“Leviatán”: el autoritario poder absoluto

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El Estado como omnipotente herramienta funcional a aviesos intereses de burocracias corruptas en connivencia con espurios intereses privados, es el disparador temático de “Leviathán”, el tan removedor como galardonado film testimonial del realizador ruso Andrey Zvyagintsev.

Esta producción, que estuvo nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, es una alegoría que alude subliminalmente al mito bíblico de Leviatán, monstruosa criatura marina asociada a las presuntas legiones de Satanás y, por supuesto, a los ancestrales miedos que suele agitar la religión para someter a sus fieles.

En ese contexto, remite también a “Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil”,  la célebre obra literaria del filósofo y político británico Thomas Hobbes. Este libro, publicado originalmente en 1651, debe interpretarse como una justificación del poder absoluto y una reflexión sobre la teoría del derecho como contrato social.

El film, que fue catalogado como una relectura contemporánea del Libro de Job, narra la dramática peripecia de Kolya (Alexei Serebriakov), un humilde mecánico radicado en los subyugantes pero desolados parajes del Mar de Behrens, al norte de Rusia, donde comparte su vida cotidiana con su esposa Lilia (Elena Lyadova) y su hijo adolescente Roma (Sergey Pokhodaev), que es de su primer matrimonio.

HUGO-ACEVEDO_Su aparentemente apacible vida experimenta momentos de aguda tensión cuando el alcalde Vadim (Roman Madyanov), quien es un deshonesto burócrata, intenta arrebatarle su propiedad mediante diversos artilugios legales.

Por supuesto, ese taller-vivienda es la única posesión material del protagonista, cuya convivencia no está exenta de conflictos con su desencantada pareja.

Como el gobernante -que usufructúa su poder en beneficio propio- está dispuesto a concretar sus ominosos propósitos hasta las últimas consecuencias, el obrero debe hacerse fuerte para conservar lo que le pertenece.

En primera instancia, se propone una negociación de compra-venta, pero, ante la contundente negativa del titular del inmueble, el asunto se dirime en el ámbito judicial.

Por supuesto, antes de la instancia de los tribunales, el prepotente aspirante a apropiarse del lugar somete a su contrincante a presiones, amenazas y hasta intenta agobiarlo financieramente.

Para este atribulado hombre, esa propiedad es bastante más que un mero bien material. Es su hogar y su cobijo, donde lucha cotidianamente por sobrevivir junto a su familia, en condiciones naturalmente adversas.

Por supuesto, el desafío es nada menos que enfrentar al Estado representado en el intransigente Vadim, en un contencioso en el cual tiene todas las de perder, porque está contaminado por el fraude, el engaño y la mentira.

Asediado por una situación que deviene insostenible, reclama la ayuda de Dmitri (Vladimir Vdovichenkov), un antiguo amigo y compañero de armas en el ejército, transformado en un exitoso abogado.

No obstante, un episodio de infidelidad –que se suma al enfrentamiento con la autoridad- aflora como un nuevo problema que puede derivar incluso en la ruptura matrimonial.

Así transcurre este drama tan agobiante e inhóspito como el gélido clima del paraje geográfico en el cual se desarrolla, donde un ciudadano común deberá defender sus derechos en un contexto de hostilidad y propenso a la violación de las garantías individuales.

Más allá de los meros conflictos humanos, la película es un revelador alegato sobre la habitualmente ambigua y disfuncional relación entre el ciudadano, el Estado y el mercado.

Por supuesto, este es un contundente retrato de la Rusia postsoviética de Vladimir Putin y su nueva nomenclatura, que denuncia el abuso y las prácticas sórdidas de individuos que no dudan en avasallar libertades con tal de concretar sus ominosos propósitos.

En muy buena medida, la crítica política subyace en el relato en la elocuente secuencia de los cazadores, quienes practican tiro al blanco con retratos de ex líderes soviéticos como Lenin y Leonidas Brézhnev, entre otros.

También están presentes las alusiones bíblicas, en la visualización del esqueleto de una ballena (Leviatán) que yace en la desolada costa, junto a restos de embarcaciones que naufragaron y de viviendas que sucumbieron inexorablemente a las inclemencias climáticas.

“Leviatán” es una obra maestra, que confirma el intrínseco talento creativo y la sensibilidad del autor de “El regreso” y “Elena”, quien construye un frontal y provocador ensayo en torno a la resistencia, la prepotencia del poder, la corrupción y el engaño.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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