Más que una “adhesión circunstancial a la empresa de otros” debe entenderse la solidaridad como algo casi mágico, capaz de conmover el corazón del hombre, de adelantar el amanecer en la alta noche, de derribar los muros más sólidos y colarse a través de las rejas más negras.
Nada tiene que ver con la caridad, no es limosna que se da ni tampoco auxilio que se presta a los necesitados, es causa común, es sociedad para el cumplimiento de deberes y responsabilidades que se sienten propios, de ambos, de quién presta y de quien recibe la solidaridad.
Si múltiples son sus formas y aplicaciones, parece adquirir su mayor dimensión cuando involucra a los pueblos. Nada exime de la solidaridad individual, ni lo dicho se contrapone en modo alguno con ella. También colectivamente, no es la generosidad que lleva a la solidaridad sino el sentido de responsabilidad. La presencia de cada cual –hombre, sindicato, partido político, iglesia, comunidad cualquiera-, la determina su lucidez, su capacidad de comprensión del destino común, su decisión de construir el futuro, de transformar en el sentido deseado la sociedad humana.
Por eso no debe extrañar que el proletariado armado de su conciencia de clase, herramienta principal de la historia contemporánea, brazo ejecutor en última esencia de la sociedad nueva que se anuncia tangiblemente, sea protagonista de grandes expresiones de solidaridad. En ellas se asocian la magnitud, movilizando masas de trabajadores por encima de fronteras con la constante firmeza, la perseverancia que solo confiere la certidumbre de la causa.
La Convención Nacional de Trabajadores (CNT) ha merecido la solidaridad internacional que le ha sido ofrecida sin reparos en los más amplios ámbitos del movimiento mundial de los trabajadores organizados. En este hecho confluyen muchas causas.
La CNT es legítima heredera del movimiento obrero uruguayo, del cual representa la culminación y síntesis; y este había practicado, había sentido la responsabilidad de la solidaridad a lo largo de su historia. La legalidad burguesa que conoció el Uruguay durante casi 100 años permitió recibir el exilio político de casi todos los países de Sudamérica y España y se pudieron gestar vínculos valiosos con todo el movimiento popular uruguayo. Es tentador mencionar –entre tantos hechos similares- las declaraciones hechas en Caracas, luego de liberado del maestro paraguayo Antonio Maidana –preso durante más de dos décadas del dictador Stroesner- en las que recordaba lo que le había significado saber, en los primeros años de su prisión, que los gremios de la enseñanza uruguayos habían virtualmente cubierto las paredes de Montevideo exigiendo su liberación e implementaban gestiones al más alto nivel político con ese fin.
España, la guerra contra el nazi fascismo, los perseguidos de las distintas dictaduras argentinas, brasileras, chilenas, paraguaya, boliviana, etc., hasta las venezolanas conocieron la solidaridad responsable del pueblo uruguayo y su movimiento obrero.
Por otro lado la CNT constituye una fuerza decisiva –junto con otras, políticas, económicas y sociales- en el proceso anti dictatorial uruguayo. Su Huelga General de respuesta al golpe de estado del 27 de junio, acompañada por todo el pueblo uruguayo denunció al mundo la naturaleza del golpe y sello el compromiso de una lucha que, plena de heroísmo, continua en la clandestinidad. En su gran mayoría sus preclaros dirigentes conocieron la tortura y la cárcel, donde permanecen aun los más, victimas cotidianas de la vesania y el odio de clase de los fascistas uruguayos.
Es natural, entonces, que buena parte del sentimiento universal solidario con el pueblo uruguayo se vierta a su esclarecida clase obrera organizada en su central única, la CNT, fruto maduro de las fuerzas democráticas.
La conciencia creciente sobre la raíz común de los conflictos de diferentes países, en buen romance para nuestra América Latina la presencia del imperialismo yanqui, gendarme desatado y vociferante de los privilegios de clase y los intereses del capital internacional, hace ver con toda claridad que las luchas de los distintos pueblos no son independientes. La causa hoy victoriosa de Nicaragua sirve, como la lucha sangrante de los salvadoreños, a la conquista de la democracia por el pueblo uruguayo. Por ello los uruguayos les debemos solidaridad irrestricta a esos pueblos. No es ninguna dadiva, es la responsabilidad compartida frente a situaciones que no son independientes y que nos atañen a todos. Cada victoria parcial debilita al enemigo común y ayuda a conquistar las que faltan.
En fin, los uruguayos no agradecemos la solidaridad; la hacemos constar, la señalamos, la honramos.
Aun aquellos pueblos que viven periodos de prosperidad en los que no están exaltadas las contradicciones de clase –ya sea esta condición estable o circunstancial- se deben a la solidaridad con los que luchan por hacer avanzar la historia. Con ello rendirán el mejor homenaje a quienes forjaron esa situación y mantendrán la conciencia vigilante para conservar los valores adquiridos y desarrollarlos en etapas superiores.
La solidaridad ejercida tanto con su propio pueblo como con los pueblos hermanos es escuela avanzada para la comprensión de la verdadera raíz de los problemas políticos y sociales, enseña a quien la práctica conscientemente ahorrando dificultades y errores en la lucha propia.
¡Que no le falte nunca a ningún pueblo la solidaridad con las luchas de los otros pueblos!
Sixto Amaro*
* Articulo publicado en Revista CNT en el exterior, año 1980. Así que pasen los años, los valores permanecen.
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