado en los países sudamericanos- no puede ser el factor determinante de fenómenos de expresión y cuestionamientos ciudadanos tan generalizados.
Partimos de la base de que con matices muy diversos en lo ideológico y en la práctica política, estamos hablando de una realidad que por lo menos en más de una década impregnó a la región de un paradigma denominado “progresismo”. Este comprendía en su esencia más común su reclamo autonómico con respecto a EEUU y un viejo enunciado, el de sacar de la indigencia o pobreza a millones de ciudadanos sudamericanos. A esto hay que agregarle varios factores de lo que podría llamarse de moral, ética publica, derechos humanos y equidad.
Hasta hace muy poco estos factores eran exhibidos y no sin razón, como logrados con éxito junto a que la crisis económica de los países desarrollados no había logrado incidir negativamente en Sudamérica.
Pero, progresivamente con estos enunciados, empiezan a aparecer casi simultáneamente en gobiernos que en su mayoría son reelectos durante 2013- 2014, un cuadro creciente de malestar e insatisfacción social, escándalos de corrupción, y denuncia sobre violación de los derechos humanos. Si se repasa la historia sudamericana en los últimos 50 años la combinación de estos factores presagian explosiones sociales y crisis institucionales.
Repasemos de qué estamos hablando: En Argentina, la Presidenta Fernández de Kirchner hace meses que vive condicionada por acciones judiciales en el plano económico, civil y también de Estado, llegando al laberinto de un fiscal muerto. Brasil vive precisamente por estas horas una situación de alta incertidumbre económica y política con una fragilidad institucional sin precedente en más de dos décadas. La oposición llega a hablar de destituir vía parlamento a la Presidenta, siendo que fue reelecta y empezó su segundo mandato el último 1º de Marzo. Venezuela se encuentra en uno de los momentos de mayor polarización social y política, definida por Obama como “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de EE.UU.”, afirmación que resulta como mínimo ridícula, vulgar e injerencista. A su vez la prolongada situación de crisis e insatisfacción social de una parte de la población que en la calle enfrenta una y otra vez al gobierno del Presidente Maduro, derivando en más de una oportunidad en muertos y presos con procesos aún pendientes, mostrando una incapacidad política de lograr el diálogo «con todas las fuerzas democráticas venezolanas». Chile, La Presidenta Bachelet se enfrenta a diversos escándalos de corrupción y tráfico de influencias que por momentos colocan una gigantesca interrogante sobre la ambiciosa agenda de reformas prometidas en su campaña electoral. Bolivia y Ecuador con relativa estabilidad política pero con signos de insatisfacción social por la reducción económica en varios planes asistenciales. Historia aparte es el caso de Nicaragua, revolución devenida en caos ideológico, caudillismo, división irreconciliable entre protagonistas importantes de la gesta anti-Somoza y endémicos problemas económicos sin resolver.
¿En qué contexto se procesa esta realidad en Sudamérica? En primer lugar cuando EE.UU. se encamina a una carrera electoral, ya que la década Obama llega a su fin. El involucramiento de los EEUU. en los más diversos conflictos militares y políticos a nivel planetario presagia que el tema de la política exterior se convierta en uno de los grandes ítems en debate. Solo basta ver que entre los más probables candidatos¸ la ex secretaria de Estado Hillary Clinton (demócrata) y Jeb Bush (republicano) ya han iniciado el tratamiento del tema públicamente. Es muy improbable sea cual fuere el ganador, que se abandone la idea fundacional de los EEUU. como «Ciudad en la colina», que comporta la idea imperial de promover su “ideal” de prosperidad, seguridad, democracia y libertad en todo el mundo.
La extendida apreciación en Sudamérica de que la Casa Blanca mientras más se involucra en los conflictos lejanos, como los de Medio Oriente, “menos se interesa” en la realidad de este continente, si siempre fue un error, por estos días Cuba y Venezuela sobran como ejemplo.
El otro gran factor que gravita es el de la corrupción y el descrédito en la política y los políticos en Europa. Los grandes partidos europeos de izquierda y derecha, están cada dia más corroídos por el flagelo de la corrupción, su incapacidad de que la política sea realmente el centro de gravedad ha llegado a negarlos como futuras opciones electorales. Grandes sectores de las sociedades europeas descreen de la política, los políticos y sus partidos. Esto empieza a gravitar en la cultura política Sudamérica. En Europa han aparecido, especialmente desde la franjas juveniles movimientos que reivindicando la Política se han convertido en opciones electorales como es el caso de Syriza en Grecia o Podemos y Ciudadanos en España.
En Sudamérica estos fenómenos aun no se dan, llegado las instancias electorales o votan resignados y sin entusiasmo o se marginan de diversas maneras. El caso paradigmático es el de Chile de 2010 donde grandes masas, especialmente jóvenes, cuestionaron en la calle durante meses la política y las acciones de gobierno de viejo tipo. Llegado las elecciones se quedaron o se integraron en los viejos partidos, posibilitando el triunfo de Bachelet.
Lo que falta saber del campo progresista sudamericano es si lo que está sucediendo por estos días es crisis política o solo una fatiga de sus dirigentes. Todo indica que en cualquier caso los sistemas constitucionales y organizaciones políticas tal como las hemos conocido hasta ahora si no se renuevan, desaparecerán.
Por Antonia Yáñez
Socióloga
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