“Mamavieja” en el camino de las tropas

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En mi consanguínea familia,  todos vecinos en la pequeña planta urbana,  había una integrante apartada: la bisabuela. Trabajaba en soledad una pequeña chacra fuera del pueblo, mas allá del Camino de las tropas, cerca de la cuchilla de Haedo. Se alimentaba de sus gallinas y del ordeñe de  una sola vaca.

Pero también enganchaba el arado a un buey prestado y sembraba maíz y papas. Cultivaba zapallos, zapallitos de tronco, melones y hasta sandías, cuyas cosechas sobrepasaban largamente el consumo propio. Entonces cargaba la carretilla y, vadeando la cañadita, entraba en el pueblo a puro pulso por la calle Industria. Paraba en el Almacén de ramos generales de Almacio y  trocaba parte de su cosecha por artículos de primera necesidad. Ya con dinero, a pocos metros por la misma calle, estacionaba la carretilla y entraba a la panadería del “Turco” Julio por pan y galletas. Alguna hortaliza reservaba para  la casa familiar  una cuadra mas allá, desde donde antes de anochecer, con paso seguro, emprendía el regreso.

Arq- Luis Fabre

Nunca se le oyó un queja y nunca pidió nada. Ni ella sabía su edad, pero a tenor de la de mi abuela no podía tener menos de ochenta. Si sus rasgos delataban su origen, su forma de vida lo certificaba. Su entereza, su humilde pero digna existencia provenían de la etnia masacrada por el Gral. Rivera. Todos los años el 11 de abril parte desde el pueblo por la Ruta de los  Charrúas una caballada criolla que porfiadamente rememora la matanza y denuncia el genocidio. La historia oficial no consigna sobrevivientes pero sin duda “Mamavieja” era hija de alguno…o alguna. Como las leyes de herencia se cumplen generación por medio, transmitió  a mi madre los genes de valor y capacidad para  afrontar las circunstancias vitales. Y a mí no me tocó nada, salvo el orgullo no merecido de tener tales ancestros.

A los veinte años, cuando vine a la capital en el tren nocturno a inscribirme en la Facultad, me encargaron traerla, ya muy viejita, para ser alojada en una casa de salud. Durante las nueve horas de viaje narré su vida a Sergio Florio, futuro compañero y colega, que venía desde Salto. Su percepción fue que en vez de cuidarla, parecía que la vieja, inmóvil  desde su asiento, me cuidaba a mí. Todavía lo hace.

                                                                         A doña Petrona Castro, “Mamavieja”

Por el Arquitecto Luis Fabre

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