La irrefrenable búsqueda de la libertad y la supervivencia en un complejo contexto de autoritarismo que impacta en la convivencia de una comunidad pueblerina detenida en el tiempo, es el potente disparador temático de “Alivio de luto”, la entrañable novela del emblemático escritor Mario Delgado Aparaín, que acaba de ser reeditada por el sello Seix Barral del Grupo Editorial Planeta.
Esta es uno de los títulos clásicos del autor y periodista floridense, quien ha logrado construir una profusa obra literaria que condensa un universo humano con señas de identidad propias e intransferibles.
Su vasta carrera artística, que incluye seis libros de cuentos y otras tantas novelas, suele mixturar la mirada costumbrista con la crítica política y social, en clave de humor satírico y a menudo hasta descabellado.
En ese contexto, la mayoría de los personajes nacidos de la prolífica inspiración de Delgado Aparaín son perdedores y, por supuesto, víctimas de causalidades inexorables.
El contexto espacial donde se desarrollan las historias es el pueblo Mosquitos, un espacio geográfico imaginario muy similar al Macondo de inolvidable Premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez o la muy entrañable Santa María de nuestro Juan Carlos Onetti, donde también se ambienta “La balada de Johnny Sosa” (1987).
Allí conviven seres grises, agobiados y resignados, que observan impertérritos el transcurrir del tiempo sin ningún eventual atisbo de rebeldía o resistencia.
Mosquitos es, como tantos otros asentamientos humanos, un olvidado pueblito del Interior uruguayo, tan distante de los grandes centros urbanos como del progreso.
Esta es precisamente la escenografía espacial de “Alivio de luto”, un relato que indaga en la intimidad de una saga familiar que se adentra en los laberintos del tiempo y que aterriza en el presente.
Aunque el protagonista de la narración es Gregorio Esnal, un apócrifo profesor adicto a la historia desechable y a las emisiones radiales de onda corta, un personaje clave es también Milo Striga, un guerrillero confinado en las cárceles del gobierno autoritario.
Precisamente, su extraña desaparición alienta múltiples y ominosas lucubraciones que anticipan un destino seguramente aciago, en un contexto de represión ideológica más soterrado que explícito.
No en vano el docente, que es amigo del preso político, padece su ausencia y se ocupa de su desvalida hija, quien reside con su abuela luego de ser abandonada por su madre.
Ese complejo cuadro humano y la necesidad de sobrevivir como se pueda hasta que cese la pesadilla, induce a Esnal a transformarse en un auténtico referente para la comunidad.
Sus “clases magistrales”, que por supuesto no incluyen la historia contemporánea por mandato del represor pero caricaturesco coronel Valerio, integran a un variopinto auditorio que congrega a esposas de militares, poetisas descabelladas y hasta a espías delatores.
Por razones obvias, el límite temático de la improvisada cátedra es el 12 de octubre de 1492, que coincide con el descubrimiento de América. La mera osadía de aventurarse en otros tiempos y circunstancias motivaría la censura y la eventual detención del fortuito educador, quien sería acusado de conspirador.
Obviamente, el otro gran desafío de Esnal es salvar la dignidad y el honor de la hija adolescente del guerrillero preso, jaqueada por la inquina de una comunidad que se alimenta de su propia mediocridad.
Como es habitual, el narrador describe minuciosamente a los habitantes más característicos de un pueblo sin destino ni futuro, donde abundan los rumores, las habladurías y los chismes de barrio.
Por supuesto, todos asumen íntimamente que la peripecia biológica es una experiencia sometida a la lógica de las coordenadas temporales y que nada se puede cambiar.
Aunque son meros antihéroes, algunos de ellos suelen adoptar actitudes que los humanizan y los exorcizan contra el implacable fantasma del olvido.
Mediante una escritura que enfatiza en la ironía, el avezado escritor muta el desgarrador suplicio de la dictadura en un paisaje humano donde, a su modo, casi todos conservan la dignidad.
En esta novela publicada originalmente en 1998, Mario Delgado Aparaín se mofa ácidamente de la prepotencia del poder y de las mentalidades estrechas de los uniformados que la detentaron.
Más allá de la ficción, “Alivio de luto” es un relato sin dudas testimonial, que conjuga la magia del lenguaje con la crítica, las apelaciones emocionales y la evocación de una perversa historia reciente que subyace en la memoria colectiva.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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