El patriotismo exacerbado, la crónica patología guerrerista, los mitos, las creencias, los prejuicios, la alienación colectiva más desaforada y hasta el terror pánico a las alienígenas como permanente amenaza y eventuales invasores de nuestro planeta, son los potentes y no menos revulsivos disparadores temáticos de “Asteroid City”, el nuevo opus del iconoclasta y creativo cineasta estadounidense Wes Anderson.
Este film que, como es habitual, está poblado de deslumbrantes estrellas del firmamento cinematográfico, en algunos casos en meros cameos o apariciones fugaces, corrobora la inclasificable impronta artística y el estilo narrativo que ha caracterizado todo la filmografía del autor.
En tal sentido, su cine, que tiene un sello propio e intransferible, juega libremente con el humor- en la mayoría de los casos de tono sardónico e irreverente- apuntando a caricaturizar al ser humano, a menudo despojado de su extrema racionalidad.
Así es la compleja pero siempre desafiante cosmogonía del realizador, cuya obra se caracteriza, particularmente, por imágenes perfectamente simétricas, colores pastel, personajes excéntricos y contingencias siempre surrealistas.
Son todas huellas de desbordante creatividad pera nada exentas de apuntes reflexivos y en algunos casos hasta filosóficos, que están presentes en una obra sin lugar a dudas controvertida, que ha cosechado tanto elogios como denuestos.
Es que el cine de Anderson suele molestar a los conservadores, a los apegados a clichés mentales y los estereotipos, porque banaliza toda la iconografía ridícula de un país que ha hecho de los mitos una suerte de religión sin iglesia.
En efecto, su ya extensa filmografía corrobora su genio inconmensurable, con títulos de la talla y el indudable valor simbólico, artístico y hasta humanista de “Los excéntricos Tenenbaum”, “Vida acuática”, “Viaje a Darjeeling”, “El fantástico señor Fox”, “Moonrise Kingdom: Un reino bajo la Luna”, “Gran Hotel Budapest”, “Isla de perros” y “La crónica francesa”.
Construido en dos planos narrativos paralelos –un teatro, desde donde Edward Norton dirige la obra con un pianista a sus espaldas como sucedía en el cine mudo- y un desierto, que será el espacio ambiental donde se desarrolla la trama, “Asteroid city” o la ciudad del asteroide, evoluciona por andariveles de desaforado paroxismo, que desnudan la rampante enajenación de seres humanos casi siempre erráticos, contradictorios o directamente irracionales. Todo es parte de una retrasmisión televisiva, que se ambienta en la década del cincuenta, entre dos conflagraciones bélicas: la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, que propició una de las tantas aventuras militares impregnadas de geopolítica del imperialismo yanki en el continente asiático.
Por supuesto, el desolado lugar alude al título de la película. Se trata de una ciudad o un poblado imaginario, tan aislado como estaba la hoy deslumbrante y seductora Las Vegas en los lejanos tiempos de su fundación.
Más que un sitio para vivir este espacio geográfico perdido en la inmensidad de un extenso desierto, es ciertamente un lugar de paso, en el cual se detienen los viajeros o los meros turistas.
Mientras avanza el relato, en ese teatro también desolado que destaca por su blanco y negro, el espectador que conoce la obra de Anderson comienza a lucubrar cuál será la nueva diablura de este
creador mayor, que siempre ha destacado por su originalidad y por su intrínseca capacidad de penetrar la epidermis de las psicologías humanas, en toda su compleja diversidad.
Aunque algunos de los personajes están de paso y sólo aspiran a tomar un refrigerio antes de seguir viaje, allí se ha instalado un campamento de verano dedicado a la observación astronómica, con mayoría de niños curiosos e inteligentes.
En efecto, no es menor que en las películas de este director, guionista y productor los menores de edad tengan más neuronas que los adultos, porque no están contaminados con la estupidez crónica que abunda en el país, generada a partir de una cultura que ha hecho del éxito, el consumo desmedido y el patriotismo enfermizo casi una suerte de dogma. Obviamente, este relato, que casi no posee un argumento lineal acorde con los cánones del cine, no es ciertamente la excepción.
¿Por qué tanta obsesión con los fenómenos astronómicos? La explicación parece ser bastante simple. Porque, tal vez, hace miles de años, cuando Estados Unidos naturalmente no existía, en ese lugar habría caído un meteorito o bien un asteroide que dejó un inmenso cráter para la posteridad, el cual es venerado como si se tratara de un dios.
Como si no fuera suficiente, en el lugar también está emplazado un establecimiento militar donde se practican ensayos nucleares, que claramente emula a Los Álamos, donde, en la primera mitad de la década del cuarenta, se fabricó la primera bomba atómica, y también una convención de adolescentes talentosos –naturalmente superdotados-que presentan sus proyectos científicos.
Obviamente, esa fauna humana es bien representativa de la idiosincrasia de un pueblo, que, como bien lo definía con impronta irónica el escritor y documentalista Michael Moore, está habitado por números “estúpidos hombres blancos”.
Por supuesto, no es que todos los norteamericanos cuadren con ese adjetivo. Sin embargo, un país que eligió como presidente a un personaje tan patético e inefable como George W. Bush- en dos oportunidades- y al delirante multimillonario Donald Trump, quien, si bien perdió las elecciones con el demócrata Joe Biden, obtuvo la friolera de 74 millones de votos, no es ciertamente demasiado confiable.
Esta contingencia pinta de cuerpo entero a buena parte del pueblo norteamericano, que no duda en votar a un alienado fascista para conducir los destinos de la primera potencia económica y militar del planeta. Incluso, se llegó a desconocer el resultado de los comicios, lo cual motivó que un grupo de enardecidos enajenados tomaran por asalto el propio Capitolio, sede del congreso del país, para que no se consumara el traspasado del poder y en apoyo a Trump, que siguió denunciando un supuesto fraude y convocó a resistir.
Obviamente, este apunte –que refiere a acontecimientos que son historia- refleja claramente la patología colectiva de una nación que, desde su propia fundación, se ha creído con el derecho de regir los destinos del mundo. En ese contexto, ha incurrido en injerencias en los asuntos internos de otros países, orquestado golpes de Estado, apoyado a dictadores títeres, invadiendo territorios ajenos hasta el punto de colonizarlos, como lo hizo cuando derrotó a Japón en la Segunda Guerra Mundial, luego de dos demenciales holocaustos nucleares, en América Latina, durante la fase más álgida de la Guerra Fría y en la Península de Indochina, donde hubo un auténtico baño de sangre en Vietnam y Camboya, durante la década del sesenta y la primera mitad de los años setenta.
Sin embargo, más allá de la variedad de especímenes instalados en el lugar, la protagonista del relato es una familia integrada por el padre –un escritor en plena crisis- y sus hijos, quienes reciben la infausta noticia que la madre ha fallecido. Sorprende, obviamente, la extrema frialdad con la cual los niños reciben el dramático anuncio, trasmitido por un padre inmutable, quien informa a sus vástagos con una naturalidad que espanta.
¿Se trata de un caso de desapego afectivo o de falta de sensibilidad? Obviamente, la respuesta la tiene más la audiencia que los protagonistas, quienes, al margen de resignarse al futuro vacío que supondrá la ausencia de la mujer, procesan en silencio su propio duelo distrayéndose en otros menesteres que tienen muy poco de trascendentes.
Por supuesto, para reanudar el viaje, deberán inexorablemente aguardar que un mecánico muy torpe repare su auto, el cual acaba de desmoronarse como si se tratara de una mera chatarra de comienzos del siglo pasado. Es decir, no podrán partir hasta que el vehículo esté en condiciones de ser usado y de circular por el ondulado desierto.
Naturalmente, el que no falta a la cita es un alienígena, quien irrumpe en el lugar y provoca toda suerte de infartos, ante la posibilidad que se apropie del meteorito y lo lleve consigo hacia su planeta de origen.
En ese marco, todos observan literalmente atónitos al extraño, a quien consideran hostil, en una suerte de metáfora del enemigo exterior que siempre cultivó el país, para justificar las agresiones perpetradas en el extranjero, tanto durante la hoy descongelada Guerra Fría como en el presente, cuando mide fuerzas con la ascendente China, con Rusia, con Corea del Norte y con algunas naciones que profesan la religión musulmana y un visceral odio al yanki.
Empero, más allá de meros simbolismos y apuntes reflexivos, aquí lo primordial es la inconmensurable batería estética del inteligente cineasta, que transpira barroquismo visual y sabiduría exenta de toda tecnología, acorde con la seña de identidad artística del aclamado creador.
La sensibilidad de Anderson está presente en su paleta de colores vivos, pero también en cada encuadre, plano, secuencia y escena, que conforman un auténtico disfrute para los sentidos de una audiencia, que, aunque minoritaria, es monopolizada por el controvertido cineasta.
En ese contexto, los personajes no parecen demasiado relevantes y sí piezas de un tablero que se construye en base a sensaciones naturalmente visuales, pero también auditivas y emocionales.
Como es habitual, aparece una multitud de lumbreras del arte cinematográfico en pequeños papeles o meros cameos. En este caso concreto, es fácil identificar, por ejemplo, a Scarlett Johansson, Tom Hanks, Bryan Cranston, Maya Hawke, Margot Robbie o Steve Carell, y otros nombres habituales en la filmografía del autor, como Jason Schwartzman, Edward Norton, Tilda Swinton, Adrien Brody, Jeffrey Wright, Willem Dafoe y Jeff Goldblum.
“Asteroid City” es cine en estado químicamente puro, totalmente alejado de los subproductos indigeribles de baja calidad y alto consumo, característicos de la siempre lucrativa industria del pasatiempo, que únicamente apunta al mercado y no precisamente a la excelencia artística propiamente dicha.
Si bien esta no es una de las mejores películas de Wes Anderson, igualmente contiene la marca intransferible de un cineasta mayor, que sabe, simultáneamente, entretener y reflexionar, mediante un lenguaje cinematográfico que mixtura un soberbio envase artístico con el ácido humor sardónico y la irreverente banalización de los prejuicios, las creencias, los mitos, los estereotipos sociales y culturales, las patologías individuales y colectivas, la estupidez masificada y masificadora y, naturalmente, la política, que está presente como una suerte de farsa de formato bien teatral, que, en la realidad y al margen de la ficción, siempre tiene un trasfondo dramático.
FICHA TÉCNICA
Asteroid City (Estados Unidos/2023). Dirección: Wes Anderson. Guión. Wes Anderson, basado en una historia de Wes Anderson y Roman Coppola. Fotografía: Robert D. Yeoman. Música: Alexandre Desplat. Edición: Barney Pilling. Reparto Jason Schwartzman, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Jeffrey Wright, Tilda Swinton, Bryan Cranston, Edward Norton, Adrien Brody, Liev Schreiber, Hope Davis, Stephen Park, Rupert Friend, Maya Hawke, Steve Carell, Matt Dillon, Hong Chau, Willem Dafoe, Margot Robbie, Tony Revolori, Jake Ryan y Jeff Goldblum.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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