“La esposa prometida”: Entre dogmas y represiones

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La ortodoxia religiosa en su versión más dogmática, integrista, exacerbada y radical observada desde adentro, es la materia temática de “La esposa prometida”, la ópera prima de la realizadora cinematográfica israelí Rama Burshtein, quien ensaya un tan agudo como minucioso retrato sobre la realidad contemporánea.

No en vano la cineasta adhiere precisamente al hasidismo, una de las ramas más conservadoras del judaísmo, con su correspondiente correlato de rígidas normas de compulsivas lealtades, sumisiones y una contundente discriminación de género.

CAPITALISMO Y ESTADO acevedo 3

Estas prácticas -que son habituales por supuesto en el mundo musulmán- han sido paulatinamente desterradas en las naciones occidentales, más allá de la supervivencia de intransigentes cuadros de segregación.

Esa impetuosa corriente emancipadora ha comenzado a demoler el statu quo dominante, tanto en las denominadas sociedades desarrolladas subsidiarias del capitalismo central como en las periféricas.

Aunque esta materia sigue generando variadas tensiones no exentas de controversia, lo cierto es que son muy perceptibles los avances en materia de reconocimiento de los derechos de la mujer, que, en el caso de la sociedad uruguaya, han sido sustantivos.

No en vano el actual gobierno frenteamplista tiene la mayor cantidad de ministras de la historia y ya está vigente la cuota política en el ámbito parlamentario, acorde con la necesidad de seguir avanzando en una agenda de derechos que profundice la democracia y la creciente participación social.

Sin embargo, en las comunidades no laicas aun persisten las hegemonías patriarcales, que reservan al sexo femenino un rol meramente marginal y de fuerte y si se quiere intolerable sujeción a la voluntad masculina.

Desde ese punto de vista, esta película, que está concebida en clave testimonial más allá de meras intenciones, puede resultar algo chocante y hasta suscitar reacciones adversas.

Es que las sociedades leen la realidad en función de sus propias sensibilidades, íntimas convicciones y coyunturas históricas, acorde a sus respectivos procesos de maduración colectiva y superación de prejuicios largamente arraigados en el imaginario colectivo.

En el caso de “La esposa prometida”, la clave es naturalmente la tradición, con toda de abrumadora carga de historia pero también de tradición, ritualismos, dogmas y eventuales profesiones de fe.

Incluso, lo que otorga mayor verisimilitud al relato es que este conflicto real generado hacia el interior de estas comunidades ortodoxas, es recreado por una realizadora que comparte esas costumbres.

La protagonista de esta historia ambientada en Tel Aviv es Shira (Hadas Yaron), una joven de 18 años que vive en el seno de una familia conservadora y cuyo padre es rabino.

La tensión se instala en la colectividad cuando fallece la hermana mayor al dar a luz y su marido Yochay (Yiftach Klein), analiza contraer enlace con una joven también judía en el marco de un matrimonio acordado, para lo cual debe radicarse en Bélgica.

Ante la inminencia que el bebé abandone el país, los abuelos intentan convencer a Shira que despose al viudo, con el propósito de mantener todo bajo control, acorde a sus voluntades.

El hombre, que es bastante mayor que su prometida pero necesita una madre para su hijo, parece compartir el deseo de una familia para la cual la clave es preservar la unidad y la tradición.

Por supuesto, ese vínculo surgiría también de un acuerdo de mutua conveniencia, que no contemplará los eventuales sentimientos de los contrayentes.

En esa situación dilemática desde todo punto de vista, que no es suficientemente visibilizada, funciona un sistema ultra-conservador que, en el caso de las mujeres, reserva un escaso margen al ejercicio de la libertad individual.

Por debajo subyace un verticalismo realmente agobiante y funcional a intereses grupales, que, naturalmente, responde a un estilo de vida pero particularmente a las creencias religiosas.

Aunque Rama Burshtein ha sido fustigada por limitarse a describir la situación sin denunciarla pese a ser mujer, la película igualmente vale como un minucioso retrato del abrumador peso de la tradición.

La película, que es un drama de acento testimonial, recrea las costumbres de esa cerrada comunidad, sus ceremonias en la sinagoga, sus cantos religiosos y sus celebraciones.

Todo está contenido en un envase cinematográfico construido con singular esmero no exento de logros formales, que describe exacerbados cuadros de sumisión, culpa y soterrada represión, en un tiempo histórico de fuertes mutaciones culturales de dimensión global.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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