“EL VIGÍA” N° 7
Golpes de estado en el siglo XXI y conciencia histórica
Alfredo Falero*
A los 50 años del golpe de Estado, se han sucedido innumerables crónicas, análisis, entrevistas, testimonios. Y aún con el riesgo de sobreabundar en lo mismo, la importancia de lo ocurrido justifica tal acumulación. En las sociedades siempre se está expuesto a amnesias o simplificaciones de aniversarios problemáticos y con las dictaduras ocurridas en América Latina y la trama de complicidades que culminó en una represión generalizada en la década del setenta, también se presentan intentos de negacionismo y de tergiversación. La necesidad de conciencia histórica de aquel período es clave, sin embargo no está claro hasta donde los aportes volcados permiten encontrar elementos para pensar desafíos actuales. Con esa premisa, están escritas las líneas que siguen.
Y para ello es necesaria una mirada sociohistórica, se podría decir, de “telescopio”, de grandes procesos, más que de “microscopio”, es decir de reconstruir posiciones concretas de distintos actores en una coyuntura (A se opuso pero B apoyó, etc.). Como en la sociedad actual se tiende a razonar en función de eventos que después rápidamente se olvidan, lo ocurrido en 1973 puede aparecer como una colección de “hechos” sin capacidad de jerarquizar lo importante de lo accesorio, a excepción claro, de las jornadas del 26 y 27 de junio. Es importante tener en cuenta entonces que el golpe en Uruguay también debe verse como parte de una dinámica más amplia de represión que a nivel local, regional y global procuró neutralizar un gran ciclo de luchas –también con esas escalas- que se manifestó claramente en la década del sesenta. Por cierto, con especificidades de acuerdo a países y regiones.
En América Latina, si algo cruzaba los diferentes proyectos de sociedad que encarnaba ese ciclo de luchas (década del sesenta y principios de los setenta), era el antiimperialismo a partir de la incidencia notoria y descarnada de Estados Unidos en la región a la que consideraba –considera- su patio trasero. De modo que las formas de represión más abiertas o más en las sombras, se dieron con la complicidad de ese país. Entre las primeras, en Brasil el golpe ocurrió tempranamente como es conocido, en 1964, en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional y el protagonismo del general Golbery do Couto e Silva. La “contrarevolución preventiva” llamó a ese proceso Marta Cavilotti en el fascículo (de 1972) que analizaba a este estratega militar en aquella vieja colección del Centro Editor de América Latina sobre la historia de la región.
Un ciclo de luchas importante como el de la década del sesenta abrió, en su despliegue práctico e intelectual, horizontes de posibilidades, capacidad de pensar futuros sociales alternativos, el optimismo de lo nuevo para superar los crónicos problemas sociales y económicos de la región y, ciertamente, sacudirse lo que entonces se caracterizaba sin complejos como dependencia. Sabemos que el poder no sólo actúa sobre acciones o comportamientos, sino sobre las posibilidades. De modo que la violencia estatal –y en particular los golpes de Estado en la región- no solo barrieron la democracia como conjunto de instituciones de representación política, sino –muy importante- permitieron precisamente diluir o clausurar posibilidades de lo alternativo.
En el caso de Perú –que hoy es noticia por la represión y el autoritarismo después del derrocamiento del presidente Castillo con su intento progresista, a fines del año pasado- el golpe militar de 1975 derrocó a otro militar, Juan Velazco Alvarado que tampoco había sido “electo democráticamente” pero había puesto en práctica medidas sociales y de transformación importantes como reforma agraria, nacionalización de recursos mineros y de la banca y alejamiento geopolítico de la órbita de Estados Unidos. La expoliación de la sociedad peruana actual no se entiende sin aquel bloqueo.
Y aquí cabe recordar otro elemento central que nos lleva al siglo XXI: la continuidad democrática fue bastante excepcional en los países de la región porque el contexto también era otro. Esto es: debe tenerse conciencia histórica que cuando se habla de democracia de aquella época, se conectaba con Estado-nación, con potencialidad transformadora de sujetos colectivos y con la capacidad de abrir alternativas de sociedad como ocurrió en Chile antes del golpe de 1973. Es diferente al significado que tiende a quedar contenida en la actualidad.
Hoy la democracia, en su perspectiva hegemónica, recorta la idea a elecciones cada determinado número de años y conecta su existencia con mercados capitalistas “libres” y abiertos. Por supuesto, que los think tanks (o tanques de pensamiento) globales convenientemente financiados, construyen ampulosas ideas de libertad y similares, pero éstas comienzan y terminan en las puertas del poder económico. En el fondo, también el Estado capitalista se transformó mucho respecto a la década del setenta, es otro, mucho más sujeto a crear condiciones favorables al capital y en función de sucesivos tratados y acuerdos, más limitado en sus posibilidades.
Cuando son “necesarios”, los golpes de Estado suelen presentarse como “quirúrgicos”, no prolongados y las complicidades políticas son otras, en particular parlamentarias. En lo posible se trata de volver rápidamente a una “nueva normalidad no progresista”, por llamarla de alguna forma. Hubo intentos frustrados aquí y allá, caso de Bolivia en 2019-2020, pero sucedieron efectivamente golpes en Honduras en 2008, en Paraguay en 2012 o en Brasil en 2016.
Además se han ampliado o revitalizado otros mecanismos estatales de disciplinamiento como el “lawfare”, una suerte de técnica de guerra jurídica contra gobiernos “hostiles”, de uso del derecho para producir efectos contrarios, y que varios cientistas sociales han caracterizado como herramienta de perspectivas neofascistas actuales. También debe tenerse en cuenta que el conocimiento y la capacidad para la gestión del conflicto social se ha incrementado notoriamente.
Los cambios globales en estos cincuenta años son profundos e innumerables como para habilitar comparaciones fáciles en cuanto a democracia y Estado en general. Es preciso visualizar como puede presentarse el autoritarismo hoy. Por ejemplo, en tanto todo indica que las desigualdades sociales tienden a persistir y profundizarse en la región con consecuencias sociales de marginalidad y violencia territorial urbana en incremento, ¿qué posiciones adoptará la sociedad?, ¿estará dispuesta a restringir libertades en función de la seguridad?.
Otra pregunta posible: en tanto los diferentes movimientos sociales urbanos y rurales en algún momento puede converger en un nuevo ciclo de luchas, ¿qué ocurriría ante un potencial nuevo ciclo de luchas sociales? ¿Qué respuestas se dará desde los Estados?. Sabemos que la represión siempre aparece como ocurrió con los levantamientos populares en Chile y Colombia en 2019. Más técnica, más quirúrgica, con una derecha civil y militar más proclive a ajustarse a discursos de democracia, pero no es esperable la desaparición de la represión cuando algunos intereses fuertes son puestos en cuestión. Para empezar a contestar estas preguntas, está muy bien tener presente lo sucedido hace cincuenta años y después, pero también es preciso no caer en comparaciones simplificadas y perder ingenuidad política sobre futuros posibles. Es decir, adquirir conciencia histórica del contexto actual.
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* Dr. en Sociología, SNI – ANII
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Ideas sin fundamento 2
Por Luis Fabre
El tren propuesto en el mismo nivel que los demás medios terrestres existentes hace innecesario argumentar sobre las interferencias de toda índole para su circulación. Y, sobre todo, las que atentan contra quienes se debería favorecer: los peatones. Para ellos, al riesgo de cruzar 18 de Julio, Avenida Italia y Giannattasio a las paradas se le agrega las mayores distancias entre ellas y desde las mismas hasta los lugares de destino alejados por el trazado propuesto en el territorio. Y al propio tren por las transversales calles, avenidas y rutas del trayecto en las que monopólicamente querrán preferencia…. en perjuicio de las mismas. Eso sin cuantificar la disminución de los carriles para los demás, ciclovías incluidas, en las mismas vías. Con una mirada abarcativa del sistema todo, redundará en mayor tiempo y dificultades en el saturado tránsito para la inmensa cantidad existente de rodados, que no decrecerá dado el incontenible paradigma de consumo actual.
Nobleza obliga: esta idea de alimentación de los flujos humanos en distancias medias se aplicó hace décadas en Curitiba sobre rutas pobladas en puntos separados. Las frecuencias eran optimizadas por cantidades convenientes de usuarios en paradas de salida destino. No es lo que está sucediendo con los buses de media distancia, incluso urbanos, en los que la ecuación empresarial disminuye las mismas fuera de horas pico. Esto en función de utilizar vehículos de muchos pasajeros, lo que hemos venido cuestionando a favor de buses más pequeños.
IDEA CON FUNDAMENTO
En la ciudad de Copenhague, la lentitud relativa, restringida, del tránsito vehicular de superficie ampara la movilidad de peatones y birodados. Para atender esa prioridad, se instaló un tren en otro nivel, este subterráneo. Dada la enorme diferencia en nuestro Montevideo, no únicamente por el subsuelo y la cuestionada demanda usuaria, hemos considerado los componentes para la posibilidad de un monorriel elevado.
Una interface integra dos sistemas distintos formando uno mayor. Un monorriel elevado es la interface entre sistemas de transporte automotores y humanos a “tracción a sangre”. Los principios rectores de esta propuesta atienden los paradigmas de energías renovables y mecanismos tecnológicos que no atenten contra el medio ambiente. Restaurar en una escala adecuada la motricidad humana es funcional a una vida más saludable. Es congruente con ello utilizar medios de transporte colectivos que igualen o superen a los individuales en todo sentido: eficiencia, seguridad comodidad y economía. Y con ellos garantizar la accesibilidad democrática a todo sitio del territorio. A este fenomenal objetivo de cambio apunta esta idea. Si habitamos fuera de la capital acceder, análogamente a un colector perimetral carretero, a cualquier estación de un circuito elevado de monorriel que nos conecte rápidamente a otra estación cercana al destino. El monorriel acopia y distribuye personas sobre la amplia trama urbana con frecuencias reguladas y escasos tiempos dados su monopólica circulación sin restricciones a tres y medio metros sobre el nivel de suelo. Los sostenes del riel pueden instalarse hasta una distancia de 25 mts entre sí sobre tierra firme o medios acuosos, tanto en espacios libres como densamente edificados. El desnivel para acceder en las estaciones se resuelve con rampas, escaleras o ascensores. (En Sídney el monorriel atravesaba una bahía y tenía una estación terminal en el primer piso de la Torre de las comunicaciones). Su previsible uso masivo con energía eléctrica y escaso personal de manejo y mantenimiento, consigue un bajo costo estimado por pasaje. Su seguridad por circular sin interferencia alguna y confort garantizado con aire acondicionado en cabinas. Claro que las estaciones deben tener acceso y estacionamiento sean birodados, automotores individuales o colectivos. El esquema de un circuito que exponemos es meramente descriptivo. Una configuración a construir debe integrar los flujos humanos de volumen variable integrados a las estructuras viales existentes. Intervenir sobre la gran trama metropolitana para ingresar y salir en cualquier punto de la misma en forma análoga a una red de energía eléctrica. Ello supera absolutamente mi condición técnica y me reduce a un mero outsider urbano sin más pretensión que la de imaginar una vida mejor para la sociedad en que vivimos.
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