Nicaragua, la herida reabierta

Tiempo de lectura: 3 minutos

“La herencia de toda la sangre derramada en la revolución sandinista, impulsada por el gobierno justo de los pobres tras el destierro para siempre de los opresores, es otra dictadura tan feroz como la que derrocamos entonces”, dice el hombre.

Sergio Ramírez respira por una herida que es la frustración de sus más preciadas ilusiones. Al revolucionario sandinista hoy exiliado de Nicaragua por quienes se apoderaron de esa ilusión, ahora se le dice escritor, periodista, abogado, político. Cuando estaba en el exilio por culpa de la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, en 1977, escribió una novela de título premonitorio: ¿Te dió miedo la sangre? A él no le dio miedo y participó de lleno en la revolución que triunfó y el gobierno que la condujo.

Pero en 1996 lo separó la política de Daniel Ortega, tras haber sido vicepresidente del gobierno que él encabezó, y en 2018 lo hachó de esos pobres restos de tanta ilusión la orden de captura contra él emitida por Ortega, que lo tendría como a tantos otros, en la cárcel; en ese momento estaba en España, y allí se quedó. Hoy es un perseguido como tantos otros, como la comandante Dora María Telles, la Comandante Dos que liberó a Daniel Ortega de la prisión somocista y hoy, a los 66 años, languidece en la oscuridad y el aislamiento, sin visitas y habiendo perdido masa corporal en la cárcel de El Chipote. Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo, la que cedía a su hija para ser abusada por su marido, la pusieron allí, y hoy esa pareja hace lo mismo que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu a los palestinos: castiga a las familias de sus perseguidos políticos.

Hoy queda el dolor. Francesco Manetto lo entrevista para el diario El País en ocasión de cumplir 80 años:

¿Qué pensó esta semana, cuando el régimen de Ortega asedió una iglesia rural?

“La agresión contra la Iglesia tiene raíz en la idea de que el régimen tiene su propio poder y debe seguir consolidando ese poder a costa de cualquier cosa, dejando atrás cualquier tipo de conveniencia política. Por otro lado, la persecución o el resentimiento contra la Iglesia comienza desde antes de 2018, cuando la Conferencia Episcopal envía a Ortega una carta, con una especie de pliego de demandas, poniendo por delante el restablecimiento la democracia, la elección libre, el respeto a los derechos humanos y la alternancia en el poder. Ortega recibe esa carta durante una reunión con la Conferencia Episcopal en la Nunciatura Apostólica, en Managua, y eso crea una gran furia en él y en su mujer. Y luego, cuando explota la insurrección en abril del 2018, tiene que recurrir a la Iglesia para poder armar un diálogo nacional hasta que Ortega comienza a culparla de todo lo que está ocurriendo.”

Sergio Ramírez mira el atrás desde el hoy. “Las pretensiones de verdad absoluta son hoy más peligrosas que nunca, bajo la avalancha del populismo, la demagogia, la mentira sistemática, las mentiras virtuales, las verdades alternativas. El fanatismo, el sectarismo y la estulticia, dueños de las redes sociales. El manicomio de la posmodernidad.

“Y en América Latina, atraso, caudillismo, intolerancia, falso socialismo, trumpismo; la ignorancia entronizada. El asalto a la razón. La polarización azuzada. Los extremos que se juntan, y copulan. Y las ínfulas retóricas de las viejas revoluciones armadas, dueñas que fueron de la verdad absoluta, aun vagando como fantasmas sin quietud. Y cuando hablo de revoluciones, respiro por la herida.”

Es su manera de mirar el pasado y calificar el presente, válida porque está avalada por su trayectoria y porque solo la dice suya. Y ahora, con “mi báculo más corvo y menos fuerte”, confiesa cuál es el poema que más le atrae: el de otro perseguido, Francisco de Quevedo. Es un soneto que bien viene a cuento:

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.