/ “La esperanza indígena es revolucionaria”, supo escribir José Carlos Mariátegui, y la frase se volvió consigna; hoy es reivindicada en el Perú en multitud de círculos en el territorio, con la excusa de que el 14 de julio se cumplen 130 años del nacimiento de quien supo comprender la esencia de ese mundo.
Es que en el Perú pervive hoy el diagnóstico con el que él llamó a la acción hace un siglo. El país atraviesa un período de crisis muy difícil, tal vez terminal, y que se caracteriza por la pérdida de valores vitales. La mafia peruana en el poder ha degradado la vida nacional al llevar la corrupción a extremos sin precedentes. Las instituciones estatales y los poderes públicos son hoy fuentes al parecer inagotables de corrupción, administradas por elementos pervertidos y desclasados. El virtual desprecio ciudadano se limita a avalar a los descarriados que tienen acuartelada una banda de atracadores en el Congreso de la República.
La frase que devino en bandera la escribió Mariátegui en1927, en el prólogo a Tempestad en los Andes, la obra de Luis Eduardo Valcárcel considerada «la biblia del indigenismo radical”. Era cuando Mariátegui comenzó la edición de la revista Amauta, renovación vanguardista, superada ya la de Ariel, de Rodó. Mariátegui, hijo de una costurera católica de ascendencia indígena, ya se había formado intelectualmente. Primero como tipógrafo, y luego como crítico literario y poeta supo satirizar la frivolidad limeña. Su amplio conocimiento lo acercó a los círculos intelectuales y artísticos de vanguardia, así como al movimiento obrero de concepción anarquista traído a América por inmigrantes europeos.
Entró Mariátegui en el debate político, denunciando la falsedad de la “democracia mestiza”: un sistema demagógico al servicio de las clases dominantes; fuente de “entretenimiento”, desviando la atención popular del hecho de que la burguesía de la región costera, aliada con los grandes terratenientes rurales del interior, estaban convirtiendo cada vez más al Perú en un “sector colonial” del imperialismo estadounidense. La reforma universitaria nacida en Córdoba en 1918 lo llevó a ver la perentoriedad necesaria de los cambios, y habiendo sido aclamado por su lucha periodística por los dirigentes obreros presos, debió refugiarse en Europa de la persecución dispuesta por EEUU. Al tiempo, rompía con su experiencia inicial de escritor “manchado de decadencia”, expresada en el individualismo y el escepticismo, y virando “decididamente” hacia el socialismo, como consigna en sus apuntes autobiográficos.
Europa lo acercó a las obras de Marx, Engels y Lenin (“indiscutiblemente, el vigorizador más enérgico y fructífero del pensamiento marxista”), además del movimiento comunista italiano y el surrealismo. En el Partido Bolchevique vio la convergencia entre teoría y práctica, entre filosofía y ciencia.
Europa fue también una posición ventajosa desde la que pudo observar Oriente: la Revolución China y el despertar de la India, los árabes y los diversos movimientos nacionalistas y antimperialistas de la posguerra, y el proceso de decadencia de la sociedad occidental. Al levantamiento fascista italiano lo percibió como la respuesta del gran capital a una profunda crisis social y política. Si al principio trajo consigo la humildad de un discípulo abierto al entonces centro del pensamiento moderno, se fue decepcionando de lo que veía en Europa. Asumió así una perspectiva antropológica pionera –invertida en relación a lo que se hacía en ese momento–, logrando captar detalles de la crisis occidental que hasta entonces habían sido poco advertidos por los europeos. Vió así que alegando el declive de la llamada “democracia burguesa”, la clase dominante rediseñaba su poder con los rasgos autoritarios del fascismo.
De regreso, y con el arma de su revista Amauta, este escritor, periodista, editor, científico social, filósofo y líder comunista peruano, llevó el tema del comunismo indígena al centro del debate marxista.
Con sus críticas al aprismo y a la intelectualidad mestizo-oligárquica, su acercamiento con Victor Raúl Haya de la Torre se debilitó; Luego, refutaría de plano el indigenismo “paternalista” del APRA, defendiendo la idea de que en América no se podía simplemente buscar una imagen reflejada del comunismo europeo. Sería necesaria una “creación heroica”, en la que la comunidad campesina indígena –esencialmente “en solidaridad” en sus relaciones sociales – se convertiría en la base del Estado socialista contemporáneo. También rechazó la teoría “racial” de algunos indigenistas que, en oposición a la corriente eurocéntrica, afirmaban que los nativos tendrían algo innato que los llevaría a liberarse “naturalmente”; considerando “racistas” ambas posiciones. Afirmó que todos están sujetos a las mismas “leyes” que rigen al pueblo, y que lo que asegurará la emancipación indígena es el dinamismo de una economía y una cultura que “llevan en sus entrañas el germen del socialismo”.
Amauta es, en quechua, una persona experimentada que en las comunidades andinas dispone de la autoridad moral y facultades de gobierno. Hoy, y desde hace mucho, a Mariátegui se lo llama Amauta.
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