Tres hombres justos y la guerra sin fin | El héroe judío que no pudo ser israelí

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El héroe judío que no pudo ser israelí

 En 1959, llegó a Israel Shmuel Oswald Rufeisen (1922-1998), un judío polaco que se había convertido al catolicismo durante la Segunda Guerra Mundial y que se definía como monje católico y judío. Nacido en Polonia se había radicado tempranamente en el pueblo de Mir, en el corazón de Bielorrusia. Cuando los invasores alemanes ocuparon el país se unió a los partisanos soviéticos y tuvo un comportamiento heroico ingresando armas a los judíos recluidos en el gueto de Mir. Cuando se enteró de que los nazis se aprestaban a liquidar el gueto, en agosto de 1943, se introdujo allí y ayudó a escapar a varios cientos de los miembros de la comunidad.

Cuando llegó a Haifa, Rufeisen solicitó el “derecho de retorno” consagrado por ley en Israel en 1950 que otorgaba automáticamente la ciudadanía israelí a cualquier judío que la solicitara. Rufeisen dijo ser cristiano de religión y judío de nacionalidad y utilizó este último término en el sentido que se le daba en Europa desde el siglo XIX. La nacionalidad no se asociaba con la ciudadanía sino con el origen étnico (se podía ser ciudadano del imperio austrohúngaro o zarista y ser de nacionalidad alemana, rutena, judía, croata, Etc).

Las autoridades le negaron la ciudadanía a Rufeisen y cuando apeló ante la Suprema Corte de Justicia esta sostuvo que “cualquier judío que se convierte a otra religión pierde su acceso preferencial a la ciudadanía israelí”. Rufeisen, que como dominico había adoptado el nombre de Hermano Daniel, fundó una comunidad de Santiago en Haifa. Al mismo tiempo era homenajeado y protegido por los judíos sobrevivientes de Mir.

Este caso judicial largamente olvidado fue recordado ahora por Sylvain Cypel  [i] en su artículo “Ciudadanía, nacionalidad y religión. ¿quiénes son las “minorías” en Israel” (Cfr. https://orientxxi.info/va-comprendre/ciudadania-nacionalidad-religion-quienes-son-las-minorias-en-israel,7046 ) y es importante para comprender la relación de Israel con la judeidad, de modo  que un judío solo tiene una identidad unívoca, en la que nacionalidad y religión se vuelven una sola cosa.

El caso también es revelador por el tipo de nacionalismo que promueve. En Europa del Este, donde nació el sionismo, los judíos eran los más oprimidos y discriminados de todos. Muchos de los que luchaban por su emancipación se volcaron hacia una de las versiones del socialismo. Pero otros optaron por un nacionalismo comparable al de otros pueblos: un nacionalismo etnicista. El sionismo adhirió a él desde su origen. Ciento veinte años más tarde, este tipo de nacionalismo logró la aprobación de la ley fundamental “Israel como el Estado-nación del pueblo judío”, que inscribe en el derecho fundamental israelí la existencia de dos categorías: los ciudadanos que gozan de la totalidad de los derechos (los judíos) y aquellos que están parcialmente privados de ellos, los no judíos, es decir, los palestinos de Israel, que representan sin embargo el 21% de la población”.

La versión israelí de la nacionalidad era y es racista. Permitió aglutinar a los judíos israelíes por medio de una identidad común independientemente de su origen – todos son ciudadanos de Israel y judíos de nacionalidad y de religión – y dividir a los demás habitantes de la región – que también eran israelíes – en múltiples identidades: estaban separados en árabes y no árabes – los de origen circasiano, por ejemplo, que son musulmanes pero no árabes – o entre musulmanes y cristianos. Además, permitía diferenciar el estatus de poblaciones árabes específicas: los beduinos, los drusos y otras poblaciones menores (los armenios, por ejemplo). Los judíos israelíes eran presuntamente un grupo homogéneo mientras que los demás habitantes carecían de identidad colectiva, se les designaba como “minorías” o simplemente como “los árabes”. Los palestinos no existían, no había una identidad nacional palestina.

Esta ficción discursiva, como la califica Cypel, duró cuatro décadas desde 1948. Empezó a desgastarse en 1987, con la primera intifada palestina y se deterioró con los Acuerdos de Oslo, cuando Israel y la Organización para la Liberación de Palestina se reconocieron mutuamente. Hoy en día, la extrema derecha sigue rechazando el término “palestinos”. La religión siempre figuró en los registros del estado civil, pero la referencia a la nacionalidad fue eliminada de los documentos de identidad en 2002 por un ministro de Interior ultrarreligioso que se negó a otorgar la calidad de “judío” a las personas convertidas por rabinos no “ortodoxos” (ultraconservadores). Pero aun en ese caso, en los registros del estado civil se sigue inscribiendo la nacionalidad-etnicidad.

Un rabino clarividente y perseguido

Elmer Berger (1908 – 1996) fue un rabino reformista judío ampliamente conocido por su antisionismo. Fue director ejecutivo del Consejo Estadounidense para el Judaísmo desde su fundación en 1942 hasta 1955. Después, se desempeñó como consultor hasta que se vio obligado a renunciar en 1968, cuando fundó Alternativas judías estadounidenses al sionismo y nunca dejó de escribir y dar conferencias.

Shmuel Oswald Rufeisen

En la lucha contra el programa sionista adoptado en mayo de 1942, Berger se convirtió cada vez más en la cara pública del movimiento, particularmente con la publicación de su libro The Jewish Dilemma en 1945, donde argumentaba que el sionismo era una rendición ante los mitos raciales sobre los judíos y que el asimilacionismo seguía siendo el mejor camino para los judíos en el mundo moderno.

Después de la Guerra de los Seis Días, en 1967, que arrasó lo que anteriormente había sido una comunidad judía estadounidense posiblemente ambivalente e impuso un fervor masivo a favor de Israel, Berger fue ampliamente ridiculizado, incluso por otros miembros del Consejo Estadounidense para el Judaísmo, por declarar a Israel como el principal agresor del conflicto. Esto finalmente llevó a la renuncia de Berger del Consejo al año siguiente.

Berger murió a los 88 años y el erudito sobre Oriente Medio Norton Mezvinsky, que fue su discípulo, escribió su obituario, donde concluye que a lo largo de su vida adulta, la definición de judaísmo de Elmer Berger no varió.

En la introducción de su libro A Partisan History of Judaism, Berger escribió: “Hay quienes ven el judaísmo como ‘la religión del pueblo judío’. Este libro no les agradará. Porque indica, inequívocamente, que los orígenes del judaísmo no estaban en «el pueblo judío» y que lo mejor y más fino del judaísmo actual trasciende al pueblo judío.

«Al final de este mismo libro, Elmer Berger dio sucintamente su definición:» El judaísmo es hacer justicia y tener misericordia y caminar humildemente con Dios; y todo lo demás es comentario y de importancia secundaria. «Fue desde esta perspectiva que Elmer Berger documentó cuidadosa y específicamente su caso contra el sionismo y contra el carácter opresivo del estado sionista. Hizo un llamamiento al estado de Israel para que se ‘desionizara’, es decir, que dejara de ser un estado judío exclusivista que otorgaba por ley derechos y privilegios a los judíos que no se conceden a los no judíos. Rogó al Estado de Israel que se desarrolle como un estado verdaderamente democrático, que sea justo y misericordioso con todas las personas y, por lo tanto, que camine humildemente con Dios”. “Elmer Berger era un patriota judío” concluía Mezvinsky.

Cuando Berger falleció sus reclamos y los de muchos otros destacados judíos antisionistas habían sido pisoteados por sucesivos gobiernos de Israel. Es más, el texto que el primer Presidente David Ben Gurión había leído el 14 de mayo de 1948, a modo de declaratoria de independencia del nuevo Estado, había sido muchas veces traicionado. Ben Gurión prometió que el nuevo Estado “desarrollará el país en beneficio de todos sus habitantes; estará fundado sobre los principios de libertad, justicia y paz enseñados por los profetas de Israel; asegurará una completa igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus ciudadanos, sin distinción de creencia, de raza o de sexo; garantizará la plena libertad de conciencia, de culto, de educación y de cultura; asegurará la protección y la inviolabilidad de los lugares santos y de los santuarios de todas las religiones y respetará los principios de la Carta de las Naciones Unidas.”

Israel no tiene Constitución porque sus fundadores no querían oponerse a los partidos religiosos. Para estos solo la ley religiosa judía, la Halajá, podía cumplir esa función. En cambio, a lo largo de las décadas, Israel se dotó de leyes fundamentales que rigen sus diferentes instituciones. La de 1992 lo definió como un “Estado judío y democrático”.

La derecha y la extrema derecha en el poder en los últimos años, propusieron la votación de una nueva ley fundamental, titulada “Israel como Estado-nación del pueblo judío”  cuyo artículo 1º señala que: “El ejercicio del derecho a la autodeterminación nacional en el Estado de Israel es específico del pueblo judío”. Derecho negado entonces a los otros, los palestinos en primer lugar. También, de manera simbólica, se liquida el estatus como lengua oficial que el árabe compartía con el hebreo desde 1948. El artículo 4º indica que “la lengua del Estado es el hebreo”, y a su vez prevé un “estatuto especial” para el árabe. Finalmente, el artículo 7º establece respecto a la colonización que “el Estado considera el desarrollo de la implantación judía como un objetivo nacional y actuará con vistas a alentar y promover sus iniciativas y su fortalecimiento”.

Israel no tiene Constitución porque sus fundadores no querían oponerse a los partidos religiosos. Para estos solo la ley religiosa judía, la Halajá, podía cumplir esa función. En cambio, a lo largo de las décadas, Israel se dotó de leyes fundamentales que rigen sus diferentes instituciones. La de 1992 lo definió como un “Estado judío y democrático”. La derecha y la extrema derecha en el poder en los últimos años, propusieron la votación de una nueva ley fundamental, titulada “Israel como Estado-nación del pueblo judío”  cuyo artículo 1º señala que: “El ejercicio del derecho a la autodeterminación nacional en el Estado de Israel es específico del pueblo judío”. Derecho negado entonces a los otros, los palestinos en primer lugar.

La adopción de esta ley no es en absoluto fruto del azar – afirmó el periodista e historiador Dominique Vidal en el año 2021-.  Fue votada en el momento mismo en que la coalición de derecha y de extrema derecha le dio un giro histórico al conflicto israelí-palestino: el paso de la colonización a la anexión, como señaló claramente el líder ultra derechista Naftali Bennett en un discurso ante los responsables de colonias [ii]. Profundizar el apartheid y liquidar la perspectiva de dos Estados: ahora todo se encamina hacia el Estado único, con mayoría árabe pero con dirección judía. Esa es exactamente la perspectiva que preparó la ley sobre el “Estado-nación del pueblo judío”.[iii]

Escritor que denunció al colonialismo en todo el mundo

Sven Lindqvist (1932-2019), fue un escritor sueco que se enfocó en el racismo, el colonialismo, el imperialismo y la guerra en Asia, África, América Latina y desde luego en Europa. Lindqvist refería que cuando era un jovencito dos sucesos le afectaron profundamente. Uno de ellos fue la visión de fotos con lo que habían encontrado quienes liberaron el campo de concentración de Buchenwald; el otro una temprana lectura de “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad. Ambos se fundieron en él como una imagen del exterminio racista.

Al principio pensaba que Conrad profetizaba sobre lo que vendría más que en relatar lo que había visto pero después se convenció que el exterminio racial que había descrito prefiguraba lo que Hitler llevaría a cabo.

En una treintena de libros, el sueco que fue un viajero incansable denunció los males que el colonialismo y el racismo europeos extendieron por todo el mundo y son precisamente algunas obras de Lindqvist las que resultan más útiles para comprender como la humanidad camina al borde del abismo, menospreciando o ignorando la forma en que el racismo y el colonialismo conducen a él.

Por ejemplo en “A History of Bombing” (publicado en sueco en 1999, en inglés tres años después y no traducido al español) relata en que forma los crímenes que las potencias europeas cometieron en sus colonias prefiguraron la violencia que desencadenarían contra sus vecinos, especialmente en el siglo XX.

Según Lindqvist, una vez que un militar ha incendiado y masacrado a una población africana, también ha aprendido a quemar a París o a Berlín. El tipo de guerra que Europa se ha permitido llevar a cabo contra los tres cuartos de la humanidad volvió para atormentarla durante el siglo XX. 

Hoy en día es imposible no ver la clarividencia de Lindqvist cuando se presencian los bombardeos sobre Gaza. Según él, el 1º de noviembre de 1911, un teniente italiano lanzó una granada de mano sobre los libios desde su delicado avión de tela y madera. El sueño de exterminar a los enemigos desde el aire con un mínimo riesgo había empezado a hacerse realidad.

El destructor de ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, Arthur “Bombardero” Harris, puso en práctica su técnica ya en 1919, en Kabul. De hecho los bombardeos aéreos fueron iniciados tempranamente por los británicos en Iraq, en Kenya, en la India, en Afganistán, en Darfur y en Egipto pero esas historias han sido ocultadas.

En la edición del 2012, Lindqvist señalaba que los bombardeos en Afganistán se hacen con drones comandados desde Nevada en los Estados Unidos y que la destrucción de villorrios en el país asiático asienta sus raíces en las políticas colonialistas de “exterminar a los salvajes desde el aire”.

La guerra con drones no tripulados aparece como lo opuesto a los ejércitos masivos de la Primera Guerra Mundial. Muy conveniente desde que el enemigo no tiene drones o misiles – advertía – pero nos recuerda que los drones son muy baratos y que cuando cada Estado pueda tenerlos será muy fácil hacer la guerra, se arriesgarán máquinas, no soldados y tal vez, en el futuro, predice, Nevada podría ser bombardeada por drones manejados desde unos villorrios afganos.

En el 2005, Lindqviast escribió un libro, encarado como una crónica de viaje por Australia, que es especialmente importante para comprender las lógicas del colonialismo y la crueldad de sus crímenes. Se trata de “Terra Nullius” (la tierra que no es de nadie). Allí denunciaba los terribles abusos cometidos por los británicos y por los australianos blancos contra la población aborigen, como por ejemplo el traslado masivo de mujeres a la Isla de los Muertos donde sufrían un trato abusivo y eran sometidas a un tratamiento contra la sífilis que, a menudo, resultaba mortal.

También denunció la separación a la fuerza de los niños mestizos de sus familias y su reclusión en verdaderos campos de concentración. El libro fue ignorado en Australia pero es ese concepto de Terra Nullius el que ha fundamentado el colonialismo europeo desde que en el siglo XV se produjo la época de los “grandes descubrimientos” y viajes transoceánicos.

En efecto, desde el derecho romano la expresión que designaba las tierras que no eran propiedad de una persona (y está claro que los aborígenes eran no-personas, paganos, infieles) se ha empleado para justificar el exterminio de las poblaciones nativas que previamente han sido despojadas de su identidad. Esto lo hicieron los españoles y portugueses, los holandeses, los británicos y franceses, los estadounidenses y los japoneses, entre otros.

Ahora lo hacen los israelíes, especialmente a partir de las declaradas intenciones de que todo el territorio les pertenece y como dijeron algunos  dirigentes “los palestinos son como cucarachas”. El 12 de abril de 1983, el general Rafael Eitan dijo en una reunión de comité del Knesset: “Los árabes nunca nos derrotarán lanzando piedras. Nuestra respuesta será una solución sionista nacionalista. Por cada piedra que lancen estableceremos diez colonias. Si hay – y habrá – cientos de establecimientos entre Nablus y Jerusalén, no se lanzará ninguna piedra. Si ese es el caso, los árabes podrían funcionar solamente alrededor como cucarachas en una botella, como cucarachas narcotizadas dentro de una botella”. [iv]

Algunas personas han querido ver al Estado de Israel como una especie de renacimiento del pueblo judío en la tierra de sus ancestros, o bien como una especie de compensación por el Holocausto que llevaron a cabo los nazis. Esas concepciones procuran absolver al sionismo de lo que es su característica original: un nacionalismo colonialista despiadado.

En el siglo XV, a comienzos de la llamada Era Moderna, Europa llevó a cabo un gran movimiento de conquista sobre otros continentes. Precisamente la concepción de “Terra Nullius”, tierras vacías o sin propietarios, eran las que se podían conquistar. Ahora bien, los conquistadores sabían muy bien que los territorios no estaban vacíos sino que consideraban a los habitantes que encontraron como no personas y aún volviéndolas tributarias de un monarca cristiano no se las consideraba propietarias.

El territorio a ocupar presentaba “un vacío cultural” que se sustentaba en la superioridad de los europeos. Ese supremacismo, esa arrogancia, justificó todas las discriminaciones entre los conquistadores y los indígenas. Es lo que, en el siglo XX y en Sudáfrica pasaría a ser denominado apartheid [v]. El colonialismo siempre trajo consigo la violencia, el saqueo y la esclavización de los pueblos indígenas.

Para los latinoamericanos esto no necesita mucha explicación. Salvadas las diferencias de época, regiones, demografía y desarrollo de las culturas con que se encontraron los conquistadores, sabemos que la llamada leyenda negra fue tal cual, una terrible realidad, ya fuese a manos de españoles y portugueses en América del Sur o de holandeses, franceses y anglosajones en América del Norte.

En términos generales se desarrollaron dos tipos de colonialismo. Uno de ellos fue el de los países conquistados que eran dirigidos por administradores y soldados de la metrópolis, uno de cuyos ejemplos más notables es el dominio de la India por los británicos. Hitler muchas veces expresó su admiración por el colonialismo británico y decía que con 50.000 militares y administradores explotaban a 500 millones de personas [vi] lo cual era un ejemplo a seguir.

Otra versión del colonialismo fue el colonialismo de poblamiento que producía significativos cambios demográficos. Esto sucedió en América del Norte y en menor medida del Sur, en África del Sur, en Argelia, en Australia y Nueva Zelanda y por último en Palestina. El tráfico de esclavos provenientes de África y Asia acompañó generalmente a todas las versiones del colonialismo hasta mediados del siglo XIX y más allá.

A esta altura debemos hacer dos precisiones. Entre estos dos grandes tipos de colonialismo europeo se desarrollaron formas intermedias y variantes propias de la época y circunstancias en que se produjo la conquista o el comienzo del proceso colonizador.

Por ejemplo, en América Latina, los dos primeros siglos desde la conquista significaron un intento por dirigir estrictamente desde las metrópolis (Madrid y Lisboa) sin promover el desplazamiento de grandes números de pobladores europeos. En los siglos XVII y XVIII esto empezó a cambiar y la migración hacia el Nuevo Mundo aumentó. La colonización del Río de la Plata es un ejemplo de la llegada de familias enteras desde Europa que empieza a producirse hace poco más de 300 años. Antes, los europeos que llegaban a estas tierras eran sobre todo hombres, españoles y portugueses, reclutados como soldados.

En América del Norte, y en particular a partir de Nueva Inglaterra, la colonización de poblamiento empieza a cambiar hacia una modalidad expansiva de Este a Oeste que culmina recién en 1848 cuando Estados Unidos le arrebata a México una gran parte de su territorio.

En cuanto a Palestina, hay que decir que la colonización de poblamiento es un fenómeno que data de fines del siglo XIX y se produce, ya en el siglo XX, en un contexto histórico muy diferente, entre otras cosas porque era en una época donde había comenzado a producirse el derrumbe de los imperios coloniales europeos.

En todos los casos, el colonialismo ha ido acompañado de limpiezas étnicas, concepciones de “pureza racial”, genocidio y la atribución, de una u otra forma, del carácter de “pueblo elegido” a los colonizadores.

 Los tres hombres justos y los orígenes del sionismo

Los sionistas niegan tener algo que ver con el colonialismo. Para ellos el sionismo es un movimiento de liberación nacional como el de los pueblos oprimidos que vivían colonizados por grandes imperios. En el caso del sionismo original el imperio zarista, el austrohúngaro o el otomano, oprimía a judíos, serbios, eslovacos, croatas, polacos y tantos otros.

La diferencia era que los sionistas querían instalar al pueblo judío en Palestina, donde su presencia era muy limitada, donde no vivía la gran mayoría de los judíos [vii]. Se basaban en la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento, los textos sagrados que, supuestamente, servirían como una especie de título de propiedad sobre las tierras de Palestina.

El fundamento resulta paradójico, no solamente porque la gran mayoría de los fundadores del sionismo eran ateos sino porque se ha demostrado que los relatos de la Biblia tienen poco que ver con la realidad. Los arqueólogos han excavado intensamente en Medio Oriente y no han encontrado evidencias que respalden los relatos bíblicos, aunque el asunto del “título de propiedad” es enseñado en las escuelas israelíes en las clases de historia.

Es casi seguro que en la educación escolar israelí tampoco se alude a los genocidios y masacres sangrientas contra otros pueblos habitantes de la región y rivales de los israelitas, tal como lo refiere la Biblia. Como dice la española Pepi Vicente, “resulta escalofriante la lectura de textos del Antiguo Testamento que narran con absoluta crueldad y frialdad las matanzas sangrientas de pueblos enteros (Sam. 15 y 16), incluyendo mujeres, niños, niños de pecho, ¡incluso los animales! Completos genocidios, fruto de la obediencia del pueblo hebreo a un mandato divino”. [viii]

Desde luego, no se trata de negar la vinculación religiosa de los judíos con la Tierra Santa. Durante siglos, bajo la dominación del imperio otomano, los judíos religiosos podían peregrinar para rendir culto y hacerse enterrar en Jerusalén, con la esperanza de encontrarse más cerca cuando se produjese la llegada del Mesías. El problema es que las “tierras prometidas” y los “pueblos elegidos” han desatado guerras y genocidios. Es el caso de los conquistadores españoles y portugueses (con la cruz y con la espada), de los padres peregrinos en América del Norte y de los afrikáners en Sudáfrica, entre varios otros.

En sus orígenes el sionismo se presentaba bajo tres argumentos: su carácter socialista, su dimensión antimperialista y la ausencia de una metrópoli colonial.  Entre la tercera y la quinta aliyot (la aliyá era una oleada de emigración hacia Palestina) que abarcó desde 1919 a 1939 muchos de los migrantes tenían convicciones colectivistas.

Sin embargo, el historiador israelí Zeev Sternhell [ix] demostró que las estructuras agrícolas en Palestina no formaban parte de un proyecto igualitario. La institución del moshav (una cooperativa de granjas individuales) y por otra parte el kibutz colectivista apuntaba a liquidar la agricultura privada judía que se negaba a prescindir de la mano de obra árabe que era más barata y productiva que la de los colonos recién llegados de Europa Oriental. Sobre todo el kibutz, muy militarizado (una mano en el arado y la otra en la espada) generaba una organización que apuntaba a la conquista del territorio.

En 1944, el éxito de ese esquema era innegable: de 250 colonias judías en Palestina, 100 eran moshav y 110 kibutz; solamente 40 eran privadas y en manos de judíos que no tenían acceso a la ayuda de la Agencia Judía. El kibutz fue útil para promover la imagen de un Israel socialista en el exterior. Aún en la década de 1960 decenas de miles de jóvenes de la diáspora eran atraídos a hacer una experiencia de vida en colectividad como kibutzim pero de eso no queda nada que disimule el carácter desigual de Israel.

En la década de 1940, algunos grupos sionistas recurrieron a un terrorismo sanguinario (las bandas Irgun, Lehi, Stern) contra la población árabe, colocando bombas en plazas, mercados, cines y ómnibuses y mediante asesinatos al azar. Después dirigieron sus atentados contra los británicos, entre los cuales la voladura con bombas colocadas en el sótano del Hotel Rey David, en Jerusalén, el 22 de julio de 1946, que costó la vida de 92 personas y decenas de heridos. Sin embargo, esos crímenes nunca calificarían al sionismo como antimperialista.

Sin el apoyo de Londres, el Yishuv (la comunidad de los judíos residentes en Palestina) nunca hubiera llegado a transformarse en una entidad autosuficiente como lo hizo a partir de la década de 1930. La oposición a los británicos que se desarrolló entre 1944 y 1948 es similar a lo que sucedió en Argelia con los colonos franceses y la OAS (Organisation de l’ Armée Secréte) [x] la organización terrorista de extrema derecha que actuó cometiendo asesinatos y poniendo bombas contra la población argelina y en Francia. También es comparable con lo que sucedió con los colonos británicos cuando llegó la hora de la independencia de Rodesia y se rebelaron contra Londres. Nadie podría pensar que la OAS o los colonos rebeldes de Rodesia eran antimperialistas.

Entre 1947 y 1949, la ayuda política y militar de la Unión Soviética permitió el triunfo del movimiento sionista. Es tortuoso ver que quienes presentan a Stalin como un tirano sanguinario utilicen la política que entonces desarrolló la URSS para desalojar a los británicos de Medio Oriente como una demostración del “progresismo” o “antimperialismo” del sionismo.

En cuanto a la ausencia de una metrópoli imperial en el caso de Israel hay dos cosas para decir: por un lado Gran Bretaña y en menor medida Francia obraron como metrópolis de los territorios, a pesar de la ocupación otomana. Por otra parte, desde el punto de vista del movimiento sionista prácticamente toda Europa operó como una metrópolis imperialista.

Desde un primer momento los sionistas habían previsto la separación entre colonos inmigrantes y la población autóctona. Como en Argelia, como en Sudáfrica y como en América (encomiendas y esclavitud). Las formas naturalmente difirieron según los contextos históricos pero en todos lados se establecía que los colonos, los europeos, tenían derechos supremos sobre los pueblos originales. En Palestina, la Declaración Balfour (1917)[xi] trazó una división entre los judíos y las otras colectividades como los musulmanes y los cristianos que solamente podían reclamar derechos cívicos o religiosos, no políticos.

Bajo la protección de Londres, los sionistas emprendieron la conquista de la tierra y la conquista del trabajo. La tierra liberada de ocupantes árabes y el rechazo al trabajo en común de obreros judíos y árabes. El desarrollo separado del Yishuv se reforzó con la inmigración masiva de judíos que huían de los nazis y eso llevaría a la creación de instituciones de tipo estatal, de fuerzas armadas y de economías separadas. La única minoría admitida en el ejército fueron los drusos.

A diferencia de otras experiencias de colonialismo de poblamiento, el objetivo del sionismo era crear un Estado nacional para los colonos lo que exigía la expulsión de los palestinos (entre 600.000 y 700.000 entre 1947 y 1949) y la creación de una ciudadanía judía primordial. Los palestinos que se quedaron, unos 150.000 fueron sometidos, hasta 1966, a un régimen militar y a un proyecto de colonización interior que se proponía judaizar Galilea a base de la confiscación de tierras.

La conquista de Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza, en junio de 1967, cambió la demografía. Desde entonces en el territorio histórico de Palestina vivían más o menos la misma cantidad de judíos y de palestinos. Eso llevó a la consolidación del apartheid, la construcción de muros y alambradas, caminos exclusivos, puestos de control y todo tipo de limitaciones a la movilidad y a la vida misma de los habitantes no judíos.

Todo esto mucho antes del 7 de octubre pasado. Ahora la trampa del sionismo parece haberse cerrado y como dice Nicolás Slachevsky [xii]: una vida judía liberada del destino mortal en que el proyecto sionista ha buscado encerrarla es posible. Pero tal opción seguirá clausurada en tanto quienes se identifican en el judaísmo no reconozcan que su propia libertad nunca estará completa sin la libertad del pueblo palestino.

Por el Lic. Fernando Britos V.

 

[i]   Periodista y escritor que fue miembro de la jefatura de redacción del diario Le Monde y previamente director de Courrier International. Es el autor de Les emmurés. La société israélienne dans l’impasse (La Découverte, 2006) y de L’État d’Israël contre les Juifs (La Découverte, 2020).

[ii]La coalición de Nethanyahu estableció en su programa que el pueblo judío “tiene un derecho inalienable y excluisvo en todas las partes de la Tierra de Israel” y que va a desarrollar la colonización en Galilea, en el Néguev, en el Golán, en Judea y en Samaria.

[iii]Como siempre Wikipedia presenta una panoplia de opiniones y conceptos sobre esta ley, todo lo cual debería ser contextualizado. Asequible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Ley_del_Estado-naci%C3%B3n

[iv] Para que no se crea que se trata de un ultranacionalista que se fue de la lengua (con poca diferencia de los nazis) incluimos algunas declaraciones tan terribles como las de Eitan. Avigdor Lieberman (nacido en 1958), ex ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa del gobierno israelí, propuso aplicar en la franja de Gaza «lo que hizo Estados Unidos en Japón al final de la Segunda Guerra Mundial», es decir lanzar una bomba atómica. El presidente del comité para la reelección del general Shlomo Lehat, alcalde de Tel Aviv, afirmó en octubre de 1987: «debemos matar a todos los palestinos, a menos que se resignen a vivir como esclavos«. Israel Koenig, principal autor del originalmente secreto Informe Koenig, describió detalladamente, en 1976, las formas de discriminación que había que utilizar contra los ciudadanos israelíes palestinos: “debemos utilizar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación de las tierras y la suspensión de todos los programas sociales con el fin de liberar a Galilea de su población árabe«. Joseph Weitz, director del Fondo Nacional Judío, escribió en 1973: «la única solución es el Eretz Israel (Gran Israel) o, por lo menos, el Eretz Israel Occidental (todas las tierras al oeste del Jordán) sin árabes. No hay lugar para un compromiso sobre este punto. No debemos dejar ni un sola aldea, ni una sola tribu«. Golda Meir, declaró, el 8 de marzo de 1969: «¿cómo podríamos devolver los territorios ocupados, si no hay nadie a quien devolvérselos?”

[v] El apartheid (quiere decir separación, en afrikaans) fue el sistema de segregación racial que los blancos dominantes aplicaron en Sudáfrica y Namibia entre 1948 y 1992. El sistema consistía en la creación de lugares separados, tanto habitacionales como académicos o recreativos, para los diferentes grupos raciales, en el poder exclusivo de las personas de piel blanca para ejercer el voto y en la prohibición de matrimonios o incluso relaciones sexuales entre blancos y negros. Un crimen de apartheid es un acto inhumano similar a los crímenes de lesa humanidad “cometido en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial por sobre cualquier otro grupo racial realizado para mantener ese régimen”. Así lo definió el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional en el 2002. 

[vi]Hitler, Himmler, Rosenberg y los demás dirigentes nazis concebían el colonialismo alemán en los términos del Lebensraum, es decir un espacio que los pueblos germánicos debían conquistar en el Este de Europa (hasta los Urales y más allá), eliminando o sometiendo a esclavitud a sus habitantes, eslavos, judíos y otros pueblos “no arios”. Había también diferencias entre fascismos. Mussolini y el fascismo italiano aspiraba a un dominio en el Mediterráneo Oriental, en África (Etiopía, Eritrea, Somalia, Egipto) y en los Balcanes. Franco aspiraba a extender el colonialismo español al Norte de África (Marruecos, Túnez) y el régimen colaboracionista de Vichy intentaba mantener y extender el control sobre las colonias francesas en África (Argelia, Túnez, África Central y Occidental).

[vii]   En 1882 el porcentaje de la población judía en Palestina era del 8%, en 1931 pasó a ser del 16,9% y en 1946 del 30%.

[viii]  Al trabajo de Vicente, que bajo el título Violencia, barbarie y genocidio en el Antiguo Testamento, trata de explicar los crímenes, se puede acceder en: https://www.mercaba.org/Enciclopedia/V/violencia_genocidio_AT.htm

[ix]Zeev Sternhell (1930-2020) fue un historiador que luchó por la paz en Palestina. En opinión de Roger Griffin fue una de las mayores autoridades mundiales sobre el fascismo.  Sternhell dirigió el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén y recibió todo tipo de distinciones en el mundo. Sternehll combatió en las guerras que libró Israel y era un sionista de izquierda, algo que existió en el siglo pasado, y criticó la ocupación israelí de los territorios palestinos y la política de Israel hacia ellos. En su obra Los mitos fundadores de Israel (1995) Sternhell afirma que la principal justificación moral que el sionismo dio a la fundación del Estado de Israel en 1948 fue el derecho histórico de los judíos a la tierra. En el epílogo, escribió que: “de hecho, desde el comienzo, un sentido de urgencia dio a los primeros sionistas la profunda convicción de que la tarea de reconquistar el país tenía una base moral sólida. El argumento del derecho histórico de los judíos a la tierra fue meramente un asunto político y de propaganda. A la vista de la catastrófica situación de los judíos a comienzos de siglo XX, el uso de este argumento se justificó por todos los medios, y fue entre todos el más legitimado a causa de la amenaza de muerte que pendía sobre los judíos. Los derechos históricos fueron invocados para servir a la necesidad de encontrar un refugio”. Sternhell argumentó que tras la Guerra de los Seis Días de 1967, la amenaza sobre los judíos desapareció, lo que cambió la base moral para retener lo conquistado: “…las conquistas de 1949 era una condición esencial para la fundación de Israel pero el intento de retener las conquistas de 1967 tiene un fuerte sabor a expansión imperialista”.

[x]La OAS se creó en 1961, la encabezaba el general Raoul Salan, que se dice era el más condecorado del ejército francés y pretendía impedir la independencia de Argelia. Según uno de sus fundadores la OAS llegó a tener más de un millar de hombres armados y 3.000 militantes. Sus acciones, inicialmente selectivas, fueron derivando en actos de terror cada vez más indiscriminados. Al final, como un grupo terrorista singularmente violento, acabó atentando contra instituciones francesas y argelinas, asesinando tanto a ciudadanos europeos como árabes en África y en Europa. La lucha contra la Policía francesa llegó a ser singularmente violenta, mientras que el Ejército se negó a reprimir a los terroristas. Según Guy Pervillé, alrededor de 2.200 personas fueron asesinadas, de las que el 85% eran musulmanes.

[xi]La Declaración Balfour (2 de noviembre de 1917) fue una manifestación formal pública del gobierno británico durante la Primera Guerra Mundial, para anunciar su apoyo al establecimiento de un “hogar nacional” para el pueblo judío en la región de Palestina, que en ese entonces formaba parte del imperio otomano. La Declaración fue incluida en una carta firmada por el ministro de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, para su trasmisión a Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda. Fue una declaración relativamente ambigua (habla de “hogar”, nunca de “Estado” y se cuida de hablar de la preservación de los derechos de todas las colectividades que habitan el territorio) porque los británicos tenían compromisos contraídos con los árabes para combatir a los turcos (Cfr. Lawrence de Arabia). La Declaración fue festejada como un gran triunfo por los sionistas y aún hoy hay dos corrientes historiográficas. Una de ellas considera que se trataba del resultado de la habilidad de los negociadores sionistas y la enorme influencia financiera de los Rothschild y otra que advierte que las conversaciones habían empezado meses antes en una coyuntura bélica extremadamente difícil para Gran Bretaña: los revolucionarios rusos estaban sacando a su país de la contienda y los alemanes del Kaiser estaban trasladando las tropas del Frente oriental para atacar hacia Occidente; Wilson no se apresuraba a enviar las tropas estadounidenses a combatir en Europa (la declaración de guerra fue en abril pero la primera división de infantería recién entró en linea en octubre); en los ejércitos aliados, especialmente el francés, había motines y los soldados se mostraban renuentes a combatir. En definitiva era necesario conseguir el mayor apoyo para evitar el derrumbe de los Aliados y uno de esos movimientos fue la Declaración Balfour.

[xii]“Salir de la trampa sionista” por Nicolás Slachevsky, es un capítulo del libro Palestina. Anatomía de un genocidio (2024) Autores varios; editado por Tinta Limón Ediciones y LOM  Ediciones.

     Cfr. https://jacobinlat.com/2024/08/08/salir-de-la-trampa-sionista/ (8/8/2024).

 

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