Genocidio en medio oriente

Tiempo de lectura: 18 minutos

Aquí primera y segunda Parte:
«Parar el genocidio ya»
«Traverso: parar el genocidio»  

 

Este es una tercera y última nota que reseña el último trabajo publicado por el historiador Enzo Traverso, Gaza ante la historia, que data de mayo/junio de este año.

Antisionismo y antisemitismo

Enzo Traverso

La prensa y la televisión advierten constantemente que el antisemitismo aumenta en todas partes – dice Traverso – y no informan de episodios aislados, denunciando un viejo prejuicio sino que describen una gigantesca ola de antisemitismo que recorre todo el planeta desde el 7 de octubre pasado.

Las universidades estadounidenses son el epicentro de movilizaciones, como lo fueron hace sesenta años contra la guerra de Vietnam. El New York Times resalta esa analogía y la comparación no es errónea porque en los EUA no se habían visto movilizaciones de una magnitud similar desde las que se registraron contra la guerra de Vietnam. En los años sesenta el ejército estadounidense operaba en el Sudeste Asiático. Hoy Israel está destruyendo Gaza con armas suministradas por EUA.

“Como sus antecesores, los estudiantes de hoy han comprendido que su acción es crucial para detener la masacre, que sus manifestaciones no son simples gestos de solidaridad, sino un levantamiento orgánicamente vinculado a la resistencia palestina. En ambos casos, estos movimientos han sido violentamente condenados e incluso reprimidos. En la época de la guerra de Vietnam, los estudiantes que ocupaban los campus y quemaban la bandera estadounidense eran pintados como enemigos del mundo libre, comunistas y totalitarios. Hoy, se les considera espantosos antisemitas. La acusación es tan grave como falsa”.

Traverso participa en las manifestaciones en favor de Palestina en el campus de la estadounidense de la Universidad de Cornell, donde es catedrático, y señala que ve a muchos estudiantes judíos. En las concentraciones, estudiantes y profesores judíos, incluso a veces estudiantes israelíes, expresan su indignación y rechazo por la masacre perpetrada en Gaza.

Mike Johnson

Traverso dice que la televisión muestra a Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, denunciando por todas partes el antisemitismo, rodeado de policías y de personas demasiado mayores para ser estudiantes que portan banderas israelíes. “Ahora bien – dice Traverso – este señor, miembro del Partido Republicano y ardiente partidario de Donald Trump, lleva tres años y medio diciendo que Joe Biden robó las elecciones. ¿Debemos considerar a los estudiantes que se manifiestan por Palestina como feos antisemitas y a los asaltantes del Capitolio en enero de 2021 como auténticos defensores de la democracia?”.

Los reporteros y periodistas que hablan del antisemitismo de los estudiantes estadounidenses, mienten y deshonran su profesión, concluye el historiador. La realidad es que al antisemitismo se ha convertido en un arma. No el antisemitismo del pasado, que se dirigía contra los judíos, sino un nuevo antisemitismo imaginario que sirve para criminalizar las críticas a Israel.

El movimiento contra la guerra es muy amplio y diverso. El autor señala tres sensibilidades principales: “la primera es la de los jóvenes de origen poscolonial, nacidos en Europa o en América en familias de origen africano o asiático (para estos jóvenes, la causa palestina es una nueva etapa en la lucha contra el colonialismo). También están los afroamericanos, que identifican la liberación de Palestina con una lucha global contra el racismo y la desigualdad (…) Por último están los jóvenes que están reviviendo una tradición universalista e internacional específicamente judía, una tradición que siempre se ha manifestado al margen del sionismo, cuando no en contra de él”.

La campaña mediática que denuncia el supuesto antisemitismo de los estudiantes es un ataque directo a esas tres corrientes: “al equiparar antisionismo y antisemitismo se matan tres pájaros de un tiro, al golpear al anticolonialismo, al antirracismo y al anticonformismo judío.

“No cabe duda de que, sobre todo en la derecha, muchos antisionistas eran antisemitas. Tras el nacimiento de Israel, el mundo árabe importó de Europa muchos estereotipos antisemitas, que alcanzaron amplia difusión justo cuando experimentaban un fuerte retroceso en sus lugares de origen. Este es un hecho indiscutible. Pero igualmente indiscutible es que el sionismo siempre ha sido criticado, a menudo rechazado con vehemencia, por una parte muy amplia del mundo judío”.

Hoy la situación ha cambiado – dice Traverso – porque Israel es un Estado y en un mundo laico, la memoria de la Shoah y la existencia de Israel han pasado a formar parte de la identidad judía en la diáspora. Sin embargo, el cambio se ha producido sobre todo porque la derecha conservadora y la extrema derecha se han convertido en ardientes defensores del sionismo, “al considerar que los inmigrantes árabes y los musulmanes funcionan mucho mejor que los judíos como chivos expiatorios”.

Una inversión de semejante tamaño no dejará de tener consecuencias – advierte Traverso – y combatir el antisemitismo será cada vez más difícil después de haber desfigurado y distorsionado su naturaleza de un modo tan descarado. El riesgo de banalización es real: si se puede librar una guerra genocida en nombre de una lucha contra el antisemitismo o para defender a Israel, “muchas personas honradas empezarán a pensar que sería mejor abandonar una causa tan dudosa”. Nadie podrá evocar el Holocausto – advierte el historiador – sin despertar sospechas e incredulidad, muchos llegarán a creer que se trata de un mito inventado para defender los intereses de Israel y sus aliados. La memoria de la Shoah como “religión civil”, en tanto sacralización ritual de los derechos humanos a través del recuerdo de las víctimas, perderá sus virtudes pedagógicas.

“Nuestras orientaciones morales, epistemológicas y políticas se verían irremediablemente enturbiadas. Ciertas premisas de nuestra conciencia moral y política (la distinción entre el bien y el mal, opresor y oprimido, verdugo y víctima) quedarían anuladas. Esto debilitaría nuestro concepto de democracia, que no solo es un dispositivo jurídico-político o un sistema institucional, sino también una cultura, una memoria y un legado histórico”.

Violencia, terrorismo, resistencia

Benny Morris

 Traverso cita a Benny Morris, el más famoso de los historiadores “revisionistas” israelíes “que han documentado – ampliamente – la expulsión de los palestinos durante la guerra de 1948 (lamentándose, dicho sea de paso, de que no se hubiera completado esta limpieza étnica)”.

Un libro de Morris, titulado ‘Víctimas’ describe las masacres perpetradas en las aldeas palestinas por el Irgun, la organización sionista terrorista de extrema derecha dirigida por Menahem Begin. La más famosa tuvo lugar el 9 de abril de 1948 en Deir Yassin, cerca de Jerusalén, donde fueron masacradas unas doscientas personas. Morris explica que este crimen es recordado no por su importancia militar que fue muy limitada ni por el número de víctimas, porque fue solamente una de las muchas matanzas llevadas a cabo por los terroristas israelíes en aquellos años, sino por las atrocidades cometidas por las tropas de la organización paramilitar hebrea conocida como la Banda Stern. “Familias enteras (fueron) acribilladas a balazos y fragmentos de metralla – escribe Morris – y (quedaron) enterradas bajo los escombros de sus casas, hombres, mujeres y niños (fueron) abatidos mientras huían de sus hogares, los prisioneros (fueron) pasados por las armas. Después de la batalla, grupos de ancianos, mujeres y niños (fueron) transportados en camiones descubiertos por las calles de Jerusalén Oeste en una especie de triunfo al estilo de la antigua Roma, antes de ser “descargados” en la parte oriental (árabe) de la ciudad”.

Traverso dice que algunos han considerado las atrocidades del 7/10 como el peor pogromo de la historia desde la Shoah, otros como el producto de una larga secuencia de violencia israelí. “Décadas de ocupación israelí en Palestina no disminuyen el horror de la matanza de niños israelíes, del mismo modo la historia del antisemitismo no puede invocarse para justificar el genocidio en Gaza. Cometer una carnicería durante una fiesta de música electrónica (rave party) es sin duda un crimen abominable que debe ser castigado pero una fiesta al amparo de un muro electrificado y junto a una cárcel a cielo abierto no es tan inocua como un concierto en una sala parisina (…). La fiesta electrónica del Néguev se celebraba con total indiferencia de lo que ocurría al otro lado del muro electrificado. Gaza no existía. Tarde o temprano la olla a presión tenía que estallar”.

El ataque del 7/10 fue atroz – dice Traverso – cuidadosamente planificado y mucho más mortífero que la masacre de Deir Yassin u otras que cometieron los terroristas israelíes del Irgun en 1948. El terror no es justificable pero debe ser analizado y no simplemente condenado.

La controversia sobre la relación entre el fin y los medios es muy antigua. No todos los medios son aceptables para alcanzar un fin, al contrario, cada fin requiere medios adecuados: no se puede conquistar la libertad matando a sabiendas a personas inocentes. Sin embargo, estos medios reprobables se han empleado en una lucha legítima contra una ocupación ilegal, inhumana e inaceptable.

Como ha señalado el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, el 7 de octubre no surgió de la nada. Fue la consecuencia extrema de décadas de ocupación, colonización, opresión y humillación sistemáticamente aplicadas por Israel. Todas las formas de protesta pacífica han sido reprimidas a sangre y fuego; los Acuerdos de Oslo  firmados en 1993 para lograr una solución permanente al conflicto palestino-israelí fueron saboteados desde un principio y la Autoridad Palestina, totalmente impotente, se convirtió en una especie de policía auxiliar del ejército israelí en Cisjordania.

Asentamientos israelíes en territorios palestinos

Hace un año, Israel se disponía a “negociar la paz” con sus vecinos árabes a costa de los palestinos y reconocía abiertamente que se proponía seguir ampliando los asentamientos en Cisjordania lo que representa seguir expulsando a los palestinos de sus tierras. De repente, Hamás ha vuelto a poner todo patas arriba, imponiéndose como un actor ineludible en el conflicto.

Su ataque puso de manifiesto la vulnerabilidad de Israel, golpeado con una violencia extrema dentro de sus fronteras. Gracias a Hamás, los palestinos parecían capaces de pasar a la acción y no solo de sufrir. Esto puede parecer lamentable si se mira con ojos europeos o estadounidenses, pero una parte de los palestinos no ocultó su satisfacción por la masacre del 7/10. Por una vez, el terror, la impotencia, el miedo y la humillación habían cambiado de bando. La Schadenfreude (alegrarse con el mal ajeno) es también un sentimiento humano, como la tímida sonrisa en los rostros de los deportados cuando las noticias de los bombardeos de las ciudades alemanas llegaban a los presos de Auschwitz”.

Hamás es popular entre buena parte de los palestinos porque lucha contra la ocupación, y su popularidad se da sobre todo entre los jóvenes de Cisjordania, entre los que no puede decirse que desarrolla su influencia por medios coercitivos.

Hamás nació en 1987, tras la primera intifada, como brazo político y militar de los Hermanos Musulmanes, el mayor movimiento islámico conservador del Medio Oriente. El fracaso de los Acuerdos de Oslo, saboteados por Israel, fortaleció a Hamás. Además, en aquella época Israel liberó a los dirigentes de Hamás y alentó su desarrollo para debilitar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y dividir al bando palestino. En el 2006 Hamás ganó las elecciones en la Franja de Gaza desbancando a una Autoridad Palestina ya muy desacreditada.

Hamás se ha pronunciado condenando el Holocausto y el antisemitismo y ha declarado que su lucha no es contra los judíos  sino contra el Estado sionista. En sus nuevos estatutos, del 2017, abandonó el propósito de destruir a Israel y adoptó la promoción de un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967, es decir en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este.

La respuesta israelí fue la masacre de marzo de 2018 (más de 55 muertos y 2.700 heridos). Mientras Hamas intentaba sustituir una via militar estéril, Israel cerraba cualquier posibilidad de diálogo, Netanyahu manifestaba su oposición a un Estado palestino y su gobierno ampliaba los asentamientos en Cisjordania, trasladaba la capital a Jerusalén y aislaba Gaza. En ese marco el 7/10 fue una reacción inevitable.

Traverso se pregunta “¿debemos criticar el fundamentalismo, el autoritarismo, la naturaleza antidemocrática, misógina y reaccionaria de este movimiento?” Y responde “Sin duda alguna. En una sociedad libre, Hamás sería el principal enemigo de la izquierda. Ahora opone resistencia militar al genocidio que se está produciendo. Hoy goza de la indulgencia de los palestinos que sufrieron bajo su dictadura”.

Matar y herir a civiles, incluidos ancianos y niños, es un acto terrorista, innecesario y siempre ha sido perjudicial para cualquier causa emancipadora. “Es un crimen que nada puede justificar y debe ser condenado. Sin embargo, la necesaria condena de este tipo de acciones no cuestiona la legitimidad – reconocida por el Derecho Internacional – de la resistencia a la ocupación, una resistencia que también implica el uso de las armas”.

Una niña de once años sentada en las ruinas de una casa en Rafah, en el sur de Gaza.

El terrorismo ha sido a menudo apoyado y practicado por los movimientos de liberación nacional, y los milicianos de Hamás encajan perfectamente en la definición clásica del “partisano”: un combatiente irregular movido por una fuerte motivación ideológica, arraigado en un territorio, que actúa en el seno de una población que lo protege”.

Los combatientes de Hamás son difíciles de eliminar, por eso lo algoritmos de inteligencia artificial del ejército israelí matan a todo el mundo. “El terrorismo de Hamás es el reverso dialéctico del terrorismo del Estado israelí. El terrorismo nunca es bonito ni emocionante, pero el de los oprimidos es generado por el de sus opresores. Los terroristas que matan a niños en un kibutz son repugnantes, pero no lo son menos los francotiradores que matan a niños en la calle o vuelan un convoy humanitario; ambos deben ser condenados”.

La legitimidad de la violencia de un movimiento de liberación nacional y la de un ejército de ocupación no es la misma. El delito del primero radica en el uso de medios ilícitos; el del segundo se debe a su propia finalidad. El concepto de terrorismo es difícil de definir. La diferencia entre los combatientes de un grupo u organización terrorista y los soldados de un ejército de ocupación es de tipo jurídico: los primeros no tienen el estatuto legal que les da la pertenencia a un Estado.

“Postular la superioridad ética de los ejércitos sobre los grupos terroristas es un prejuicio que la historia ha refutado innumerables veces”. Estas consideraciones son importantes porque, a partir del 11/9/2001, la lucha contra el terrorismo se ha convertido en una especie de imperativo categórico “que parece poder prescindir de cualquier argumentación o interpretación crítica”.

El 7/10 ha marcado el retorno de la violencia palestina tras el fracaso de los Acuerdos de Oslo. Esto no significa que la violencia sea un opción eficaz o inevitable pero es innegable que es la consecuencia del fracaso de las negociaciones de paz, negociaciones que los gobiernos israelíes han saboteado conscientemente durante treinta años.

“Sería insensato alegrarse de esta vuelta a la violencia – dice Traverso – pero no se puede subestimar la importancia de este giro histórico. Explicarlo invocando los argumentos habituales (el fanatismo islámico, la barbarie de Hamás o el antisemitismo atávico) sería una mala excusa, una forma de esconderse detrás de los propios prejuicios”.

Si nos limitamos a evaluar la relación de fuerzas, en la terrible competición entre la violencia israelí y la palestina, la única vencedora posible sería la primera. Sin embargo, Vietnam y más recientemente Afganistán han demostrado que, en la guerra, las relaciones de fuerza no se miden solamente en términos militares. La resistencia armada puede servir para derrotar a un adversario mucho más poderoso “cuando su dominación se ha vuelto tan ilegítima que resulta costosa, ineficaz y contraproducente”.

A continuación Enzo Traverso hace una profunda y extensa reflexión sobre la violencia en los procesos históricos que podría formar, perfectamente, un capítulo necesario. Sin embargo ahora debemos dejarlo de lado en aras de la concisión y para un abordaje atento de la obra original por los lectores y para futuras notas por nuestra parte.

Recuerdos enfrentados

 Décadas de ocupación solo pueden generar frustración y violencia y no un deseo de diálogo y reconocimiento mutuo. Una negociación de paz en Medio Oriente tendría que imponerse desde el exterior pero los Estados que podrían hacerlo no tienen esas intenciones.

En 1948, cientos de miles de palestinos fueron despojados y expulsados de sus tierras mientras que Israel afirma haber conquistado su independencia y las tierras que pertenecerían a los judíos por decreto bíblico. Los palestinos han sufrido décadas de ocupación y privación de sus derechos mientras Israel afirma que actúa en nombre de un pueblo de víctimas. Un diálogo entre dos visiones tan opuestas de la realidad es imposible.

 Por otra parte, se ha desarrollado una narrativa unilateral que celebra la historia de una parte y niega la de la otra. Al mismo tiempo que se reconocía a Israel como entidad nacional en 1948 fue habitual negar el carácter nacional de los palestinos presentándolos como un mundo árabe genérico.

 Israel ha adoptado los viejos prejuicios racistas del mundo occidental y los traslada a los palestinos. Frantz Fanon denunció el maniqueísmo del mundo colonial, en el que el colonizado estaba permanentemente deshumanizado y animalizado. Ahora este lenguaje se ha impuesto en Israel. El Ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha declarado que, en Gaza, Israel lucha contra “animales humanos” y esto no es nuevo; hace treinta años Rafael Eitan, el Jefe de Estado Mayor del ejército decía que los palestinos son como cucarachas drogadas en una botella.

Ministro de Defensa, Yoav Gallant

 El origen de ese lenguaje y esa actitud racista se inspira claramente en el racismo y antisemitismo europeo (desde Edouard Drumont a Adolf Hitler). El injerto en Oriente Medio del antisemitismo europeo ha reforzado la narrativa sionista que proclama un inmenso aparato propagandístico: detrás del ataque del 7/10 no hay décadas de opresión y negación de derechos a los palestinos, sino antisemitismo como odio eterno e incurable contra los judíos.

 Netanyahu se ha distinguido por lo que Traverso califica como un torpe intento de reescribir la historia cuando sostuvo que el gran muftí de Jerusalén habría sido la fuente de inspiración de Hitler y que Hamás -como Arafat en el pasado- no sería más que la reencarnación del nazismo.

 “Exasperados por la proliferación de estos relatos mitológicos y por la violencia que alimentan, algunos intelectuales han buscado sus orígenes”: el periodista israelí Yehuda Elkana, testigo de atrocidades cuando la invasión israelí al Líbano en 1982, atribuyó esas posturas a “un profundo miedo existencial” que tiende a hacer del pueblo judío la eterna víctima de un mundo hostil.

 Tras la masacre de Sabra y Shatila, Primo Levi reconocía ese profundo miedo existencial pero no aceptaba convertirlo en una excusa. Según Levi, la Shoah no otorga a Israel un estatus de inocencia ontológica. Para él no había duda de que Menachem Begin era un “fascista” y pensaba que el propio Begin habría aceptado de buen grado esa definición. Ahora, comparado con Netanyahu, Begin parecería un moderado.

 Los supremacistas sionistas de hoy son diferentes – advierte Traverso – ni siquiera son hijos de los fundadores del Estado de Israel en quienes Levi veía compañeros de infortunio. Los supremacistas judíos de hoy se parecen a los fascistas que exhiben con orgullo su virilidad pegándole a un africano o a un árabe (o a un desgraciado que vive en la calle, agregaríamos).

 Pese a la diferencia de épocas, contextos e historias, surgen espontáneamente analogías históricas: la destrucción de Gaza por el ejército israelí recuerda a la del Gueto de Varsovia, arrasado por la Wehrmacht en abril de 1943. Los combatientes palestinos que salen de los túneles para golpear a un ejército de ocupación que los define como animales recuerda a los combatientes judíos del Gueto. Los israelíes llevan una estrella de David y no una esvástica pero eso no convierte a sus soldados en inocentes. Las selfies y las fotos que cuelgan en las redes los muestran sonrientes junto a palestinos humillados o riendo mientras los explosivos hacen saltar un edificio por los aires. Esas imágenes recuerdan las que hacían los soldados de la Wehrmacht en Polonia y Bielorrusia en las que aparecían sonrientes junto a partisanos ahorcados.

 Exclusión, espacio vital y una solución capaz de funcionar

 El 7/10 y la guerra en Gaza marca el fracaso de los Acuerdos de Oslo y el fin del proyecto de dos Estados que convivirían en paz en Oriente Medio. Gobiernos europeos y la Administración Biden han citado vagamente ese proyecto (saboteado por Israel desde hace 30 años) para después de la guerra pero ahora ya no significa nada sino un par de enclaves bajo control militar israelí.

 El gobierno de Israel no quiere dos Estados sino anexionarse Cisjordania y hacer una limpieza étnica en Gaza. Tras la anexión de Jerusalén Este se trasladaron allí más de 200.000 colonos y 500.000 a Cisjordania. Ahora hay dirigentes que declaran abiertamente la intención de recolonizar Gaza.

 A principios del siglo XX, el geógrafo alemán Friedrich Ratzel estableció el concepto de Lebensraum (espacio vital) que era la matriz ideológica de la concepción expansionista del pangermanismo, mucho antes de que el nazismo se apropiara de ese concepto. Hoy esa idea parece haber sido adoptada por el sionismo – que desde 1948 no ha dejado de ampliar las fronteras de Israel ignorando sistemáticamente el Derecho Internacional – y que lo ha redefinido en forma teológico-política de modo que los territorios pertenecerían a los judíos según la Biblia.

 Traverso expone una serie de casos de como quienes apoyan a Israel emplean ese concepto; destaca, por ejemplo, lo que sucede en Italia: “los amigos más fieles de Israel como Estado judío se encuentran en las filas de la derecha xenófoba,la que se niega por principio a introducir el ius soli y a conceder la ciudadanía a los nacidos en la península itálica de padres inmigrantes”.

 Desde 1950, Israel está dispuesto por ley a acoger a todos los judíos de la diáspora pero prohibe el regreso de los palestinos expulsados en 1948 y de sus descendientes. De este modo Israel es un Estado democrático para sus ciudadanos y una dictadura militar para los palestinos de los territorios ocupados.

El catedrático israelí Amnon Raz-Krakotzkin ha dicho que Israel no es un Estado-nación ni un Estado democrático sino un “proceso continuo de redención” que se basa en una singular combinación de teología y colonialismo. Su objetivo perpetuo es la inmigración y poblamiento judío del cual los árabes están excluidos por definición.

El objetivo de Israel era hacer invisibles a los palestinos, objetivo compartido tácitamente por los Estados Unidos, la Unión Europea y los países árabes. Estos últimos se aprestaban, el año pasado, a reconocer a Israel, a raíz de acuerdos ya firmados por Emiratos Árabes, Bahrein, Marruecos y Sudán, mientras ignoraban a los palestinos. El 7/10 fue un terrible recordatorio de que estos no han desaparecido.

El futuro de Israel y Palestina deben decidirlo quienes viven allí. Sin embargo, una solución de dos Estados solo puede lograrse “mediante una serie de limpiezas étnicas cruzadas: expulsar a los colonos judíos de Cisjordania, establecer una frontera rígida dentro de Jerusalén (creando barrios étnicos exclusivos) y, por último, encontrar una solución para los dos millones de palestinos que actualmente disfrutan del estatus de ciudadanos israelíes de segunda clase”.

“Incluso si imagináramos la creación de un Estado palestino auténticamente soberano, esta división entre dos entidades nacionales uniformes, étnica y religiosamente, sería una regresión histórica”. La forma de dos fundamentalismos yuxtapuestos, uno sionista y otro islámico, sería paroxística y caricaturesca -advierte Traverso- porque no daría lugar a ningún intercambio fructífero entre las culturas, lenguas y religiones que comparten esa tierra. La historia de Europa Central y de los Balcanes, en el siglo XX, ha probado que la teoría de los dos Estados sería un empobrecimiento trágico.

 “Muchos de los protagonistas de este conflicto – dice el autor – no ven otra salida que la de un Estado binacional en el que israelíes y palestinos, judíos , musulmanes y cristianos puedan convivir en pie de igualdad. Hoy esta opción parece irrealizable, pero, si pensamos a largo plazo, parece la única lógica y coherente”.

 Está claro que “Israel no es solo un Estado, es también una nación articulada, con una cultura viva y dinámica que obviamente tiene derecho a existir, pero el futuro de esta nación está comprometido por la entidad política que hoy la representa. En el mundo global del siglo XXI, un Estado fundado sobre una base étnica y religiosa es una aberración, en Israel-Palestina como en cualquier otro lugar. Definir el antisionismo como una forma de antisemitismo es un lugar común rematadamennte falso que se esgrime no cuando la existencia de Israel se ve amenazada, sino cuando Israel está masacrando a los palestinos”.

¿Porqué sería imposible o irracional un Estado binacional israelí-palestino? – se pregunta Traverso. En plena Segunda Guerra Mundial, la idea de construir una federación europea parecía ingenua, aberrante o utópica, según los puntos de vista. Después se inicio un proceso sobre el que habría mucho que decir e incluso que objetar pero al final, la idea de una guerra entre Francia y Alemania o Italia resulta sencillamente absurda. ¿Porqué no habría de ocurrir los mismo en Oriente Medio? A veces las tragedias sirven para abrir nuevos horizontes.

Traverso señala que el proyecto de un Estado federal o binacional fue durante mucho tiempo el de la OLP y el de una corriente de la izquierda israelí antisionista, el Matzpen. Antes de 1948 existió un movimiento en tal sentido conocido entonces como “sionismo cultural” (Kulturzionismus) con figuras como Ahad Ha’am, Robert Welsch, Martin Buber, Gershom Scholem y Judah Magnes (uno de los fundadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén).

Entonces el sionismo era un movimiento muy complejo, atravesado por corrientes muy diversas, incluso radicalmente opuestas, como espiritualistas de sensibilidad libertaria como Scholem, anarquistas declarados como Abba Gordin, marxistas como Ber Borojov y en el polo opuesto nacionalistas simpatizantes del fascismo como Jabotinsky. Todas esas corrientes fueron absorbidas por el sionismo político de Herzl.

Los intelectuales partidarios de un “hogar nacional” en Palestina rechazaron el proyecto sionista de un Estado judío y defendían la idea de un Estado binacional. Precisamente Magnes describió esta opción, que consideraba la única fructífera, en términos que Traverso califica como tan ingenuos como visionarios y cita: “que bendición sería para la raza humana que los judíos y los árabes de Palestina se hicieran amigos y cooperasen para hacer de esta Tierra Santa una Suiza floreciente y pacífica en el corazón de esta antigua ruta a medio camino entre Oriente y Occidente. Esto ejercería una inestimable influencia política y espiritual en Oriente Medio y mucho más allá. Una Palestina binacional podría convertirse en un faro para la paz mundial”.

No en nuestro nombre

Traverso se refiere al interrogante que formulaba Said hace veinte años cuando se preguntaba ¿dónde estaban los equivalentes israelíes de Nadine Gordimer, André Brink, Athol Fugard, los escritores blancos que en Sudáfrica se pronunciaron de forma inequívoca y sin ambigüedades contra los males del apartheid. Hoy este silencio es ensordecedor.

Nadine Gordimer

“Hemos sido testigos de manifestaciones masivas – dice el historiador – que pedían la dimisión de Netanyahu pero no denunciaban la masacre de Gaza, solo pedían una acción más eficaz para liberar a los rehenes y destituir a un dirigente corrupto. El año pasado tuvieron lugar manifestaciones similares pero habían mostrado una total indiferencia ante el polvorín que se estaba formando en Gaza y una creciente habituación a la colonización, ahora aceptada como algo normal e irreversible. No hemos oído una voz comparable a la del filósofo Yeshayahu Leibowitz, que en 1982 describió la guerra del Líbano como una política judeo-nazi”.

Sin embargo, se han alzado algunas voces valientes. Traverso cita el caso de  las declaraciones que tuvieron lugar en febrero pasado en el Festival de Cine de Berlín. Entonces se presentó el documental “No Other Land” codirigido por el palestino Basel Adra y el israelí Yuval Abraham. Al recibir el premio, Abraham dijo “Yo soy israelí, Basel es palestino. Dentro de dos días volveremos a un país en el que no somos iguales (…) Esta situación de apartheid entre nosotros, esta desigualdad debe terminar”.

Las voces contra esta guerra son mucho más audibles y numerosas en la diáspora judía, que obviamente no es responsable de esta masacre. Muchos han dicho que no se consideran representados por un Estado que pretende actuar en su nombre.

El movimiento ha adquirido proporciones enormes en los Estados Unidos. Jewish Voice for Peace ha hecho grandes movilizaciones con camisetas negras que portan la leyenda Not in our name. En Italia un llamamiento firmado por muchas de las personalidades judías más prestigiosas del país han planteado una cuestión crucial: “¿de qué sirve hoy la memoria si no ayuda a detener la producción de muerte en Gaza y Cisjordania?”

En Francia un llamamiento similar fue difundido por intelectuales cuyos padres y abuelos fueron perseguidos y deportados. Su texto comienza valientemente diciendo: “Después de 57 años de ocupación acompañada de humillaciones, expulsiones de sus hogares y tierras, encarcelamientos arbitrarios, múltiples asesinatos, el establecimiento de asentamientos y el fracaso de diversas acciones pacíficas, es comprensible que muchos palestinos se nieguen a condenar la acción de Hamás del 7 de octubre por considerarla un acto legítimo de resistencia a la colonización israelí y al terrorismo de Estado”.

El llamamiento condena el ataque de Hamás y la masacre israelí que le siguió. Añaden que “es ilegítimo y despreciable justificar la masacre de decenas de civiles de Gaza y Cisjordania en nombre del genocidio de los judíos de Europa, en el que el pueblo palestino no participó. Junto con muchos judíos de todo el mundo, incluidos los de Israel, negamos al gobierno de Nethanyahu y a sus partidarios el derecho a actuar en Gaza y Cisjordania en nuestro nombre y en el de nuestros antepasados, utilizando la Shoah como pretexto”.

 

 

 

 

 

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