El fin de la Guerra Fría y la decadencia de occidente (III-IV)

Tiempo de lectura: 17 minutos

El fin de la Guerra Fría y la decadencia de occidente (III-IV)

Gilberto Lopes

II – El fracaso del Comecon

  1. Un nuevo escenario de la economía mundial
  2. La economía del mundo socialista se derrumba
  3. El cambio de escenario de la Guerra Fría
  4. El “éxito” del capitalismo democrático o la decadencia de Occidente

Un nuevo escenario de la economía mundial

El capitalismo prevaleció en la Guerra Fría porque fue capaz de imponer la “disciplina económica”, la política de ajuste, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. El comunismo colapsó porque no lo pudo hacer en Europa del este. Esta es la conclusión de Fritz Bartel, en su notable libro sobre el fin de la Guerra Fría y el surgimiento del neoliberalismo, la íntima relación entre el capitalismo financiero global en los 70’s y la frágil estabilidad del socialismo.

Su libro es la historia de ese momento de ajuste en los años 70’s y 80’s del siglo pasado, que produjo cambios fundamentales en el escenario mundial.

En las primeras décadas de la Guerra Fría –en los años 50’s y 60’s– la economía en gran parte del mundo experimentó un período de alto crecimiento. Entre 1950 y 1973 el PIB per cápita había crecido a un promedio anual de 4,1% en Europa Occidental, 2,5% en los Estados Unidos y 3,8% en Europa del este.  

Ingrese aquí para leer los dos primeros capítulos

A mediados de los años 70’s ese crecimiento económico se ralentizó. El sistema de Bretton Woods establecía valores fijos para el cambio de divisas de los países occidentales y regulaba el flujo de capitales de corto plazo. En 1971 Nixon eliminó la tasa fija de convertibilidad del dólar en oro, dejando flotar el tipo de cambio para enfrentar la creciente competitividad de la industria europea y de Japón y el decreciente papel relativo de Estados Unidos en la economía internacional.

En 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron, luego de la guerra de Yom Kipur. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) tenía un superávit en cuenta corriente de  60 mil millones de dólares y, a partir de 1974, la rápida expansión del Euromarket hizo viable planes que solo un año antes parecían imposibles.

Un nuevo escenario, conformado por el cambio en los mercados energético y financiero, y las políticas de ajuste económico, empezaron a combinarse de tal forma que terminaron por definir el resultado de la Guerra Fría.

El aumento del precio del petróleo hizo imposible mantener el mismo esquema de subsidios con que la URSS abastecía a sus aliados. El petróleo que esos países recibían era vendido a Occidente a precios de mercado, transformándose en la principal fuente de moneda dura para los socios del mercado común socialista (Comecon).

El modelo entró en crisis, y los países del Europa del este solo pudieron enfrentarlo gracias al explosivo aumento de mercado de capitales, que los seguía financiando. Los créditos en eurocurrency al mundo comunista aumentaron 36% en 1976, a 3,2 mil millones de dólares, y parecían no tener fin. El costo de endeudarse en dólares era prácticamente cero.

La economía del mundo socialista se derrumba 

Enfrentada a su propia crisis, la URSS terminó por variar su política de subsidios. La URSS abastecía a Polonia con 13 millones de toneladas de petróleo a 90 rublos por tonelada. El precio internacional era de 170 rublos. Algo parecido ocurría con los demás países del bloque. El Kremlin suministraba ¾ del petróleo a Europa del este. En 1975 decidió ajustar los precios de su petróleo según una fórmula basada en el precio promedio de los últimos cinco años. La economía soviética no estaba ya en condiciones de seguir subsidiando de forma tan generosa a sus aliados.

Era una decisión que valía miles de millones de dólares. Para los países de Europa Oriental, representaba una carga extraordinariamente pesada –más de un aumento anual del PIB en el caso de la RDA– y los dejaba ante un escenario de eventual quiebra, imposibilitados de hacer frente a sus compromisos financieros.

Al mismo tiempo, la industria energética soviética había entrado en crisis. Sus aliados pretendían aumentar su demanda de energía un 47% hacia 1990, muy por encima del aumento de la producción, que se estimaba en apenas 23%.

Las únicas fuentes de financiamiento de los países de Europa del este pasaron a ser la banca occidental y los organismos financieros internacionales (o la República Federal Alemana, de la que dependía especialmente la RDA), que operaban con una creciente condicionalidad, exigiendo severos ajustes fiscales y la privatización de las empresas públicas.

Entre 1970 y 1976 los miembros del Comecon, con excepción de la URSS, habían acumulado un déficit comercial con Occidente de 26 mil millones de dólares. De 1971 a 1975, la deuda del bloque socialista con Occidente pasó de 764 millones a 7,4 mil millones de dólares. Solo la deuda de la RDA con el mercado financiero occidental, al final de 1974, era de cerca de 3,5 mil millones de dólares y las proyecciones de su crecimiento ya indicaban que el proceso se había tornado inviable.

En marzo de 1977 los responsables económicos de la RDA advirtieron a Erick Honecker, Secretario General del partido, que, por primera vez, estaban enfrentando severas dificultades de pago. Las divisas obtenidas por las exportaciones no eran suficientes para cubrir las necesidades de importaciones. Si la RDA tuviera que comprar en Occidente el petróleo que le suministraba la URSS, entre 1974 y 1976 habría tenido que desembolsar otros 4,5 mil millones de Valutamarks (VM, la moneda de cuentas de la RDA).

Congelado el suministro de petróleo para el quinquenio 81-85 al nivel de 1980, representaba 19,5 millones de toneladas de petróleo menos que la prevista inicialmente en los planes quinquenales. Cerca de 3,2 mil millones de dólares tendrían que ser importados de Occidente. Se necesitaría nuevos préstamos, cuando ya la confianza de la banca occidental en la economía de los países socialista empezaba a debilitarse.

A fines de diciembre de 1979 la URSS invade Afganistán. El presidente de Estados Unidos, Jimmy  Carter, responde decretando un embargo sobre el grano soviético y proponiendo a los bancos norteamericanos revisar sus políticas de crédito al mundo socialista.

Con la inestabilidad, los bancos extranjeros comenzaron a sacar sus depósitos a corto plazo de los bancos estatales de Europa del este a un ritmo alarmante. En el segundo trimestre de 1982, los asesores económicos de Alemania oriental advertían que si no obtenían nuevos créditos iban a tener que declarar la insolvencia.

Estamos bajo ataque, dijo el banquero húngaro János Fekete a Euromoney en 1982. No se trataba de una amenaza militar, sino de que las instituciones financieras de todo el mundo estaban retirando sus recursos del bloque comunista. Las puertas del Euromarket se cerraron para el Comecon. Para la primavera del 82 los bancos extranjeros habían retirado 1,1 mil millones de dólares de Hungría, dejándoles apenas 374 millones para hacer sus pagos.

En 1981 el gobierno polaco había tratado de imponer el racionamiento. Los precios se dispararon, los salarios cayeron y muchos polacos fueron asignados a “nuevos trabajos”. Para enfrentar las protestas, el presidente Wojciech Jaruzelsky decretó, en diciembre, la ley marcial, con graves consecuencias políticas para un gobierno ya debilitado.

El cambio en el escenario de la Guerra Fría

En septiembre de 1983, en Inglaterra, Margaret Thatcher anuncia su plan de cerrar 75 minas de carbón y reducir la fuerza de trabajo de 202 mil mineros a 138 mil. La idea era romper la espina dorsal de la fuerza sindical inglesa, para imponer la política de ajuste en el país.

Ante la propuesta, el poderoso sindicato National Union of Mineworkers (NUM) declara la huelga. Pero, después de tres meses, las encuestas mostraban que 71% del país veía con simpatía el cierre de las minas deficitarias. 51% de la población prefería el triunfo del gobierno. Solo un 21% apoyaba a los trabajadores.

El 3 de marzo del 85, luego de más de un año de huelga, ya sin recursos, los mineros comenzaron a retornar al trabajo, sin haber logrado concesión alguna del gobierno. Cinco años después, 170 minas, más de la mitad de las existentes, estaban cerradas y 79 mil mineros habían perdido su trabajo.

Las mismas fuerzas conservadoras que apoyaban las reformas en Inglaterra, apoyaban la oposición en Polonia. Mientras el líder minero, Arthur Scargill, no logró conformar una base popular de apoyo a su huelga, en Polonia el sindicato Solidaridad tenía diez millones de personas apoyándolos en sus protestas contra el gobierno. El gobierno socialista no tenía los mismos recursos para imponer una política de austeridad como los tenía el gobierno conservador inglés, un aspecto que, en mi opinión, Bartel no destaca.

Bartel afirma que, al contrario de lo que algunos piensan, la crisis del mundo socialista no surgió con la perestroika, en los años 80’s, sino con la crisis del petróleo de 1973 y su creciente endeudamiento.

La gran demanda de capitales por Estados Unidos, consecuencia de sus déficits presupuestarios y de los altos intereses pagados, gracias a las políticas de ajuste del presidente de la Reserva Federal, contribuyó a desviar hacia la economía norteamericana los préstamos que antes se invertían en Europa del este. Sumado a la reducción del suministro de energía soviética subsidiada, llevó las economías del este europeo a una inevitable renegociación de sus préstamos con la banca occidental. 

Hungría gestionó un acuerdo con el FMI en diciembre de 1982, que le significó 700 millones de dólares de préstamos del Banco Mundial. Pero, para crear un superávit fiscal y comenzar a pagar sus deudas tuvo que aplicar medidas drásticas: aumento de precios, recorte de subsidios, cierre de empresas, reducción del déficit fiscal y devaluación de su moneda, el florín.

Polonia se había unido al FMI en el verano de 1986. La medida no les gustaba a los soviéticos, pero no podían evitarla. La deuda polaca era de 30 mil millones de dólares.

Alemania oriental no quiso hacer un acuerdo con el FMI. Prefirió negociar con la RFA condiciones para la apertura de la frontera a cambio de nuevos recursos. Le prestaron dos mil millones de marcos, entre 1983 y 1984, “que hicieron la RDA dependiente del marco alemán como un adicto lo era de la heroína”.

Rescates que significaron un dramático cambio en el balance de poder, en el escenario de la Guerra Fría.

El “éxito” del capitalismo democrático o la decadencia de Occidente

Para Bartel, el capitalismo democrático prevaleció porque fue capaz de imponer los ajustes económicos a sus ciudadanos, logrando apoyo para un discurso que insistía en lo indispensable de esas reformas. El comunismo colapsó porque no lo logró. Era el triunfo del “There is no alternative” de Margaret Thatcher.

La perestroika, el proceso de reformas impulsado por Mikail Gorbachov en la URSS en los años 80’s, es vista como la versión socialista de la “economía de la oferta”. Buscaba cambiar la política de pleno empleo, de precios y de subsidios.

Para Bartel, el intento fracasó porque los líderes soviéticos no lograron imponer las dolorosas reformas económicas, entre otras razones, porque carecían de la tradición ideológica liberal, que priorizaba lo individual. En su opinión, la crisis polaca y la inglesa mostraron que el “capitalismo democrático” produce un Estado más fuerte y legítimo que el “socialismo autoritario”.

Pero el análisis de su propio texto nos permite destacar la diferente situación económica de los dos mundos como el factor clave para estos resultados: el de un socialismo debilitado, cada vez más dependiente de los recursos de Occidente, frente a un capitalismo “fortalecido” por las políticas de Thatcher y Reagan, cuyas reformas  iban en la misma dirección de los intereses del capital.

En la reunión anual del FMI en 1986, Janos Fekete afirmaba que, desde la crisis de la deuda de los años 80’s, el flujo de capitales se había dirigido en una dirección equivocada: de los países pobres a los ricos, de los en desarrollo a los desarrollados.

En la primera mitad de los años 80’s la combinación de las políticas de ajuste promovidas por Volcker; los crecientes gastos militares (resultado de la carrera armamentista en que estaban comprometidas las dos superpotencias); la caída de los precios internacionales de petróleo y de la producción en la URSS, crearon dos bloques políticos con muy diferentes capacidades materiales y económicas.

Si entre 1972 y 1982, 147 mil millones de dólares habían entrado a los países en desarrollo, la tendencia se revirtió. Entre 1983 y 1987, 85 mil millones fueron transferidos a los países desarrollados. Severos ajustes debilitaron la posibilidad de crecimiento futuro, mientras el superávit logrado mediante grandes sacrificios se destinaba al pago de intereses.

Reagan pudo resolver el problema del creciente déficit norteamericano con el ingreso masivo de capitales extranjeros, tras el aumento de las tasas de interés decretado por Volcker. Enfrentado a sus propios problemas, el gobierno soviético tenía que preocuparse por las condiciones de vida de su población. Para Gorbachov, la alternativa para hacer frente a sus dificultades económicas era desechar el sistema de precios subsidiados de intercambio con el Comecon y fijarlo en monedas duras, a precio de mercado.

Gorbachov empezó a sugerir que cada país resolviera sus propios problemas. No se podía seguir con la política de subsidios como hasta entonces, ni iban a volver los días de la intervención militar en los países en crisis, como había ocurrido en Hungría, en 1956, o en Checoeslovaquia, en 1968. Fue un cambio fundamental, de enormes consecuencias para la época, que sentó las bases de las nuevas relaciones de Rusia con sus antiguos aliados.

Pero, en la reforma económica, que ponía sobre sus propios pies la economía rusa, está un factor clave para explicar la Rusia de hoy. Lo que entonces era su debilidad, sentó las bases para la fortaleza que muestra hoy frente a las draconianas sanciones de Occidente en el escenario de la guerra de Ucrania. Al sustituir el sistema de subsidios, que desangraba su economía, por un intercambio al valor de mercado, sentó las bases para su propio desarrollo, sustentado en sus recursos naturales.

En los cambios de hace ya cerca de 50 años, que alimentaron el vuelo corto de los que soñaban con el “fin de la historia”, se escondían los fundamentos de una historia muy distinta, donde se sembraban las raíces de la decadencia de Occidente.

****

EL FIN DE LA GUERRA FRIA Y LA DECADENCIA DE OCCIDENTE (IV-IV)

III – Las relaciones con la OTAN

  1. La unificación alemana y las ambiciones de Washington
  2. La perestroika y los ajustes económicos en la URSS
  3. Las negociaciones sobre la OTAN
  4. Las exigencias de la URSS
  5. ¿Promesas rotas? Un nuevo orden mundial

La unificación alemana y las ambiciones de Washington

En la República Democrática Alemana (RDA), la situación económica y política seguía deteriorándose. En los dos últimos meses de 1985, el precio del petróleo, en los mercados internacionales, se había desplomado. El petróleo refinado era su principal producto de exportación. Lo producía la RDA a partir del crudo que le suministraba la URSS, a precios subsidiados. En 1985 exportó 2,5 mil millones de Volutamarks (VM), cifra que bajó a mil millones en 1986 y a 900 millones, el año siguiente.

La austeridad parecía la única manera de evitar la insolvencia del Estado. Si el país quería mantener abierto el flujo de capitales debía duplicar sus exportaciones, mientras la importaciones se mantenían constantes. Para eso tendrían que aplicar reformas económicas, incluyendo el aumento de precios, la eliminación de subsidios, el cierre de empresas y el desempleo. El secretario general del partido y presidente de la RDA, Erick Honecker, se resistía, sin embargo, a reducir las prestaciones del sistema social alemán.

La deuda con Occidente había crecido de dos mil millones de VM, en 1970, a 49 mil millones en 1989, lo que dejaba el país completamente dependiente del capital occidental. 65% de los gastos eran financiados por créditos. En 1990, solo para mantener la deuda estable, habría que reducir el consumo entre un 25% y un 30% y lograr un superávit comercial de dos mil millones de VM.

La RDA solo podría sobrevivir con los préstamos de su rival, la RFA, a menos que lograra apoyo de la URSS. El 1 de noviembre de 1989, Egon Krenz, que había sustituido a Erich Honecker al frente del Estado y del partido en octubre, viaja a Moscú para reunirse con Gorbachov. Dicen que el líder soviético se mostró sorprendido por la gravedad de la situación económica de la RDA, pero reiteró que no podían suministrarle nada más allá de lo contemplado en el plan quinquenal 86-90.

El 4 de noviembre, cerca de medio millón de personas se reunió en la Alexander Platz, en Berlín, exigiendo reformas. Era la víspera de la caída del muro. Alexander Schalk, director de la Sección de Coordinación Comercial de la RDA, viaja a Bonn para reunirse con el ministro federal de Asuntos Especiales, Rudolf Seiters, y Wolfgang Schauble, ministro del Interior. Informado del resultado de la reunión, el canciller Kohl decidió poner condiciones a Krenz: exigía una fecha para elecciones, con participación política de la oposición, a cambio de apoyo financiero. Los recursos de la RFA solo fluirán si la RDA creaba condiciones de mercado para la economía y la abría a la actividad privada.

En diciembre, un mes después de la caída del muro, Krenz es sustituido por el secretario del partido en Dresden, Hans Modrow. Kohl llega a Dresden el 19 de diciembre para reunirse con Modrow: vuelve a plantear que una ley asegurando elecciones libres y un marco legal para proteger las inversiones extranjeras en la RDA eran requisitos indispensables para la ayuda. Modrow adelanta las elecciones, previstas inicialmente para mayo, para el 18 de marzo de 1990, y pide a los alemanes occidentales un nuevo préstamo, de 15 mil millones de DM. 

Las elecciones le dan el triunfo a la opositora “Alianza por Alemania”, con 48% de los votos, y el líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Alemania del este, Lothar de Maizière, se transforma en el nuevo primer ministro.

El 6 de febrero Kohl había anunciado su intención de iniciar inmediatamente negociaciones para unificar la moneda de las dos alemanias. El proceso de unificación se acelera, pero una Alemania unida era vista con desconfianza, tanto por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, como al presidente francés, François Mitterand. Al norteamericano George Bush, sin embargo, no le parecía preocupar. Al contrario, Estados Unidos trata de consolidarla. Alemania era el soporte de su presencia en Europa, por lo que incorporarla unificada a la OTAN era de vital importancia para Washington.

La perestroika y los ajustes económicos en la URSS

La economía de la URSS estaba también en caída libre. En la primera mitad de 1987 Gorbachov había transformado la perestroika en una campaña de reforma radical. Se trataba de cambiar la coerción administrativa del Estado por la coerción económica del mercado. La idea era que las ganancias privadas (de las empresas públicas), las quiebras, la desigualdad salarial y la movilidad laboral, pasaran a ser parte de las reglas económicas.

Hay quienes estiman que aquí empezó el abandono del socialismo, una idea que no comparto. Sobre eso quisiera señalar que, desde mi perspectiva, el aspecto clave –la propiedad– seguía siendo del Estado.

Pero los dirigentes soviéticos no habían podido, en cuatro años, detener el deterioro de su economía. La reforma del sistema de precios, esencial para la perestroika, se reveló políticamente imposible. La liberalización de precios y el desempleo no ocurrieron realmente hasta la llegada de Boris Yeltsin al poder, en Rusia, en 1992.

Gorbachov se preguntaba cuál sería la salida: ¿el aumento de precios? Sus vastos recursos naturales le habían permitido evitar la dependencia del capital occidental. Pero el colapso de los precios del petróleo en 1985-86 y las reformas económicas de los primeros años de la perestroika habían deteriorado la balanza de pagos.

En abril de 1990, el presidente del banco de comercio exterior ruso, Yuri Moskovskii, advierte a Gorbachov de la dificultad de obtener nuevos recursos frescos, ante una creciente actitud negativa de los prestamistas extranjeros. El problema no era tanto el monto de la deuda, como su ritmo de crecimiento: había pasado de 16 mil millones de dólares, en 1985, a 40 mil millones, en 1989.

La experiencia de diversos países, en los años 80’s (como México, Brasil y otros latinoamericanos, así como Polonia y Yugoslavia), mostraba que posponer el pago de la deuda tenía consecuencias económicas y políticas adversas. Pero renegociar la deuda no estaba en los planes de los soviéticos, pues los dejaría en manos del FMI.

Las negociaciones sobre la OTAN

El 14 de mayo de 1990 los líderes soviéticos se reúnen con enviados de la RFA, para discutir su situación económica. El gobierno alemán afirma que el apoyo financiero solo vendrá si es parte de un paquete que incluya una solución para el “problema alemán”: la unificación del país, su incorporación a la OTAN y la retirada de las tropas soviéticas.

Cuando el Secretario de Estado James Baker llegó a Moscú, a mediados de mayo, le dice a Gorbachov que la OTAN ya no sería una amenaza para la URSS porque se transformaría, de una organización militar, en una de carácter político, que no se ampliaría a Alemania del este. Le presenta una lista de nueve reformas en este sentido. En la medida en que el Pacto de Varsovia se deshace, los países que lo integraban, incluida la URSS, son invitados a enviar una representación diplomática a la sede de la OTAN, en Bruselas.

Estados Unidos analizaba la posibilidad de otorgar los 20 mil millones de dólares que pedía la URSS para que sus tropas abandonaran Europa central y permitiera a Alemania incorporarse a la OTAN.Pero la oferta de Baker no era la única sobre el tema en Washington. Bent Scrowcroft, Consejero de Seguridad Nacional de George Bush, le escribe un memorándum, el 29 de mayo. Le asegura que la asistencia económica es una forma directa y expedita de asegurar la victoria de Occidente en la Guerra Fría, que se trata de una opción estratégica lograr la unificación de Alemania en la OTAN y la retirada de los militares soviéticos de Europa del este. Si Gorbachov está dispuesto a aceptar estos términos, la asistencia financiera podía definir el armisticio de la Guerra Fría a nuestro favor, afirma. Desde su punto de vista, los cambios que estaban ocurriendo serían irrelevantes, si Estados Unidos no lograba perpetuar su propio poder en el continente.

Las exigencias de la URSS

La unión monetaria alemana estaba prevista para el 1 de junio, lo que significaba que el costo de mantener las tropas soviéticas en Alemania se dispararía. Habría que pagarlo ahora en marcos alemanes y no en la devaluada moneda de la RDA. De los seis millones de toneladas de petróleo que le costaba, pasaría a 17 millones, si nada cambiaba. Eso era mucho más de lo que la URSS suministraba a toda la RDA.

Quedaba pendiente la reacción de Rusia. Dónde se ubicaría esa Alemania: ¿en la OTAN?, ¿en el Pacto de Varsovia?, ¿sería neutral? Para Gorbachov era clave mantener Alemania fuera de la OTAN. La URSS todavía mantenía 380 mil soldados en Alemania. La Guerra Fría no podía terminar sin resolver esta cuestión. Nadie debía esperar que la Alemania unificada ingresara a la OTAN, dijo Gorbachov. La presencia de nuestras fuerzas no lo permitiría. Nosotros podemos retirarla, si Estados Unidos hace los mismo.

El Kremlin exigió que la RFA asumiera los compromisos de la RDA con la URSS. Era una demanda compatible con la estrategia de Kohl, que estaba dispuesto a resolver estos problemas con los recursos financieros alemanes. Cuando Gorbachov se reunió con el canciller alemán, el 15 de julio, este le pidió un plan para el retiro de las tropas soviéticas del país y el acuerdo para la incorporación de Alemania a la OTAN. Le dice que si la URSS le garantizaba a Alemania su completa soberanía, estaba dispuesto a financiar la retirada de las tropas y firmar un amplio tratado de cooperación. Si decidían aceptar la unidad de Alemania, los alemanes les ayudarían a mantener su economía a flote.

A finales de agosto se sentaron a negociar esa ayuda. Los soviéticos pidieron 20 mil millones de marcos y Kohl ofreció ocho. Luego subió a doce su oferta y, finalmente, a quince. Gorbachov aceptó la incorporación de Alemania a la OTAN, pero exigió que no se extendiera a Alemania oriental mientras las tropas rusas estuvieran allí, lo que podría durar aun de tres o cuatro años, de acuerdo con los derechos de ocupación derivados de la II Guerra Mundial.

El 12 de septiembre, las potencia ocupantes de Alemania firmaron en Moscú el acuerdo de renuncia de esos derechos. El 3 de octubre de 1990, Kohl celebró, en la Puerta de Brandemburgo, la absorción de la RDA por la RFA. Un mes después, en el aniversario de la caída del muro de Berlín, Gorbachov y Kohl firmaban un acuerdo para la retirada de las tropas soviéticas de Alemania, en tres años.

¿Promesas rotas? Un nuevo orden mundial

El debate sobre el cumplimiento de los compromisos asumidos por Estados Unidos y Alemania con la Unión Soviética en las negociaciones de 1990 sobre la ampliación de la OTAN hacia el este ha ganado renovada actualidad gracias al conflicto de Ucrania.

En noviembre de 1990, uno año después de la caída del muro de Berlín, los países miembros de la  Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) firman la “Carta de París para una nueva Europa”. “Europa está liberándose de la herencia del pasado”. “La era de la confrontación y de la división de Europa ha terminado”, afirman en el primer párrafo del documento. 34 años después es evidente que nada de esto era cierto.

¿Hubo o no garantías occidentales de que la OTAN no se ampliaría hacia el Este, a cambio del acuerdo soviético a la reunificación alemana?, se preguntó la académica norteamericana Mary Elise Sarotte, en un artículo publicado en 2019, al cumplirse 30 años de la caída del muro de Berlín. En realidad, se trataba de la actualización de un artículo que la misma autora había publicado, en 2014, en la revista Foreign Affairs.

No es posible pretender resolver aquí esa cuestión, pero el trabajo de Sarotte está actualizado, con referencias a archivos oficiales recientemente desclasificados. Su trabajo, que me parece minucioso en el análisis de esas referencias, puede ser visto aquí: https://www.politicaexterior.com/articulo/rusia-la-otan-promesas-rotas/

¿A qué conclusiones llega? “Las pruebas demuestran que, contrariamente a lo que se cree en ­Washington, la cuestión del futuro de la OTAN –no solo en la RDA, sino en toda Europa oriental– surgió en febrero de 1990, poco después de la caída del Muro”.

“Altos cargos estadounidenses, en estrecha colaboración con los líderes de la RFA, insinuaron a Moscú, durante las negociaciones llevadas a cabo ese mes, que la Alianza no podría expandirse, ni siquiera a la mitad oriental de una Alemania, aún por reunificarse”.

Las pruebas documentales –dice Sarotte– muestran que “Estados Unidos, con la ayuda de la RFA, se apresuró a presionar a Gorbachov para obtener su acuerdo a la reunificación, pero sin extender por escrito algún tipo de promesa sobre los planes futuros de la Alianza”. En pocas palabras –agrega– sobre este tema “nunca se produjo un acuerdo formal, como alega Rusia”.

Parece evidente que no existe un acuerdo formal, escrito. Pero también parece evidente que el tema fue tratado y las promesas, hechas por unos, luego fueron revisadas por otros altos funcionarios norteamericanos.

Sarotte agrega que, según documentación conservada en el ministerio de Asuntos Exteriores de la RFA, Hans Dietrich Genscher, entonces ministro de esta cartera, hizo saber a su colega británico, Douglas Hurd, el 6 de febrero de 1990, que “Gorbachov quería eliminar la posibilidad de una futura expansión de la OTAN a la RDA y al resto de Europa oriental. Genscher propuso que la Alianza declarase públicamente que la organización no tenía ‘intención de expandir su territorio hacia el Este. Tal declaración ha de ser de carácter general y no referirse únicamente a Alemania oriental’”.

El debate sigue siempre en este tono. Ante la inexistencia de un compromiso escrito, hay quienes afirman que no hay compromiso alguno, como Mark Kramer, director del proyecto de Estudios de la Guerra Fría, de la Universidad de Harvard, que polemiza con Sarotte. Mientras otros –incluyendo a los rusos– reiteran las diferentes instancias en que fue tratado el tema y las promesas hechas, de no ampliar la OTAN hacia el este.

Como sabemos, para Rusia, la promesa fue incumplida. Putin hizo referencia al caso en su importante discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en 2007. “¿Qué pasó con las garantías que nuestros socios occidentales nos hicieron tras la disolución del Pacto de Varsovia?”, se preguntó.

Lo cierto es que la OTAN no cesó de ampliarse hacia el este, hasta llegar a las fronteras rusas, generando una realidad política muy distinta a la que habían vislumbrado los países europeos en 1990, en su “Carta de París”.

Un nuevo muro se fue corriendo más de mil km hacia el este, hasta que Rusia decidió abrirle un boquete, en febrero del 2022, cuando sus tropas cruzaron la frontera de Ucrania. Moscú declaró inaceptable su incorporación a la OTAN, generando una nueva realidad política en Europa, con repercusiones mundiales, cuyo resultado pondrá fin al orden creado al final de la II Guerra Mundial, sin que sepamos aun cómo será el que lo podrá sustituir.

FIN                                                                 Ingrese aquí para leer los dos primeros capítulos

Por Gilberto López
San José, 6 de mayo del 2024

 

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.