Germán Araújo en la memoria

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Soy testigo de que la prédica antidictatorial de Germán Araújo era poderosa, y con la dictadura militar y civil en el poder. Eran sus últimos años, pero fue desde antes del Río de Libertad de diciembre de 1983, en el que una concurrencia que hoy se estima en 400.000 personas ejemplificaba la fuerza y dirección de la voluntad política imperante. Fue incluso desde antes de que se votara el plebiscito constitucional de la dictadura, en noviembre de 1980, haciendo realidad su predicción de que el gobierno militar perdería. Lo hizo al ganar el NO por el 57,2 de los votos.

Araújo era el corresponsal en Montevideo de un programa en español de Radio Nacional de Suecia llamado Panorama (en el que trabajé) que en vez de informar sobre usos y costumbres escandinavas, se dedicaba a cubrir la efervescente política y lucha latinoamericana de aquellos años. Con esa cobertura, Panorama lograba no solo audiencia entre los menos de 2.000 uruguayos asilados, los latinoamericanos allí refugiados que tal vez fueran 15.000, sino también entre suecos. Tan así, que Panorama fue cooptado por el noticiero central de la poderosa radio sueca, Eko Redaktionen, por la calidad de su cobertura. Y Araújo era un muy digno ejemplo de esa calidad.

Me gustaría pedirle a los suecos la grabación testimonial de aquellos largos y jugosos despachos, para sentir nuevamente aquella vibración, aquella fuerza que sabía darle a las palabras y a los hechos que escribían su historia. La jornada del plebiscito transmitimos en continuo, y desde el estudio de su radio Nacional, en el primer piso del Palacio Salvo, Araújo describía la situación en las calles y los limpiaparabrisas de los autos si siendo que no. El teléfono del estudio desde donde transmitimos no paraba de sonar, con lágrimas uruguayas de emoción, y también con felicitaciones suecas, siendo que es un pueblo difícil de entusiasmar.

En definitiva, su voz, más aún que la lectura que se podía hacer de los hechos, le transmitía a los asilados que la posibilidad del regreso se encaminaba a ser realidad. Y no debe haber mejor noticia para un asilado político. Por algo los griegos antiguos inventaron el exilio como pena peor que la muerte, y lo llamaron ostracismo, porque se votaba con conchas de ostras.

Feroz destino, las alternativas políticas de la democracia transicional a partir de 1985 hicieron mucho para convertirlo a él en paria. Era aquel un gobierno electo en el marco de tres candidatos presidenciales vetados: Wilson Ferreira Aldunate, Jorge Batlle y Líber Seregni. Pero Araújo no hizo caudal de esa situación, sino que lo entendió como un paso hacia la reconstrucción democrática; eso sxe manifestaba claramente en su prédica, en sus análisis.

Para aquel primer gobierno, Araújo fue electo senador en una lista junto al que los periodistas que cubríamos la actividad parlamentaria llamábamos invariablemente, y siempre a sus espaldas, “la cabeza más brillante del parlamento”. Y de ese gobierno –en rigor de transición, aunque no se acepta que se diga– surgió lo que para él era una traición: la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado, promovida por el presidente Julio María Sanguinetti y redactada fundamentalmente por Gonzalo Aguirre, poniéndose así en las antípodas de su sector, el Movimiento Nacional de Rocha, y por Héctor Martín Sturla, abogado herrerista, delfín de Lacalle Herrera y hermano mayor del actual cardenal prelado de la iglesia católica, Daniel Sturla.

El año 1986 fue de intensas negociaciones y diálogos en los que participaron en reuniones abiertas y en encuentros furtivos dirigentes de todos los sectores, incluyéndolos a Rodney Arismendi, y con el indispensable apoyo de Wilson Ferreira. El domingo 21 de diciembre se aprobó en el parlamento, con lo que se ponía de hecho fin a la transición entre dictadura y democracia, y desde su columna radial Araújo llamó a un caceroleo de protesta, como había llamado tantas veces antes durante la dictadura.

La indignación entre los que rechazaban este corolario del “cambio en paz”, que fue el lema del ya presidente Sanguinetti, sobrepasó las posibilidades expresivas de la cacerola, y se formó espontáneamente un grupo que fue a protestar ante el Palacio Legislativo, que Araújo habría bajado a saludar, y que aparentemente después vandalizaron autos de los legisladores y rompieron vidrios.

Al día siguiente vuelve a reunirse el Senado para tratar la situación producida, el vicepresidente Enrique Tarigo cede la presidencia del Senado a Eduardo Paz aguirre y ocupa su banca. Inmediatamente, Tarigo propuso la «remoción» del senador José Germán Araújo, de Democracia Avanzada – Frente Amplio, quien había tenido activo protagonismo en la oposición a la caducidad y en el reclamo de responsabilidades a los violadores de los derechos humanos. Con excepción de los cinco senadores del Frente Amplio (Hugo Batalla, Reinaldo Gargano, Enrique Martínez Moreno, Francisco Rodríguez Camusso y Luis Alberto Senatore), el resto del cuerpo aprobó la propuesta, que declaraba a Araújo «indigno del cargo que ocupa». La declaración estaba redactada en términos draconianos y consideró además que «los bochornosos sucesos» registrados en la noche anterior «afectaron los fueros del Parlamento, y constituyeron una situación agravada de otros similares».

La verdad es que la acusación que pasa a la historia la especifica el politólogo Oscar Botinelli en una columna en El Observador, el 13 de julio 2008: “…la remoción del senador frenteamplista José Germán Araújo por sus dichos radiales en ocasión de la aprobación de la Ley de Caducidad, expulsión que careció de los procedimientos de convocatoria expresa, acusación y articulación de defensa…”

Y agrega Bottinelli: “Pero el debate de fondo que muchas veces se elude, que sí se dio con gran profundidad en los años cuarenta, es a quién protege el fuero, no desde el punto de vista estrictamente jurídico, sino desde el punto de vista de la teoría de la democracia y de la teoría de la representación. Si el fuero protege al individuo que ostenta la representación o el fuero protege a los representados. Porque cada vez que se suspende o remueve a un electo, se penaliza a los representados a quienes se deja sin la representación que libremente eligieron, en el error o en el acierto, con bondad o con maldad”. De hecho, esa ley 15.848 penalizó a los muchos que creyeron en un futuro distinto con la democracia. Y en el afán de decapitar al mensajero, se dijo en sala que Araújo fue cómplice de la dictadura militar, según destacó en actas el diputado Gonzalo Carámbula.

Araújo se retiró de sala reafirmando su fe democrática, para volver a ella como se debe, electo nuevamente senador en 1989. En el tiempo previo, da una larga entrevista a su colega Efraín Chury Iribarne que se publica en formato de libro y se titula “Y sé todos los cuentos”, verso que viene de un poema del poeta español León Felipe.

Allí afirma Araújo: “Sin justicia, no hay democracia plena, estable, ni duradera. A medida que se iba procesando -a espaldas de la ciudadanía- la referida ley, fui recopilando documentos,-discursos, editoriales, opiniones y reflexiones sobre el tema, con la única intención de mejor cumplir con la tarea que me había confiado un sector de la ciudadanía, al brindarme la responsabilidad de representarlo en el Senado de la República. Posteriormente, a medida que el proceso avanzaba hacia la consagración de esa ley (la mayoría de los parlamentarios colorados y blancos, se mostraban dispuestos a traicionar -junto al Poder Ejecutivo- los compromisos de justicia) fui entendiendo que, como siempre, iba a resultar imprescindible recurrir una vez más al pueblo soberano, por ser éste el único capaz de revertir el proceso”.

Araújo murió en 1993 de muerte natural, pero hay cosas que sobreviven. Ese poema contiene un verso que resalta por sí solo: “Y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos”. En su momento, Sanguinetti envió a Luis Brezzo con su esposa Alma Onetti, sobrina de Juan Carlos Onetti, a invitarlo a venir al Uruguay. La respuesta de Onetti fue: “Yo no voy a un país cuyo presidente sea Medina”. Él sabía como eran las cosas, supo decirme Alma. La llamada salida en paz necesitó del miedo para poder acordar con una dictadura estragada por el rechazo a su propio plebiscito, las luchas sociales, la crisis económica en que devino su proyecto neoliberal de La Tablita y que seguiría hasta el fin de su gestión, la coyuntura internacional que marcaba el fin de esos tiempos, y más. Y también precisó de partidos políticos débiles, el Colorado y el Nacional, tan débiles como cuando no fueron capaces de producir una alternativa a la dictadura que se gestaba. En contraste, la de Araújo era una voz que le daba voz a la democracia, pese a todos los pesares.

 

 

 

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