A 50 años del asesinato de Raúl Feldman

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Escribo estas líneas el sábado 14 de diciembre.

El 14 de diciembre de 1974, hace exactamente 50 años, medio siglo, fue sábado. Como hoy.

No tengo claro el recuerdo sobre si ya había terminado las clases en secundaria, en el Colegio Nacional número 6 «Manuel Belgrano», ubicado en la calle Ecuador casi Paraguay. Casi seguro que sí.

Lo que tengo presente es que, a esta misma hora, compartía la mesa con mis padres, Velvel y Minija, y con mi hermano Raúl, Cacho. Los viejos cumplían 30 años de casados, y la celebración era obligatoria.

Siempre contaba mi padre que en la fiesta de casamiento, en lo que para mí se me tornaba un lejano 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, una mesa estaba ocupada por sus compañeros de la agrupación del Partido Comunista.

En esta ocasión, tres décadas más tarde, en la semiclandestinidad de Buenos Aires, no había lugar para salones de fiesta, ni para reuniones amplias. Éramos nosotros, en un restaurante ubicado en un subsuelo de la calle Carlos Pellegrini, y simbólicamente nos acompañaba «Alfredo», que poco antes se había incorporado como responsable del núcleo de la UJC en Argentina. Le consulté y me autorizó a decir que «Alfredo» es Roberto Pereira. Él fue partícipe de ese último festejo antes de la tragedia.

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?, comienza la icónica letra de Horacio Ferrer, musicalizada por Piazzolla.

Salgo de casa por Arenales
Lo de siempre en la calle y en mí
Cuando, de repente, detrás de un árbol se aparece él

Pero, para nosotros, las tardecitas de Buenos Aires tenían, a pocos meses de la salida de Uruguay, otro qué se yo, mezcla de nostalgia, resignación, compromiso y ¿por qué no?, cierta impotencia, marcada por la ausencia en nuestra tierra para derrocar a la dictadura, esa que, ingenuamente, creíamos que en un dos por tres derrotaríamos, porque había nacido «herida de muerte».

«Lo de siempre en la calle», dice la canción. Efectivamente, pero lo de siempre, para nosotros, era otro siempre: el de la mirada desconfiada, la sospecha, la semiclandestinidad… bueno, no voy a insistir en una historia que todos conocemos.

Hoy nos acercamos a fin de año, hacemos una evaluación de lo transcurrido en esta vuelta al sol, y nos aprestamos a encarar otro año más.

Para los Feldman Palatnik ese mismo sábado de hace 50 años fue de alegría. Por, a pesar de los pesares, estar juntos, por poder compartir la mesa, por pensar en el mañana, en pasado mañana, en el año próximo.

Nada prefiguraba lo que sucedería 10 días después, el 24 de diciembre, martes, a las cuatro y diez de la tarde.

Tampoco voy a insistir y detenerme en esto: los Ford Falcon ingresando en la sede del MAASLA, los 16 balazos a mansalva; es historia harto conocida, que se repetiría innúmeras veces, con cobardes armados segando vidas desarmadas, aunque se sigue queriendo hacernos creer que hoy son unos «pobres viejitos».

En estos cincuenta años, en este medio siglo, nos han quitado mucha cosa, nos han arrebatado mucho, hemos perdido enormidades, pero hemos vivido, hemos construido familias, afectos, esperanzas, y nada, absolutamente ningún temporal, nos hizo apartarnos de la memoria.

En los días siguientes al asesinato de Cacho recibimos un telegrama, muy solidario, muy afectuoso. Venía firmado por «Los amigos de siempre». Nunca supe quiénes eran los remitentes del mensaje -eran tiempos de anonimatos- pero siempre, durante estos cincuenta años, estoy seguro que he cruzado miradas con muchos de esos amigos de siempre.

Entonces, ya para terminar este recuerdo, quiero conmemorar no el 24 de diciembre de 1974, los 50 años del crimen, sino celebrar el 14 de diciembre de 1974, de hace 50 años, cuando con alegría soñábamos con un mundo diferente; y este 14 de diciembre, hoy, de renovación de esperanzas, acompañado por «los amigos de siempre».

Daniel Feldman | Periodista

 

 

 

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