Ni mano dura, ni mejores cárceles, ni penas más severas, ni militares reprimiendo, ni Estado de Sitio, ni equiparar el narcotráfico con terrorismo; nada sirve para moderar el avance imparable de crímenes y corrupción. Y eso que nadie se plantea erradicar al narcotráfico; sólo encontrar alguna forma de convivencia.
El presidente Daniel Noboa está abstraído en su despacho, mirando al solo objeto de su escritorio: un teléfono. El periodista del New Yorker Jon Lee Anderson espera, de pie, a que se aperciba de su presencia. Noboa pega un respingo y lo mira. Jon Lee le tiende una mano: «Cómo le va». Me cuenta el colega que su respuesta fue apesadumbrada: «Sobreviviendo».
Una semana antes sobrevivió a un comando de 12 sicarios venidos de Colombia: cuatro murieron y el resto está preso. «Vendrán más», dice la voz queda de Noboa. «Ahora que soy presidente, ya no estaré más fuera de peligro». Es que son 22 bandas, producto de la subdivisión de nueve ante el auge de la demanda de la cocaína. Se matan entre ellos por retazos del marcado, de la manera más sangrienta posible para causar más impacto, y matan a quien consideren un obstáculo, por mínimo que sea; basta que con su muerte dé ejemplo del poder de los gatilleros.
En 2016, tras quince años de lo que llamaron guerra al narcotráfico, la producción y tráfico de cocaína llegó su máximo en Ecuador: se suplía el 60% del consumo mundial, señala InsightCrime. En 2021, el número de asesinatos no se había disparado aún; fue en estos últimos 30 a 36 meses que el Estado fue sobrepasado.
La institucionalidad es cada vez más débil, con doce presidentes en los últimos 27 años. El penúltimo, Guillermo Lasso, renunció con 18 meses de ejercicio ante acusaciones de malversacion de fondos, y se convocó a nuevas elecciones. Un candidato a sucederlo, el periodista Fernando Villavicencio, anunció su intención de «constreñir a las bandas», y lo mataron. El actual, Noboa, logró el apoyo popular que precisa aún el miembro de una familia muy rica, al presentarse a un acto con un chaleco blindado. De noviembre 2023, cuando asumió, a la fecha, fue cediendo en sus posiciones. Su propuesta de nuevas cárceles de máxima seguridad, para que no se negocie desde ellas, se archivó tras el asesinato del encargado de construírlas.
La intención de Noboa de poner freno al poder narco tropezó con la fuga de un capo, Adolfo Macías, (a) Fito, tras un oportuno traslado de prisión. Apeló entonces al poder militar, lo que fue respondido con autos bomba y rebelión en las prisiones. Las patrullas en barrios marginales fue respondida con el copamiento de la emisora TC TV. Los copadores fueron capturados, y el fiscal a cargo del caso, asesinado.
Noboa declaró entonces la guerra, sin aval constiutucional para hacerlo pero con el respaldo en inteligencia y seguridad de CIA y Mossad. Los medios de comunicación exageraban lo poco que se lograba en materia represiva, EEUU estableció una base aérea en Manta (la tercera en el país) para vigilancia y bloqueo de embarques, y el gobierno de Noboa no dejó de ser frágil. La ansiedad inicial del presidente por mostrarse agresivo se fue disolviendo. El 5 de abril hizo algo desesperado: allanó la sede de la embajada de Mexico para capturar a un ex presidente, Jorge Glas, acusado de ilícitos. Se mostró así más débil, hipotecó sus relaciones internacionales y ahora puede hacer juzgar a Glas, que ante el panorama general, su caso es una anécdota.
Los sicarios matan turistas, y Noboa declara: «Da la impresión de que falta control». El superexperto en seguridad Carlos Alves, docente de Altos Estudios Nacionales y especializado en seguridad pública, crimen organizado y sistema penitenciario, pronuncia una solución: «Se hace camino al andar».
El camino de la droga hacia los puertos de Ecuador lleva casi 20 años de uso, y los narcotraficantes buscan y encuentran puertos menos vigilados, como el de Montevideo. En el Ecuador que queda, fueron capturados los sicarios que mataron a Villavicencio, y a su vez fueron asesinados en la cárcel.
En Durán, se han cerrado instituciones educativas por la violencia y algunos sectores de la ciudad han sido declarados zonas vedadas. Es que las principales ciudades de Ecuador han quedado básicamente sin liderazgo local. Luis Chonillo, alcalde de Durán, una ciudad de casi 300.000 habitantes, sufrió un ataque en su primer día en el cargo en mayo pasado y desde entonces rara vez visita la ciudad. Manta, una ciudad sobre el Pacífico de tamaño similar, sede de la base aérea de EEUU e importante para el tráfico de cocaína, vio morir a su alcalde acribillado en julio. En un principio, se hicieron algunos arrestos, pero no se ha divulgado más información sobre esas investigaciones. El mismo presidente Daniel Noboa declaró a las Naciones Unidas que todos los días recibe amenazas de muerte.
Por otro lado, turbas de gente han linchado delincuentes cuando la policía no aparece al llamado. Se sabe que la policía ha sido infiltrada por el crimen organizado, han vendido sus armas a las pandillas y han servido de guardaespaldas para narcos. Altos comandantes de policía fueron identificados como “narcogenerales” por el actual embajador de Estados Unidos en Quito. Son años de abandono. Los presupuestos para seguridad no se invirtieron, lo que dejó inutilizadas las patrullas de policía y a los agentes sin equipos o adiestramiento críticos. Y los narcos van encontrando lugares más seguros para ellos en el continente.
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