“La dama de oro”: una batalla ética por la dignidad

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La enconada lucha por la reconstrucción de la memoria y la restitución de la identidad y la pertenencia emprendida por una judía sobreviviente de la pesadilla del nazismo, es el núcleo argumental de “La dama de oro”, el film anglo-estadounidense del realizador norteamericano Simon Curtis.

La película reconstruye la historia real de Maria Altmann (Helen Mirren), una indomeñable y rebelde mujer judía refugiada en Estados Unidos, quien huyó hace sesenta años de Austria, durante la ocupación de los nazis.

Esa experiencia de emigración compulsiva la expuso a los habituales traumas que afrontan los exiliados por razones políticas, signada por la soledad, el desarraigo y la ruptura con los afectos, costumbres e identidades étnicas.

Por supuesto, esta situación para nada difiere de la padecida por miles uruguayos por la descomunal diáspora padecida durante la dictadura liberticida, que también transformó a nuestro país en una suerte de campo de concentración.

Obviamente, el exilio devenido de la instalación del nazi-fascismo tuvo una mayor dimensión de escala, acorde con la operación de exterminio practicada por el denominado Tercer Reich contra opositores, judíos y otras minorías, víctimas del visceral odio racial de una ideología contaminada por la paranoia.

Esta historia se desmarca claramente de otras producciones similares, en el sentido que la clave no está en la tragedia en sí misma –con los altos costos humanos que todo ejercicio de patológica prepotencia supone- sino en la recuperación de un patrimonio que trasciende a lo meramente material.

Aunque el personaje central de este relato es esta valiente mujer, el verdadero protagonista es un cuadro robado por los nazis durante la ocupación de Austria que pertenece a su familia.

LA DAMA DE ORO

Esa pieza pictórica, que tiene naturalmente valor artístico y también material, representa –ante todo- el espíritu de pertenencia de una comunidad literalmente barrida por la insania criminal.

En ese contexto, su recuperación supone bastante más que un acto de mera restitución. Es, en parte, la reivindicación del espíritu de la resistencia ante la barbarie y una suerte de postrero homenaje a quienes soportaron lo insoportable y, en muchos casos, sucumbieron.

En efecto, el reclamado cuadro de Gustav Klimt representa a la tía de la demandante y tiene un valor de 100 millones de dólares, lo cual lo transforma en una suerte de preciado tesoro.

Contrariamente a lo que sucedía en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando los conflictos se dirimían en el campo de batalla y los ejércitos más poderosos arrasaban con los menos numerosos, menos armados y peor pertrechados, en este caso el contencioso debe ventilarse en los estrados judiciales, con todo lo que ello implica.

Adoptada la decisión de entablar el pleito para recobrar lo que legítimamente le pertenece, la protagonista contrata a un joven abogado austriaco sin experiencia llamado Randol Schoenberg (Ryan Reynolds), con quien une fuerzas para concretar la proeza de arrebatar ese patrimonio al estado austriaco.

Aunque se trata de una misión harto compleja, el indomeñable temperamento de esta dama la transforma en una suerte de epopeya, que enfrentará a una mujer con su país de origen.

Más allá de lo meramente jurídico, esa empresa está imbuida de profunda emotividad, porque está en juego nada menos que la identidad de su propia familia y su grupo de pertenencia.

Cabe consignar que, en la historia real, la mujer reclamó la restitución de un total de cinco cuadros que fueron hurtados a sus familias por los nazis, quienes solían arrebatar obras de arte y otras propiedades de sus víctimas.

Mediante un afinado pulso narrativo, Simon Curtis reconstruye una historia realmente conmovedora, cruzada por la emotividad, los afectos y hasta la política.

Apelando a recurrentes flashbacks, el cineasta restituye la memoria de una pesadilla y la extrapola al presente, en una conjunción de paralelas temporalidades que indaga en pasados turbulentos y resabios contemporáneos realmente dramáticos.

La prolija y cuidada reconstrucción de época sumada a la siempre potente e inconmensurable actuación protagónica de la laureada Helen Mirren, transforman a esta película en un menú cinematográfico altamente consumible.

“La dama de oro” mixtura la memoria de la tragedia con la lucha por la dignidad, en un film que reflexiona sobre la violencia política, el autoritarismo, la intolerancia y la épica de una mujer que libró una enconada batalla judicial y ética para recuperar buena parte de su ultrajada libertad.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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